Para el mismo lado

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Entonces, ¿qué hacemos?

LA UNIÓN HACE LA FUERZA

Como sociedad, necesitamos acordar cuáles son las evidencias científicas sobre los distintos temas que deberemos poder resolver. A partir de ahí, distintas ideologías o miradas pueden proponer distintas soluciones. Lo que no deberíamos aceptar es seguir viviendo en mundos paralelos, cada uno con su “realidad”.

Esta actitud, además, puede ayudarnos a convivir mejor como una sociedad culturalmente diversa, sin pensar que esas otras miradas están amenazando nuestra “realidad”. Ni nosotros ni nadie debería tener que elegir entre proteger su identidad y aceptar lo que se sabe sobre los distintos temas. Esto es clave. Desarmar esto no es fácil, como estuvimos viendo. Y tampoco parece haber acuerdo todavía en cómo puede lograrse. Pero identificar esto como una meta a alcanzar no puede sino ayudar a alcanzarla.

A lo largo de este libro, estuvimos enfatizando que, para combatir la posverdad, parte de lo que necesitaremos hacer es entender cómo sabemos lo que sabemos, y para eso es esencial comprender al menos lo básico de cómo la ciencia permite generar y validar la evidencia. Uno de los escollos que encontramos en la sociedad para conseguir esto es que se suele considerar a la ciencia como un conjunto de conocimientos logrados y no como lo que principalmente es: una serie de herramientas que permiten responder preguntas referidas a cuestiones fácticas. Pero, por otro lado, también es cierto que, para combatir la posverdad, necesitaremos no solo de las ciencias empíricas, sino también de aproximaciones científicas a las humanidades, lo que nos permitirá identificar problemas relevantes y entender cuáles son las dificultades que puede haber en el camino y de qué manera podemos lograr una cohesión social para buscar el bien común.

Somos una única tribu humana, y estamos todos juntos en este mundo complejo. Pero para lograr vernos como una gran familia necesitaremos, para empezar, armar puentes entre las ciencias y las humanidades, o más bien, entre las comunidades humanas de profesionales especializados en esas áreas.

Necesitamos que las “dos culturas” de las ciencias y las humanidades se comuniquen mejor para que puedan comprenderse y aportar miradas complementarias. Esto puede estimularse de varias maneras. Además de reconocer el valor y la relevancia de estas dos grandes áreas del conocimiento, y de que haya expertos competentes en ciencias o en humanidades, necesitaremos trabajar en la construcción de puentes y la comunicación entre las dos grandes áreas. Aparece así un tercer eje en el que se puede ser experto: ni en un área ni en la otra, sino expertos en tender puentes entre ambas subculturas. La discusión sobre cuál es el bien común y dónde queda el norte probablemente sea terreno de la filosofía, pero la definición de metas y métricas para saber si vamos o no avanzando en esa dirección vendrá de las ciencias. No podemos arreglar lo que no se puede medir. Como decía Carl Sagan: “La ciencia es mucho más que un cuerpo de conocimiento. Es una manera de pensar… Necesitamos valorar esta manera de pensar. Funciona. Es una herramienta esencial para una democracia en tiempos de cambio”.

Saber es mejor que no saber, y es lo que nos permite cambiar y mejorar. Un discurso intelectual de calidad necesitará sostenerse en los dos ejes a la vez, o quedará rengo.

También discutimos en la sección 2 de este libro que, para combatir la posverdad, tendremos que estar más alertas a identificar varios factores que pueden entorpecer el reconocimiento de cuál es la verdad, como las creencias irracionales, las emociones, los sesgos cognitivos y otros errores de pensamiento, el tribalismo, la dificultad para reconocer expertos o para recibir y valorar información de calidad, no distorsionada. Una de las mejores herramientas que tenemos para abordar esto es mirarnos a nosotros mismos, ejercitar la introspección, entender qué nos motiva, qué posturas previas tenemos, etc. De manera similar, necesitamos tratar de entender mejor a los demás, necesitamos escucharnos. Y para esto, tenemos que entrenarnos en empatía. Estamos todos juntos, con un enemigo común: la posverdad. Solucionemos esto todos juntos, de manera colaborativa, en un juego en el que todos ganamos, un juego de no suma cero.

