Capítulo 3.25

Introducción

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(Lucha armada y contracolonización. Una historia de la guerra de Malvinas, Rosario, UNR Editora, 1987.)

Carmen Lucero

El Partido Proletario Revolucionario Argentino (PPRA) formó gobierno en 1967. Lautaro Laine llegó al poder ocho años después de que Castro y Guevara lo hicieran en Cuba, un año después de que Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas pactaran la paz con el Estado central de Colombia, dando nacimiento al Estado socialista de Colombia del Sur, tres años antes de que Allende ganara las elecciones en Chile. Durante casi dos décadas, el PPRA ha dirigido el recorrido sociopolítico de Argentina sin oposiciones fuertes. Hubo un único cambio de mando en 1972, cuando Pablo Martínez Aldana, hasta entonces Vicepresidente Primero, llegó a la presidencia. El poder del partido empezó a ponerse en cuestión solo cuando el enfrentamiento entre los bloques de naciones comunistas y capitalistas modificó su curso y tuvo efectos importantes en el sistema político nacional. Desde una perspectiva histórica, es interesante notar que el arco de eventos que da comienzo a la última fase de ese enfrentamiento internacional tiene uno de sus extremos en aguas argentinas, en 1982.

Como es sabido, los veinticuatro días que llevó la toma del poder por parte del PPRA entre octubre y noviembre de 1967 no acontecieron sin violentos enfrentamientos. Su marca más célebre es la destrucción del ala derecha de la Casa Rosada, que simbólicamente jamás fue restaurada por completo. Con Estados Unidos ocupado en Vietnam, el apoyo que habría necesitado la dictadura de Onganía nunca llegó a completarse como se esperaba. Por otro lado, el hecho de que parte del peronismo hubiera nutrido las bases del PPRA no puede ser dejado de lado en el triunfo rojo. La proscripción a la que estaba sometido el Partido Justicialista desde 1955 fue el detonante de alianzas sotto voce y de un pasaje incontable de miembros de un grupo hacia otro.

Hacia comienzos de la década del 80, las instituciones de la Patria eran dirigidas con incuestionable estabilidad por el PPRA. Durante quince años su poder había experimentado un progresivo crecimiento, siempre amparado en el apoyo de los hermanos mayores rusos. Con el socialismo en el poder en Chile y Colombia del Sur, con Fidel Castro en Cuba como gran figura internacional, algo hacía creer que la posibilidad de la influencia colonial europea podría ser finalmente enfrentada por Latinoamérica. Así, en 1982, Martínez Aldana firmó la orden de asegurar la soberanía sobre la totalidad del territorio nacional.

El 17 de abril, un día después de que el crucero General Belgrano zarpara del Puerto Belgrano con rumbo a las islas Malvinas, el triunfalismo imperante se patentó en la noticia publicada como nota de tapa en La Equidad, principal órgano de información estatal. Este fue el sintético título: “MALVINAS LIBRES”. El párrafo que sigue fue el comienzo del editorial que justificaba la gesta y que acaso sea representativo de los muchos artículos que contenía la publicación:

La empresa que se inicia esta mañana no hace otra cosa

que poner de manifiesto la firmeza y serenidad con que

nuestro país se dispone a defender la soberanía territorial

latinoamericana contra el colonialismo que nos atenaza

desde hace siglos. Sabemos que no estamos solos, que la

nuestra no es una lucha nacional, que nuestra provisoria

patria solo busca la unión de todos los pueblos del mundo,

pero también sabemos que ello no se logrará hasta que

cada pueblo haya realizado su propio despertar.

Así, el 17 de abril de 1982, una fuerza de ocupación compuesta por efectivos del ejército, la marina y la aviación argentinos tomó las islas Malvinas. Cuba, Chile y Colombia del Sur se apresuraron a celebrar el logro del Socialismo Internacional y de la Humanidad en su conjunto. En Inglaterra, Margaret Thatcher ni siquiera conocía con precisión la ubicación de las islas, pero su voz y su figura tremendas aparecieron en radio y televisión en toda Gran Bretaña anunciando que jamás, de ninguna manera, se permitiría que el comunismo invadiera suelo británico. En su dramático discurso, Thatcher advertía a la comunidad internacional que el comunismo había iniciado la conquista de la Tierra toda y urgía a las naciones del “mundo libre” a acompañarlos en la defensa de la democracia planetaria. No son pocos, de todos modos, los que consideran aún hoy que la verdadera razón de Thatcher para concentrarse en las Malvinas fue la pésima situación económica que atravesaba Gran Bretaña, que ponía en riesgo sus posibilidades en las elecciones que se celebrarían al año siguiente.

Desde Norteamérica, Ronald Reagan anunció el 18 de abril que EE.UU. no abandonaría nunca la lucha por la libertad, que jamás ningún verdadero estadounidense se lo perdonaría. Portaviones, barcos y la hoy famosa tecnología de inundación fueron puestos a disposición de la causa. En el otro lado del mundo, la cúpula de la URSS no terminaba de acomodarse a la situación. Si bien es probable que la idea de lanzarse a la emancipación armada del mundo de las fauces del capitalismo hubiera cruzado sus más fervientes fantasías en más de una ocasión, ningún funcionario de rango consideraba que las condiciones estuvieran dadas en ese momento. Por otro lado, hasta donde se sabe, a pesar de haber sido tanteados acerca de esa posibilidad en relación con las islas Malvinas por el embajador argentino en Moscú, nunca consideraron que fuera un asunto que requiriera atención inmediata. 

En Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Paraguay, enfrentamientos de diversa escala que llevaban años ocurriendo de modo intermitente se incrementaron. Hubo desde pequeños actos de sabotaje hasta escenas en que ejércitos con tecnología estadounidense se trenzaron en batallas tropicales contra guerrillas con armamento soviético. Grandes multitudes de pobladores de ascendencia nativa se levantaban contra gobiernos centrales de tradición europea y occidental. Los cuarenta y dos días que los kelpers vivieron bajo el poder argentino fueron festejados en grandes zonas del territorio latinoamericano y, a medida que pasaron los años, se afianzó un único nombre para referirse al período: “los días de la contracolonización”.