Puro humo
Notas

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Puro humo

¿Qué está pasando con los incendios en los humedales? ¿Quién es responsable?

Desde principios de este año se han registrado un gran número de focos de incendio a lo largo del Delta del río Paraná, que han sido denunciados por distintas organizaciones ecologistas y por la Municipalidad de Rosario. En las últimas semanas, se sumó el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, que va a actuar como querellante en la causa junto a la Provincia de Entre Ríos (que inicialmente había sido acusada de inacción). Las denuncias están dirigidas a productores agropecuarios y dueños de los campos por haber provocado los incendios intencionalmente. Una acusación para nada menor. Por su parte, los productores argumentan que ellos no se benefician en absoluto con estas prácticas. En medio de este desfile de personajes e instituciones que se reparten culpas y acusaciones, ¿quién es el principal perjudicado?

Focos de calor (potenciales incendios) en el Delta del Paraná entre los meses de mayo y junio de 2020. Mapa elaborado por científicos de la USANM a partir de imágenes satelitales infrarrojas proporcionadas por el sistema FIRMS de la NASA.

La quema de pastizales que dio origen a estos incendios fuera de control es, en realidad, una práctica que se utiliza hace décadas como herramienta para eliminar los pastos secos que se forman en la zona y favorecer el rebrote más fuerte de las pasturas nuevas. En abril del 2008, el fuego se expandió a tal punto que afectó unas 70 mil hectáreas y generó tanto humo que forzó el cierre de rutas y autopistas por la baja visibilidad, llegando incluso hasta la Ciudad de Buenos Aires. Recién ahí, luego de este desastre, se comenzaron a promover leyes provinciales (como la 9.868 en Entre Ríos) y nacionales (entre ellas, la 26.562, conocida como Ley de quemas) para regular el manejo del fuego en áreas rurales y forestales. Hoy estas leyes no están siendo aplicadas en su totalidad pero, por lo menos, están sirviendo para darle un marco jurídico al reclamo social y fortalecer la presión sobre el Estado para exigirle que intervenga. A su vez, brindan herramientas para materializar dicho reclamo. En este caso, forzando a actuar a la Provincia de Entre Ríos, a la que no le quedó otra que declarar la emergencia ambiental una vez que la columna de humo llegó hasta Buenos Aires, recién a principios de agosto. Mejor tarde que nunca.

Dame fuego

Las características propias del Delta también explican el porqué de esta práctica. Quemar estos pastos y malezas es, básicamente, la forma más fácil de eliminarlos dado que las islas dificultan el acceso de la maquinaria que se necesitaría para sacarlos de otra manera. Para sumarle complejidad al asunto, la dinámica de esta zona es algo particular y relativamente cambiante, al punto que frecuentemente se alternan períodos de bajo nivel del río y sequías con otros de fuertes inundaciones. Justamente, los productores argumentan que el fácil anegamiento de la zona, sumado al alto riesgo de estos eventos extremos, hace que el suelo sea poco rentable para prácticas agrícolas, como la siembra de soja. A este punto, que no deja de ser discutible, los productores le suman el hecho de que la actividad ganadera no se encuentra en expansión, sino que se mantiene estable hace muchos años. De cualquier manera, esta actividad está lejos de llevarse a cabo en óptimas condiciones y hay un amplio margen para mejorarla hacia una forma más sustentable. De hecho, tal plan (PIECAS-DP) existe hace más de 10 años y podría representar un camino importante hacia la protección y el mejor aprovechamiento de la zona. Se creó, justamente, luego de los incendios del 2008, pero fue abandonado hace años. Una buena es que, el 11 de agosto, la Corte Suprema de Justicia de la Nación revivió este plan y ordenó la creación de un Comité de Emergencia Ambiental, que va a estar integrado por el Estado Nacional, las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires, y las municipalidades de Rosario y Victoria. Es una decisión para celebrar pero también para seguir muy de cerca ya que, en su momento, el PIECAS derivó en la creación del “Comité Interjurisdiccional de Alto Nivel para el Desarrollo Sostenible de la Región del Delta del Paraná”, que evidentemente no hizo demasiado hasta ahora. Necesitamos algo más.

Ahora bien, el fuego es el producto de una reacción química de combustión, caracterizada por la oxidación rápida de materia orgánica para producir dióxido de carbono (CO2), vapor de agua, luz y calor. Según el modelo que describe los elementos que se necesitan para crear la mayoría de los incendios, el llamado triángulo de fuego, se requiere una mezcla de cantidades variables de: un combustible (materia orgánica, como pastizales secos por ejemplo), un agente oxidante (el oxígeno del aire) y la energía de activación (necesaria para que inicie la combustión, como una chispa, una corriente eléctrica, o una fuente de calor). Quitando a cualquiera de estos tres elementos, el fuego se apagará. De hecho, los extintores funcionan separando, ya sea física o químicamente, cualquiera de los lados de este triángulo del resto.

Pero existe un cuarto elemento, la reacción en cadena, que da lugar al llamado tetraedro de fuego. Es este cuarto elemento el que explica la persistencia y propagación de los incendios: básicamente implica que el mismo fuego funciona como fuente de calor, que alcanza nuevo combustible y retroalimenta todo el sistema.

