A principios del siglo pasado, Lise Meitner y Otto Hahn comenzaron a trabajar en Alemania complementando sus puntos de vista. En particular se enfocaron en entender más el comportamiento de un grupo de átomos de elementos que son más inestables que lo normal: los isótopos. Esto los llevó, entre otras cosas, a encontrar el elemento protactinio.
Años de buen desempeño en la investigación le habían proporcionado a Meitner un cierto estatus, incluso llegó a ser la primera profesora de la Universidad de Berlín y la primera mujer en investigar en el Instituto Kaiser Wilhelm. Todo parecía ir bien a pesar del contexto bélico constante que vivía Europa. Por otro lado, mientras que Otto cooperó con Fritz Haber para desarrollar armas químicas en la Primera Guerra Mundial, Lise prefirió mantener los descubrimientos científicos más bien separados de esos conflictos cuando se le presentó la oportunidad. De cualquier manera, estos no parecían querer estar muy separados de ella.
No olvidemos que ser mujer en el siglo XX en principio era un limitante para prácticamente toda actividad que no requiriera una escoba o un hijo en brazos. Meitner tenía otros problemas, como ser mujer, judía y austríaca en Alemania, lo que podía tornarse complejo de llevar. En 1938, la situación se volvió insostenible y tuvo que huir a Estocolmo, donde continuó investigando. Desde ahí, intercambió cartas por varios años con Otto Hahn y Fritz Strassmann, en las que discutían los resultados experimentales que obtenían a la distancia.
Según el análisis de Lise y Otto Frisch (su sobrino), aquello que habían descubierto era lo opuesto a lo que buscaban. La sorpresa fue una bomba. Resulta que estaban intentando fusionar átomos, pero en realidad los estaban fisionando. Definieron, además, el efecto en cadena producto de esa energía liberada, que se amplificaba y provocaba una explosión. Esto generaba partículas radiactivas. Lo que estaban describiendo era la fisión nuclear, que entre otras cosas es la gran responsable de las centrales nucleares, las bombas atómicas y el hecho de que se puedan seguir descubriendo elementos en la tabla. Este no fue un descubrimiento más, fue la puerta de entrada a una disciplina nueva.
En 1939, un año para nada cargado de sucesos trascendentales, Hahn y Strassmann publicaron sus resultados sin hacer referencia a su colega. Algunos años más tarde, Hahn y Strassman fueron premiados con el Nobel, mientras que Meitner y Frisch, no.
Hace casi cuarenta años, fisionando átomos, se estabilizó el elemento número 109, uno de los metales más pesados de la tabla periódica. A este nuevo elemento, la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada aceptó llamarlo “meitnerio”, en un intento de devolverle a la memoria de Lise Meitner el reconocimiento que debía haber recibido en vida por su contundente trabajo de investigación en física.