Capítulo 3.26

Nada ni nadie

3min

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Creyó que estudiaba cuando sonaron los golpes en la puerta. Estudiaba para la facultad. Leía sobre la generación de bioclimas artificiales para ciudades subterráneas. Tenía que rendir un examen al que no estaba segura de haberse anotado, no lo recordaba; pero por las dudas leía, y estudiaba, cómo los humanos habían conseguido generar burbujas sustentables de vida funcional en lugares donde antes sólo habitaban capas dormidas de corteza, huesos y minerales inertes. Cuando intentaba concentrarse, los ojos se le dividían; la atención se disparaba en direcciones opuestas, el pensamiento se bifurcaba y una simple oración podía ramificarse en decenas de túneles, expandirse en trayectorias divergentes.

Subrayaba y escribía todo con un solo color. No usaba resaltadores, el mismo trazo azul marcaba las cosas importantes y las secundarias, los datos vitales y los esporádicos. Nada revelaba algún interés especial, algún énfasis, o un asombro. Pero Pía se seguía asombrando. La sorprendía con qué urgencia habían metido las cabezas en el suelo, lo apresurados que habían estado por cavar y poner kilómetros de distancia de tierra entre ellos y el exterior; con tal precipitación viciosa se habían sumergido que le extrañaba, le asombraba, lo bien que habían sepultado la pulsión de subir a la superficie para tomar un poco de aire.

Cuando sonó el timbre, creyó que estudiaba. No supo en qué momento los ojos se le habían desviado, una vez más, hacia el puño cerrado que apoyaba sobre la mesa. Lo sellaba con fuerza, sentía el sudor aprisionado en su palma doblada. Si lo abría, ¿qué iba a encontrar?

El timbre sonó de nuevo y la obligó a levantarse. Fue a abrir la puerta sin dejar de apretar la mano. Tenía miedo de hallar otras tres pastillas si la abría y miraba, o cuatro. O peor: no encontrar nada.

Del otro lado estaba Nelli. Tenía los lentes bastante sucios y su pelo blanco había comenzado a escasear. Detrás, en la calle, la esperaba un auto en marcha.

⎯Hola, Nelli.

⎯Hola, no. Chau. ⎯El gesto de resignación en la boca de Nelli, esos labios apretados en una mueca berrinchosa temblaron al hablar. Se llevó una mano trémula y violenta al rosario⎯. Todos se fueron ya. Los Trotta, los de enfrente y hasta el loco de Gustavo. Y si vos te quedás acá, dejame decirte que la loca sos vos. Loca, nena. No se puede vivir así, con esta angustia. ⎯Pía asintió despacio. Nelli hablaba muy rápido. Le echó dos miradas desconfiadas a la frente de Pía. Vio una herida. No dijo nada⎯. Me voy a quedar en lo de mi hijo. ⎯Encogió los hombros⎯. Me voy a tener que meter en ese departamento horrible, sin ventanas… me baja la presión de pensarlo nada más. La verdad que me da bronca, me da mucha rabia, nena. Vos sos como yo, me parece, porque seguís acá. No nos gusta que nos saquen. Pero a veces hay que joderse.

Hay que saber rendirse, pensó Pía.

Nelli parecía querer irse, pero algo la retenía, algo que se depositaba en su ceño fruncido la molestaba.

⎯¿No querés venirte conmigo? Le digo a mi hijo que te haga un lugar hasta que te puedas mudar a otro lado... qué sé yo. No es ningún problema.

⎯No, Nelli ⎯Pía sonrió. Apoyó el puño sudado contra el marco de la puerta⎯. Pero se lo agradezco mucho.

Nelli asintió. Ya se lo esperaba. Se volvió a tocar el rosario de pasada, como para ver si lo tenía ahí, y se fue para el auto.

⎯Nelli ⎯dijo Pía⎯, ¿usted sabe cómo murió mi tía?

La anciana dejó de caminar. Tardó en darse vuelta.

⎯Pensé que sabías. 

⎯Creo que no.

Pía la vio suspirar. Su pecho pequeño se infló y se desinfló bajo la camisa verde.

⎯A tu tía la matamos, nena.

Nelli se agachó para meterse en el auto. Se persignó mientras cerraba la puerta. El coche arrancó, dobló en la esquina y desapareció.

Pía se miró la mano. Tenía la palma abierta contra el marco de la puerta. Lo que había estado apretando, fuera lo que fuera, ya no estaba.