LA EDUCACIÓN NOS SALVARÁ

Siempre se enfatiza que necesitamos más educación, y de calidad, aunque pocas veces se plantea explícitamente de qué estamos hablando cuando decimos “más” y “de calidad”. Teniendo en cuenta lo planteado hasta ahora, hay quizá tres áreas que podría ser beneficioso que estén más presentes en la educación de los nuevos ciudadanos. No hay todavía muchas evidencias concretas al respecto, pero al menos parecen ser puntos a explorar mejor.

Para empezar, necesitamos una mejor alfabetización científica que haga énfasis en el proceso de la ciencia, y no solo en el producto de la ciencia. ¿No deberíamos aprender en la escuela qué son las evidencias o cómo identificar un consenso científico? Dentro de eso, necesitaríamos también tener una mejor alfabetización en datos: cómo buscarlos, cómo leerlos, sopesarlos y entender qué dicen y, sobre todo, qué no dicen. También, entender que podemos equivocarnos al pensar y razonar falazmente o caer en sesgos cognitivos. Es importante entender la incerteza. Cuando se enseña ciencia, se suele enfatizar desde el discurso que esta no da respuestas con certeza absoluta, pero a veces se olvida mencionar que sí da respuestas, lo más “absolutas” que se puede, por lo que hoy no es válido poner en duda, por ejemplo, que la Tierra es redonda. No cualquier idea merece ser tomada en serio.

El negacionismo y el relativismo cultural, que se puede simplificar como la postura de que “no hay hechos, sino solo interpretaciones”, son amenazas ante las que necesitamos estar alertas, que debemos tratar de identificar en nosotros y en los demás, y que esconden en su núcleo duro la idea profundamente soberbia de que nuestra experiencia subjetiva es mejor para describir el mundo que las aproximaciones colectivas que hemos desarrollado como familia humana a través de toda nuestra historia compartida.

Estar científicamente alfabetizados también incluye tener claro por qué la ciencia nos puede decir cómo es el mundo que nos rodea con más confianza que nuestra intuición. Además, implica desarrollar el pensamiento crítico, mediante el cual podemos ver de qué manera las evidencias que hay y las que no hay nos permiten adoptar posturas, entender la complejidad de los fenómenos y tomar decisiones. Es la alfabetización científica la que nos dice por qué necesitamos acudir a expertos competentes cuando nosotros no lo somos, y cómo distinguir a un buen experto de un falso experto. También es central distinguir un argumento de autoridad, que solo se basa en la supuesta autoridad de la persona, de lo que nos dice un experto que está tomando en cuenta lo que se sabe de su campo para sostener su postura.

Una aclaración más respecto de la educación científica. Estar más educados no garantiza por sí solo pensar mejor, por ejemplo. Las personas educadas también caen en sesgos cognitivos, e incluso se vio que a veces esa educación justamente les da más herramientas para proteger sus posturas equivocadas. Benjamin Franklin decía: “Ser criaturas que razonan es algo tan conveniente porque nos permite encontrar o inventar una razón para cada cosa que queremos hacer”. Las personas más educadas también tienen las posturas más extremas y polarizadas en las cuestiones científicas que “despiertan” posverdad. No es cierto que más educación implique automáticamente más pensamiento racional. Y si, a pesar de las evidencias, seguimos sosteniendo esa idea porque la alternativa nos resulta anti-intuitiva y nos incomoda, ¿estamos pensando racionalmente?

Lo que estamos planteando no es que, mágicamente, educarnos en ciencia nos va a volver inmunes a las equivocaciones más frecuentes, sino que nos va a volver más conscientes de que esas equivocaciones existen, y de que existen en todos nosotros. Y, si creemos que a nosotros no nos pasa, lo más probable es que no las estemos identificando, y no que no existan en nosotros.

En segundo lugar, necesitamos una mejor alfabetización en información y medios de comunicación. Si conocemos de qué manera la información que llega a nosotros puede estar distorsionada intencionalmente o no, en todas y cada una de las etapas que van desde la generación del conocimiento hasta la incorporación de la información por parte de nosotros, estaremos mejor preparados para combatir la posverdad. A veces, nos enteraremos de aquello de lo que queremos enterarnos, y puede que eso esté sesgado por nuestras propias motivaciones o las de otros. Otras veces, nos enteraremos de aquello de lo que otras personas quieren que nos enteremos. Estar en actitud de sano escepticismo será esencial para manejarnos con prudencia y no caer en los extremos, que son más sencillos y atractivos, pero no nos sirven: el de la confianza absoluta en la información que nos llega y el de la desconfianza absoluta. Esto nos ayudará también a distinguir una noticia falsa de una verdadera.

