Este capítulo introduce una clase muy particular de sustancias conocidas por distintos nombres. El más común, hoy en día, es “psicodélicos”. El término viene del griego antiguo (psyche, alma y deloun, revelar, poner en evidencia) y se puede traducir aproximadamente como “drogas que se manifiestan en la mente”. El nombre resulta muy apropiado, ya que una característica central de los psicodélicos es su capacidad para alterar nuestra conciencia, tanto sus contenidos (los sentidos como la visión, el oído o el tacto) como algunas de sus propiedades más abstractas (la percepción de individualidad, el flujo del pensamiento y la asociación de ideas).
El concepto de “conciencia” va a ser un gran eje para este capítulo, por lo que es una buena idea aclarar brevemente de qué vamos a hablar cuando hablamos de conciencia (en un capítulo posterior del libro, “Potencial científico-terapéutico de los psicodélicos”, dedicado al uso de los psicodélicos como herramientas neurocientíficas, se ampliará mucho más esta discusión). En este y los otros capítulos, nos referiremos a la “conciencia” como a toda la información presente en nuestro cerebro capaz de generar una sensación subjetiva que podemos reportar –contarle a alguien– que estamos sintiendo; o sea, aquello que percibimos. En contraposición, hay información “inconsciente” o “subliminal” en el cerebro, la cual no genera sensaciones subjetivas reportables y, por lo tanto, no forma parte del contenido de nuestra conciencia.
Pero, de acuerdo con esta definición, ¿acaso no es cierto que todo lo que nos pasa modifica la conciencia? Si nos golpeamos el dedo gordo del pie, el dolor que sentimos es un nuevo agregado al contenido de nuestra conciencia; y si consumimos otras sustancias placenteras, estimulantes o sedativas, ¿no cambia también la manera en que nos sentimos? ¿Por qué, entonces, la decisión de empezar este capítulo diciendo que los psicodélicos tienen el privilegio de ser las “drogas que modifican la conciencia”?
La respuesta es que los psicodélicos modifican la conciencia de una manera muy idiosincrática, tanto que tiene sentido hablar del cerebro en el “estado psicodélico”, del mismo modo que hablamos del cerebro “despierto”, “dormido” o “soñando”. La idea de que los psicodélicos no sólo cambian los contenidos de nuestra conciencia, sino que además modifican su estado de manera estable en el tiempo es muy poderosa. En primer lugar, nos lleva a preguntarnos cuáles son las características de este estado y las alteraciones fisiológicas que permiten al cerebro operar bajo este régimen anormal de conciencia, lo que desemboca naturalmente en un montón de conocimiento sobre cómo funcionan la mente y el cerebro. En segundo lugar, la universalidad del “estado psicodélico” sugiere la existencia de mecanismos compartidos mediante los cuales este tipo de drogas afectan el cerebro.
Para adentrarnos en la complejidad de los psicodélicos, tanto en sus facetas neurocientífica, psiquiátrica y farmacológica como cultural, adoptamos un esquema que parte de entender el estado psicodélico: ¿qué lo define?, ¿cómo es estar ahí?, ¿qué se siente? Posteriormente, abordamos las drogas psicodélicas en sí mismas: sus peculiaridades, su historia, sus riesgos y su marco legal. En otras palabras, vamos a discutir el “viaje” (el estado psicodélico) y los medios de transporte (las drogas en sí), junto con sus riesgos y la historia de los exploradores que estuvieron antes allí. Finalmente, vamos a concluir con una reflexión sobre los psicodélicos y la realidad objetiva, y sobre los desafíos legales y culturales que hay que enfrentar para abrir el camino hacia una ciencia de la psicodelia.
¿Cómo se siente consumir un psicodélico?
Para hacer honor a la afirmación de que existe cierta universalidad en el estado mental generado por los psicodélicos es justo discutir sus efectos independientemente de la droga que se utilice, así que en esta parte del capítulo no haremos referencia a ninguna sustancia en particular. Por supuesto, existen matices respecto a las cualidades del estado psicodélico inducido por diferentes sustancias, pero estos matices son lo suficientemente sutiles como para justificar su discusión en el contexto específico de cada droga. De momento, asumamos que la principal característica que define a los psicodélicos es que conducen a algo denominado “el estado psicodélico”. Algunos de los lectores de este libro quizá tengan una extensa experiencia en el consumo de drogas psicodélicas, no solamente en cantidad (haberlo hecho muchas veces) sino también en calidad (haber reflexionado profundamente sobre cada experiencia); para ustedes, leer sobre los efectos de los psicodélicos quizá no aporte demasiado, porque el conocimiento que genera una experiencia en primera persona vuelve irrelevante una exposición académica. Algunos de ustedes, en cambio, quizá tengan alguna experiencia previa, pero mucho más limitada; quizás hayan consumido psicodélicos en pocas ocasiones y todavía se encuentren luchando internamente por organizar y catalogar todas las sensaciones que experimentaron durante su “viaje”. En ese caso, esta parte del capítulo les permitirá encontrar un significado más profundo sobre su experiencia, antes de que la olviden por completo. Por último, muchos de ustedes no tendrán experiencia alguna con sustancias psicodélicas, en cuyo caso el conocimiento que presento a continuación será seguramente muy informativo, pero es por definición imposible que reemplace la experiencia “en primera persona” del estado psicodélico. La inefabilidad del estado psicodélico es sólo una faceta más de la inefabilidad misma de la experiencia consciente: explicar convincentemente cómo se siente un orgasmo, un dolor de muelas, un vaso de vino o un compás de guitarra es equivalente al fracaso.
Para organizar la caracterización del estado psicodélico, una buena idea es dividirlo en distintas categorías o dimensiones:
Distorsión de la percepción
Es lo que probablemente con frecuencia se asocia al estado psicodélico; en particular, a la “estética psicodélica” en auge durante los años ’60 y ’70 (pensemos por un momento en la tapa de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de The Beatles). Los colores se vuelven más vívidos, se distorsionan o se agrupan en patrones caleidoscópicos. También aparecen colores espurios sobre superficies monocromáticas; por ejemplo, una pared blanca que es ahora multicolor. Además, se pueden percibir patrones geométricos en nuestro campo visual, tanto con los ojos abiertos como con los ojos cerrados. Los objetos se distorsionan y puede parecer que cambian, se disuelven o incluso se mueven sin razón aparente en la periferia del campo visual. El significado de grupos de objetos que emerge de su percepción conjunta puede perderse: por ejemplo, las caras humanas pueden dejar de percibirse como tales y en lugar de ellas verse una colección de ojos, bocas y narices. El tacto puede volverse más sensible, de manera que una caricia puede constituir una experiencia visceral o incluso invasiva. De manera contraria, algunas sustancias psicodélicas pueden disminuir el dolor, ejerciendo un efecto prácticamente anestésico. También se pueden encontrar detalles y armonías nuevas en música conocida desde hace años. Sorprendentemente, se desdibujan los límites entre las distintas modalidades sensoriales: no es inusual escuchar un color o sentirle el gusto a una nota musical. Experiencias como esta última son completamente ajenas a nuestra conciencia ordinaria y se encuentran en el núcleo de la dificultad para describir verbalmente el estado psicodélico.
Las drogas psicodélicas se conocen también como “alucinógenas”. Esta nomenclatura sugiere que se destacan por su capacidad de generar alucinaciones, cuando en realidad tienden más bien a generar distorsiones
Los psicodélicos inducen una “distorsión” de la realidad, que no es lo mismo que una “alucinación”. Las alucinaciones pueden ser delirantes o disociativas y consisten en la percepción de un objeto o un sonido que no se representa con nada de la realidad. Un alucinógeno puede hacer que un sujeto pierda la noción de que está bajo la influencia de una sustancia.
de la información sensorial, en vez de causar la percepción de cosas que no existen realmente. La diferencia es la falta de credibilidad de las distorsiones sensoriales durante el estado psicodélico: entendemos en todo momento que no son reales. Sería muy extraño alucinar un elefante rosa bajo los efectos de una droga psicodélica clásica, algo que es, en cambio, un ejemplo estereotípico de percepción engañosa durante la fase alucinatoria del delirium tremens (un estado confusional que se origina, por ejemplo, durante la abstinencia de alcohol en consumidores problemáticos). Por esta razón, seguiremos refiriéndonos a estas sustancias con el nombre de “psicodélicos” en vez de “alucinógenos”.
Distorsión de las dimensiones espacial y temporal
Bajo los efectos de un psicodélico, puede complicarse tanto estimar el tiempo entre dos eventos como la distancia entre dos puntos del espacio. Los propios miembros parecen alejarse o acercarse más de lo usual, e incluso se perciben más grandes o más pequeños. Como en Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, el consumo de una sustancia psicodélica puede aumentar o disminuir nuestro tamaño drásticamente (en realidad, por supuesto, la percepción de nuestro propio tamaño).
