Prólogo y nota introductoria

8min

Sobre este libro

Antes de empezar a recorrer estas páginas, nos pareció importante establecer de antemano algunos aspectos mínimos pero fundamentales acerca del contenido de este libro.

Lo que no es: este libro no es un set de “instrucciones para drogarse” ni una compilación de testimonios anecdóticos sobre experiencias con sustancias psicoactivas. Aunque eventualmente podrán encontrarse relatos de este tipo, no fueron el objetivo ni el foco del libro sino elementos necesarios para atravesar la historia del descubrimiento de una sustancia o para describir sus efectos sobre la biología humana.

Lo que sí es: este es un libro sobre ciencia y política, y la relación entre ellas y nosotros, las personas. Cuando lo pensamos originalmente, lo creíamos un libro necesario, pero durante su gestación lo entendimos como definitivamente urgente. Esperamos que, a partir de la información presentada y las opiniones de los expertos, el lector pueda experimentar un proceso similar al que atravesamos los impulsores y editores de este libro: desandar prejuicios, desnaturalizar opiniones y reconsiderar posturas.

Antes de entender si vale la pena continuar y adentrarse de lleno en estos textos, es pertinente hacerse dos preguntas:

¿Tengo una opinión formada sobre el uso, los riesgos y el estatus legal de las diferentes sustancias psicoactivas?

¿Estoy dispuesto a cambiarla si encuentro evidencia que la contradiga o información que merezca ser incorporada a mi análisis?

Si las respuestas a estas preguntas son sí y no respectivamente, corresponde de nuestra parte sugerir al lector que no pierda su tiempo.

En cualquier otro caso, lo invitamos a sumergirse a fondo en estas páginas pero, fundamentalmente, a sumarse a lo que entendimos es el objetivo principal de este libro: empezar una conversación.

Prólogo

No caben dudas de que en los últimos años se ha profundizado en el análisis y el diálogo sobre las diferentes opciones con relación a las políticas de drogas. Este fenómeno –relativamente reciente– ha sido promovido no sólo por el ámbito académico, sino también por las organizaciones internacionales, los políticos, la sociedad civil y hasta los mismos gobiernos de muchos países.

Es en esta dirección –con participación plural y diversa– donde se encuentra el valor agregado de un libro como este, un libro que contiene la mejor evidencia científica disponible, que comparte un análisis crítico sobre las que han sido las políticas de drogas en el pasado reciente y discute diversas alternativas para el futuro desde diferentes ópticas asociadas al fenómeno.

Quizá como nunca antes, hoy existe un mayor acuerdo en que las políticas sobre drogas tienen que poner como prioridad a las personas y no deberían concentrar grandes esfuerzos en las sustancias mismas, con el objetivo de lograr un equilibrio en el abordaje del “problema de las drogas” y los recursos que sustentan a las intervenciones. Sin embargo, la transformación en las políticas sobre drogas debe ser desarrollada a partir de la realidad de cada país.

Todos viven el problema pero lo viven de manera distinta. Y lo mismo ocurre con los países, para los cuales el problema se manifiesta de manera diferente según sus realidades específicas. Los niveles de desarrollo económico, las estructuras institucionales, las prioridades políticas, son diferentes en nuestros países, como también lo son los patrones de consumo de drogas, los temas de salud y los efectos de la actividad del crimen organizado asociado al problema.

Es posible afirmar que las políticas públicas que han abordado el fenómeno de drogas en el hemisferio, cuya base fue planteada hace varias décadas, no han contado con la suficiente flexibilidad para incorporar nuevos conocimientos que permitan hacerlas más efectivas, detectar costos y daños no deseados y asumir los evidentes cambios económicos y culturales sobrevenidos a lo largo del tiempo. Es preciso aplicar métodos de generación de evidencia, análisis y evaluación que permitan aprender de los éxitos y los errores, adaptar las normas a las necesidades y características de cada entorno particular y tomar en cuenta el balance de costos y beneficios.

// Organización de Estados Americanos (2013). El problema de las drogas en las Américas. Washington DC: OEA.

Es innegable que durante las últimas décadas hemos aprendido muchísimo, tanto de los aciertos como de los errores. Si bien los esfuerzos por controlar estrictamente las sustancias pudieron haber sido razonables en su momento (desde su producción hasta su comercialización), el análisis crítico expone que en esa mirada se destaca una gran ausencia: nosotros, las personas que tomamos la decisión de consumir o no una determinada sustancia. Dicha demanda no fue considerada adecuadamente en la ecuación inicial y hoy la reconocemos como una variable principal que necesita indefectiblemente ser reconsiderada.

