Capítulo 1.2

La elegida

5min

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⎯¡Ay!

Tura se cayó sobre las plantas del cantero. Quedó apoyada en cuatro patas, la mitad de su cuerpo oculto tras los brotes de flores aliladas.

Pía la miró desde el umbral de la puerta del patio, bajo la luz blanca del farol.

⎯¿Estás bien? ⎯le preguntó.

⎯Me comí la raíz esa.

Tura no se levantó. Movió los brazos entre las hojas y sacudió todos los arbustos del cantero. Algunos pétalos saltaron de sus flores y con un vuelo ligero cayeron a la tierra.

⎯No le gusta que lo agarren ⎯dijo Pía, pero Tura ya lo sabía; por eso mismo le gustaba atormentarlo. Avanzó.

Al parecer Pía la había llamado en alguno de esos momentos, los que se le perdían de la memoria, los que se le resbalaban de la cabeza. Tura la había encontrado parada en el living teniendo un episodio.

Unas flores azules maullaron. Tura se movió rápido, aplastó las gazanias, metió las manos por un hueco entre los tallos y lo cazó.

⎯Acá estás, ahora sí.

Quiso levantarse pero las ramas se le engancharon en la ropa y el pelo.

⎯No veo nada. Tenés que poner una luz acá.

⎯Hay una ⎯Pía señaló el farol de la pared sobre su cabeza, el único destello en el patio abriendo la bruma del cielo nocturno.

⎯Esa no alumbra nada.

Pía escuchó el quejido del gato. Tura lo apretujaba contra su pecho como un peluche mientras trataba de salir del cantero.

⎯Estás rompiendo todas las plantas de mi tía.

⎯Estoy rompiendo tus plantas. ¿O no? ⎯Tura agudizó la voz y colocó eñes donde no las había⎯: Estamos rompiendo las plantas de Pía.

El gato sufrió mimos en la panza. Tura intentó levantarse de nuevo, pero tenía el pelo enredado y le tironeaba.

⎯Esperá que te ayudo.

Tura se levantó de repente y de un tirón. Su cuerpo se abrió paso y las ramas se retorcieron hasta dejarla ir. Estaba oscuro, pero Pía los vio brillar: pelos rubios de Tura enganchados en las plantas, colgando como banderas rotas.

Tura salió esparciendo tierra por todo el patio. El gato estaba aterrado y le clavó las uñas en los brazos. Ella lo apretujó sin reparo y le dio besos en el cuello.

⎯Tenés que poner otra luz ahí.

Caminó para la puerta de la cocina y recién entonces, cuando estuvo cerca, Pía le vio la rodilla.

⎯Tenés lastimado ⎯le señaló con el dedo.

⎯Ni me di cuenta.

⎯Andá a limpiarte.

⎯Después voy.

⎯Te está chorreando. Andá a limpiarte, se te va a ensuciar la zapatilla.

⎯A Pía se le va a ensuciar el piso ⎯le dijo al gato, y él le maulló.

⎯Tura, andá a limpiarte, por favor.

Para su sorpresa, le hizo caso. Se fue con el gato al baño y salió con la rodilla limpia. El raspón era más chico de lo que a Pía le había parecido en un principio. Le ofreció una curita de Star Wars.

⎯Vos no viste Star Wars ⎯dijo Tura.

⎯Son las únicas que vende el almacén de acá a la vuelta.

Tura se tiró en el sillón del living y dejó el gato a un lado. Pía esperó a que se pusiera la curita y recién entonces se sentó con ella.

⎯¿Ahora te da miedo la sangre? ⎯preguntó Tura⎯. Siempre fuiste medio floja.

⎯Eso no es verdad.

⎯Te estoy cargando. ⎯Volvió a agarrar al gato⎯. ¿Me vas a contar qué pasó?

Pía sintió que se le volvía a formar el nudo, la tensión tirante que iba desde el centro del pecho hasta el inicio de la garganta.

⎯Vi las cintas de no pasar que están en la calle ⎯insistió Tura⎯. ¿Qué pasó?

Pía le pidió que no la mirara a los ojos mientras se lo contaba. Ella le hizo caso. Se lo contó.

Tura se quedó en silencio mientras amasaba al gato. Tenía las cejas bajas y duras.

⎯Con razón cuando llegué estabas como estabas ⎯dijo.

⎯¿Cómo estaba? No me quisiste decir.

⎯¿Fuiste la única que salió a ayudarla?

Pía no estaba segura, pero creía que sí.

⎯Tura, yo sé que esto te va a sonar tonto. ⎯Tomó aire; el nudo del pecho no se lo dejó pasar, tuvo que intentarlo otra vez⎯. Pero me voy a morir.

⎯¿Por qué?

⎯Me voy a morir de cáncer. ⎯Pía intentó explicarlo sin temblar, sin prestarle atención al horror que le convertía las venas en tubos podridos, la sangre en agua contaminada⎯. Estuve mucho tiempo expuesta.

⎯No te vas a morir. Por lo que me contaste todo esto pasó en ¿cuánto? ¿Un minuto y medio?

⎯No, yo siento que fue más.

⎯Pía, conozco gente que sale de trabajar y tiene que caminar una hora abajo del sol para llegar a la casa y ninguno se murió todavía.

⎯Se van a morir. A veces pasa.

⎯No, no pasa. Además, el Zasuchi que tenés es carísimo, podés caminar ochenta horas con eso puesto y no te va a pasar nada. Ese era de tu tía, ¿no?

⎯No voy a volver a salir. ⎯El nudo de Pía subió del pecho al cuello y no estuvo segura de si la presión que sentía era vómito o eran lágrimas, pero algo empujaba para brotar de su cabeza⎯. No voy a salir más de mi casa.

⎯¿Qué sos, mi mamá ahora?

⎯Y lo que no puedo entender ⎯simuló el gesto inútil de limpiarse las manos contra la ropa. Los guantes del traje ya los había lavado, pero la sensación de la piel muerta había traspasado la tela, impregnado las líneas de las palmas de sus manos, hecho nido bajo las uñas—, lo que no me entra en la cabeza es por qué lo hizo, pero sobre todo por qué lo hizo acá.

Algo en la voz le cambiaba cuando estaba por tener un episodio. Nunca le daban dos en un mismo día; rara vez dos en una misma semana. Pero era lo que debía estar pasándole, porque vio, a través de una distancia torcida, que Tura se puso muy seria.

⎯¿Dónde tenés las pastillas?

⎯¿Por qué lo hizo acá, en la puerta de mi casa? ¿Por qué…? ¿Por qué acá y no en cualquier otro lado? ¿Por qué esta persona vino a morirse acá?

⎯Hay muchos locos en el mundo, Pía. ⎯Tura le agarró las manos y se las frotó para relajarlas, para desatar los nudos que se le estaban formando⎯. Nada más tuviste la mala suerte de que esta te eligió a vos.