Cambios en el estado anímico
Generalmente, la experiencia psicodélica incluye una modificación del humor hacia un estado similar a la euforia. Esta sensación de bienestar es buscada en la actualidad por psiquiatras y psicólogos que exploran el uso de psicodélicos para tratar distintos trastornos relacionados con
Los cambios en el estado anímico no solamente alcanzan al usuario, sino que también influyen en su relación con los demás.
la depresión y la ansiedad. Históricamente, es posible que la euforia haya jugado un papel fundamental en el uso de sustancias psicodélicas para fines religiosos, así como para la preparación para el combate. Por ejemplo, se considera que el consumo de sustancias psicodélicas puede haber sido un factor fundamental en la cultura de los “berserker”, guerreros nórdicos capaces de canalizar su furia en un trance prácticamente incontrolable.
Ciertas sustancias psicodélicas son poderosos “empatógenos”: drogas capaces de generar un fuerte sentimiento de amor y amistad entre individuos. Esta característica era, posiblemente, de fundamental importancia en el uso ceremonial de psicodélicos, ya que la gran mayoría de las culturas aborígenes que utilizaba psicodélicos con fines místicos o religiosos, lo hacía de forma grupal y no individual. El consumo de psicodélicos empatógenos (por ejemplo, MDMA, popularmente conocido como “éxtasis”) en fiestas con música electrónica es quizás una manifestación contemporánea de estas ceremonias colectivas. Por tal motivo, existe evidencia de que ciertos trastornos psiquiátricos que alejan al paciente del resto de las personas (por ejemplo, el estrés postraumático) podrían tratarse utilizando psicodélicos capaces de generar una fuerte empatía entre el paciente y el terapeuta.
La experiencia psicodélica no es sencilla, puede ser demandante, transformadora y requerir de la participación y voluntad por parte del usuario. Por lo que no es adecuado pensarla como un mero entretenimiento y mucho menos como un entretenimiento pasivo.
Pero no todas las emociones inducidas por las sustancias psicodélicas son necesariamente positivas. Es conocido que, bajo ciertas circunstancias, los psicodélicos pueden generar un estado de pánico conocido coloquialmente como “mal viaje”. Los motivos por los cuales algunas personas experimentan un mal viaje son diversos y vamos a discutirlos más adelante en este capítulo. No es sorprendente que una experiencia completamente novedosa como la que puede representar el estado psicodélico sea capaz de generar ansiedad y miedo, lo cual no significa automáticamente que esas sensaciones sean negativas, ni que puedan tener secuelas permanentes.
Unidad con el Universo y pérdida de la individualidad
Uno de los motivos por los cuales la experiencia psicodélica es capaz de generar profundos sentimientos de miedo y ansiedad es la posibilidad de experimentar una disolución del ego. Durante el estado de vigilia normal, tenemos una fuerte sensación de individualidad: nuestra conciencia es propia y es una proyección ininterrumpida de la conciencia que teníamos ayer o hace diez años; se encuentra claramente separada del mundo exterior, está dentro de nuestro cuerpo, el cual actúa como una barrera física para restringir y preservar nuestra identidad. Las drogas psicodélicas son capaces de destruir el sentido del Yo, es decir, de disolver el “ego”. En este estado, la conciencia de uno mismo se desdibuja y tiende a abarcar una entidad mayor, como nuestras inmediaciones físicas o, para algunos, el Universo mismo (sea lo que sea que esto signifique). Si bien la conciencia no se desintegra –al menos no en el mismo sentido en que se desintegra durante el sueño profundo o bajo anestesia general–, ya no refleja predominantemente nuestra individualidad. Esta faceta de la experiencia psicodélica a veces se denomina “sentimiento oceánico” (“oceanic boundlessness” en inglés).
Experiencias místicas y religiosas
El estado psicodélico puede predisponer a los individuos a atravesar experiencias de tipo místico y religioso, por lo tanto no sorprende que algunos psicodélicos tengan asociaciones centenarias con ciertas prácticas religiosas. De hecho, otro nombre que se da frecuentemente a las drogas psicodélicas es el de “enteógenos” (generadores de lo divino). Los usos religiosos de los psicodélicos abarcan el consumo de ayahuasca en la selva amazónica, de peyote (Lophophora williamsii) en la Native American Church de Estados Unidos y México, y del hongo conocido como “cucumelo” (Psilocybe cubensis) en el noroeste argentino, entre muchos otros más. Existe evidencia histórica de que los ritos de la India védica utilizan el hongo Amanita muscaria en una sustancia conocida como “soma”. En Eleusis, una ciudad agrícola de la antigua Grecia cercana a Atenas, los “misterios eleusinos” consistían en un rito de iniciación en el culto a las diosas Démeter y Perséfone, y se basaban en el consumo de un hongo que parasita al trigo y al centeno, y posee propiedades psicodélicas (Claviceps purpurea o “ergot”, farmacológicamente vinculado al LSD).
Si bien las religiones monoteístas como el judaísmo, el cristianismo o el islam no hacen –al menos hoy por hoy– uso ritual de sustancias psicodélicas clásicas, en 1962 un experimento diseñado por Timothy Leary demostró que el consumo de psilocibina (un compuesto presente en ciertos hongos) puede inducir experiencias de un fuerte contenido religioso en un contexto plenamente occidental y cristiano, más precisamente, en estudiantes de teología de Harvard. En este experimento fascinante, los voluntarios fueron divididos en dos grupos: uno de ellos recibió psilocibina y el otro un placebo capaz de producir cambios fisiológicos pero sin propiedades psicoactivas (la niacina, una vitamina). A continuación, todos asistieron al servicio religioso de Viernes Santo. La gran mayoría de los voluntarios que consumieron psilocibina reportaron intensas experiencias religiosas (en algunos casos, las más intensas que jamás habían experimentado), pero pocos de los que consumieron el placebo reportaron este tipo de experiencias. Este experimento fue recientemente replicado en una situación más controlada y con estándares más altos por investigadores de la Universidad John Hopkins, en Estados Unidos (Griffiths y otros, 2006). Con resultados similares, el estudio demostró, entre otras cosas, que los psicodélicos son capaces de generar fuertes experiencias religiosas, incluso en miembros de iglesias que no se caracterizan por el consumo de psicodélicos con fines rituales (en este caso, la Iglesia Católica).
Cambios fisiológicos
La característica principal de los psicodélicos son los leves a moderados cambios fisiológicos asociados a su consumo. Por “cambios fisiológicos” entendemos variables como frecuencia cardíaca y respiratoria, temperatura de la piel, sudoración, sequedad en la boca, presión arterial,
La dilatación de las pupilas, también conocida como “midriasis”, es uno de los signos físicos más típicos del estado psicodélico.
agitación y midriasis, entre otras. Por supuesto, no todas las drogas psicodélicas son iguales en este sentido: algunas (como el LSD y la psilocibina) se caracterizan por la levedad de los efectos fisiológicos, mientras que otras (como el MDMA) pueden causar un impacto mayor en este sentido. En general, las drogas psicodélicas clásicas afectan principalmente la conciencia sin perturbar demasiado el cuerpo (en realidad sí afectan al cuerpo, sólo que sus efectos se concentran en el cerebro).
Completamos así una descripción sencilla y coloquial de las facetas más importantes del estado psicodélico. Otras características que no se engloban en ninguna de las categorías anteriores incluyen un posible aumento en la creatividad, la asociación más libre entre ideas dispares, un flujo de pensamiento más sorpresivo y desordenado, y un aumento en las facultades introspectivas del usuario (Carhart-Harris y otros, 2014).
Una manera de entender el estado psicodélico es analizar los métodos que los científicos interesados en drogas psicodélicas utilizan para cuantificarlo. Cuando un investigador necesita asociar una experiencia psicodélica con una serie de números (por ejemplo, para poder comparar objetivamente los resultados entre drogas o voluntarios), puede recurrir a un cuestionario prediseñado para este propósito. Estudios recientes del grupo de David Nutt y Robin Carhart-Harris del Imperial College of London utilizan escalas numéricas para capturar la intensidad de los siguientes aspectos de la experiencia:
Percepción de formas y colores con los ojos cerrados.
Percepción de imágenes y patrones complejos con los ojos cerrados.
Estado anímico positivo durante la experiencia.
Intensidad de la disolución del ego durante la experiencia.
Intensidad de las emociones asociadas a la experiencia.
Sensación de unidad con el mundo físico alrededor.
Intensidad de la faceta espiritual de la experiencia.
Sensación de dicha y bienestar.
Intensidad de la agudeza o claridad mental (“insightfulness” en inglés).
Sensación de miedo y ansiedad.
Sinestesia auditivo-visual (mezcla de sensaciones de ambas modalidades sensoriales).
Cambios en el significado de conceptos familiares.
