El siguiente texto es un borrador, parte del proceso abierto de un libro sobre la crisis climática. ¿Por qué subimos un borrador? Porque un proyecto de esta magnitud, sobre un tema tan universal, necesita siempre incorporar otras miradas. Sentite libre de dejar comentarios generales debajo de todo o podés dejar comentarios en fragmentos específicos del texto que resaltes.
Energía, clima y sociedad
Somos lo que comemos: el sistema energético
La energía es la moneda de la vida: la intercambiamos para hacer todo lo que hacemos. Cada proceso natural y acción humana es, en su forma más fundamental, una transformación de energía. De hecho, en una de las tantas definiciones de qué es la vida, se la entiende como la capacidad de un organismo de apropiarse de energía de su entorno para satisfacer sus necesidades metabólicas, como respirar, crecer y reproducirse. En los sistemas naturales, los organismos y ecosistemas se organizan alrededor de la captura de energía y quienes logran tener excedentes tienen una ventaja evolutiva[1]. En nuestra vida en sociedad, usamos la energía fundamentalmente para tres cosas: trabajo, calor e iluminación. El trabajo se puede utilizar para desplazar materia o alterarla (mover un vehículo), el calor para calefaccionar espacios, cocinar alimentos y transformar materiales (fundir metales o reciclar aluminio, por ejemplo) y la iluminación para desacoplarnos de la luz del sol y trascender los límites impuestos por los ciclos diurnos en nuestros ritmos de vida, permitiendo extender las jornadas laborales o ver una película a la noche. En esencia, el sistema energético comprende las formas en las que una sociedad se organiza para obtener energía de su entorno y distribuirla para hacer todo lo que hace. Una forma sencilla de entender este concepto es pensar que el sistema energético es para una sociedad lo que una dieta es para una persona, entendiendo así al sistema socioeconómico como un gran super-organismo que no para de crecer, con un metabolismo que intercambia materia y energía con su alrededor.
Desde el punto de vista del materialismo cultural (Harris), el sistema energético forma parte esencial de la infraestructura que condiciona la cultura dominante en un momento determinado. ¿A qué se refiere con esto? Pensemos en la cultura como la composición de tres grandes categorías, o capas que se apoyan unas sobre otras y se condicionan mutuamente. En la parte superior se encuentra la más abstracta: la superestructura, formada por ideologías y factores simbólicos que integran la conducta y el pensamiento. Esto toma una forma más tangible en la "categoría del medio", la estructura: básicamente, las reglas que ponemos para organizar cómo producimos o intercambiamos cosas o tiempo. Sosteniendo todas las funciones de este sistema se encuentran las condiciones materiales, o la infraestructura, esto es: la tecnología y las prácticas empleadas en la producción de alimentos y energía, dadas las restricciones que impone el mundo natural. La infraestructura corresponde a las prácticas de producción y reproducción y, para el materialismo cultural, tendría prioridad causal sobre los otros dos sectores, por estar más relacionada con la supervivencia y bienestar humanos. En otras palabras, la cultura está intrínsecamente definida por el tipo de recursos energéticos de los que dispone y de cómo se organiza alrededor de ellos para extraerlos, distribuirlos y usarlos. O sea, el sistema energético condiciona la cultura dominante en un momento determinado. Somos lo que comemos, y todo lo que comemos proviene de nuestro entorno, desde las calorías que nutren a cada ser vivo, hasta los barriles de petróleo que consumen los millones de vehículos que recorren el planeta. Así como los flujos de energía sostienen la vida de todos los organismos, también condicionan la de superorganismos, como sociedades y civilizaciones. Por este motivo, hablar de transiciones energéticas no es sólo hablar de cambios tecnológicos a nivel infraestructural -como energías renovables, electromovilidad o combustibles fósiles-. Al hablar de transiciones energéticas, estamos hablando también de cambios socioculturales en todos los niveles. Esto quiere decir que no podemos pensar una transformación del sistema energético sin preguntarnos qué tipo de cultura queremos alimentar con ese sistema, para qué vamos a usar la energía que generemos y quiénes lo van a hacer. Estas discusiones las vamos a dejar para el final de este capítulo, cuando ya hayamos entendido de qué hablamos cuando hablamos de transformar la matriz energética. Una forma amigable de empezar a hacerlo es mediante el siguiente cuento:
Dos peces están nadando por ahí cuando de pronto se cruzan con un pez más viejo que los saluda con la cabeza y les dice: «Hola, chicos. ¿Qué tal está el agua?». Los dos peces más jóvenes siguen nadando un rato, hasta que uno se le pregunta al otro: «¿Qué es el agua?»
Este cuento, escrito por David Foster Wallace y utilizado por Bill Gates en su libro sobre crisis climática, sugiere que “la moraleja más inmediata es que las realidades más evidentes, omnipresentes e importantes suelen ser las más difíciles de ver”[2]. De la misma manera, los combustibles fósiles son para nosotros como el agua para los peces. “Su presencia está tan generalizada que cuesta darse cuenta de todas las maneras en que afectan a nuestra vida”. Además de mover personas y cosas por todo el mundo y alimentar turbinas de todo tipo, el petróleo es un componente crítico en casi todo lo que nos rodea[3], siendo la columna vertebral de nuestra sociedad industrial.
Hoy tenemos un problema: lo que comemos nos está matando. La dieta de la sociedad moderna se basa casi por completo en una abundante ingesta de combustibles fósiles, lo cual moldea nuestra civilización y al mismo tiempo la pone en peligro. ¿Por qué? Por dos de las palabras de la oración anterior: “abundante” y “combustibles fósiles”. El problema no está sólo en la fuente de energía, sino que además, los niveles de consumo energético y material que sostienen a la civilización global están generando presiones en el sistema planetario hasta alcanzar puntos de colapso[4]. La prescripción es clara: hay que cambiar la dieta hacia fuentes bajas en carbono antes de que sea demasiado tarde. Sin embargo, la tarea no es sencilla, ya que al mismo tiempo hay que garantizar el derecho al acceso a energía barata y de calidad para toda la población, particularmente a las cerca de dos mil millones de personas que viven en la pobreza energética[5]. A esto se le suma que no está del todo claro que “las nuevas dietas” puedan ser compatibles con nuestras “actuales rutinas”, ya que las alternativas tecnológicas a nuestro alcance presentan numerosas desventajas respecto a los combustibles en cuanto a sus características físicas, lo que implica desafíos técnicos, sociales y culturales gigantes. Como si fuera poco, cada vez cuesta más energía obtener la energía que sostiene a nuestra civilización global, al punto de no tener certezas si habrá suficiente disponible para emprender una transformación de la matriz energética a tiempo[6]. Si bien hubo transiciones energéticas en el pasado, nunca jamás nos enfrentamos a una con las características de la actual. Estamos en presencia de uno de los desafíos más grandes de la historia de la humanidad, lo cual seguramente inaugurará un nuevo episodio en la historia evolutiva de nuestra especie[7]. Que ese capítulo incluya a una humanidad próspera en un planeta habitable o no va a depender, en gran parte, de cómo transformamos nuestra matriz energética.
Cambios de dieta: transiciones energéticas
Desde una perspectiva biofísica, la historia de la humanidad puede verse como una búsqueda incesante por controlar cada vez mayor cantidad de fuentes y flujos de energía, en formas cada vez más concentradas y versátiles, para transformarlas de maneras más eficientes y económicas en calor, iluminación y trabajo (o movimiento). Esto nos ha permitido producir cada vez más comida, más cantidad y diversidad de bienes, movernos a escala planetaria y crear acceso a una cantidad casi ilimitada de información. El camino de la incesante captura energética siempre ha derivado en poblaciones más grandes, entretejidas en organizaciones cada vez más complejas y conectadas a escalas planetarias, con mejoras considerables en el consumo material y aumentos en la desigualdad con la que se distribuye ese consumo[8].
