Ghubari se despertó de un salto por el bullicio que provenía de afuera. Antes de salir, se cubrió cuidadosamente la cabeza con su pañuelo y sacó de una canasta un trozo de mandioca para masticar durante el viaje. Un camión desbordado de gente esperaba en el centro del asentamiento, oculto en algún rincón olvidado de Kivu del Norte. Subió rápidamente y, sin decir una sola palabra, se entregó al primer y único alimento que iba a consumir en todo el día.
Apenas llegó a terminar de comer cuando sintió frenar bruscamente el vehículo. Desde el suelo, un guardia a los gritos le señaló un galpón con la punta de su rifle. En una esquina del ambiente oscuro y húmedo se acumulaban linternas, picos y palas de distintas formas y tamaños. Del otro lado, su capataz discutía con señores bien vestidos, de caras redondas y ojos rasgados. Desde que Kabila había sido reelegido presidente los veía cada vez más seguido. Sin levantar la mirada, Ghubari agarró la linterna que tenía más cerca, recogió un pico gastado y salió al sol.
Ghubari pasará las próximas 14 horas en un hoyo que llega hasta las entrañas de la mina de Lubero en busca de coltan. Poco le importa el olor a gas. Ya no siente claustrofobia. No sabe que la forma artesanal que tiene de trabajar la roca es la misma que se usaba hace 200 años en plena fiebre del oro. Sólo piensa en juntar lo suficiente como para cobrar su dólar diario y escapar cuanto antes. Ignora completamente que, después de dar media vuelta al mundo, ese oscuro mineral que maldice su tierra pueda volver a sus manos. Si es que sobrevive.
El coltan que extrae Ghubari será mayormente contrabandeado a Ruanda, el principal productor del mundo de este mineral a pesar de que (cosas que pasan) no tiene reservas del mismo. Seguirá su camino hasta las costas de Kenia y Tanzania, donde partirá en barco hacia Malasia, Tailandia y China. En Asia, gigantes empresas metalúrgicas van a utilizar una cantidad colosal de energía, agua y solventes de todo tipo para separar al elemento más valioso de la mezcla: el tantalio. Una vez refinado, y en su más alta calidad, el tantalio será finalmente enviado a Europa y Estados Unidos. Este elemento es uno de los pocos metales refractarios, reconocidos por su extrema resistencia a la corrosión y a las altas temperaturas. Además, su gran capacidad de actuar como aislante (es decir, su alta constante dieléctrica) lo hace el material de elección para fabricar los capacitores más potentes, pequeños y livianos del mercado. Sin ellos sería imposible sostener el alto rendimiento y el nivel de miniaturización que requieren los smartphones, tablets, cámaras y laptops que usamos todos los días.
Podríamos pensar que algo tan valioso debería hacer muy rico al país que lo produce, pero en este caso ocurre todo lo contrario. La extracción, transporte y comercialización del coltan ha financiado enfrentamientos armados entre guerrillas y el gobierno central congoleño por el control del negocio durante décadas. Creció a tal punto que se ha convertido en uno de los conflictos modernos que causó la mayor cantidad de víctimas desde la Segunda Guerra Mundial (algo así como tres millones de personas en tres años), y el establecimiento de una de las Misiones de Paz de las Naciones Unidas más grandes en actividad hoy en día. El tantalio procedente del coltan es uno de los minerales de conflicto, los 3TG, junto con el wolframio (o tungsteno) obtenido de la wolframinta, el estaño (tin) proveniente de la caserita y el oro (gold). Supuestamente, la cadena de valor de estos elementos está protegida por leyes como la Dodd–Frank, que obliga a las empresas a garantizar que las materias primas que usan no se hayan extraído de zonas en conflicto o utilizado para financiar guerrillas y la violación de derechos humanos.
Pero Ghubari, tan valiente como inconsciente, poco sabe de sus derechos. El tiempo y la suerte dirán si finalmente se reencontrará con el tantalio cuando vuelva a su tierra en forma de basura tecnológica, o si podrá huir de ahí antes. En el corazón del Congo, uno de los peores lugares del mundo para ser mujer, a Ghubari nadie la protege.
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