Este cuestionario muestra cómo es posible intentar abstraer las distintas dimensiones de la experiencia psicodélica con una serie de números. Aunque, como se mencionó al principio del capítulo, la inefabilidad de la vivencia hace imposible afirmar que dicha abstracción sea completa. (Carhart-Harris y otros, 2012; Tagliazucchi y otros, 2016)
“Sólo lo que lleves contigo”: Set y Setting
La experiencia psicodélica puede tener una infinidad de matices. ¿Qué cosas la determinan y hasta qué punto es posible controlarla?
En una famosa escena de The Empire Strikes Back (El imperio contraataca, segunda parte de la saga Star Wars) –la cual es, en mi opinión, una clara alegoría de un viaje psicodélico–, el joven Luke Skywalker se encuentra llevando a cabo su entrenamiento para Jedi bajo la tutela del legendario maestro Yoda, cuando se cruza con una siniestra caverna oscura en la base de un árbol muerto. Al preguntar qué hay dentro, Yoda responde enigmáticamente: “Sólo lo que lleves contigo”. De la misma manera, la experiencia psicodélica está determinada en gran medida por “sólo lo que lleves contigo” al comienzo del viaje. Hay dos variables fundamentales a considerar para entender esto:
• La primera se suele denominar “set” o “mindset” y se refiere al estado mental del usuario al momento de iniciar la experiencia: expectativas, prejuicios, experiencias previas, actitudes, creencias, fantasías relacionadas con la sustancia y la intención de dejarse llevar por la experiencia o controlarla.
• La segunda se conoce como “setting” y se refiere al entorno físico del usuario al momento de la experiencia: si el consumo se realiza solo o acompañado por otros y cuál es la actitud de estas otras personas, si es llevado a cabo en su casa o en medio de la Naturaleza, qué temperatura hace, si hay lluvia o no, si la persona tiene que hacer algo inmediatamente después de la experiencia psicodélica o al día siguiente, etc.
Todas estas variables son fundamentales para determinar la cualidad de la experiencia psicodélica. En particular, pueden significar la diferencia entre un “viaje” placentero y un “mal viaje” cargado de miedo, ansiedad y pánico. Es evidente que algunas de las características de las listas anteriores podrían desembocar en una mala experiencia. Por ejemplo, si el usuario siente aprensión hacia los psicodélicos o dudas sobre su consumo, si está esperando algo malo como consecuencia de su ingesta, si está rodeado de gente desconocida o con actitudes agresivas, si tiene presiones de tiempo u obligaciones inmediatamente luego de consumir la sustancia, si pretende tener un control absoluto sobre la evolución de la experiencia, etc.
Por lo tanto, el control adecuado del set y el setting sería un factor fundamental para reducir el riesgo de una experiencia displacentera.
Entonces, ¿qué son los psicodélicos?
Varias páginas después de comenzado este capítulo, y a punto de empezar a listar algunas de las sustancias psicodélicas clásicas capaces de generar el estado mental que acabamos de describir, nos enfrentamos finalmente a las preguntas: ¿qué son los psicodélicos?, ¿qué los define y diferencia de otras drogas?, ¿para qué sirven y qué rol juegan en la sociedad? Las respuestas a estas preguntas no son sencillas, ya que difícilmente existan drogas con una apreciación más heterogénea que los psicodélicos.
Para un psiquiatra “clásico” o “conservador”, los psicodélicos son “alucinógenos” (toxinas dañinas que inducen una especie de delirio antinatural y poseen la capacidad de causar síntomas semejantes a episodios psicóticos) y definitivamente deben ser evitadas, más allá de que resulten muy interesantes desde el punto de vista científico y médico debido a su capacidad de emular estados de conciencia similares a los que padecen algunos pacientes con trastornos psiquiátricos.
Para un terapeuta o psiquiatra interesado en tratamientos no convencionales, los psicodélicos pueden ser “empatógenos”: la puerta que se abre para tratar con pacientes de difícil acceso, que sufrieron episodios traumáticos y no logran recuperar un estado de bienestar.
Para alguien religioso o interesado en el misticismo, los psicodélicos son “enteógenos”: sustancias con la capacidad de conjurar uno o varios dioses, o de revelar la divinidad latente en el mundo natural.
Para un neurocientífico, los psicodélicos son sustancias que, como su nombre lo indica, se manifiestan en la mente: potentes herramientas para indagar cómo el cerebro genera y preserva los contenidos de su conciencia, cómo funcionan los sentidos y cómo esta información se relaciona entre sí y da origen a nuestra percepción del mundo.
Finalmente, para muchos políticos y un sector conservador de la sociedad, los psicodélicos son “drogas” que deben ser prohibidas y combatidas. Escribimos acá “drogas” entre comillas para transmitir –como mencionamos en otros capítulos de este libro– el error de creer que existe, efectivamente, algo llamado “la droga”, que es universalmente malo y que incluye indiscriminadamente sustancias tan diferentes como la cocaína, la heroína, la marihuana, el éxtasis, el LSD y muchas otras. Al contrario, a partir del enorme cuerpo de evidencia –mucha compilada en este libro–, debería estar claro que existe una gran cantidad de sustancias psicoactivas diferentes (algunas, de hecho, aceptadas socialmente, como el tabaco, el alcohol o el café) y que los psicodélicos son sólo una pequeña pero interesante rama de esta familia de sustancias. Más adelante en este capítulo, cuando discutamos los riesgos asociados al consumo de ciertos psicodélicos, esperamos poder arrojar cierta claridad sobre lo nocivo de esta confusión indiscriminada entre distintas sustancias psicoactivas.
Las drogas psicodélicas
Dado que hasta ahora hemos definido a estas sustancias por su capacidad de desembocar en el estado psicodélico más que por su identidad química, vamos a listar la mayoría de los psicodélicos clásicos tomando como criterio, ahora sí, su estructura química.
Podemos empezar por las “triptaminas” o, más correctamente, “triptaminas sustituidas”, porque se relacionan con la triptamina por medio de la sustitución de ciertos grupos de átomos por otros. Estas son versiones modificadas de la molécula de triptamina, que se encuentra en forma natural en el cerebro humano y actúa modulando la transmisión de impulsos neuronales. En la figura pueden verse las estructuras químicas de la triptamina y la serotonina (dos sustancias naturalmente presentes en el cerebro humano), el DMT (una sustancia que también existe naturalmente en nuestro cerebro pero que además puede consumirse como psicodélico), y la psilocibina y el LSD (dos sustancias psicodélicas clásicas). No es necesario conocer mucho sobre química orgánica para notar que existen importantes similitudes en la estructura química de estas moléculas.
La serotonina se obtiene a partir de la triptamina, mediante el agregado de un grupo hidroxilo (un oxígeno y un hidrógeno: “OH”). El DMT se genera también a partir de la triptamina, mediante el agregado de dos grupos metilo (CH3) conectados a un átomo de nitrógeno. Todas las moléculas presentan un grupo indol (marcado en color), que consiste en dos anillos de átomos de carbono e hidrógeno –que no se muestran en la figura–, uno de ellos unidos a un átomo de nitrógeno e hidrógeno (NH), denominado “pirrol”.
La serotonina se obtiene a partir de la triptamina, mediante el agregado de un grupo hidroxilo (un oxígeno y un hidrógeno: “OH”). El DMT se genera también a partir de la triptamina, mediante el agregado de dos grupos metilo (CH3) conectados a un átomo de nitrógeno. Todas las moléculas presentan un grupo indol (marcado en color), que consiste en dos anillos de átomos de carbono e hidrógeno –que no se muestran en la figura–, uno de ellos unidos a un átomo de nitrógeno e hidrógeno (NH), denominado “pirrol”.
Dietilamida de ácido lisérgico (LSD)
El LSD (sigla proveniente del nombre de la sustancia en alemán: “Lysergsäurediethylamid”) es la sustancia psicodélica más famosa del planeta. También es, posiblemente, la más potente: una dosis de tan solo 20 microgramos (1 microgramo es la millonésima parte de 1 gramo) alcanza para inducir un efecto psicodélico notable. Una dosis estándar hoy por hoy son 50 microgramos, aunque en los ‘60 era común experimentar con dosis mucho más elevadas. Es relevante mencionar esto ya que la intensidad de la experiencia es altamente dependiente de la dosis.
El LSD es una droga sintética, obtenida por primera vez por Albert Hofmann en 1938, quien descubrió sus efectos psicodélicos recién cinco años después, en 1943. La historia de la síntesis del LSD y del descubrimiento de sus propiedades psicodélicas es realmente fascinante. En
Se cree que en distintos momentos a lo largo de la historia de Europa y la América colonial ocurrieron intoxicaciones masivas por la presencia de los hongos del centeno en el pan, lo que resultó en estados de psicodelia colectiva.
ese momento, Hofmann trabajaba como químico empleado por la compañía farmacéutica Sandoz en Basilea (Suiza). Su proyecto consistía en sintetizar y estudiar compuestos químicos derivados del hongo del centeno conocido como “ergot”, de sabido potencial psicodélico. Pero Hofmann no estaba interesado en las propiedades psicodélicas del ergot, sino en su capacidad como vasoconstrictor. Luego de sintetizar una cantidad de compuestos derivados, Hofmann observó con cierto desinterés que el número 25, la dietilamida de ácido lisérgico (LSD-25 en ese momento), no tenía propiedades interesantes y descartó el producto. Se considera que ese día de 1938 fue la primera vez que el LSD hizo acto de presencia en el planeta.