Los distintos saltos energéticos que signaron nuestra historia evolutiva son también conocidos como "transiciones energéticas", procesos que -por decirlo de forma muy simplificada-, desembocaron en la conformación de distintas "eras energéticas". Estas transiciones son cambios en el perfil metabólico de las sociedades -cambios de dieta-, que transforman profundamente la forma en la que las personas nos organizamos para sostenernos en un ambiente determinado para extraer y usar energía, y los impactos que esto genere. A lo largo de la historia, pasamos por tres grandes regímenes “socio-metabólicos”: el forrajero (cuando éramos cazadores-recolectores), el agrario y el industrial [9] [10].
El primero de ellos dominó por lejos la mayor parte de nuestra historia en el planeta. Un 97% de la presencia humana estuvo organizada por la caza y recolección de los frutos recientes de la fotosíntesis: plantas y animales para comida, madera para calefacción y cocción. Así, vivíamos a base de energía solar y la usábamos de forma “pasiva”, consumiendo únicamente lo que el sol ya había transformado y puesto a disposición para abastecer nuestros consumos. La energía disponible en forma de comida en las cercanías restringía el tamaño poblacional de estas sociedades. Como sólo una pequeña fracción de su entorno calificaba como “alimento”, las densidades poblacionales eran muy bajas, lo cual permitía una organización social nómade para moverse en función de las estaciones en búsqueda de nuevo alimento.
Este modo de organización social cambió profundamente cuando, alrededor del año 10.000 AC, las personas en distintas partes del mundo comenzaron a transformar su entorno para agrandar la porción de tierra que servía como alimento, es decir, cuando comenzaron a practicar la agricultura. La agricultura es la mejora de la captación social de energía solar del entorno para su uso humano mediante la promoción de unas pocas especies vegetales en detrimento del resto[11]. En otras palabras, la agricultura implica un “aprovechamiento activo” de la energía solar. Ahora ya no buscábamos los alimentos que estaban allí disponibles para servirnos, sino que comenzamos a reemplazar la vegetación natural para producir ciertos granos, aprovechando la energía solar lo más posible para incrementar la cantidad de comida, tanto para humanos como para animales de ganado. Esta es la primera gran transición energética que inaugura una nueva era energética, con cambios sin precedentes.
Se empezó a producir por encima de nuestras necesidades inmediatas, lo cual trajo una serie de cambios irreversibles en cascada. Estos excedentes energéticos permitieron sostener poblaciones más grandes, en los que una parte de ella pudo dedicarse a actividades más allá de la subsistencia básica, desde la política o el arte, hasta la filosofía o la guerra[12]. Antes, las poblaciones usaban todo su tiempo para cazar animales y recolectar frutos para alimentarse, buscar fuentes de agua, defenderse de los predadores o mantener los refugios. No quedaba tiempo disponible para pensar e innovar, sólo para subsistir. Nadie podía especializarse demasiado en algo muy específico, porque todos tenían que ser autosuficientes en buena medida. El incremento en los excedentes energéticos producidos por una gran masa agricultora -entre campesinos, esclavos humanos y animales- permitió que otra porción de la población comenzara a especializarse en una rama cada vez más diversa de actividades, lo que aumentó la trama de intercambios y la cantidad de roles sociales existentes. Comenzó a existir la alfarera, el herrero, el comerciante o los artistas. La cantidad de personas que podía alimentarse sin tener que arar la tierra por sí mismas empezó a crecer, como también lo hicieron templos, palacios y majestuosos monumentos. Emergieron las primeras ciudades. La especialización derivó en innovaciones tecnológicas que fueron mejorando la productividad, lo que incrementó aún más el excedente energético, albergando poblaciones más grandes que aportaron mayor fuerza de trabajo, retroalimentando el proceso. En síntesis, la humanidad se fue complejizando a medida que logró incrementar la energía disponible a su disposición, algo que será una constante a lo largo de la evolución y expansión de nuestra especie[13] [14]. Más energía. Más complejidad. Más energía.
Perfiles metabólicos de sociedades cazadoras-recolectoras, agrarias e industriales. Esta tabla es una radiografía simplificada de la ingesta energética típica por tipo de sociedad[15]. Fuente: adaptación de Krausmann et al., 2008, basado en Haberl et al., 2006; Krausmann & Haberl, 2002; Malanima, 2002; Schandl & Schulz, 2002; Sieferle et al., 2006; Simmons, 1989, 2008; Weisz et al., 2006.
Máquinas por músculos
Estas transformaciones tomaron una dimensión sin precedentes con la última gran transición energética, cuando a finales del Siglo XVIII, en Inglaterra se desarrolló la tecnología necesaria para explotar una fuente de energía mucho más poderosa que los músculos y la madera: el carbón mineral. La tecnología inventada: la máquina de vapor. Se originó una nueva era que llegó para cambiarlo todo: la del metabolismo Industrial, producto de una revolución en nuestra capacidad de convertir energía[16] y de relacionarnos con nuestro entorno. En los 1770s comenzó a comercializarse a gran escala el modelo de máquinas a vapor diseñado por el inventor James Watt. Los ingleses se dieron cuenta de que el calor generado por la quema de combustibles fósiles podía generar vapor que moviera pistones y engranajes, los cuales podían movilizar cualquier máquina, desde bombas para extraer agua de las minas de carbón hasta locomotoras sobre rieles o embarcaciones por el océano. Los combustibles fósiles fueron reemplazando a los alimentos como fuente energética dominante del metabolismo social, que empezó a estar motorizado por máquinas y ya no por músculos animales y humanos. Sin embargo, este proceso todavía está lejos de terminarse, ya que la mayoría de la población global todavía se encuentra en el tránsito de una sociedad agraria a una industrial, un proceso tan diverso y desigual como complejo[17] [18].
Principales conversores energéticos en distintas sociedades
En esencia, la demanda energética puede tener dos formas. O es consumida dentro de nuestros cuerpos (energía endosomática) o fuera de ellos (exosomática). Para diferenciar la energía consumida en nuestra alimentación de la energía de consumo de bienes y servicios, el ecólogo catalán Ramón Margaleff, hablaba de metabolismo biológico y metabolismo cultural. Con el paso del tiempo y el acceso a nuevas fuentes energéticas, el primero se fue haciendo minúsculo en comparación con el segundo. La capacidad de apropiarse en forma colectiva de proporciones gigantescas de energía, más allá de lo necesario para mantener en funcionamiento nuestras necesidades fisiológicas, es una característica distintiva de la especie humana. Para tener una idea, en las sociedades forrajeras, la biomasa en forma de comida (y otro poco en madera) era el único energizante y durante el Imperio Romano, el forraje y el alimento comprendían el 45% de toda la energía consumida[19]. Para 1815, las todavía ineficientes máquinas británicas realizaban el trabajo de unos 50 millones de personas musculosas, aunque la población total fuera de 13 millones[20]. Ya para 1930, en los campos de Estados Unidos había más potencia instalada en forma de tractores que de caballos[21] y luego de 1960 la suma entre forraje y alimento ya no supera el 3% del consumo energético de una sociedad moderna, cuya demanda pasó a estar dominada por combustibles y electricidad para alimentar hogares, industrias y medios de transporte[22]. Hoy, el consumo cultural supera en 80 veces al biológico[23]. Somos la única especie que usa masivamente energía fuera de lo que nuestros cuerpos necesitan[24], lo que configura una particularidad única que se encuentra detrás del éxito de la humanidad para expandirse por todo el planeta.
