Si quién está del otro lado espera una milanesa que revele la existencia de vida extraterrestre acá, se llevará una gran decepción. Mismo caso, si la descubre, que avise.
Hace poco vi Saturno. Ya había visto Saturno unas 714 veces, siempre en fotos hermosas, pornográficamente detalladas, coloreadas, contrastadas, sacadas con longitudes de onda imposibles, rayos X, microondas, planitos lindos del Hubble, planos megacortos que hubiesen hecho transpirar a un camarógrafo de los programas de cumbia de los sábados, pero siempre mucha cosa entre él y yo. Hasta hace poco. Hace poco vi Saturno y me sentó de coxis, por no decir culo, el sartenazo de existencialismo. La luz salía del Sol, viajaba hasta Saturno (algo así como 80 minutos, porque la luz tarda en llegar desde un lugar hasta otro y vivimos constantemente en el pasado, y no hablo de no haber superado a un/a ex); y después de rebotar en Saturno venía para la Tierra y se colaba en el telescopio de mi amigo, y de ahí a mi ojo. Lo increíble fue verlo así. Misma luz, un viaje largo, pero igual de real que cualquier cosa que percibía a mi alrededor.
Me hiciste sentir solo, Saturno, y ahondaría en comparaciones pero ya hablé de mí ex.
Hemingway decía que siempre se sentía solo, aún en el medio de una multitud, pero bueno, el flaco después decidió cepillarse los dientes con una escopeta, así que me pareció que era un buen momento para agarrar para otro lado y decidí preguntarme seriamente si estamos tan solos.
Claramente mi pregunta no fue original, ha atormentado a personas tan diversas como Stephen Hawking, Fabio Zerpa, Carl Sagan o cualquier vecino que haya visto luces a las 3:33 de la mañana. Pero a todo este temita de vida en otros planetas se lo viene invitando al cine y a cenar desde hace años, sin que nadie termine de dar una respuesta como corresponde.
Hoy, lo más cercano que tenemos es una aproximación estadística. Y si vamos a pensar en términos estadísticos, todo el asunto alien pasa a estar bastante más despejado, al punto que por el año ’61 Frank Drake no tuvo nada mejor que hacer y se puso a calcular el número de civilizaciones extraterrestres con posibilidades de comunicación que había dentro de la Vía Láctea (la galaxia, no la heladería), y los números son impresionantes. Un par de años antes, Cocconi y Morrison (los astrofísicos, no los hijos de alguna modelo) habían realizado una publicación en Nature estableciendo que los radiotelescopios ya eran lo suficientemente sensibles para detectar transmisiones que se hicieran desde las estrellas cercanas, y hasta sugerían una longitud de onda para los mensajes basada en la frecuencia de emisión de un átomo de hidrógeno neutro, el elemento más común del Universo (algo así como FM 1420,4 megahertz, frecuencia alienígena).
Sabiendo que en una de esas se podía, y también por jugar un poco, Drake juntó todas las variables que se necesitaban para tener a una civilización con la que comunicarse y las multiplicó, obteniendo algo así:
Pero ¿qué valor predictivo real tiene esta ecuación? Uno diría que poco, aunque lo que sí tiene es una increíble capacidad de resumir exactamente qué es lo que necesitamos evaluar a la hora de empezar a pensar si hay algo disfrutando de todas las temporadas de Gossip Girl que chorrean desde nuestros satélites. Las estimaciones más actualizadas dicen que existen hoy algo así como 100 civilizaciones adentro de la Vía Láctea, y estas estimaciones no fueron hechas dentro del marco de una investigación realizada en el Uritorco a las 4 de la mañana, sino por astrónomos. Astrónomos. No confundir con Astrólogos, que si hay otras vidas en este Universo, lo que menos nos importa es saber si tienen la Luna en piscis.
Lo más increíble es ver lo simple que es atacar esa idea, esa estimación optimista de que tenemos espectadores sacando primera fila para la aurora boreal del año que viene, y es Enrico Fermi preguntando, bajito y confiado ‘Bueno, y si somos tantos, ¿por qué nadie nos visitó ya?’. Fermi había hecho la pregunta que duele en lo simple. ¿Por qué, si están, no vienen? Hasta que vino el gran Stephen Hawking y cambió la perspectiva del asunto. En una de esas no tenemos que preguntarnos por qué no vienen, sino agradecer que no lo hagan, más conociendo lo que conocemos hoy sobre vida inteligente: esa necesidad de expandirse, de colonizar y de acaparar recursos que tantos iPhones nos regalaron. Esa misma que agradecemos que no nos visite para traernos espejos de colores y mantas con viruela.
Me hiciste sentir solo, Saturno, muy pero muy solo. Te detesto. Y gracias.