Pero había algo que no encajaba en las cualidades aparentemente inertes del LSD, así que cinco años después Hofmann decidió volver a sintetizar y estudiar el LSD-25. Se cree que en ese momento, por accidente, Hofmann llevó una pequeña cantidad de la sustancia a su boca o bien la absorbió a través de su piel, encontrándose con el primer “viaje” psicodélico con LSD de la historia. En sus propias palabras:
Fui afectado por una notable inquietud, combinada con ligeros mareos. Ya en mi casa, me acosté y me hundí en una condición similar a la intoxicación, aunque no desagradable, caracterizada por una imaginación extremadamente vívida. En un estado de ensueño, con los ojos cerrados (la luz del día me deslumbraba de forma desagradable), percibí un flujo ininterrumpido de imágenes fantásticas, formas extraordinarias con un intenso caleidoscopio de colores. Después de unas dos horas, este estado comenzó a desvanecerse. (1980)
El genio de Albert Hofmann reside, en gran medida, en no haber descartado esta experiencia como una mera intoxicación y como un efecto no deseado de una droga sintetizada con el propósito de producir vasoconstricción. Decidido a llegar al fondo del asunto, repitió la experiencia con una cantidad que él consideró muy pequeña de LSD-25: 250 microgramos (hoy sabemos que es una cantidad enorme). Dado que esa medida fue estimada tomando como referencia otras sustancias psicoactivas, Hofmann no
Un grano casi invisible de LSD alcanza para transformar completamente la conciencia de una persona. Los efectos pueden llegar a durar más de 10 horas.
esperaba sentir ningún tipo de efecto. Su plan era incrementar gradualmente la dosis hasta determinar el umbral a partir del cual los efectos se volvían perceptibles. Pero, contrariamente a sus expectativas, Hofmann emprendió un viaje psicodélico de una intensidad extraordinaria, superando incluso su primera ingesta accidental, hasta el punto de creer perder la cordura. Bajo supervisión médica, se comprobó que su vida no parecía estar en peligro, dado que los médicos no registraron problemas en su ritmo cardíaco, su presión arterial o su respiración.
Algo muy notable es que la permanencia de la droga en el cuerpo es más corta que la duración de sus efectos subjetivos. Es decir, el LSD genera una cascada de cambios en el cerebro que persisten aun luego de la desaparición de la sustancia en el organismo.
Esta variedad de receptores de serotonina (5-HT2A) tiene la particularidad de localizarse específicamente en la capa más externa del cerebro, en neuronas que forman redes que comunican diversas regiones cerebrales. Son muy abundantes en grupos neuronales involucrados en el pensamiento consciente y las funciones cerebrales “superiores” o “integrativas” (Nichols, 2016), es decir, en aquellas regiones que se encuentran más desarrolladas en el ser humano en comparación con los primates.
Los mecanismos por los cuales este proceso ocurre no se conocen con exactitud. Sin embargo, se sabe que la acción del LSD en el cerebro tiene lugar en gran medida debido a la antes mencionada similitud química con la serotonina (5-hidroxitriptamina), una sustancia que se encuentra naturalmente en el cerebro y cumple la función de modular químicamente la transferencia de impulsos eléctricos entre neuronas (lo que se conoce como un “neurotransmisor”). Debido a esto, el LSD tiene una afinidad muy grande por ciertos receptores de serotonina (los 5-HT2A) y puede interactuar con ellos (Nichols, 2016). El efecto neto de esta interacción es un aumento en la excitabilidad de las neuronas que poseen este tipo de receptores y, por lo tanto, un incremento en su actividad (Andrade, 2011).
El consumo de LSD resulta en un estado psicodélico “típico” que tiene muchas de las características que enumeramos anteriormente. Entre todas las drogas psicodélicas, el LSD es una de las que menos afecta variables fisiológicas como el pulso, la presión arterial o la temperatura de la piel. El efecto del LSD se produce, en general, casi exclusivamente a nivel de la conciencia, por lo que se considera que, al menos en lo que respecta a sus efectos fisiológicos y en dosis moderadas, es una de las drogas más seguras que existen. Esto no significa que sea imposible
Es posible introducir la droga en el cuerpo por diversas vías, incluyendo oralmente por medio de una solución líquida, pero el método más popular es a través de papel impregnado de dicha solución
sufrir una sobredosis letal de LSD. De hecho, existe un reporte de muerte de un elefante por sobredosis de LSD, aunque habría que tomar con pinzas la veracidad del hecho. En 1963, en la Universidad de Oklahoma (Estados Unidos), científicos inyectaron una dosis errónea de LSD (aproximadamente 300 miligramos, unas quince mil veces la dosis mínima de 20 microgramos que mencionamos anteriormente) a un elefante llamado Tusko, con el propósito de inducir un estado de agresividad. Minutos más tarde, el elefante estaba muerto: después de que se desplomara en el suelo y comenzara a convulsionar, los investigadores le administraron una gran dosis de psicofármacos (promazina y pentobarbital) para revertir su estado, pero falleció. En realidad, no se puede extraer ninguna conclusión de este triste “experimento”. Tusko recibió una dosis treinta veces mayor a lo que hubiese necesitado para tener un efecto clínico, en combinación con psicofármacos de elevada toxicidad en un cantidad abundante.
En cualquier caso, la afirmación de que una sobredosis con LSD es muy difícil proviene de la gran brecha que existe entre la dosis letal y la dosis que induce un estado psicodélico muy potente. Este margen permite a los usuarios tener experiencias muy intensas alejados de la posibilidad de sufrir una sobredosis. La diferencia es tan grande que la dosis letal en humanos no se conoce al día de hoy.
Sin embargo, es importante señalar que la naturaleza puramente “mental” de la experiencia psicodélica con LSD no significa que no existan riesgos asociados. Cabe la posibilidad de que un mal viaje que pueda resultar en un accidente o una experiencia traumática a corto o largo plazo (riesgo que es posible disminuir prestando adecuada atención al set y al setting). Más preocupante es el consumo de LSD en personas con trastornos psiquiátricos (psicosis, esquizofrenia) o con propensión a desarrollarlos. Existe alguna evidencia de que el LSD es capaz de inducir o empeorar estas condiciones, aunque otras drogas de consumo más frecuente (por ejemplo, cannabis o cocaína) presentan un riesgo aún mayor.
Hay otros riesgos más obvios asociados al consumo de LSD. Por ejemplo, la intensidad de la experiencia psicodélica puede ser desbordante y no es para nada recomendable exponerse a situaciones en las cuales prestar atención y reaccionar con rapidez sean esenciales (como puede ser manejar un vehículo).
Por otra parte, una característica del LSD es que no se lo considera una sustancia adictiva (Nichols, 2016). De hecho, la mayoría de las personas que lo consumen se interesan por hacerlo sólo unas pocas veces y luego pasan períodos largos de tiempo (quizás el resto de su vida) sin volver a hacerlo.
El consumo muy frecuente de LSD genera tolerancia en el usuario y disminuye casi por completo la potencia de sus efectos. Además, en este sentido, el LSD es “antiadictivo”. (Nichols, 2016)
Otro riesgo asociado al consumo de LSD, que nada tiene que ver con la química del cerebro o con trastornos psiquiátricos, es el peligro de consumir LSD en el marco legal vigente en la mayoría de los países. En la actualidad, la tenencia y consumo de LSD se encuentran penados por la ley en casi todos los países del mundo y se contemplan castigos como la encarcelación; o incluso en algunos países asiáticos y dependiendo de la magnitud de la “ofensa”, hasta cadena perpetua o pena de muerte. Se sabe que pasar un tiempo en prisión puede tener consecuencias devastadoras para la vida de una persona, consecuencias que son completamente desproporcionadas respecto a los riesgos a la salud que apareja el consumo de LSD.
La experiencia psicodélica generada por el LSD tiene una enorme relevancia histórica en el siglo XX: desde la psicodelia de The Beatles y Pink Floyd, hasta los científicos que le atribuyeron la inspiración para realizar sus descubrimientos (entre ellos, James Watson y Francis Crick, descubridores de la estructura del ADN).
