Faveame que Megusta

Faveame que Megusta

TXT

Pablo A. González

IMG

D3mian Allende

¿Por qué nos gustan tanto las selfies? ¿Qué tiene en la cabeza la gente que se pasa el día hablando de sí misma?

¿Por qué nos gustan tanto las selfies? ¿Qué tiene en la cabeza la gente que se pasa el día hablando de sí misma?

Faveame que Megusta

Siempre antes de escribir las notas leo un rato largo, a veces papers, a veces un pedazo de un libro, y mucho, pero mucho Google. No todas las notas que escribo son iguales, y normalmente se dividen en dos grupos grandes, las que son sobre un concepto general y las que son sobre un paper copado que pensé que valía la pena compartir.

Me gusta escribir, lo descubrí no hace mucho y una vez abierta esa puerta, volver a cerrarla se me está haciendo imposible. Todas las notas del Gato incluyen alguna referencia personal, por un lado, porque es un lindo juego, una linda forma de relacionar lo que vamos a contar con algo más grande, un patrón más general, pero también pasa un poco porque nos encanta hablar de nosotros mismos.

No a nosotros. A todos. Porque es de vital importancia que el mundo sepa cómo solucionarías todo problema socioeconómico del país desde la comodidad de tu sillón, cuántas reencarnaciones tiene Mirtha o lo triste que estás porque tu tortuga fue confundida con un frisbee y su aerodinamia testeada por tu sobrino desde un piso 9.

Nos interesa tanto todo lo que sea nosotros que entre el 30 y el 40% del tiempo que pasamos hablando, lo pasamos hablando de eso, y ese número crece a 80% cuando hay una red social de por medio.

La pregunta es, ¿Por qué nos gusta tanto hablar de nosotros mismos? ¿Por qué la sobreexposición, el tuit, la foto de Instagram, el post de FB y la necesidad de comunicar no sólo cómo vemos el mundo, sino exactamente qué estamos haciendo, libre de análisis, opinión o, muchas veces, estructura gramatical?

‘Muy Raro Todo’ de Magui Bravi, con un valor intrínseco comunicacional bastante acotado, acumula al día de hoy 125 retuits y 53 favs. Que corresponden a 125 personas que quieren hacerle saber al mundo que ella considera que todo estaba muy raro, muy raro. Todo. Muy.

De ahí a un programa de mediatarde donde la gente va a desnudar cada miseria de su vida o ficciona una a medida hay solamente un cambio de medio, pero esa constante de hablar de uno, bien, mal, orgulloso, enojado, triste, dulce, amargo o con cascaritas de naranja, parece que tiene mucho que ver con las drogas y la sexo, y Harvard se copa con esas cosas.

Ansiosos de entender si es verdad esa noción popular de que a todo el mundo se le enviagra la panza cuando habla de sí mismo, tenga pito o no, decidieron pagarle a gente por meter la cabeza en un resonador magnético y ver qué le pasaba cuando hablaba de sí misma, de otros o de hechos concretos, objetivos. Los resultados no sorprendieron a nadie. Hablar de uno mismo produce tanta dopamina (el químico del cerebro que se relaciona con la motivación, o sea que medio que es la madre de todas las drogas, la que nos empuja a hacer o no hacer cosas) que preferimos hablar gratis de nosotros mismos a hablar de otros por dinero. Posta. El cerebro de una persona hablando de sí misma, de sus costumbres, sus opiniones y conjeturas se enciende como arbolito chino de Navidad, sin otra recompensa que alguien que pregunte, alguien que escuche.

La gente está muy sola.

Y lo peor es que no pasa por uno, pasa por los demás. Hablar de uno con uno tiene más gusto a locura que a otra cosa. La gracia de uno no es tan gracia si no hay alguien que la aplauda, y el cerebro responde de manera acorde. Cuando hablamos de nosotros mismos sin publicarlo, no hay empujoncito erótico, y todavía más increíble, cuando hablamos de otros sin que nadie se entere, el cerebro se embola y las mismas zonas apenas reaccionan. Para qué opinar sobre hechos concretos o sobre otra gente en privado, cuando lo que realmente me hace cosquillitas en la panza es hablar de mí o de otros o de lo mucho muy mejor que soy yo respecto de ese forro que hace todo mal pero le va bien y claramente tiene que estar acomodado con alguien.

Envidia sana, que le dicen.

‘Mamá, mamá, mirá. Me tiro, mamá. Caigo de cabeza, mamá’, y tu vieja tratando de tomarse un vino, al lado del quincho, con los amigos, haciéndose sorda a un pendejo de 8 años con necesidad de atención. Porque la aprobación de otros genera esa misma descarga. Fav de ‘estoy de acuerdo’. Me Gusta de ‘Sí, ese pantalón borravino te queda bárbaro aunque sea extremadamente pop’ y un corazoncito de instagram que establece que tu arroz con pollo es motivo de erección. Post tiraposta, megusteo, placer de verte repetido, infectivo.

Foto que muestra de más, guiño del otro, placer tuyo. Tuit, fav, fav, fav paja, posta. Fav que estimula la misma zona del cerebro que la promesa de chocolate, dinero o chape (Sistema Mesolímbico Dopaminérgico, o Cuartel General de la Manija, para los amigos).

Me Gusta, compartir, dopamina, manoseo de ascensor, ganas. Manoseo posta, de esos que te aceleran la respiración, de los que transpiran y apretan la ropa. De los que te hacen pensar si arriba hay sábanas limpias y que solamente alcanzan un clímax cuando lo contás en 140.

Árbol que se cae en el bosque y no hace ruido hasta que alguien te lo megustea.