La quema de combustibles fósiles fue -y es- para el sistema productivo como una inyección constante de hormonas de crecimiento[25]. El incremento de mayor energía disponible permitió un incremento exponencial del sistema social y económico[26]. Pensemos que antes, el trabajo social estaba limitado por la capacidad de los músculos humanos y animales[27], condicionados a su vez por la productividad de los sistemas agroganaderos y las estaciones climáticas. O sea, el ritmo evolutivo de nuestra historia tenía limitaciones infraestructurales -usando los conceptos de Harris- que fueron reducidas por la enorme energía contenida en estos nuevos combustibles[28]. Así, la era de los combustibles fósiles se puede leer como una emancipación (ilusoria y temporal) de los tiempos biológicos: la disponibilidad de energía ya no dependería de la estación ni de la hora y el consumo energético podría ser ininterrumpido[29]. Al describir este período en la célebre obra “En la Espiral de la Energía”, los autores afirman que por primera vez en la historia, se cumplieron todos los requisitos para una utilización máxima e ininterrumpida de energía: i) fuentes energéticas abundantes a precios accesibles, ii) alta densidad energética, iii) existencia de tecnologías que permiten convertir adecuadamente las fuentes energéticas para una amplia gama de usos, iv) posibilidad de usarlos en el lugar que se requiera, gracias al desarrollo de medios de transporte y al uso de energías fácilmente transportables y v) disponibilidad en el momento que se necesite gracias a la facilidad de almacenaje de los combustibles fósiles[30]. Así, “de todas las estrategias utilizadas por el ser humano para conseguir energía (fuego, recolección, caza, agricultura, domesticación y control de otros humanos y animales, uso de energías renovables), los combustibles fósiles unidos a las máquinas han sido los que más potencia, energía y versatilidad le han proporcionado”.
Densidad energética de distintos combustibles
Cada vez más esclavos detrás del telón
Para tomar una dimensión del poder de estos combustibles, pensemos que la energía que contiene un barril de petróleo equivale al potencial del trabajo que podría hacer una persona durante 8 años, trabajando sin descanso[31]. ¿Y cuánta energía teníamos a nuestro alcance antes? Bueno, hagamos un poco de números. Un adulto promedio puede sostener una potencia de trabajo de 60 a 100 Watts durante una jornada laboral, 10 veces menos que un caballo de tiro. Esto quiere decir que, mientras el metabolismo social era motorizado por músculos, la máxima concentración de potencia de trabajo que podía llegar a dirigir una persona en algún caso excepcional (como una gran obra ingenieril o arquitectónica con cientos de miles de constructores) podía llegar a los 10.000-100.000 W [32]. Para tomar una dimensión de este número, pensemos que hoy cualquier persona con un vehículo liviano tiene en su poder más de 50.000 W. Esto equivale a unos 70 caballos de fuerza[33], o 700 esclavos energéticos. Con una hora de trabajo, una persona en Argentina con un salario mínimo podría comprarse dos litros de nafta, lo que equivale al trabajo diario potencial de 18 personas. Hemos creado una sociedad en la que la energía es tan barata que, incluso un trabajador con un sueldo bajo tiene cientos de “esclavos energéticos” trabajando día y noche para moverlo de un lugar a otro, calefaccionar su hogar o iluminar su entorno[34]. Hoy en el mundo se consumen 100 millones de barriles de petróleo equivalente de hidrocarburos cada día, lo que implicaría la existencia de unos 283 mil millones de esclavos energéticos trabajando en el planeta, 40 veces más que la cantidad de habitantes. Esa es la magnitud del trabajo invisible que está detrás de cada botón que apretamos y cada perilla que abrimos. Si la economía está hecha de trabajo, la economía es de petróleo[35].
Algunas razones que explican la difusión por todo el planeta de los hidrocarburos en general, y del petróleo en particular, son sus irresistibles características químicas. El petróleo tiene un altísimo contenido energético en poco volumen y puede ser acumulado y transportado a temperatura ambiente con relativa facilidad por todo el mundo. Es como una batería gigante de energía en sí mismo que puede ser usada cuando se lo requiera. Con el gas natural y el carbón es similar, aunque un poco más complejo. Es importante no meter a todos los combustibles fósiles en la misma bolsa, ya que no todos tienen los mismos impactos ni los usamos para los mismos fines. El más contaminante de los tres es el carbón y hoy se usa principalmente para generar electricidad -de hecho, aún en 2022 es la principal fuente de electricidad del mundo y también de países como China, India o Alemania-. Luego tenemos al petróleo que, en términos de emisiones, es menos peor. Lo utilizamos más que nada para movernos. Si hoy nos parece normal llegar volando en sólo 12 horas de un continente a otro, acceder en nuestra esquina a frutas y verduras de cualquier parte del mundo durante todo el año o desplazarnos de una punta de la ciudad a la otra en pocos minutos, es porque el petróleo abastece más del 80% del transporte en vehículos, trenes, barcos y aviones[36]. La ingesta de este combustible tan alto en calorías y versátil hizo que hoy nos movamos como nos movemos -y que hayamos montado las infraestructuras para hacerlo, lo que retroalimenta patrones culturales que dependen de su consumo-. Las fronteras se expandieron y los tiempos se acortaron. El transporte barato también implicó un cambio organizacional, haciendo posible el comercio global y la producción en masa a gran escala. Pensemos que antes, los altos costos de distribución previos a la era industrial cancelaban cualquier ganancia en eficiencia que podría tener una producción centralizada[37]. Por último, dentro de la gran bolsa de combustibles fósiles tenemos al gas natural, que al combustionarse libera casi la mitad de emisiones que el carbón. La clave para aprovechar su beneficio está en que no se nos escape antes de poder quemarlo -algo conocido como emisiones fugitivas, que no siempre son tan sencillas de evitar y que cuando suceden puede cancelar sus beneficios[38]-. A mediados del siglo pasado se introdujo para transformar la forma en la que calefaccionamos los hogares, cocinamos alimentos y movemos nuestras fábricas. Es importante tener en cuenta que los usos que le fuimos dando a cada uno de estos combustibles fue cambiando con el tiempo. Antes de la postguerra, el carbón era el combustible que dominaba las fábricas y el transporte, alimentando a las máquinas a vapor que movían trenes y barcos, hasta que luego de la Segunda Guerra Mundial los motores a combustión -a base de petróleo- se impusieron como medio predilecto para la movilidad. El petróleo, por su lado, se utilizó bastante para generar electricidad durante el siglo pasado, pero fue desplazado largamente por el gas en las últimas décadas. En síntesis, usamos cada uno para cosas distintas, pero a los tres juntos para hacer todo lo que hacemos.
La industrialización y el uso masivo de energía marcó un punto de muy difícil vuelta atrás para la humanidad. Una vez asentado un modo de vida urbano, una economía mundializada, un consumo material en aumento y un tamaño poblacional alto, todo ello dependiente de los combustibles fósiles, desengancharse de ese consumo energético requiere un gran cambio civilizatorio, ya que existe una retroalimentación positiva entre los flujos energéticos y los modos de vida que se crean con ellos[39]. Hoy, nuestra civilización se sostiene sobre cuatro pilares: acero, amoniaco, cemento y plásticos. La producción a gran escala de estos materiales depende de combustibles fósiles. Y la síntesis del amoniaco que convertimos en fertilizantes para la producción agrícola necesita gas natural[40]. De hecho, la agricultura moderna es altamente dependiente de subsidios energéticos a gran escala, tanto de forma directa (combustibles líquidos para las máquinas, tractores, sistemas de irrigación y procesamiento de granos) como indirecta (energía integrada en la síntesis de fertilizantes, pesticidas y herbicidas). Como resultado, “ahora comemos papas hechas parcialmente de petróleo” [41].