Si consideramos sus posibles usos terapéuticos y científicos, las consecuencias de la ilegalidad del LSD van más allá de la libertad individual de experimentar el estado psicodélico. Antes de la masificación del LSD y la emergencia de la cultura “hippie”, una verdadera explosión de investigaciones sobre los efectos terapéuticos del LSD tuvo lugar en Europa y Estados Unidos durante las décadas del ’50 y ’60. Clínicas especializadas se dedicaron a utilizar el LSD para tratar trastornos como depresión, ansiedad y adicciones de distinta severidad y causas. Albert Hofmann, trabajando todavía en los laboratorios Sandoz, lo distribuía gratuitamente a psiquiatras y psicólogos interesados en utilizarlo con fines terapéuticos, bajo el nombre de “Delysid”. Pero la popularización del LSD como una sustancia capaz de alterar el orden preestablecido y la emergencia de un movimiento contracultural fuertemente asociado a la droga desencadenaron la manipulación mediática, una histeria colectiva y la decisión política apresurada de prohibir el consumo recreativo de LSD, sus usos médicos y la investigación de sus efectos en el cerebro humano.
Es muy difícil decidir, con la evidencia que tenemos hoy, si estos trata-
mientos hubiesen resultado útiles a largo plazo. Pero ese es justamente el problema: la prohibición del LSD y la “guerra contra las drogas” que domina la legislación desde comienzos de los ‘70 truncaron todas nuestras posibilidades de conocer el verdadero potencial terapéutico de esta sustancia. Recién por estos días la investigación con psicodélicos está volviendo a despegar, después de una escala técnica de unas cuatro décadas.
Psilocibina
La psilocibina es una droga psicodélica que se encuentra como compuesto activo en los hongos “mágicos” del género Psilocibe. Se conocen unos setenta hongos que contienen psilocibina, dispersos en Europa, Asia y América. Si bien su uso ceremonial se extiende al pasado remoto, en Occidente estos hongos se popularizaron en 1957 luego de un artículo en la revista Life, en el que un banquero norteamericano describió su experiencia con la droga en México. Posteriormente, Albert Hofmann estableció el procedimiento necesario para sintetizar psilocibina de alta pureza en el laboratorio.
El consumo de psilocibina –ya sea en su forma pura o a través de la ingesta por medio de hongos– resulta en un estado psicodélico muy similar al que se obtiene mediante el consumo de LSD, tanto en sus cualidades
La psilocibina también está relacionada con la triptamina, ejerciendo sus efectos por su afinidad con los receptores 5-HT2A de serotonina.
como en su farmacodinámica (cuánto tiempo se tarda en llegar al punto máximo de la experiencia y cuánto dura esta, que es en general algo más corta que con LSD). Existe cierta evidencia (aunque aún anecdótica) de que puede haber diferencias en los estados psicodélicos inducidos por LSD y por psilocibina; por ejemplo, que en el segundo caso se trata de un estado más “relajado” y con humor generalmente más positivo. Pero es muy difícil separar estos reportes del set y setting asociados usualmente a cada una de las drogas. Por ejemplo, por el mero hecho de que la psilocibina puede adquirirse mediante hongos que se recolectan en el campo, es más común que su consumo ocurra en un ambiente natural, lo cual podría influenciar la experiencia típica. En general, una diferencia importante con el LSD es la conveniencia de ayunar antes de la ingesta de hongos para limitar la posibilidad de náuseas y vómitos.
A diferencia del LSD, el “estigma” cultural y político de la psilocibina y de los hongos que la contienen es mucho menor. Por este motivo, muchos de los experimentos recientes con drogas psicodélicas optan por la utilización de psilocibina en vez del LSD. Por ejemplo, en la primera investigación del estado psicodélico –que utilizó la resonancia magnética funcional (una técnica moderna de neuroimágenes)–, realizada en 2012 por el grupo de David Nutt en el Imperial College of London, se empleó psilocibina en lugar de LSD. Algunos estudios recientes que evalúan el potencial de las drogas psicodélicas para tratar la ansiedad (en particular, la ansiedad existencial en pacientes terminales de cáncer) fueron originalmente diseñados para utilizar LSD, pero las trabas legislativas resultaron infranqueables y finalmente la psilocibina emergió como un candidato similar y más aceptado desde el punto de vista legal y político.
La dosis típica de psilocibina (presente en los hongos) depende del tipo de hongo que se trate. En la mayoría de los casos, unos 5 gramos de hongo seco alcanzan para inducir un estado psicodélico potente, lo que correspondería
Las intoxicaciones fatales con hongos son muy raras. Cuando ocurren, suelen estar acompañadas por el consumo de alcohol. El número de muertes reportadas por consumo de hongos mágicos entre 1960 y 2010, fue de once. (Van Amsterdam y otros, 2011)
a una dosis de 2 miligramos de psilocibina aproximadamente. Pero dosis mucho más altas (superiores a 30 miligramos) no conllevan riesgos mayores en términos fisiológicos. Al igual que el LSD, la psilocibina es una droga relativamente segura y una sobredosis es virtualmente imposible: un ser humano debería comer 17 kg de hongos frescos para alcanzar una dosis letal media (Van Amsterdam y otros, 2011). Sin embargo, la droga comparte algunos riesgos con el LSD –el potencial de gatillar una psicosis en pacientes que sufren algún trastorno mental relacionado, como esquizofrenia– y presenta uno adicional: la posibilidad de confundir un hongo “mágico” con uno tóxico, lo que sí es potencialmente letal. Por lo tanto, cualquier usuario debería informarse adecuadamente antes de consumir hongos silvestres.
Finalmente, la situación legal de la psilocibina es complicada y sirve para ilustrar de manera única las facetas más absurdas de la “guerra contra las drogas”. La psilocibina pura (por ejemplo, sintetizada en un laboratorio) es ilegal y en muchos países se encuentra en la misma categoría que el LSD. Sin embargo, a diferencia del LSD, la psilocibina existe naturalmente en el campo, ya que está presente en una variedad de hongos que crecen alrededor del estiércol animal y en prados húmedos. ¿Cómo se interpreta esto? ¿Significa que los dueños de un campo en el cual crecen hongos “mágicos” deben ser procesados por tenencia –o, peor aún, por producción− de estupefacientes? Y, si no, ¿en qué momento exacto los hongos se vuelven “ilegales”? ¿cuando se secan para su consumo? ¿y si se consumen frescos? ¿Es lícito recoger un hongo del campo y consumirlo, pero no transportarlo a otro lugar? Es imposible que la prohibición de una sustancia que crece naturalmente en presencia de tierra y un poco de humedad no desemboque en un ridículo laberinto de confusiones legales.
DMT
El DMT (dimetiltriptamina) es una sustancia psicodélica que se encuentra emparentada químicamente con las que venimos describiendo, pero que también tiene algunas características únicas. En primer lugar, y a diferencia del LSD y la psilocibina, el DMT se encuentra naturalmente en el cerebro humano. Existen algunas teorías sobre el origen y la función del DMT endógeno en el cerebro; por ejemplo, se cree que se genera en la glándula pineal (una estructura cerca de la base del cerebro que segrega diversas hormonas) y que juega un rol importante en experiencias místicas y cercanas a la muerte, aunque no existe evidencia científica sólida que apoye estas afirmaciones y deben ser tomadas por el momento de manera plenamente especulativa.
Otra peculiaridad del DMT es su incapacidad para inducir el estado psicodélico por vía oral. El motivo de esto es su rápida degradación por la
El consumo de ayahuasca resulta en una experiencia psicodélica intensa y prolongada, acompañada de aspectos desagradables como náuseas y vómitos intensos
enzima monoamino oxidasa, presente en las mitocondrias de la mayoría de las células del organismo. La combinación de DMT con inhibidores de monoamino oxidasa es suficiente para experimentar sus efectos psicodélicos. Esta combinación ocurre en la preparación amazónica “ayahuasca”, a base de diversas plantas ricas en la triptamina DMT y en inhibidores de monoamino oxidasa. Por ejemplo, mediante la combinación de Psychotria viridis (que aporta el DMT) y Banisteriopsis caapi (que aporta el inhibidor de monoamino oxidasa), es posible experimentar los efectos psicodélicos del DMT por vía oral. Es interesante pensar en la enorme sabiduría acumulada por las comunidades amazónicas a lo largo de siglos que fue capaz de conducir −sin ningún conocimiento académico de química orgánica o farmacología− a la combinación justa de ingredientes para liberar el potencial psicodélico del DMT.
Fumar DMT causa una experiencia mucho más corta, casi paroxística, pero sin los problemas típicos de su ingesta oral. En ambos casos, una característica frecuente del DMT es su capacidad de conjurar “entidades”, seres “cósmicos” que se involucran y dialogan con el usuario de la droga (énfasis en las comillas).
Los riesgos asociados al consumo de DMT son similares a los que presentan otras drogas psicodélicas emparentadas con las triptaminas, así como su mecanismo de acción en el cerebro. Un riesgo adicional es la necesidad de consumirla por vía oral en combinación con inhibidores de monoamino oxidasa, los cuales pueden tener interacciones peligrosas con ciertos alimentos (en especial aquellos ricos en una monoamina denominada “tiramina”, por ejemplo, ciertos quesos y nueces) y medicamentos (como algunos fármacos antidepresivos).
