Una de las constantes más representativas del humano es su hambre de hacerse chico. Empezamos siendo verdaderos dioses, distintos de los animales, de las plantas y de todo lo vivo; creados a imagen y semejanza de quien creamos a imagen y semejanza nuestra. Pero un día ser el centro del Universo no alcanzó y quisimos formar parte de algo más grande.
Copérnico nos ayudó a poner a girar la Tierra alrededor de una estrella y Darwin a corrernos a nosotros mismos del centro de la Creación.
Pero no era suficiente, así que decidimos ser más chicos y mirar más lejos. Dibujamos la Vía Láctea y fuimos un punto diminuto, pero el humano no nació para conformarse, y todavía podíamos ser más menos.
Este año, un grupo de astrónomos decidió darnos el sartenazo de humildad más grande desde Copérnico y redefinir el grupo de galaxias que contiene a nuestra pequeñísima y hermosa Vía Láctea junto con sus billones de estrellas.
Millones de años después de nacer, le ponemos nombre y cara al cielo inconmensurable que nos contiene: Laniakea.
En el mapa más grande de la historia del hombre, uno con 100.000 galaxias unidas por hilos invisibles de gravedad, con una extensión de más de 520 millones de años luz de ancho y la masa de 1017 soles: usted está aquí.