Una pirámide de complejidades
Tanto desde la biología como desde la antropología, se ha asociado a la favorable disponibilidad de energía como un factor determinante en la evolución y el aumento de la complejidad de plantas, animales y humanos[42]. O sea, cuanto mayor es la disponibilidad de energía de un sistema, mayor es el tamaño y la complejidad que puede alcanzar. Así, los excedentes energéticos permiten que haya división del trabajo, y con ello mayores niveles de especialización, eficiencia y productividad. Mayores excedentes habilitan la difusión masiva de riqueza material, actividades artísticas, culturales y servicios sociales[43]. Por eso, el acceso a energía es una condición necesaria para el desarrollo de una sociedad. Sin embargo, no es una condición suficiente, ya que “ni la abundancia de fuentes energéticas ni un alto consumo de estas garantizan la seguridad de un país, el confort económico o la felicidad personal”. [44] Este vínculo entre energía y desarrollo lo podemos ver de forma concreta al comparar el consumo energético de distintas sociedades con su desempeño en el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Dentro del metabolismo industrial, hay sociedades que han podido asegurar dietas adecuadas, cuidado sanitario básico, escolarización y una calidad de vida decente con un uso energético bajo, mientras que otras consumen más del doble o triple sin mejoras equivalentes en el bienestar[45]. O sea, mayores cantidades de energía redundan en un mayor desarrollo sólo hasta un determinado nivel de ingreso (digamos, desde Etiopía hasta Turquía), hasta un punto en el cual hay una especie de saturación a partir del cual más consumo es derroche (por ejemplo, desde Italia o Japón hasta Estados Unidos o Arabia Saudita). Sin embargo, esta relación no es estática, ya que los niveles de consumo energético necesarios para alcanzar bienestar dependen de qué tecnologías usemos y de cómo nos organicemos social, cultural y políticamente[46]. ¿Podríamos vivir mejor consumiendo menos energía? La respuesta es que sí, si nos organizamos mejor. ¿Cuánto menos? Cerca de la mitad, dependiendo del país y su nivel de ingresos. Sobre esto vamos a volver sobre el final.
Al profundizar esta mirada física de la energía, es fundamental que comprendamos que producir energía cuesta energía. Ya sea para hacer funcionar las cigüeñas en los yacimientos de hidrocarburos o bien las infraestructuras necesarias para aprovechar el poder del sol, del agua o del viento. Esta actividad productiva, como cualquier otra, también es subsidiada por la energía producida previamente. Así, al restarle a la energía que contiene un recurso aquella necesaria para su producción, nos queda la “energía neta” que el recurso deja para reproducir a la sociedad en cuanto tal[47]. Una forma de medir lo que rinde un recurso a la sociedad en términos energéticos, es dividiendo la energía que contiene dicho recurso por la energía que se necesitó para producirlo. Así, tenemos la “Tasa de Retorno Energético (TRE)”. La idea es bastante sencilla: supongamos que un barril de petróleo contiene 100 unidades de energía y producirlo cuesta 5 unidades, su TRE será de 20 (100/5=20). Mientras más alta sea la energía neta del recurso, mayor es el rendimiento energético, lo que implica más posibilidades de desviar recursos desde la subsistencia básica hacia el arte y la educación -como también a la guerra, según las prioridades de cada sociedad[48]-. Sucede que los humanos primero satisfacemos primero las necesidades fisiológicas y reproductivas para luego, progresivamente, satisfacer necesidades menos inmediatas -pero igualmente importantes-. Así, Lambert, Hall & Balogh (2013) proponen un ordenamiento jerárquico de “necesidades energéticas” requeridas para mantener una típica sociedad occidental moderna. Ese concepto tendría una forma de pirámide [49], donde las necesidades “inferiores”, que estén en la base de esa jerarquía (generación de energía) deben satisfacerse como condición previa para poder escalar hacia las “superiores”, como la producción de alimentos, la educación o el cuidado sanitario.
¿Cuál sería el rendimiento energético mínimo para sostener una sociedad industrial? Al explorar esta pregunta, los autores proponen pensar qué pasaría si nos costara tanto extraer el petróleo que su energía neta fuera 0 -o lo que es lo mismo, que el retorno energético (TRE) fuese de 1-. En ese caso, sólo habría energía para extraer el recurso y… mirarlo. No alcanzaría para nada más. Si fuéramos capaces de extraer un poco más de energía neta, además de mirarlo podríamos refinarlo, transformarlo en algo más útil y transportarlo hasta donde lo necesitemos. Se necesitaría una TRE de al menos 5 para producir granos y transportarlos en tractores al punto de consumo por rutas[50], algo básico en cualquier sociedad moderna, y un retorno de 7 para mantener a las familias de los trabajadores involucrados. Mayores retornos se necesitarían si además quisieran ir a la escuela (9) o dedicarse al arte 14. Si bien el cálculo de estos números es muy complejo y está sujeto a gran variabilidad, el punto es claro: sostener altos niveles de complejidad requiere de energía abundante y barata, dos cualidades que dimos por sentadas durante los últimos siglos y que hoy enfrentan diversas amenazas… Principalmente tres. Veamos.
¿El principio del fin?
En primer lugar, la más obvia de las amenazas es la paradoja intrínseca de los combustibles fósiles que, mientras son esenciales para el mundo globalizado, amenazan la vida en el planeta como la conocemos. Lo que comemos nos está matando. En segundo lugar, desde el campo de la economía biofísica[51], se advierte que en un mundo donde los recursos son finitos es imposible sostener una dinámica evolutiva con una dirección permanente hacia mayores niveles de complejidad, que como resultado siempre demande más energía -lo que a su vez resulte en mayor complejidad[52]-. Por un lado, tenemos un problema con la cantidad de recursos disponibles: al explotar un nuevo yacimiento hidrocarburífero, las tasas de extracción de energía crecen al principio, llegan a un pico para finalmente decrecer, usualmente siguiendo una curva en forma de campana. Si bien los avances tecnológicos han logrado sortear este problema permitiendo el acceso a recursos que antes eran inaccesibles, el segundo problema es la calidad de los recursos energéticos, ya que los de mejor calidad y más fácil acceso se utilizan al principio [53], dejando los de inferior rendimiento y mayor costo para el final. Esto se traduce en el hecho de que cada vez cueste más energía producir energía. A modo de ejemplo, en 1930 alcanzaba con perforar el suelo unos 20 metros para extraer petróleo, obteniendo retornos energéticos cercanos a 100, mientras que hoy más del 90% de los nuevos descubrimientos de yacimientos ocurren o bien en las profundidades del océano o en la roca madre de los suelos[54], con retornos energéticos que oscilan entre 18 y 5 [55]. Lo paradójico de esta situación es que las reservas brutas pueden seguir en aumento gracias a nuevos descubrimientos, mientras que la energía neta disponible para la sociedad puede ser cada vez menor. Esta situación es conocida como “trampa energética”, algo que a los indicadores económicos les cuesta capturar [56] [57] [58]. En general, la evidencia empírica muestra que el rendimiento energético de los combustibles más importantes está en descenso y que las alternativas no convencionales tienen un rendimiento mucho menor que los combustibles tradicionales [59], aunque con tendencia creciente.
Tasa de retorno energético para distintas fuentes en distintos momentos del tiempo
Hoy, la producción de combustibles líquidos demanda aproximadamente el 15% de la energía producida por los combustibles, y para 2050 se estima que la mitad de la energía que produzcan sea deglutida en su propia producción[60]. Este hecho por sí solo pone en riesgo el sostenimiento de la complejidad social de la modernidad, con un consecuente colapso de la misma[61] [62], sino también la capacidad que tenga el sistema energético de subsidiar el rápido montaje de una nueva infraestructura energética a base de fuentes bajas en carbono, en un plazo temporal que nos permita mitigar la crisis climática [63]. En cualquier caso, ya sea por escasez o por voluntad, una nueva transición energética es inminente, lo cual impactará en nuestras sociedades de formas que todavía es muy difícil predecir. Hoy, como sociedad global estamos en un punto de inflexión. “Para prevenir un colapso ecosistémico, la decisión más importante de la humanidad será su elección de usos energéticos, lo que abrirá una nueva etapa en su historia”[64]. ¿Cómo será esta nueva etapa? ¿Cuánto tiempo nos llevaría atravesarla? ¿Hacia dónde se dirige? ¿De qué depende que podamos o no atravesarla con éxito? ¿Qué tensiones emergen cuando, además de pensarla desde la sociedad global que somos, incorporamos la mirada desde nuestras latitudes?