Tenemos que saber que los incentivos actuales impulsan a los medios de comunicación a difundir contenido en un tono que provoque respuestas emocionales en nosotros (sorpresa, indignación, diversión). Necesitamos entender que un famoso puede creer con buena intención que se curó de cáncer por haber tomado jugo de pasto, y necesitamos entender también que si un medio entrevista sin cuestionamientos a ese famoso propaga posverdad, y al desinformar de esa manera genera un gran peligro para la salud pública. Pero lo hace no necesariamente por “maldad”, sino porque nosotros consumimos esas noticias. Incluso los medios de comunicación que pelean por dar información correcta, cuidada y de excelencia están presionados por la necesidad de ser exitosos entre nosotros, los consumidores. Mientras nosotros consumamos noticias “basura”, ellos seguirán generándolas. Más aún, todo seguirá igual mientras sigamos pensándonos consumidores de noticias en lugar de agentes que internalizan, valoran y premian o castigan a los medios dándoles o quitándoles nuestra atención y confianza. Premiar la primicia antes que el análisis profundo también hace que se difundan novedades sin tener en cuenta si ese conocimiento es firme y confiable, ni si va a favor o en contra del consenso, ni si es relevante como noticia. Es importante conocer este tipo de tensiones, y es algo que se puede enseñar y aprender.

Por último, necesitamos una alfabetización emocional, empática e introspectiva. Esto podría darnos herramientas para identificar nuestras propias creencias irracionales y las de los demás, y para encontrar en qué momentos nos comportamos de manera tribal. Nada de lo anterior va a funcionar si no podemos aceptar que nuestras motivaciones dirigen desde qué información aceptamos hasta cómo la procesamos, si no podemos entender que somos todos diferentes y creemos distintas cosas. Necesitamos sostenernos en un conjunto de hechos, aceptados y compartidos por todos, y entender que, a partir de eso, igual podemos llegar a distintas conclusiones basándonos en nuestros valores o ideología.

Mucho de lo que creemos con firmeza tiene una base fáctica que se puede conocer. Pero generalmente no nos tomamos el trabajo de averiguar qué se sabe y qué no porque nos resulta más importante que se ajuste a nuestra ideología o a nuestra visión de cómo debería ser el mundo. Como se sostiene en el libro Factfulness, de Hans Rosling y colaboradores, “Los hechos no llegan naturalmente. El drama y las opiniones sí. El conocimiento fáctico debe ser aprendido”. Hans Rosling fue un gran comunicador que se enfocó muchísimo en encontrar maneras novedosas de transmitir conocimiento fáctico de manera clara y cautivante.

Podemos aprender lo fáctico, pero si no destrabamos nuestras emociones alrededor de ese aprendizaje, sencillamente es difícil que un cambio significativo ocurra. No se sale de esta trampa solo con alfabetización científica o de información y medios. Se sale si sumamos introspección y empatía, que también se puede aprender, enseñar, propiciar y entrenar.

Es esa alfabetización emocional la que nos puede ayudar a ver lo valioso que es exponer las ideas para que puedan ser desafiadas y puestas a prueba, y entender que, si destruyen nuestras ideas, no nos están destruyendo a nosotros. También nos puede permitir aceptar que no se trata de “yo estoy al derecho, dado vuelta estás vos”. No es que nosotros pensamos bien y son los otros los que tienen que cambiar. A veces sí será así, pero a veces no. Necesitamos realmente aceptar que podríamos estar equivocados.

Además de la introspección y la empatía, en la alfabetización emocional incluimos estimular la curiosidad, las ganas de saber y de ser sorprendidos por el mundo, la disposición favorable a lo nuevo. Como vimos, esto aparentemente ayuda a disminuir el tribalismo, a tener posturas menos polarizadas, es una especie de vacuna contra el razonamiento motivado. La curiosidad puede contribuir a que veamos que eso que nos contradice no está necesariamente amenazándonos, sino que hay un desafío por resolver, que podemos tratar de resolverlo bien y que otros pueden ayudarnos a lograrlo. La curiosidad ayuda a que prioricemos conseguir una respuesta correcta antes que una respuesta que nos guste o sea popular entre los nuestros.

