Cuenta la leyenda que Dios, atraído por una de sus más bellas invenciones, pidió un secretario ruso para organizar toda la chorrera de cosas que había sacado de su galera creacionista. Como las comunicaciones en el siglo XIX no eran de lo mejor, le trajeron a Dmitri Mendeléyev.
Este químico manija de barba prominente y carácter cáustico fue quizás el más importante contribuyente a la famosa y temida Tabla Periódica. En ella, ordenó todos los elementos en orden creciente de masa atómica —la masa del núcleo (protones y neutrones), ya que la masa de los electrones es despreciable frente a la del núcleo— y los separó en distintos grupos según sus propiedades químicas.
Uno de los aspectos más interesantes de esta adolescente tabla periódica fue que Mendeléyev dejó espacios vacíos para elementos que aún no se conocían, pero que él preveía que debían existir y que luego efectivamente se descubrirían. En tu cara, Nostradamus.
La tabla de Mendeléyev sufriría luego diversas reformas y continúa actualmente sumando elementos a medida que van siendo descubiertos. Como no podía ser de otra manera, Dmitri se ganó lugarcito en la tabla cuando nombraron ‘Mendelevio’ al elemento 101 en su honor.
Le debemos entonces a este genio ruso su enorme contribución al ordenamiento de todo eso que nos rodea, nos envuelve y nos forma.