Transición energética: tecnologías y geopolítica
Un cambio sin precedentes
A diferencia de las transiciones del pasado, que surgieron como resultado de la aparición de nuevas tecnologías y/o descubrimientos de recursos, la actual es una transición consciente para trascender el paradigma fósil, fundada en primer luegar en la necesidad de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero[65]. Como vimos, el estrecho vínculo entre el régimen energético y la cultura de una sociedad implica que la transición energética es mucho más que transformaciones tecnológicas, involucrando también a las esferas socioculturales. Por eso, a grandes rasgos existen dos grandes tipos de políticas energéticas: las que ponen énfasis en la transformación de la oferta (reemplazar las fuentes fósiles por energías limpias) y las que transforman la demanda (ahorro de energía, eficiencia). En lo que sigue del capítulo trataremos los aspectos tecnológicos de oferta, para finalmente movernos hacia la demanda y plantear interrogantes alrededor de la esfera sociocultural, entendiendo que estas transformaciones están atravesadas por el contexto singular de cada región y las asimetrías sociales, tanto al interior de un país como entre países. Ese es el plan.
TIPO DE CAMBIOS
Políticas | TECNOLÓGICOS | SOCIOCULTURALES |
OFERTA | Desarrollo de fuentes de energía bajas en carbono (energía nuclear, renovables, hidrógeno) Desarrollo de pruebas piloto en tecnologías de frontera (captura y transformación de carbono) Almacenamiento de energía (baterías, hidrógeno, reservorios geológicos) Combustibles alternativos (combustibles sintéticos, biocombustibles) Infraestructura (obras de transporte) | Democratización de la generación de energía Cambio en los sistemas de provisión de servicios |
DEMANDA | Eficiencia energética (procesos industriales, arquitectura bioclimática) Electrificación de usos finales Sustitución de equipos (calefones y termotanques solares, bombas de calor) Infraestructura (medidores inteligentes, generación distribuida) | Ahorro en la demanda de energía Modificación en patrones de consumo Cambio en los sistemas de valores |
En términos generales, la idea dominante consiste en generar energía con todo lo que nos gusta -abundante, constante y barata- sin nada de lo que no nos gusta -contaminación atmosférica y gases de efecto invernadero-. De esto se trata, a grandes rasgos, lo que se conoce como descarbonización, un proceso que tiene como horizonte lograr la carbono neutralidad hacia 2050-2070. La propuesta general es electrificar todo lo que se pueda y lograr que esa electricidad provenga de un mix de fuentes bajas en carbono, ahorrando energía donde sea posible. Donde no se pueda electrificar, habrá que usar otras alternativas tecnológicas, como el empleo de métodos de captura de carbono, bioenergías, combustibles sintéticos o gases como el hidrógeno. Mientras que las transiciones previas habían sido guiadas por oportunidades de producir más barato, o bien por la disponibilidad de mejores servicios energéticos[66] [67], la actual está motivada por un factor que hasta ahora nunca nos había importado, ajeno al rendimiento energético de los recursos: nada más ni nada menos que a la supervivencia de nuestra civilización. De hecho, las energías que se espera que tengan mayor rol en esta transición, como la solar y la eólica, presentan notables desventajas en términos energéticos respecto a los combustibles que pretenden reemplazar. En particular, tienen baja densidad, son intermitentes, no son fácilmente almacenables a gran escala -todavía-, dependen de una gran cantidad de minerales escasos y su TRE es inferior a la de los combustibles convencionales. Incluso, hay estudios que indican que un sistema eléctrico 100% renovable tendría TRE inferiores a lo identificado por la literatura para el sostenimiento de sociedades complejas [68].
Una historia de adiciones graduales
La historia de las transiciones energéticas ha sido una historia de adiciones. Como explica el investigador Jean-Baptiste Fressoz[69], nunca reemplazamos una fuente por otra, sino que más bien agregamos nuevas fuentes a las anteriores. Al uso tradicional de la biomasa y los molinos de agua y viento se sumaron el carbón, el resto de hidrocarburos, la energía hidroeléctrica, nuclear y por último las renovables modernas. Como resultado, cada fuente siguió creciendo en términos absolutos, abasteciendo a un consumo energético siempre creciente. De hecho, en el planeta nunca se consumió tanto carbón como en el año 2021. Más aún, el carbón fue la fuente que más energía generó durante el siglo XX. La percepción común de que el siglo XIX estuvo dominado por el carbón y que el petróleo dominó el siglo XX es errónea. En términos globales, la biomasa siguió dominando el siglo XIX y el siglo XX fue el siglo del carbón [70].
Consumo global de energía primaria por tipo de fuente, en términos relativos (1800-2019)
Consumo global de energía primaria por tipo de fuente, en términos absolutos (1800-2019)
Si la transición energética actual -al menos en su narrativa- pretende cumplir con los objetivos climáticos, no alcanza con agregar fuentes limpias a un consumo creciente de carbón o petróleo. En otras palabras, la sustitución de energías no debe ser relativa, sino absoluta. El objetivo global de reducción de emisiones impone el abandono progresivo de estos combustibles, de los cuales tanto dependemos, a una velocidad y magnitud sin precedentes. Lamentablemente, “la historia no está de nuestra parte” [71], ya que a juzgar por las transiciones del pasado, depender de nuevas fuentes de energía nos ha llevado décadas y décadas. Existe una gran incompatibilidad entre los plazos temporales requeridos para el cumplimiento de las metas climáticas y los requeridos por la magnitud de cambios infraestructurales y socioculturales necesarios.
Una transición energética es mucho más que cambiar de fuentes de energía, implica cambiar la infraestructura más compleja y gigante que creó la humanidad [72]. La infraestructura energética tiene tres componentes principales. En primer lugar, está la tecnología núcleo de la generación de la energía, compuesta por todo lo necesario para realizar la extracción y prospección –podemos pensar en yacimientos petrolíferos para extraer petróleo o en parques eólicos para transformar viento en electricidad-. Luego, tenemos todas las infraestructuras asociadas a las distintas fuentes de energía: infinidad de gasoductos, cientos de miles de tuberías, líneas de alta tensión que conectan a todo un país, estaciones de servicio en cada pueblo. Por último, está el paquete tecnológico relacionado a los distintos usos finales que le damos a cada fuente de energía –desde un motor a combustión que transforma el combustible líquido en movimiento hasta bancos de baterías para un auto eléctrico-. En criollo, “los fierros” [73]. No estamos hablando de algo que suceda de un año para el otro, en parte, porque la infraestructura energética no es como la informática.
Una extrapolación fallida
La industria informática ha visto mejoras exponenciales en sus rendimientos gracias al cumplimiento de la famosa Ley de Moore. En 1968, Gordon Moore creó la compañía Intel y logró fabricar el primer microprocesador comercial, conocido como Intel 4004. Como explica Santiago Bilinkis en su libro Pasaje al Futuro, “cuantos más transistores se lograran colocar en un chip, más capacidad tenían las computadores resultantes, lo que desató una carrera por miniaturizar los circuitos y dotarlos de más y más transistores (...) El ritmo de avance que experimentó esta tecnología desde la invención del circuito integrado no tenía precedentes en la historia de la humanidad. Moore observó que el número de transistores se duplicababa cada dos años, dando origen a lo que hoy se conoce como la “Ley de Moore” y que se ha verificado con asombrosa precisión por casi cincuenta años: desde la aparición del microprocesador, con regularidad las computadoras han duplicado su potencia cada 18 a 24 meses” [74]. La velocidad de avance dota a la informática de una lógica diferente de toda otra tecnología: algo que se duplica regularmente en un intervalo de tiempo no sigue una evolución lineal sino una exponencial. Como resultado, un chip fabricado hoy en día tiene aproximadamente un millón de veces más transistores que los que se fabricaban en 1970, lo que lo hace un millón de veces más potente. Este ritmo de cambio exponencial puede encontrarse también en otros aspectos relacionados con el poder de una computadora, como la memoria disponible o su capacidad de almacenamiento externo. El problema es que existe una especie de creencia generalizada de que estas mejoras tecnológicas de carácter exponencial son extrapolables al sector energético, por ejemplo a la eficiencia de los vehículos o de los paneles solares. Por desgracia, los chips representan la excepción. Como explica Bill Gates, “mejoran porque encontramos el modo de amontonarlos con cada vez más transistores, pero no existe un avance equivalente para lograr que los vehículos consuman una millonésima parte de combustible” [75]. Para poder comparar, las celdas fotovoltaicas más comercializadas duplicaron su eficiencia de conversión desde 1980 a 1995, del 8% al 16%[76]. Para 2010, el valor estaba en 20% y en 2021 llegaron a rondar el 25%. Incluso las mejores tasas de conversión alcanzadas en entornos de laboratorio tienen períodos de duplicación de 15 a 20 años, no de 15 a 20 meses, y existen límites físicos que hacen extremadamente difícil -si no imposible- alcanzar una duplicación adicional[77].
