La ciudad es la infraestructura física donde suceden los cambios históricos. Así como la Revolución Industrial instaló grandes fábricas y desarrolló las ciudades, hoy la revolución digital del gran capital tech ejerce su presión para moldear el espacio urbano.
Las economías de plataforma y los servicios de entrega reconfiguraron la calle. Lo que era un lugar multifuncional de roce y encuentro se volvió inmaterial. La interacción humana se redujo al mínimo (un intercambio de código para el delivery), replegándonos hacia el espacio privado y erosionando la noción de lo común. Dark stores, ghost kitchens y otros no lugares configuraron nuevos tipos de espacios urbanos intercambiables y anónimos, sin vitalidad ni conexión entre las personas.
Plataformas como Airbnb venían a proponer que cuando visites una ciudad te quedes en la habitación de un vecino con quien podías encontrarte y salir a disfrutar con la perspectiva única del local, no desde la terraza de un bus de turistas con una guía de los 10 mejores lugares según quién sabe. Hoy grandes pools inmobiliarios compran departamentos para alquiler temporal dejando llaves en candados colgados de rejas o con cerraduras digitales sin mediar encuentro con ninguna persona, compitiendo por el escaso stock de viviendas y aumentando su precio. Estas plataformas pueden exacerbar la transformación de barrios enteros en mercancía, elevando el costo de vida y erosionando los lazos vecinales.
Esta revolución digital invita al retraimiento hacia el ámbito privado detrás de una pantalla. Redes sociales digitales, administradas por algoritmos que refuerzan el sesgo de confirmación, la homogamia y la polarización de opiniones, debilitando el encuentro con el otro, el diferente, que dan los espacios reales que ofrece una ciudad. El ágora se ve debilitada junto al tipo de ciudadanía que esta propone.
Se va imponiendo a la ciudad una lógica mercantil que avanza sin contrapeso, convirtiendo el espacio, el tiempo y los vínculos urbanos en mercancías accesibles sólo para quienes pueden pagarlas. La disrupción digital impacta de manera significativa y multifacética en la experiencia de la ciudad, transformando tanto el espacio físico como las dinámicas sociales y de gobernanza.

