Los grandes somos un bajón. Vamos, hacemos la fila, pagamos, nos dan un numerito que nos lleva a otra fila —porque ser grande es básicamente hacer filas—, mientras miramos todo el tablero de gustos, procurando escoger alguna crema bien solemne, o sea, de viejo. Eso en el mejor de los casos, porque hay grandes que entran a la heladería y PIDEN UN CAFÉ. A ver, estás en una heladería. No preguntás dónde queda la biblioteca en Disney.
A sus treintipico, Bridget Jones encontraba en el helado una manera de canalizar su depresión por el hecho de entenderse ‘solterona’. Tal vez la pequeña Bridget no bajoneaba helado para ser menos infeliz por un rato, sino que jugaba a tomar helado. Como hacía yo, como hacíamos todos.
Porque de chico no importaba tanto el gusto, sino que fuese copado, de color violento, radiactivo y convulsivo. Además estaba la cuestión lúdica. Que la formita de pata, que la formita de bondi, que el ‘vale otro’; y esa carrera contra temperatura y gravedad que daban al evento de comer helado todo un decorado bastante circense, con tu vieja haciendo malabares para que no te transformes en un Piñón Fijo rodeado de moscas.
Pero todas esas cosas divertidas eran superadas cuando la que estaba tomando el helado conmigo era Valeria. Rubia ella, ojos color crema del cielo y, como todas y todos, llena de carbono.
El carbono es el segundo elemento con mayor presencia en nuestro cuerpo después del oxígeno. Pero, al menos los domingos, lo más importante no es que sea una pieza fundamental para la fabricación de humanos (a modo de cortesía, vamos a considerar ‘humanos’ también a aquellos que piden helado de menta) sino que el carbono forma el 80% del carbón vegetal, jugador clave para cualquier asado. Otro tipo de carbón muy importante es el carbón mineral, más comúnmente utilizado por la industria que por los parrilleros. Si purificamos el carbón —digamos, si separamos de él aquellas cosas que no son carbono— llegamos al grafito. En el grafito, los átomos de carbono se relacionan entre sí de manera que resulta en un material blando y oscuro. Gracias a esto podía escribirle todas esas cartas a Valeria, siempre y cuando todavía tuviera algún lápiz porque, a pesar de los enormes esfuerzos que hacía mi vieja por ponerles nombre a todos, la cartuchera estaba cada día más flaca.
Lo interesante del carbono es que, cuando trabaja bajo presión, hace cosas increíbles. Cosas como el diamante. Sí, podemos decir que todos esos lápices que mordí casi hasta casi la intoxicación no tienen nada que envidiarle a la pretenciosa piedrita. El diamante no es otra cosa que carbono luego de ser sometido a altas presiones y temperaturas. Esto hace que los átomos de carbono se relacionen de manera diferente, lo que nos da el material más resistente que conocemos.
Aquella tarde en la heladería no podía imaginar que el aire que escapaba de la risa de Valeria iba a estar también relacionado con el carbono. Digamos que, en términos metabólicos, ‘respirar’ no es otra cosa que oxidar carbono. Esto es lo que hacen justamente cada una de nuestras células. Agarran compuestos llenos de carbono, como los azúcares o los ácidos grasos y, junto con el oxígeno, producen una reacción química que da como resultado ‘energía’ y dióxido de carbono.
Lo increíble es que, si hubiera podido comprimir lo suficiente ese dióxido de carbono que salía de la boca de Valeria, habría llegado al que es, por lejos, el material más divertido al que un civil puede tener acceso en una heladería. Porque el dióxido de carbono también hace cosas increíbles cuando trabaja bajo presión. Cosas como el hielo seco, que no es más que dióxido de carbono que se comprime y enfría hasta solidificarse. La gran diferencia entre el agua sólida y el hielo seco es que, a presión y temperatura ambiente, un cubito de agua pasará a estado líquido. El dióxido de carbono, en cambio, sublima, es decir que pasa del estado sólido al estado gaseoso sin pasar por el estado líquido, dando lugar a todo ese humo (que no es humo, humo; pero es humo) que nos venden en las películas.
Y para seguir con este ‘todo tiene que ver con todo’, este ‘Gachi, Pachi, ella, el novio, el ex novio, yo y estos 2 pelotudos, todos de sagitario’, este es el gas que viene enfiestando todas nuestras bebidas desde hace años. Esas burbujas que te levantan cualquier brebaje pero que, si te distraés un poco, pueden hacerte llorar.
Quién iba a pensar que esa misma molécula me traicionaría una mañana. Porque, claro, ¿cómo no volver corriendo hasta Valeria para compartirle mi lata de Coca recién comprada, y que ella me devolviera su sonrisa y jugara con la chapita hasta llegar a la F? Pero lo único que logré fue llenar un vestidito de gaseosa y una cara de lágrimas. Y todo por culpa del mismísimo gas que salía de su boca. Ese dióxido de carbono que, cuando de chico lo tiraba sólido en un vasito de agua, me hacía sentir que era un científico de verdad. Como ahora, pero igual.