Número de transistores. | NREL, 2010. Eficiencia de conversión de las celdas fotovoltaicas más eficientes. |
De la misma manera, en la aviación podemos observar que el modelo Boeing 787 (Dreamliner) del año 2018 es casi un 70% más eficiente que el modelo pionero de la compañía, el Boeing 707, cuyo servicio comercial empezó en 1958. En 70 años, la mejora de eficiencia fue del 70%, sólo un punto porcentual por año[78]. Si desde la comercialización del Ford T en el año 1930, la industria automotriz hubiera incrementado la velocidad máxima de los autos al ritmo que lo hizo Apple desde su Apple II hasta la MacBook Pro (43% anual), hoy los vehículos alcanzarían una velocidad de cientos de miles de veces la velocidad de la luz [79]... Como conclusión, cualquier proceso de cambio tecnológico estructural -salvo en el caso de la informática y los microprocesadores-, son procesos graduales, inerciales y suelen llevar décadas[80]. La principal diferencia entre el cambio lineal y el exponencial, es que en el primero el pasado es un buen predictor sobre lo que sucederá a futuro [81]. La pregunta del millón es, entonces, ¿cómo será el mix energético del futuro? ¿Vamos por buen camino?
Entre deseos y escenarios
Una forma de aventurarnos en lo que será el futuro de la energía es observando lo que proyectan los actores más relevantes en la materia. En 2019, el Consejo Mundial de la Energía (WEC)[82] realizó un trabajo muy interesante, en el que comparó los escenarios energéticos de la Agencia Internacional de la Energía (IEA), la Administración de Información Energética (EIA), el IPCC y BP, entre otros. Un aspecto que puede parecer irrelevante en un primer momento, pero que resulta clave para leer escenarios, es que según la metodología que utilicen, estos escenarios pueden dividirse en dos grandes categorías. De un lado, están las proyecciones y los escenarios posibles, que intentan predecir el futuro analizando las tendencias actuales, bajo distintos contextos, nos gusten o no. En segundo lugar, tenemos los escenarios normativos, orientados por metas deseables en función de una agenda. En materia climática, estos últimos se preguntan qué hace falta para cumplir con el objetivo del 1.5°C o 2°C y a partir de allí identifican brechas entre lo que se está haciendo y lo que se debería hacer. Así, mientras los primeros se basan en supuestos, datos y tendencias, y los últimos en objetivos y valores. Podríamos decir que los dos primeros indican un futuro factible, nos guste o no, mientras que el último uno deseable, se pueda o no.
El análisis muestra que para la mayoría de las proyecciones y escenarios posibles, la participación de los combustibles fósiles al 2040 no representa menos del 70% de la demanda global (hoy ubicada en torno al 80%). Incluso en un escenario donde los países cumplan con sus promesas internacionales en el marco del Acuerdo de París (IEA APS), la IEA (2021) proyecta que los hidrocarburos superarán el 50% de la oferta global al 2050. Las comparaciones permiten observar que la demanda de hidrocarburos crecerá en términos absolutos durante los próximos años, alcanzando su pico de demanda recién a partir de la próxima década (entre 2030 y 2040)[83].
La participación agregada de petróleo y gas no parecen perder terreno en comparación con el consumo actual. La mayoría de los escenarios posibles y proyecciones analizados por el WEC predicen un aumento sostenido del gas natural durante las próximas dos décadas, siendo en algunos casos “la columna vertebral” de los nuevos sistemas energéticos. El gas, para muchos países, es considerado como el combustible de transición [84], debido a que emite la mitad de emisiones que el carbón por unidad de energía producida y se complementa de forma muy conveniente con las energías renovables: cuando el viento deja de soplar o el sol de brillar, alcanza con encender una turbina a gas para estar generando energía de forma rápida, dotando de estabilidad al sistema ante la intermitencia inherente a la generación renovable (esto se conoce como potencia de respaldo: está ahí, alerta, por las dudas). A esta altura, sería lógico preguntarse qué tan sustentables son estos escenarios: ¿alcanzan o no para cumplir los objetivos climáticos? ¿Qué tan lejos están de hacerlo? Acá es donde entran a jugar los escenarios normativos, que fijan una meta, y en base a ella trazan un camino que se puede usar para comparar con el sendero actual.
Hitos claves para alcanzar la carbono neutralidad al 2050 según la IEA
En general, el contraste entre estos senderos y las tendencias actuales es inmenso. En el 2021, la IEA desarrolló su escenario net-zero, con el objetivo de mostrar senderos compatibles con alcanzar la carbono neutralidad al 2050. Para mitad de siglo, la mayor parte de la energía debería provenir de fuentes renovables, con la energía solar multiplicándose por 20 veces y la eólica por 11 [85], mientras que la electricidad pasaría de representar el 20% del consumo total de energía a cubrir la mitad[86]. Cuando analizamos cómo se componen las matrices energéticas, tanto en la actualidad como en el futuro, es importante entender que la electricidad representa sólo una pequeña porción de nuestros consumos (entre 20 y 25%, según el país). Sucede que la mayoría de las actividades humanas suelen funcionar sin consumir electricidad, mediante la quema de algún combustible fósil. Así, podemos decir que la matriz eléctrica es una parte de la matriz energética, la cual es mucho más amplia e incluye todas las fuentes de energía disponibles[87]. Como las energías renovables sólo generan electricidad, aumentar su participación en la matriz energética requiere que hagamos cada vez más cosas con electricidad. Esto se conoce como “electrificación de la demanda”, y consiste en hacer que la electricidad llegue cada vez más lejos.
Ahora bien, hasta acá pareciera que las recomendaciones son bastante generales y podrían funcionar para cualquier país, en cualquier contexto. La prescripción puede resumirse en tres líneas de acción fundamentales: electrificar los consumos energéticos, expandir el uso de energías limpias y promover el ahorro y la eficiencia energética, de modo de dejar atrás de forma progresiva la alta ingesta de combustibles fósiles. Pero… ¿Qué diferencia hay al transitar este sendero entre Venezuela y Noruega? ¿Pueden haber ganadores y perdedores? ¿Qué intereses pueden haber detrás de esta misión tan noble para salvar al planeta? Veamos.
Transiciones energéticas
Comenzando el 2022, el presidente de la nación más poblada del planeta, Xi Jinping, dijo que “las metas climáticas no deben comprometer otras prioridades como el suministro adecuado de comida, energía y materiales, de modo de garantizar la vida normal de las masas”. En un contexto de recuperación económica post-pandemia, la demanda creció mucho más de lo esperado, ocasionando un desacople entre la oferta global de combustibles y la demanda energética que derivó en faltantes que llevaron los precios de los combustibles a niveles récord. En este contexto, China comenzó a usar todo su carbón disponible para hacerse de energía barata, alcanzando su récord máximo de producción [88]. Según la IEA, la demanda de carbón durante el 2022 podría ser la más alta en la historia [89], tan sólo un año después de que los países firmaran en la COP 26 el “Pacto por el Clima”, comprometiéndose a acelerar sus esfuerzos para abandonar el carbón [90]. En el plano local, los “Lineamientos para un Plan de Transición Energética al 2030” de la Nación Argentina[91], presentados en noviembre del 2021, establecen que “la transición energética, motorizada por la demanda de acción climática, debe ser justa, asequible y sostenible. Debe tener simultáneamente consistencia social, macroeconómica, fiscal, financiera y de balanza de pagos (...) armonizando un sendero de transición energética compatible con la inclusión social, el crecimiento económico y la disponibilidad de divisas”. La IEA (2021), enfatiza que “las transiciones energéticas que sean exitosas deben ser seguras y tener a las personas en el centro, caso contrario no sucederán a la velocidad necesaria para detener un cambio climático catastrófico”[92]. El hecho de que los Estados y los Organismos Internacionales adviertan la necesidad de compatibilizar la descarbonización con otros aspectos sociales y económicos evidencia la existencia de posibles tensiones entre objetivos de distinto orden. ¿Cómo entenderlas? ¿Cómo abordarlas?
