El 20 de julio de 1822 nacía en la irónicamente muerta Moravia (hoy resucitada en forma de República Checa, mañana no sabemos) el padre de la herencia: Johann ‘Arvejita’ Mendel.
Johann fue hijo no sólo de una familia de granjeros humildes sino de una época, y terminó convirtiéndose en fraile para poder acceder a una educación que no podía pagar, deviniendo así en el Fray Gregor.
Con un montón de formación a cuestas y dos hectáreas de tierra, lo único que separaba a Gregor de las Leyes de la Herencia eran unas 30.000 plantitas de arvejas, plantadas, regadas, cosechadas, caracterizadas y contadas con asombrosa paciencia.
Mendel destronaría la idea de pangénesis (defendida, entre otros, por Darwin), que decía algo así como que cada órgano genera sus propias gametitas. Nuestro fraile preferido sería el primero en desnudar la lógica escondida en la forma en la que la información se transmite de generación en generación, todo gracias a la experimentación sistemática y a la inferencia de un mecanismo que maneja los hilos sin necesidad de titiritero. Otra que que te salga el fraile por la culata.
Gregor imaginó información que segrega independiente en las gametas parentales y vuelve a juntarse al formar un indivíduo nuevo, que es el resultado de la suma de la información paterna pero no mezcla. Así, amarillo que mata verde, sin medias tintas, en un digital que existió antes de que nosotros le cambiáramos el significado para siempre.
Sin él, perderíamos los ojos de tu abuelo en vos, el reencuentro con identidades apropiadas, la constante relación de arvejas coloridas y toda la fuerte y fecunda rama de la biología que hoy llamamos tan familiarmente ‘genética’.