La legalidad del DMT es un asunto complicado, especialmente por tratarse de una sustancia que todos −queramos o no− sintetizamos en nuestro cerebro.
Amanita muscaria (muscimol)
De aspecto rojo con pintas blancas, los hongos Amanita muscaria −conocidos a veces como “matamoscas” por su capacidad para paralizar insectos−, contienen el compuesto psicoactivo “muscimol”, capaz de inducir una potente experiencia psicodélica. También contienen otra sustancia que contribuye al efecto psicodélico, el ácido iboténico, que una vez ingresado en el organismo se convierte en muscimol.
El consumo de Amanita muscaria resulta en una experiencia que incluye varias de las facetas típicas del estado psicodélico, pero con una dimensión fuertemente disociativa y algo sedativa. Por “disociativa” se entiende la separación del individuo de su entorno y su individualidad. El consumo de Amanita muscaria puede resultar en la experimentación, de manera más o menos desinteresada y objetiva, de situaciones que bajo circunstancias ordinarias causarían una fuerte respuesta emocional: dolor y sensaciones placenteras o desagradables.
El mecanismo de acción del muscimol es diferente al de las triptaminas como el LSD o la psilocibina. El muscimol tiene afinidad por receptores de ácido gamma-aminobutírico (GABA), el principal neurotransmisor inhibidor en el cerebro humano. La presencia global de receptores GABA en el cerebro sugiere que el muscimol tiene la posibilidad de afectar de forma igualmente global a distintos sistemas en simultáneo, pero el mecanismo preciso de su accionar no es conocido.
El consumo de Amanita muscaria es tradicional en distintas culturas y se ha llegado a postular que se trata del mítico “soma” de la tradición de la India védica. Lo cierto es que es una droga menos segura que las mencionadas anteriormente. Una dosis de 10 miligramos de muscimol es suficiente para inducir una experiencia psicodélica y disociativa, y esta cantidad puede conseguirse en aproximadamente 1-5 gramos de hongos Amanita muscaria secos. Se estima que alrededor de quince hongos frescos podrían constituir una dosis tóxica. El margen entre la dosis psicoactiva y la dosis tóxica (unos 15 hongos) es ciertamente mucho menor que en otras sustancias (incluso que en otros hongos, como aquellos que contienen psilocibina).
Mescalina
La mescalina es una droga psicodélica de gran relevancia cultural e histórica, aunque en la actualidad su uso es mucho menos común que en el pasado. A diferencia de otras de las drogas que mencionamos
Una de las diferencias principales entre la mescalina y los otros psicodélicos es una menor incidencia de distorsiones visuales complejas y una experiencia más emocional y espiritual, sobre todo más contemplativa y meditativa. El usuario podría estar horas observando una escena estática –por ejemplo, una mesa con objetos o un jardín–, descubriendo constantemente nuevos detalles, información y complejidad.
anteriormente, la mescalina (3,4,5-trimetoxi-beta-feniletilamina) no es una triptamina, sino que es afín a la feniletilamina, otra molécula que se encuentra naturalmente en el cerebro como neuromodulador. Otras sustancias emparentadas con la feniletilamina son las anfetaminas, la dopamina y la adrenalina. A pesar de las diferencias que existen en la química de la mescalina y de otras drogas como el LSD o la psilocibina, la mescalina comparte varias similitudes en su acción en el cerebro humano, en particular, su afinidad con los receptores 5-HT2A de serotonina. Posiblemente por este motivo, la experiencia psicodélica inducida por la mescalina es similar a aquellas inducidas por el LSD o la psilocibina.
La historia del uso ritual de la mescalina y su introducción en Occidente es muy interesante. Por milenios, el consumo de mescalina como parte del cactus peyote fue una piedra fundamental de las religiones nativas de México y sigue siéndolo en las ceremonias de la Native American Church. En Occidente, la mescalina fue la única sustancia psicodélica conocida
Los riesgos asociados a consumir mescalina mediante peyote son muy bajos. La droga afecta mínimamente la fisiología corporal, pero es posible experimentar náuseas y vómitos por el desagradable sabor del cactus.
por décadas (empezando a fines del siglo XIX) y además la primera en ser sintetizada artificialmente en un laboratorio en 1897 por el químico alemán Arthur Heffter. La contribución de Heffter a la ciencia de los psicodélicos se considera fundacional y es por esto que una de las mayores organizaciones contemporáneas dedicada al estudio de este tipo de sustancias lleva su nombre: el Heffter Research Institute. Más recientemente, la mescalina fue una de las primeras sustancias psicodélicas en entrar a la psiquis colectiva a causa del libro de Aldous Huxley Las puertas de la percepción, publicado en 1954. En él, Huxley describe su experiencia luego de la ingesta de 400 miligramos de mescalina.
La manera tradicional de ingerir mescalina es secar “botones” de peyote y consumirlos oralmente; cada “botón” seco contiene alrededor de 25 miligramos de mescalina y la dosis activa puede rondar los 100 miligramos. En Sudamérica, la mescalina puede también encontrarse en el cactus San Pedro. El viaje psicodélico asociado a la mescalina es relativamente largo y puede durar entre 6 y 10 horas.
Como ocurre con otras drogas psicodélicas presentes en la Naturaleza, el estatus legal de la mescalina es complicado. En países donde se utiliza con fines religiosos (como en Estados Unidos) existen contemplaciones para su ingesta a través de peyote. En otros países, su producción, posesión, consumo y comercio en forma pura es ilegal, pero es legal tener los cactus que la contienen.
MDMA (“éxtasis”)
El MDMA (3,4-metilendioximetanfetamina) es una droga conocida popularmente como “éxtasis” o “Molly”. Sus propiedades psicodélicas son algo distintas a las de sustancias “clásicas” como el LSD o la psilocibina. En particular, la dimensión sensorial se ve disminuida y se potencia su capacidad como “empatógeno”: es una droga capaz de generar fuertes sentimientos de afinidad y amor entre individuos. Su consumo se asocia también con un estado generalmente placentero y con un aumento paradójico de la relajación y de la vigilancia al mismo tiempo. Sus efectos comienzan entre 30 y 60 minutos después de la ingesta y su duración se encuentra en el rango de las 2 a 5 horas.
En varios países es común encontrar MDMA en fiestas electrónicas en forma de tabletas que contienen alrededor de 50-60 miligramos de MDMA, aunque actualmente pueden encontrarse dosis mayores
El mecanismo de acción del MDMA se basa en estimular la liberación de neuromoduladores como la serotonina e inhibir su recaptación, aumentando así su concentración entre neuronas.
(100 mg). El consumo de éxtasis en fiestas electrónicas genera un ambiente colectivo de euforia y un estado de hipervigilancia que suele extender las fiestas por períodos prolongados de tiempo, “sincronizándose” con una estimulación sensorial intensa que incluye música y luces rítmicas. Por supuesto, el uso de MDMA no es exclusivo de este tipo de fiestas y suele experimentarse individual o colectivamente en otras situaciones, algunas de ellas con potencial terapéutico. De hecho, el consumo de MDMA no siempre estuvo asociado a fiestas y recreación. La droga fue sintetizada por primera vez en 1912 por la empresa farmacéutica Merck, fue investigada extensamente por el brillante químico Alexander Shulgin en la década del ‘70 y fue explorada como agente terapéutico hasta su prohibición, que tuvo lugar entre fines de los ‘70 y mediados de los ‘80.
La adulteración de las “tabletas” con otras sustancias es un problema mayor en el mercado ilegal, donde no existen controles y se utilizan compuestos con mayor potencial dañino que el MDMA mismo (como las anfetaminas). Esto representa un riesgo adicional que no se encuentra presente en otras drogas psicoactivas asociadas a medios “naturales” (como la psilocibina y la mescalina). El MDMA está prohibido en gran parte del mundo y por lo tanto su tenencia y consumo representan un elevado riesgo legal. Pero también hay otros riesgos asociados a esta droga, dado que para el caso del MDMA sí existen registros de muertes relacionadas con su consumo. El asunto de qué tan riesgoso es el MDMA es complicado, ya que existe mucha evidencia en conflicto, y existe un interés en amplificar parte de esa evidencia −la que soporta la legislación vigente− y anular la evidencia contraria.
En primer lugar, en términos fisiológicos el MDMA ejerce más efectos que el LSD, la psilocibina y la mescalina. La lista de efectos adversos incluye aumento de la temperatura y la sudoración, deshidratación, hipervigilancia, incremento de la presión arterial y la frecuencia de las pulsaciones cardíacas, vómitos y diarrea. En el contexto de una fiesta electrónica, donde el usuario se encuentra en continuo movimiento y puede realizar una cantidad extenuante de ejercicio, algunos de estos efectos adversos se vuelven peligrosos y potencialmente letales. Por ejemplo, si el usuario no logra percatarse de un aumento drástico en su temperatura corporal, es posible que sufra fallos hepáticos (entre otras cosas) que conduzcan a un riesgo de muerte. Para contrarrestar este efecto, es común beber una cantidad abundante de agua, pero un exceso en el consumo de agua en conjunción con los efectos del MDMA sobre el riñón puede disminuir la concentración de ciertos minerales (como el sodio). Esta pérdida del balance electrolítico es capaz de ocasionar convulsiones y hasta un estado de coma y/o la muerte.
