La fascinación del hombre con las drogas psicodélicas es de larga data y es, al menos, tan antigua como la fascinación del hombre con los sueños. En ambos estados cerebrales no solamente se altera la percepción sensorial, sino que la misma estructura de nuestro pensamiento parece modificarse. De golpe, las ideas más ajenas parecen estar relacionadas, y somos capaces de encontrar nuevos significados en los gastados componentes de la vida cotidiana. En los términos más sencillos, la psicodelia (y también los sueños) nos permiten tener nuevos pensamientos y expandir las relaciones entre ellos.
Pero toda esta descripción está basada en reportes puramente subjetivos de usuarios de drogas psicodélicas (o sea, testimonios de ‘relocos’). En ausencia de evidencia científica y objetiva, estamos en nuestro derecho de cuestionar si las sustancias psicodélicas no son simplemente un superficial y frívolo jueguito para experimentar colores y sonidos divertidos.
Por suerte, hoy ya no tenemos que dudar de esta evidencia subjetiva, porque podemos mirar directamente dentro del pensamiento humano, recolectando información sobre los procesos neurofisiológicos que están detrás de los distintos estados cerebrales. Por eso, cuando mi mentor y amigo Dante Chialvo me comentó la posibilidad de unirnos al equipo de David Nutt en Londres para estudiar el estado psicodélico usando resonancia magnética funcional (fMRI), acepté instantáneamente. Decidimos utilizar esta técnica porque nos permite medir niveles de actividad cerebral (y su evolución en el tiempo) para ver, objetivamente, cuánto hay de verdad en las afirmaciones de que los psicodélicos ‘expanden la mente’. En nuestro caso, estudiamos la psilocibina, un alcaloide farmacológicamente relacionado con el LSD y también la sustancia psicoactiva principal de los hongos psilocibios, más conocidos como ‘honguitos mágicos’.
Lo primero que nos sorprendió fue ver cómo, después de administrar la droga, la actividad en el hipocampo (una estructura profunda del cerebro implicada en la formación de nuevas memorias) se dispara y comienza a fluctuar. Esto es lo mismo que ocurre durante el sueño REM (la fase de la noche en la que soñamos) y que también es común en algunos tipos de epilepsia con aura (es decir, acompañadas de sensaciones y pensamientos abruptos y extraños). Incluso, los sujetos en los que detectamos mayores fluctuaciones en esta zona del cerebro fueron los que más asociaron la experiencia a un sueño clásico de una noche de verano.
Lo loco es que aunque el estado cerebral de la experiencia psicodélica no sea muy diferente a un sueño, para muchos tenga connotaciones tan opuestas. Nos referimos a la idea de ‘perseguir nuestros sueños’ como algo positivo y digno de fomentar, pero la sociedad puede condenarnos por compartir nuestras experiencias con LSD u honguitos. Y no estamos hablando sólo de condena como dedo que apunta. Hablamos de visitas higiénicas mensuales, comida del infierno y jabones que conviene no recuperar.
En el trabajo vimos también que, cuando se mide actividad cerebral en el tiempo durante la experiencia psicodélica, aumenta la entropía. Sí, ya sé, ‘entropía’ suele asociarse con el bardo cósmico intergaláctico, pero en este contexto está relacionada con el incremento en la cantidad de información (?). Por ejemplo, si tenemos tres estados cerebrales A, B y C, entonces la sucesión ABCABCABCABC tiene menos entropía que CACBAABCACBA. Esto demuestra que la variedad en el flujo de pensamiento se enriquece cuando se administra una sustancia psicodélica. Además vimos que aumenta la ‘impredictibilidad’ de la actividad cerebral en las áreas involucradas con el pensamiento introspectivo (o sea, cuando nosotros mismos estamos en el foco de nuestro propio cerebro) y también la libre asociación de ideas durante el descanso. Sorpresivamente, no detectamos grandes cambios en las áreas del cerebro relacionadas con la percepción sensorial, lo que derriba la idea de que el estado psicodélico es meramente una alteración de los sentidos.
Las investigaciones sobre el cerebro y las drogas nos permiten entender mejor su funcionamiento, pero también contribuyen (con datos y evidencia) a la discusión sobre la legalización de estas sustancias y el rol que ocupan en la sociedad. Progresivamente, más gobiernos del mundo ven con buenos ojos legalizar el consumo de ciertas drogas (que pueden incluir sustancias psicodélicas). Sin embargo, no siempre hacemos cosas solamente porque nos permiten hacerlas. Si usamos el método científico para comprender cómo las drogas psicodélicas afectan nuestro cerebro y, por consiguiente, nuestro pensamiento, vamos a estar mejor preparados para saber qué esperar de nuestra experiencia y para entenderla mejor.
Ahora sabemos que la neurofisiología del estado psicodélico no es muy distinta a la del sueño REM. Si nos diesen a elegir todas las noches, antes de dormir, si queremos o no soñar, ¿qué elegiríamos? Es en este contexto actual de re-evaluación de las drogas (incluyendo las psicodélicas) en que quizás, por fin, tengamos derecho a hacer (y responder) la clásica y nostálgica pregunta: drogas, ¿para qué?