En(tres) tensiones
El Consejo Mundial de Energía (WEC, por sus siglas en inglés) propone un marco conceptual para abordar esta complejidad. Para que una política energética sea sostenible, debe ser capaz de equilibrar las tensiones emergentes entre tres dimensiones, que juntas constituyen un “trilema”: seguridad energética, equidad energética y sostenibilidad ambiental. La seguridad energética refiere a garantizar el suministro de energía de fuentes nacionales y externas y la fiabilidad de la infraestructura energética para satisfacer la demanda actual y futura. Es decir, que no falte energía. La equidad energética hace referencia a la accesibilidad y asequibilidad del suministro de energía para toda la población. O sea, va en línea con garantizar el derecho a su acceso a precios asequibles. Por último, la sostenibilidad ambiental abarca tanto el logro de eficiencias energéticas del lado de la oferta y la demanda como el desarrollo del suministro de energía a partir de fuentes renovables y otras fuentes bajas en carbono[93].
La preponderancia que tiene cada uno de estos ejes cambia según el contexto sociopolítico del momento, evidenciando las diferentes tensiones. A partir del año 2021, primero por la crisis energética global producto de la recuperación de la post-pandemia y luego por la guerra entre Rusia y Ucrania, la agenda de la seguridad energética desplazó a la de la descarbonización y cobró una relevancia que en tiempos de paz y estabilidad económica había perdido. Europa entendió que su alta dependencia del gas y petróleo ruso la dejaba expuesta a situaciones de vulnerabilidad frente al gigante energético, que en cualquier momento podría amenazarles con cortes de suministro [94]. Los intentos desesperados por disminuir su dependencia del gas ruso se ven reflejados en intentos como los de Reino Unido para remover la prohibición del fracking y fomentar la exploración hidrocarburífera local[95], o las declaraciones del Ministro alemán de Economía y Ambiente, sugiriendo que “Putín rompió el puente del gas como combustible de su transición”: ahora será el carbón. Sí, el carbón… Dicen que situaciones extremas requieren medidas extremas, pero lo curioso es que hasta ahora, parece que ningún país abordara la crisis climática de la misma manera… La tensión entre la dimensión de la seguridad energética y la descarbonización pareciera más evidente que nunca. De hecho, en los escenarios del Consejo Mundial de la Energía, se muestra que la velocidad de la transición energética será mucho menor en un mundo políticamente fragmentado e inestable que en uno con altos grados de cooperación internacional [96]. En la guerra, cada quien cuida su rancho, aunque esté hecho de carbón. En el caso argentino, los elevados precios de los combustibles líquidos y del gas natural licuado durante el invierno del 2022 volvieron a colocar la cuestión de la soberanía energética en el centro de la agenda energética, exponiendo la imperiosa necesidad de realizar obras en infraestructura para abastecerse de recursos propios durante todo el año. ¿Cómo entramos, entonces, países latinoamericanos a estas discusiones? ¿Desde dónde pensarlas?
Transiciones energéticas, en plural.
Reconocer estas tensiones nos permite comprender que cualquier agenda de transición debe comenzar con un profundo análisis del punto de partida, que será singular a cada país según su geografía específica, sus capacidades tecnológicas, su posición geopolítica, sus valores culturales, su demografía y sus posibilidades económicas. En este sentido es que el G20, durante la presidencia del Gobierno de Argentina en 2018, reconoció que “los países disponen de diferentes vías para alcanzar sistemas energéticos más limpios, mientras promueven la sostenibilidad, la resiliencia y la seguridad energética”. Evidentemente, no es lo mismo encarar esta agenda siendo India que Dinamarca. Necesitamos comprender que, más que hablar de “la transición energética” como si fuera un único camino a seguir, deberíamos hablar de “las transiciones energéticas”, en plural.
Si hay una arista que nos permite comprender la profundidad de este concepto es la geopolítica. No se puede hablar de transición energética sin hablar de geopolítica. Sucede que la posición relativa en la que se encuentra cada país lo expone a distintos riesgos y también le presenta diversas oportunidades. Existe la posibilidad de que el proceso profundice asimetrías existentes, generando grupos de ganadores y de perdedores. En general, los países de ingresos medios y bajos que a su vez son productores de hidrocarburos se encuentran expuestos a sufrir pérdidas geopolíticas significativas, mientras que los países industrializados que a su vez son importadores de combustibles fósiles podrían resultar beneficiados[97], siendo los países europeos y Japón los principales ganadores potenciales de la transición energética[98]. El caso de Venezuela es ejemplar: más del 95% de sus ingresos por exportaciones provienen del petróleo. En un escenario donde logremos cumplir con los acuerdos climáticos, cerca del 90% de sus reservas de petróleo quedarían bajo el suelo[99]. En la otra vereda se encuentra Dinamarca, país que gracias al avance de la energía eólica se posicionó como uno de los principales proveedores a nivel mundial, exportando en 2019 cerca del 40% de los aerogeneradores que se vendieron en todo el mundo. Su impulso a la transición energética fortalece su soberanía energética. Mientras que en este caso los intereses ambientales y económicos van de la mano, en el primero las tensiones son evidentes. Similares comparaciones podemos hacer entre países como Chile o Marruecos y Argentina. Mientras que para los primeros la incorporación de renovables apareció como una gran oportunidad para reemplazar las costosas importaciones de combustibles, para el caso argentino es más complejo. Si bien “nuestro país dispone de vastos recursos eólicos, solares y biomásicos, es a la vez un país productor de hidrocarburos, con amplias capacidades construidas y desarrollo de proveedores locales en el sector. Propiciar una transición energética que no suponga destruir empleo o perjudicar abruptamente a provincias petroleras requiere de gradualidad y una planificación integral” [100].
Principales países exportadores de aerogeneradores y módulos fotovoltaicos 2001-2019 (en %).
Para el caso de la energía eólica, Dinamarca lidera el ranking con el 38% de las exportaciones de aerogeneradores, la tecnología núcleo de generación. El segundo lugar es ocupado por Alemania (26%). En el caso de la energía solar, el 39% de las exportaciones globales de módulos fotovoltaicos proviene de China. Luego siguen Malasia (7%), Japón (6%) y Alemania (6%).