Por último, y quizás en realidad lo más importante, este énfasis en lo emocional nos podría ayudar a que toda esta lucha contra la posverdad nos importe. Porque si no nos parece importante, o si ya estamos resignados a que nada mejorará, no habrá manera de ganar.

Pero nada de esto es sencillo. No se suele ver la educación de este modo y, en contextos en los que aún no se logra garantizar del todo que un estudiante termine su recorrido educativo obligatorio con las habilidades básicas de lectura comprensiva y escritura, plantear esta mirada puede parecer, como mínimo, inocente. Aun así, nunca debemos perder de vista el hecho de que si elegimos no cambiar nada, estamos haciendo exactamente eso. Esto hace que la opción antes inocente ahora pueda ser vista como una propuesta concreta y esperanzadora, y que, ya desde su diseño, pueda ser evaluada en su eficiencia y profundizada o descartada en base a sus resultados.

Pero todavía hay más problemas. Aun si incluyéramos este enfoque en la currícula educativa, con suerte educaremos a los niños. Pero ¿los adultos? ¿Cómo llegar a ellos? Los adultos somos mucho más inaccesibles, y no aceptamos aprender a menos que estemos motivados para hacerlo, por lo que, de alguna manera, necesitaríamos primero romper esa barrera.

PEQUEÑAS ACCIONES

No todos se sumarán a esta pelea contra la posverdad. Algunos no podrán dedicarle recursos, en términos de tiempo o atención. Otros no querrán participar porque priorizarán otras cosas, o no les parecerá que esto sea relevante. La mayoría estamos motivados por tratar de ser felices, tener una vida digna, estar sanos nosotros y que nuestros seres queridos lo estén. Queremos disfrutar de la vida y reír. ¿Quién no? Lo que comentamos requiere esfuerzo, es difícil, y muchas veces no es divertido, pero sí es genuino y urgente. Estamos delante de un problema que parece estar creciendo. Si no logramos combatirlo ahora, ¿quién sabe si podremos resolverlo luego? ¿Podemos esperar?

Quizás, aun si no todos se suman, podemos comenzar algunos. Las vacunas que previenen infecciones que se transmiten de persona a persona tienen algo especial: cuando muchas personas se vacunan, no solo se protegen a sí mismas, sino que se consigue una inmunidad de grupo en la que, como los patógenos no logran pasar a través de los vacunados, se impide su circulación y se protege así también a los no vacunados. De manera análoga, podemos empezar algunos a combatir la posverdad. Quizá cuando seamos más, generaremos inmunidad de grupo. Podríamos funcionar como un sistema inmune descentralizado, diverso y en continua mejora que lucha contra la posverdad.

Sí, es cansador ocuparse, requiere esfuerzo y no vamos a querer ni poder hacerlo siempre. Elijamos, entonces, nuestras batallas. Identifiquemos lo que nos parece más relevante y aquello en lo que nuestra experticia puede hacer más diferencia. Si tratamos de atajar todas las pelotas, nos cansaremos y el esfuerzo no será efectivo. Si dudamos entre si seguir o no, preguntémonos cuáles son las alternativas.

Hagámonos cargo del hecho de que no somos solo consumidores de información. Somos el medio a través del cual la información se propaga, y tenemos responsabilidad a la hora de determinar qué les llega a los demás. Hay una vieja frase que parece aplicar: “No estás atrapado en el tráfico. Sos el tráfico”. No estamos atrapados en la posverdad. Somos la posverdad. No solo hay que arreglar lo de afuera. También hay que arreglar lo de adentro.

Como dijo Cass Sunstein: “El acostumbramiento, la confusión, la distracción, el interés, el miedo, la racionalización y el sentido de no tener poder personal hacen que las cosas terribles sean posibles”.

