Durante la segunda mitad del siglo XIX, Per Theodore Cleve formó parte de un grupo de personas que se dedicó a completar la tabla periódica de los elementos.
Cleve trabajó aislando sustancias a partir de minerales poco abundantes ―conocidos como Tierras Raras― que llegaban a su laboratorio. A partir de estas muestras, logró aislar algunas sustancias que reclamaron su lugar en la tabla periódica, pues resultaron ser sustancias puras, compuestas de un solo material. Como estas muestras llegaban a su laboratorio desde distintas partes de Escandinavia, propuso el nombre de Thulium (tulio en español) en honor a Thule, una isla, descripta unos 2200 años antes por Piteas de Massalia, un explorador. Piteas describió a Thule como una isla en el extremo norte del océano, habitada por salvajes que vivían 6 meses sin noche y 6 meses sin luz del sol y rodeada de una sustancia espesa que no era ni agua, ni aire, ni tierra, sino una combinación de todos los elementos sobre la cual no se puede caminar ni navegar. También dijo que hacia el norte de esta isla comenzaba un mar congelado; justo al borde del mundo, Thule representaba el límite de lo conocido.
Hoy sabemos que muy probablemente se trataba de Islandia o alguna otra tierra de la región escandinava. Y aunque ya no figure en nuestros mapas, Thule trascendió. No como nombre para una isla, sino como concepto. El término fue heredado por la cartografía romana y luego la medieval para designar a cualquier región considerada extraña y sobre la que no se sabe nada, donde viven las fantasías de cada época, responsables muchas veces de ser el viento que infla las velas de la ciencia.
Aunque no sabemos si Cleve tenía segundas intenciones con este nombre, podríamos imaginar que sí. Después de todo, los temas que trata la ciencia en un momento dado son eso: una región un poco más allá de los límites del mapa que tenemos dibujado hasta el momento, y para alguien en el lugar de Cleve el tulio representaba esa idea. De hecho, pasó mucho tiempo desde su descubrimiento hasta que se supo algo nuevo de este elemento. Principalmente porque los metales raros no forman yacimientos como el resto de los metales, sino que están muy dispersos en pequeñas cantidades en la corteza terrestre y es muy difícil obtener una cantidad apreciable para seguir conociendo sus propiedades.
Por varias décadas el Tulio fue demasiado esquivo y costoso, pero con el desarrollo de nuevas tecnologías se fue volviendo cada vez más accesible. En los últimos 20 años, la cantidad de artículos científicos publicados que involucran a este metal aumentó más de 10 veces, y muchas de estas publicaciones están relacionadas con aplicaciones prácticas. Por ejemplo, actualmente se fabrican lásers con tulio que sirven para realizar cirugías con mucha exactitud (como eliminar piedras de un riñón) o máquinas de rayos X portátiles, potencialmente útiles en lugares sin acceso a grandes centros de salud (aunque hasta el momento son de uso exclusivamente militar).
Cada nuevo objeto que cae debajo de la lupa representa la posibilidad de explorar el límite de lo conocido, como lo hizo Per Theodore Cleve, y de imaginar nuestra Thule, habitada por quién sabe quiénes y rodeada de aterradores y desconocidos monstruos. Será cuestión de pararse en el borde de lo conocido y enfrentar a lo que allí habita.