El uso de MDMA puede volverse peligroso tanto en el extremo de hipertermia y deshidratación como en el extremo de un exceso de hidratación.
Distintas investigaciones han intentado demostrar que el MDMA puede además producir “neurotoxicidad” (es decir, daños permanentes al sistema nervioso, como un aumento en la muerte de neuronas). A diferencia de los riesgos presentados en el párrafo anterior, la neurotoxicidad del MDMA representaría un daño a largo plazo, que podría intensificarse gradualmente en el tiempo hasta causar lesiones cerebrales irreversibles. La realidad es que no existe evidencia incontrovertible a favor de la neurotoxicidad del MDMA. Algunos estudios en animales demuestran la posibilidad de lesiones cerebrales, pero con dosis mucho más altas que el consumo típico de MDMA en humanos. Un estudio muy famoso realizado por el grupo de George Ricaurte en la Universidad John Hopkins (Estados Unidos) “demostró” la neurotoxicidad del MDMA en primates, para luego ser retractado porque los investigadores habían confundido las etiquetas de dos envases y habían administrado metanfetaminas a los animales en vez de MDMA (2002). El gran problema es que todos los medios ya se habían hecho eco del “descubrimiento” para el momento en que se destapó el error (o el fraude). Se ha afirmado también la existencia de cambios en la conformación de materia gris y blanca en usuarios crónicos de MDMA, y la disminución de ciertas capacidades cognitivas.
Lo cierto es que, si bien la afirmación de que el MDMA produce severa neurotoxicidad en humanos es probablemente exagerada, es imposible concluir que su consumo es completamente seguro (o, al menos, tan seguro como el de otras drogas igualmente ilegales como el LSD). ¿Significa esto que todos los fines de semana mueren jóvenes en fiestas electrónicas por el consumo de MDMA? ¿Qué tan severo es el problema? En su libro The Psychedelic Renaissance (2012), el psiquiatra británico Ben Sessa pone en contexto los riesgos asociados al MDMA presentando cifras: se estima que en un año típico se consumen cien millones de dosis de éxtasis en el Reino Unido, con una mortalidad de veinte a cuarenta usuarios en ese período de tiempo. Sin embargo, es difícil adjudicar todas las muertes al consumo de MDMA. Un estudio de hace aproximadamente una década analizó unas ochenta muertes relacionadas al consumo de MDMA entre los años 1997 y 2000 y encontró que, en el 59% de esos casos, los fallecidos habían consumido también opiáceos (por ejemplo, heroína o morfina) y, en el 60% de los casos, alcohol.
¿Y por qué no? ¿Por qué no prohibir el éxtasis, si realmente tiene potencial para dañar a los usuarios? ¿Es tan importante que todos los fines de semanas miles de personas en todo el mundo puedan utilizar el MDMA para participar de la ceremonia colectiva contemporánea de las “raves”?
Para contrastar los riesgos asociados al consumo de una sustancia ilegal como el MDMA y una actividad completamente legal (e incluso alentada por la sociedad), el científico y psiquiatra David Nutt comparó el consumo de éxtasis con la equitación (lúdicamente denominada “equasy”) (2009). La conclusión fue que, por supuesto, el éxtasis no es más riesgoso que la “equasy” y que una política consistente sería prohibir también la equitación (mucho más sobre esto en el capítulo “¿Cómo medimos los daños causados por las drogas?”).
¿No sería mejor vulnerar un poco las libertades individuales, pero proteger a esas veinte o cuarenta personas que mueren anualmente –pero también algo dudosamente– por culpa del MDMA? La respuesta es, simplemente, no: la demonización del MDMA no cumple un rol protector. La gente sigue encontrando maneras de consumir MDMA, y si es mediante un mercado ilegal, será siempre en combinación con peligrosos adulterantes. Además, el estatus de esta sustancia es perjudicial para aquellas personas que intentan explorar el uso de MDMA en psicoterapia. De la misma manera que con el LSD, existió un tiempo en el que el MDMA fue investigado por su potencial terapéutico, en particular por la capacidad de crear un vínculo de confianza entre el paciente y el terapeuta, y también otras condiciones subjetivas ventajosas para la terapia. Fue sólo después de su masificación en la cultura “rave” (similar a lo ocurrido con el LSD y la cultura “hippie” durante los ‘60) que los políticos cedieron a la histeria de la prensa ante lo desconocido y apretaron el “botón del pánico”: demonizaron el MDMA y lo volvieron completamente ilegal, terminando abruptamente con los esfuerzos para utilizarlo con fines médicos. Luego de muchas idas y vueltas, ciertas organizaciones fueron creadas con el propósito de luchar por la oportunidad de reestablecer la investigación médica con MDMA. Un ejemplo notable es la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos (MAPS, por sus siglas en inglés), liderada por Rick Doblin, que desarrolla y financia investigación básica y aplicada con el objetivo de dilucidar el potencial terapéutico del MDMA para ciertas patologías, como los trastornos de ansiedad y el síndrome de estrés postraumático.
Ketamina
La ketamina es una droga sintética que ejerce complejos efectos dependientes de la dosis. Puede administrarse por vía oral, por inyección o por inhalación. En dosis relativamente bajas, la ketamina actúa en aproximadamente unos 10 minutos y conduce a un “estado disociativo” (previamente hablamos del hongo Amanita muscaria y su compuesto activo, el muscimol, que conduce a un estado similar). El estado disociativo inducido
Se entiende por “estado disociativo” a la desvinculación con las sensaciones externas e internas, lo que no significa dejar de percibirlas, sino más bien “alejarse” y observarlas desde un punto de vista quizá más “objetivo” o despersonalizado.
por la ketamina, que dura aproximadamente una hora, puede exacerbarse más y más aumentando la dosis hasta resultar en lo que se conoce en la jerga como un “k-hole”: un estado soporífero de disociación extrema caracterizado por alteraciones intensas en la percepción y el tiempo, y una fuerte sedación.
En dosis más altas, la ketamina –conocida por algunas personas como un “tranquilizante para caballos”– tiene efectos anestésicos. Su carácter de anestésico se relaciona con su capacidad para inducir un estado disociativo: no es tanto la supresión del dolor (como logran sustancias de la familia de los opiáceos, por ejemplo, la morfina), sino una desvinculación de las sensaciones desagradables asociadas al dolor. La ketamina no reprime la respiración ni la presión arterial como otros anestésicos, por eso suele ser útil en circunstancias donde estas variables son críticas, por ejemplo, en pacientes con baja presión arterial, problemas respiratorios y en niños.
El mecanismo de acción de la ketamina no es el mismo que el del muscimol, aunque existen similitudes. La ketamina bloquea los receptores de glutamato NMDA (N-metil-D-aspartato), es decir, es un “antagonista” de este receptor. El glutamato es el principal neurotransmisor excitatorio del cerebro humano: simplificadamente, cuando una neurona libera glutamato, incrementa las chances de generar actividad eléctrica en las neuronas que se encuentran conectadas a ella. Por otra parte, el muscimol es capaz de excitar receptores de GABA (es decir, es un “agonista” de este receptor). En términos simples, una droga inhibe la excitación y la otra potencia la inhibición.
El uso de la ketamina tiene más problemas y riesgos que el de otras sustancias psicodélicas. En primer lugar, se sabe que la ketamina puede causar daños a los tractos urinarios y a la vejiga, que son relativamente comunes en usuarios recreativos crónicos. En segundo lugar, no existe una gran diferencia entre una dosis sub-anestésica y una dosis anestésica de ketamina, lo cual puede resultar en un estado de vulnerabilidad al entorno y los elementos. En tercer lugar, y a diferencia de la mayoría de las sustancias que discutimos en este capítulo, la ketamina sí es capaz de generar dependencia. Riesgos adicionales se asocian a su consumo combinado con otras sustancias, como el alcohol, las benzodiazepinas y los barbitúricos.
A pesar de estos problemas, por su extendido uso como anestésico, la ketamina es una sustancia regulada, pero no ilegal. A diferencia de otras sustancias psicodélicas mucho más inofensivas, se reconoce que sus posibles aplicaciones justifican una legislación menos severa. Si bien su uso más común y aceptado es como anestésico, actualmente se está explorando para tratar la depresión y crear un modelo empírico y transitorio de trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia.