Dado que en un pastizal seco, un día de mucho calor, abundan las tres cosas, siempre va a existir cierto riesgo de incendios (independientemente de que haya o no intencionalidad). Por eso es imprescindible que exista un plan de prevención y control inmediato de los posibles focos que se puedan formar. Además, es fundamental que la quema de pastizales sea regulada y coordinada con los productores y el Servicio Meteorológico Nacional, ya que en épocas de sequía y bajante extraordinaria del Paraná (como en este momento), el incendio se puede salir de control rápidamente, en especial si le sumamos condiciones de vientos desfavorables. Y ni hablar del alto costo que le insume al Estado lidiar con estos incendios, como si estuviéramos para malgastar recursos.

Lo que el viento se llevó

En definitiva, lo que sucedió hace unos días es que por cambios en la dirección del viento, el humo y el olor a quemado se terminó esparciendo por gran parte del país, afectando unas 100 mil hectáreas y recorriendo más de 300 km, hasta llegar a la Ciudad de Buenos Aires el miércoles 5 de agosto. Este humo puede producir distintos grados de irritación en ojos, nariz y garganta. Al menos, en este caso particular, es poco probable que sea altamente perjudicial para la salud de las personas a largo plazo. Resulta que las partículas que provienen de estas fuentes ‘naturales’ (como el polvo que levanta el viento, la bruma marina, las erupciones volcánicas y, en este caso, la quema de pastos) son relativamente grandes, alrededor de 10 micrómetros, por lo que se las conoce como partículas gruesas. Esto hace que, cuando las respiramos, queden retenidas principalmente en las vías aéreas superiores (entre las fosas nasales y la laringe) y sean eliminadas por los mecanismos que desarrolló nuestro cuerpo para protegernos de este tipo de agentes externos.

Dirección de los vientos e índice de calidad de aire a lo largo de todo el territorio de nuestro país el 5 de agosto de 2020. Contra mas rojo, peor calidad de aire por la presencia de partículas en suspensión provenientes de la quema de pastizales en el Delta. Fuente: @timomarchini

Como todo tiene que ver con todo, el coronavirus también se metió en este texto. En el norte de Italia, en Lombardía, más precisamente en la ciudad de Bérgamo, uno de los peores lugares afectados por la pandemia del COVID-19, se ha encontrado material genético de SARS-CoV-2 en estas partículas de contaminación ambiental. Sin embargo, así como encontrar ADN del virus de la viruela en restos fósiles de vikingos no quiere decir que pueda infectar al arqueólogo que lo desenterró (de hecho, la viruela fue erradicada en 1980 gracias a un plan de vacunación a nivel mundial), encontrar material genético de SARS-CoV-2 en estas partículas no quiere decir que tengan la capacidad de contagiarnos cuando las respiramos. La posibilidad de que el virus se disemine de esta manera fue rápida y fuertemente cuestionada, al observar que no hay una asociación directa entre la cantidad de casos de COVID-19 reportados en la zona y los niveles de estas partículas gruesas. Lo que sí es más probable es que los efectos adversos sobre la salud que provoca respirar aire contaminado afecten la capacidad de nuestro sistema inmune para hacerle frente a este (y otros) virus. Pero ese es otro tema.

Humedales

Independiente de a quién le caiga la responsabilidad, y de las consecuencias relativamente menores que produzca el humo proveniente de la quema de pastizales del Delta sobre la salud de las personas (al menos en el corto plazo), lo más importante es lo que hay debajo: humedales. Estas son zonas de terrenos relativamente planos que se encuentran inundados de forma temporal o permanente, que no exceden los 6 metros de profundidad. En Argentina ocupan unos 600 mil km2 (21,5% del territorio total del país) y representan ecosistemas clave por un gran número de razones. Solo por nombrar algunas: regulan el flujo y la calidad del agua (reteniendola cual esponja en épocas de inundaciones y como reservorio en épocas de sequías), son una gran fuente de biodiversidad de flora y fauna, representan un factor clave para prevenir el cambio climático por la gran capacidad de absorber CO2 (incluso más que los bosques). Abusar de ellos implica que tanto los productores agropecuarios como los políticos, y el resto, vamos a sufrir las consecuencias. En realidad, estamos todos en la misma.

Que la concientización individual por la preservación del medio ambiente esté cambiando y transformándose en una conciencia colectiva, que esto se traduzca en acciones y políticas públicas concretas, y que, principalmente, estas iniciativas las impulsen los más jóvenes, es lo grandioso en esta historia. Fuente: @jovenesporelclimarg

Además de aplicar adecuadamente la Ley de quemas, es fundamental contar con un plan de protección concreto que apunte a regular la actividad en estos humedales. Un plan que no esté enfocado en demonizar ni perseguir a ninguna de las partes, sino que las invite a trabajar juntas para seguir mejorando los sistemas de producción, minimizando el impacto ambiental y conservando el equilibrio de estos ecosistemas. Los distintos proyectos de ley de humedales, que justamente se están discutiendo en este momento en el Congreso, serían un gran paso en favor de incluir esta perspectiva ambiental que necesitamos para la toma de mejores decisiones en estos temas tan complejos.

Las pinceladas sociopolíticas y la perspectiva del sector agro de este texto surgen en gran medida de charlas con Tamara Ulla y Guido Noé, a quien me gustaría agradecerles, junto a Pablo Ordonez por la asesoría jurídica y a Gastón Tenembaum de Jóvenes Por El Clima por sus aportes, ganas y energía contagiosas.