En la actualidad, aquellos que trabajamos en el campo de la Salud Pública vemos con gran preocupación la irrupción en el mercado de una amplia variedad de sustancias, con gran participación de drogas sintéticas con componentes novedosos y desconocidos (y potencialmente peligrosos), que obviamente cambian el panorama tradicional de la producción y consumo. Es decir, los conflictos asociados a las drogas son muy distintos a lo que fueron tan solo una década atrás. Según varios reportes, tanto de la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas (CICAD-OEA) como de la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito (ONUDD), hay un aumento de la población consumidora, una mayor variedad de sustancias disponibles en el mercado y, más preocupante aún, una disminución en la percepción de riesgo en la población frente al uso de drogas.

Es a partir de esta realidad que debemos pensar el problema de drogas. Desde allí se desprende la necesidad –y urgencia– de generar políticas públicas centradas en las personas, con un definido sustento en la evidencia científica, primordialmente con un enfoque de Salud Pública y con respeto a los Derechos Humanos. En este sentido, resulta relevante discutir por un momento sobre dos conceptos que aparecen reiteradamente en la discusión sobre políticas de drogas y ambos son abordados en el presente libro: el concepto de “políticas basadas en evidencia científica” y lo que entendemos por el “enfoque de Salud Pública”.

Por empezar, la evidencia científica es información obtenida a través de procesos metodológicos estrictos y validados por la comunidad científica internacional, así como también fomentados y apoyados fuertemente

El profesional debe saber que, en este momento histórico, disponemos de una noción clara de evidencia científica y, por tanto, debe asumir que dejarse orientar por la evidencia científica, especialmente cuando se trabaja con personas, supone una obligación ética insoslayable.

// Domingo Comas

Comas, D. (2014). ¿Qué es la evidencia científica y cómo utilizarla? Una propuesta para profesionales de la intervención. Madrid, España: Fundación Atenea.

en la última década desde el Observatorio Interamericano sobre Drogas y que están plasmados en la Estrategia Hemisférica sobre Drogas 2010 de la CICAD-OEA. Por lo tanto, es necesario entender que cualquier dato no es información, que cualquier información no es evidencia y que no toda evidencia es evidencia científica. Así, cuando hablamos de políticas públicas basadas en evidencia científica, hacemos referencia a la elaboración de estrategias, programas y acciones en base a información que ha sido obtenida mediante un proceso cuidadoso y no a partir de información proveniente de meras opiniones y argumentos ideológicos. Esto último es de vital importancia, ya que la política y la evidencia científica por sí solas no son suficientes para el desarrollo de políticas basadas en evidencia.

El segundo aspecto que es necesario fortalecer conceptualmente es el que se refiere al enfoque de Salud Pública en las políticas sobre drogas. En muchos documentos se observa una confusión que iguala este concepto con las intervenciones para reducir la demanda de drogas, principalmente prevención y tratamiento. Si bien estas intervenciones forman parte del enfoque, este es mucho más amplio. A grandes rasgos, cuando se hace referencia al enfoque de Salud Pública, se está pensando en tres grandes áreas de trabajo secuenciales: primero, el diagnóstico –estimar la magnitud del problema, sus determinantes y grupos poblacionales con mayores vulnerabilidades–; segundo, pensar en las intervenciones necesarias para enfrentar las condiciones halladas; y tercero, el monitoreo y evaluación de dichas intervenciones. Sin embargo, la primera y la última etapa –es decir, el diagnóstico y la evaluación– han sido las grandes ausentes del real enfoque de Salud Pública. Por otro lado, también es interesante notar que ambas comparten un elemento común: la investigación científica.

No es un concepto muy difícil de entender: la construcción de políticas públicas no es una cuestión abstracta o inocua; se trata de intervenciones que impactan en la vida de las personas y, por lo tanto, tenemos el deber de hacer el mayor esfuerzo posible para reducir los riesgos asociados a la ejecución de políticas públicas. Teniendo en cuenta la preocupante situación actual, es urgente la generación de ese puente tan necesario para que ambas dimensiones –la política y la ciencia– tengan un espacio de diálogo sincero y quienes están al mando en el proceso de toma de decisiones comprendan que la mejor manera de disminuir la incertidumbre de sus acciones es mediante el uso de la evidencia científica. Siguiendo esta vía, podemos estar seguros de que tendremos mejores respuestas en favor de las personas.

La política y la ciencia deben ser aliadas y trabajar juntas.