Floripondio y datura
La inclusión del floripondio (Brugmansia arborea) en esta lista obedece a tres motivos. En primer lugar, el floripondio es una planta relativamente común en Argentina y se la puede encontrar con facilidad en los jardines de muchas casas. En segundo lugar, discutir acerca del floripondio puede contribuir a disipar la noción de que las sustancias que modifican nuestra percepción son generalmente seguras, ya que es una planta de altísima toxicidad. En tercer lugar, el floripondio es un ejemplo que permite distinguir sustancias psicodélicas de auténticos alucinógenos.
Se trata de una planta (emparentada con la datura) que presenta flores de distintos colores con forma de trompeta o campana. Todas las partes de la planta (incluyendo las flores) son ricas en sustancias alcaloides tóxicas como la escopolamina y la atropina. Las flores son la parte menos tóxica de la planta y suelen prepararse hirviéndose en un té que se consume por sus efectos alucinógenos. A diferencia de sustancias psicodélicas como el LSD o la psilocibina, el consumo del té de floripondio tiene efectos alucinógenos “puros”: es posible perder la noción de que las distorsiones perceptuales que experimentamos no son reales, resultando en un estado de profunda confusión que podría denominarse “delirio”. Otros efectos del consumo de floripondio son vómitos, diarrea, parálisis, pérdida de la visión (debido a la parálisis del músculo ciliar en el ojo) y muerte. Hay una separación muy fina entre una dosis activa de floripondio y una dosis potencialmente letal, por lo cual su consumo es realmente peligroso.
De esta manera, terminamos la presentación de las drogas psicodélicas “clásicas”, así como de algunas no tan conocidas en la actualidad, pero igualmente relevantes. Una tendencia en aumento desde hace algunas décadas es la proliferación de “drogas de diseño”, artificialmente obtenidas con el propósito de generar fuertes experiencias psicodélicas. Debido a la gran cantidad de drogas de este tipo y su panorama constantemente cambiante, evitamos discutirlas en este capítulo, pero las desarrollamos en el siguiente sobre esta temática.
Las drogas psicodélicas y la realidad
El estado psicodélico se caracteriza por experiencias de tipo místico y espiritual. También se describen sucesos ajenos a lo ordinario que desafían una explicación científica: comunión con entidades alienígenas, comprensión inmediata del cosmos y todo lo que contiene, capacidad de ver una realidad que trasciende la experiencia ordinaria, colores y formas geométricas simples o complejas que antes no éramos capaces de percibir, y la lista continúa.
Como científico, a veces encuentro muy difícil leer libros sobre psicodélicos porque muchos autores –algunos de ellos también científicos o médicos– deliberadamente introducen una ambigüedad respecto de la realidad de la experiencia psicodélica. Por ejemplo, al consumir DMT, ¿se revelan entidades alienígenas que están ahí, pero no pueden apreciarse en un estado ordinario de conciencia? ¿O simplemente son conjurados como una visión, una distorsión de la realidad alimentada por las expectativas de la experiencia y por el entorno (de nuevo, set y setting)? En 1968, en su libro Las enseñanzas de Don Juan, Carlos Castaneda escribe las siguientes líneas al respecto:
En este punto hice a Don Juan la pregunta inevitable:
“¿Me convertí realmente en cuervo? O mejor dicho, ¿habría pensado cualquiera, al verme, que era yo un cuervo común?” […]
Señalé que, según lo que él decía, uno se transformaba realmente en cuervo, o grillo o cualquier otra cosa. Pero él insistió en que yo entendía mal.
“Se necesita mucho tiempo para aprender a ser un cuervo cabal”, dijo. “Pero tú no cambiaste, ni dejaste de ser hombre. Es otra cosa lo que pasa”.
Por supuesto, el usuario no se transforma en cuervo u otro animal por consumir una droga psicodélica. Ciertamente, es otra cosa lo que ocurre. Los vívidos colores y las formas geométricas que se observan no son reales: si grabáramos con una cámara digital el mismo plano donde se perciben esas alucinaciones y luego viéramos la grabación, todas ellas estarían ausentes. La persona podría engañarse y pensar que todo es real si eso lo lleva a una experiencia más divertida o emocionante, pero no podemos abandonar la necesidad de pruebas objetivas y científicas sólo porque se experimentan en primera persona cosas ajenas a lo ordinario.
¿Significa esto que la irrealidad de ciertas facetas del estado psicodélico conspiran contra su valor como objeto de estudio científico? La respuesta es un gigantesco “no”. El motivo es que, si bien mucho de lo que se percibe en el estado psicodélico no es “real”, mucho de lo que percibimos fuera del estado psicodélico tampoco lo es. Nuestra percepción visual, por ejemplo, es en gran medida una ilusión, incluso durante estados “ordinarios” de conciencia. Lo que vemos es una construcción, un engaño; no es “real”. Por ejemplo, el ojo se encuentra atravesado por pequeñas venas y capilares, pero nunca las vemos: el funcionamiento normal del sistema visual las filtra. Si fuéramos capaces de colocar una cámara digital en la posición de nuestra retina, veríamos una escena muy distinta. Existen puntos ciegos en el campo visual que se rellenan con información de sus inmediaciones. Y a pesar de que los globos oculares se encuentran constantemente en movimiento, nuestra percepción se estabiliza y las imágenes visuales que recibimos se encuentran relativamente quietas.
En mi opinión, los psicodélicos representan una forma potente de desar- mar la “realidad” y reemplazarla por otra en su lugar: en varios sentidos, ambas son ilusiones y ninguna de las dos es un reflejo completamente fiel del mundo. Sobre todo, los psicodélicos otorgan la posibilidad de experimentar de primera mano la fragilidad de nuestra experiencia sensorial. No son las entidades alienígenas ni la sensación de comunicarse con dios ni la de abarcar el cosmos en un pestañeo: el corolario más importante de la experiencia psicodélica es que cada uno de nosotros es un cerebro desesperado por encontrar regularidades y significado en un mundo inestable, cambiante, hasta cierto punto arbitrario, y que algunas sustancias pueden modificar la construcción de esa falsa “realidad”, la nuestra.
A contracorriente
En relativamente pocas páginas intentamos recorrer la historia y farmacología de un tipo de sustancias que presentan una relación casi simbiótica con los humanos desde sus comienzos en el planeta. Es imposible no dejar mucho contenido de lado, por lo que sugiero al lector interesado que revise las referencias al final del capítulo en búsqueda de lecturas adicionales. Por ejemplo, dejamos de lado las andanzas de Timothy Leary y Ken Kesey, las especulaciones terapéuticas de Stanislav Grof, las teorías sobre el rol de los psicodélicos en el surgimiento de la religión y la cultura humana de Terence McKenna y la detallada taxonomía de distintas drogas psicodélicas desarrollada por Alexander Shulgin. La realidad es que el estudio de los psicodélicos y sus efectos en el cerebro es una actividad que puede perfectamente ocupar toda una vida.
Además de adentrarnos en las características más idiosincráticas del estado psicodélico y aquellas sustancias que conducen hacia él, intentamos comprender la relación cambiante de los psicodélicos con la sociedad a lo largo de la historia. Definitivamente, es una relación extraña que desafía los límites de la lógica. Podemos apreciar la emergencia de un comportamiento colectivo típico en respuesta a la introducción de drogas psicodélicas en Occidente: primero, el gobierno muestra desinterés o incluso apoya la investigación con la droga. Naturalmente, suele seguir la masificación de la droga y su popularización en ciertos círculos. En este caso, la respuesta gubernamental suele ser siempre la misma: la prohibición total de la droga, no sólo para su consumo recreativo, sino también para la investigación básica y médica (contradiciendo, obviamente, su actitud inicial de reconocer un potencial en la sustancia). Este es el camino que siguieron sustancias hoy por hoy demonizadas como el LSD, la psilocibina y el MDMA.
Las contradicciones legales, los intentos de prohibir sustancias que crecen naturalmente en cualquier prado o incluso son endógenas al cerebro humano, la falta de información y el poner en pie de igualdad legal drogas con potencial adictivo y dañino con otras mucho más inocuas; todo esto resulta en una pérdida de confianza de la gente sobre las decisiones de sus gobiernos. Simplemente, da la sensación de que no abordan el asunto con verdadera seriedad, inteligencia y competencia. Como científicos, médicos, entusiastas o simplemente ciudadanos responsables, hay gratificación y significado en asumir la responsabilidad de intentar modificar esta situación. Principalmente, a causa de la manipulación mediática, es cierto que en el mundo occidental una gran mayoría de las personas considera a los psicodélicos sustancias incuestionablemente peligrosas y agradece su prohibición. Pero ni la ciencia ni la política basada en evidencia son una democracia. Como respondió Albert Einstein a la publicación de un libro titulado Cien autores contra Einstein: si tuviesen razón, con uno solo hubiese alcanzado. De la misma manera –y siempre por canales legales, por supuesto–, incluso si una sola persona en el mundo estuviese concientizada sobre la inconsistencia de las leyes actuales contra sustancias como el LSD, esa persona podría constituir la semilla del cambio.
Referencias
Bibliográficas
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