Necesitamos desarrollar y vivir en una actitud de sano escepticismo, dejar que se convierta en un estado permanente. El escepticismo como única bandera nos hace desconfiar de todo, ponerle a todo un “pero”, y nos lleva a nunca jugarnos por una idea nueva. Por otro lado, la buena predisposición ante ideas nuevas, poco fundamentadas, pero que nos sorprenden o nos parecen interesantes, nos puede llevar a la confianza ciega. Ninguno de estos extremos sirve. Necesitamos, en cambio, navegar en el medio. El sano escepticismo es un equilibrio entre estos dos extremos, y esta es la actitud que nos puede proteger de creer en ideas malas y de no lograr identificar las buenas, así como de creer en exageraciones que no reflejan la realidad, tanto las que nos dan mucho miedo como las que nos dan mucha esperanza. “Curiosamente”, el tipo de exageraciones que tanto éxito suelen tener como noticias en los medios de comunicación o en las redes sociales.

Cuando nos llega información, tenemos que cuestionar de dónde y cómo viene. Tenemos que preguntarnos qué información no nos está llegando. Actuemos con sano escepticismo especialmente con aquellas afirmaciones con las que estamos de acuerdo en base a nuestras emociones y sesgos, con aquellas que nos resultan intuitivas. Estas son las más “peligrosas”, las que nos pueden engañar si no prestamos atención.

El sano escepticismo nos ayuda a enfocarnos en los procesos que están detrás de los hechos, y no solo en los hechos como producto final, y también, a hacer un process-checking, además de un fact-checking.

Con esta mirada de sano escepticismo, podemos desafiarnos a nosotros mismos y a los demás, pelear por mejorar la calidad del discurso público, y hacernos responsables de nuestras contribuciones a la posverdad, así como señalar y tratar de bloquear las de los demás. Para cambiar el mundo, no es indispensable pensar a gran escala. Por supuesto, los grandes tomadores de decisiones se pueden sumar, y sus decisiones tendrán gran influencia. Pero también hay mucho que se puede hacer a nivel individual. Es como el chiste de “cincuenta millones de personas se plantean por qué una simple botellita de plástico podría estar contaminando el planeta”.

La posverdad no crece –al menos no únicamente– porque haya “villanos de la posverdad” manejando los hilos tras las bambalinas. Todos somos en mayor medida responsables, y lo somos tanto por acción como por inacción. Así como una estrategia efectiva contra el bullying escolar consiste en empoderar y ayudar a actuar a los pares que observan la agresión sin hacer nada, no alcanza con exponer a quienes generan posverdad intencionalmente. También necesitamos asumir nuestra responsabilidad en la situación. No es solamente ser parte del problema o de la solución. Es el riesgo de ser parte del paisaje, de convertirnos de sujetos en paredes que generan un eco selectivo de los propios prejuicios.

Somos una gran familia humana. Cuidarla es un juego colaborativo de no suma cero, y la posverdad lo convierte en una fractura que intenta que olvidemos que en este mundo estamos con los demás, no a pesar de ellos.

VENCER JUNTOS

La lucha contra la posverdad es una lucha por proteger el vínculo humano, por habitar una realidad compartida, aun si luego nuestras diferentes posturas ideológicas nos alejan. Así, al menos, esa divergencia surgirá en base a hechos aceptados por todos como reales, y siempre seremos capaces de rever nuestras posturas. Compartir ese terreno admite una ventaja enorme: hay grandes problemas que deberemos resolver entre todos y que solo son resolubles si elegimos verlos, atribuirles importancia y abordarlos. Por eso, es un juego de no suma cero: no hay uno que gana y otro que pierde, sino que podemos ganar todos, o perder todos. Tratemos de ganar.

Estamos juntos dentro de la posverdad y la venceremos juntos. Con vigilancia constante y sano escepticismo, cuidándonos y siendo exigentes, podemos encontrar la verdad, destacarla, protegerla.

Pelear no es fácil, pero las alternativas son no solo catastróficas, sino también tristes. Implican peligros naturales para nuestra supervivencia, y, además, la posibilidad real de transitar vidas aisladas, impermeables a los otros, de conformarnos con sobremesas leves, con vínculos entumecidos.

Será, entonces, una pelea de amor y de miedo, alimentada no solamente por lo que podemos perder, sino por lo que podemos recuperar: la conexión humana que la posverdad nos quitó. Es el momento de volvernos agentes activos, es la oportunidad de gritar que no nos vamos a entregar mansos. Que no nos da lo mismo, que no vamos a bajar los brazos.