Para cumplir con los objetivos climáticos, hay análisis que indican que cerca del 30% de las reservas de hidrocarburos a nivel global deberían quedar bajo el suelo[101]. Sin embargo, este número general esconde asimetrías en la forma en la que las reservas se encuentran distribuidas, ya que en América Central y del Sur quedarían sin utilizarse cerca del 40% de las reservas de petróleo y más de la mitad de las reservas de gas, contra tan sólo el 20% y el 11% en Europa, respectivamente[102]. La IEA estipula que, para cumplir con un escenario de carbono neutralidad al 2050, “no deberían aprobarse nuevos desarrollos de pozos hidrocarburíferos a partir del 2021” [103], un hito que ya quedó lejos de cumplirse. ¿Qué implicancia tendría esta sugerencia para un pequeño país pobre como Guyana, que en el año 2020 creció su economía en un 43% gracias a haberse unido al club de países exportadores de petróleo, luego de descubrir uno de los yacimientos petrolíferos más grandes de los últimos tiempos en sus costas marítimas unos años antes?[104] De todas formas, descubrir un recurso no garantiza la prosperidad económica (como evidencia el caso venezolano). La clave está en la capacidad institucional que tenga el país de apalancar el dominio de tecnologías alrededor del mismo. En su tesis doctoral,[105] Daniel Schteingart muestra cómo fue que Noruega era un país "razonablemente" desarrollado antes del aprovechamiento de su petróleo offshore (costas afuera), pero lejos de ser el más desarrollado del mundo. El desarrollo de capacidades tecnológicas alrededor del offshore le permitió pasar a ocupar el primer lugar en el Índice de Desarrollo Humano en pocas décadas, pasando de ser la hermana "pobre" de Suecia y Dinamarca a ser al revés. ¿Quién sería capaz de negarle tal posibilidad a Guyana, una de las hermanas pobres del continente latinoamericano? Al mismo tiempo, ¿qué pasaría con el planeta si todos los territorios actuaran sólo bajo su propio interés, como si el planeta no fuera uno solo? (spoiler: eso es lo que pasa actualmente y así estamos). Si no quisiéramos que se desarrollen nuevos pozos hidrocarburíferos en Guyana, en Namibia ni en Argentina, ¿qué alternativas reales se les ofrece a las economías de estos países? Lo cierto es que sin cooperación internacional que alivie las tensiones que afrontan los países productores de hidrocarburos (y las que afrontan los países de bajos ingresos en general), la consecuencia de la acción climática será un fracaso en cuanto a la mitigación del cambio climático y una difusión generalizada de pobreza y conflictos geopolíticos. Por este motivo, es muy importante que desde el Sur Global logremos fortalecer los reclamos en los foros internacionales sobre quién debe financiar a quién y cómo hacerlo sin incrementar las presiones de deuda externa sobre las economías más vulnerables. Como concluye el investigador Ansari, “uno de los desafíos más grandes del presente es mitigar el cambio climático sin impedir el progreso de los países subdesarrollados” [106].
Un equilibrio cuadrado
La buena noticia es que la transición energética no se trata sólo de riesgos, también existen oportunidades. La mala, es que también se encuentran desigualmente distribuidas. La agenda de transición energética hegemónica forma parte de un proceso de cambio tecnológico liderado por las economías centrales y funcional a su recuperación económica luego del colapso financiero del 2008[107]. Desde los países centrales entienden que este proceso es una posibilidad de inundar a los mercados en desarrollo de las tecnologías que ellos mismos lideran atadas a financiamiento que ellos mismos otorgan. La descarbonización de la matriz permite la posibilidad de afianzar su dominio tecnológico mediante la promoción de un nuevo paradigma verde en el cual reproducen su rol histórico de exportadores de tecnología. Así, la misión por evitar la catástrofe civilizatoria aparece también como una gran oportunidad de negocio, similar a lo que fue la reconstrucción europea luego de la postguerra. Como explica el investigador Diego Hurtado, “esta agenda plantea una contradicción entre, por un lado, el ritmo requerido por las economías periféricas para las transformaciones institucionales, organizacionales y culturales hacia una economía verde; y por otro lado, la velocidad demandada por el “mundo avanzado” [108].
Sin embargo, la transición energética global también puede ser una oportunidad para los países periféricos. Bien diseñada, tiene la capacidad de transformar la capacidad productiva de un país, democratizar los procesos decisorios en torno a la energía y resolver problemas estructurales. En cuanto al aspecto tecnológico de la misma, la transformación de toda la infraestructura energética implica una revolución tecnológica, de esas que pasan cada 5 o 6 décadas y que transforman las reglas de juego [109]. Desde la teoría del desarrollo económico, se entiende que estas grandes oleadas son oportunidades de desarrollo industrial para quien las identifica en etapas iniciales del proceso, antes de que las tecnologías maduren y aparezcan costosas barreras de entrada[110]. De ahí su nombre de “oleada”, ya que el proceso es similar a surfear una ola: para agarrarla hay que entrar temprano. Luego, te lleva puesto[111].
El proceso de descarbonización de la economía global abrió un período de transición hacia un nuevo paradigma tecnológico y el fomento de la generación eléctrica a partir de fuentes renovables no convencionales puede constituirse en una estrategia de desarrollo local mediante el impulso de nuevas industrias y cadenas de suministro[112]. En períodos de transición entre paradigmas tecnológicos, los países semiperiféricos tienen mayores oportunidades de reducir las brechas tecnológicas al adoptar tecnologías que todavía no han desplegado todo su potencial y que tienen un largo trecho para madurar. Como explica el especialista Diego Roger, “el manejo de las tecnologías de generación y/o producción de energía constituye el portal de entrada para desarrollar capacidades que habilitan el ingreso a otras cadenas, como los servicios relacionados, el paquete tecnológico o las infraestructuras conexas. Una matriz energética que favorezca el desarrollo industrial debería armonizar recursos, tecnologías y capacidades industriales del país”[113]. Al incorporar esta dimensión tecno-productiva, central para que la descarbonización de la matriz energética sea una palanca para el desarrollo económico y no un sumidero de importaciones que profundicen nuestra dependencia tecnológica con los países centrales, el trilema energético se convierte en un cuatrilema[114] [115], donde el equilibrio es cuadrado[116]. El desafío no consiste sólo en aprovechar los nuevos recursos, sino en construir soberanía en el dominio de tecnologías para aprovechar esos recursos -como hizo Noruega, no Venezuela, pero con nuevas fuentes energéticas en el menú-... ¿Cómo operan estas tensiones en nuestro país y de qué forma podríamos superarlas?
En Argentina, las tensiones que hacen al equilibrio cuadrado operan de forma muy clara en los debates entre qué tan rápido podemos avanzar con la transición y qué tan sostenible puede ser ese proceso, tanto en lo ambiental como en lo social y económico. Veámoslo con un ejemplo. En el 20XX, se sanciona en nuestro país la Ley de Energías Renovables, con el objetivo de que estas tecnologías alcancen el 20% de participación en la generación de electricidad al año 2025. Así, se da origen al Programa RenovAr, el cual otorgó financiamiento y abrió rondas de licitaciones para incorporar energías renovables en la matriz. Gracias a estas medidas, las energías renovables pasaron a ser una realidad en nuestro país, pasando de representar el 2,1% del sistema eléctrico en 2017 al 11,6% en 2021. Sin embargo, el programa duró lo que tardó nuestra economía en entrar en una crisis de crédito externo, lo que cortó las fuentes de financiamiento de proyectos dependientes de dólares y tecnología extranjera. En otras palabras, la incorporación de energías renovables fue rápida, pero no fue sostenible en el tiempo. Esto es porque el mismo proceso no contribuyó a relajar las restricciones estructurales del país -dependencia tecnológica, acceso a divisas-, sino que las profundizó. Para una economía como la argentina, los compromisos en divisas que significan las inversiones vinculadas al proceso de transición y los elevados costos de financiamiento imponen un limitante a la velocidad del proceso. Un ritmo mayor a nuestra capacidad de dominar tecnologías va a ser muy dependiente de importaciones y financiamiento externo, lo que eleva la fragilidad del proceso ante cualquier cimbronazo que sufra la economía. Por motivos similares, también existen riesgos de que el ritmo sea demasiado lento, ya que estaríamos desaprovechando excelentes recursos energéticos que podrían impulsar el desarrollo de capacidades nacionales. Esto profundizaría nuestro atraso tecnológico y deterioraría la competitividad de nuestra economía en un escenario futuro con mayores exigencias ambientales[117], además de incumplir nuestros compromisos climáticos. Se trata de encontrar un ritmo de descarbonización virtuoso, que sea compatible con nuestra capacidad de escalar tecnologías en el sector. Un ritmo vinculado al escalamiento de nuestras capacidades nacionales en función de nuestras fuentes naturales, más que en función de objetivos impuestos desde los Organismos Internacionales y sus mecanismos de financiamiento. Esto implica alinear la política energética con la tecno-industrial, para que la incorporación de nuevas fuentes genere empleo regional y desarrolle cadenas productivas con beneficios en toda la economía. Por esto es que es vital incorporar la dimensión tecno-industrial en el trilema de la política energética, porque es la que permite relajar las tensiones y poner los patitos en fila. Es la dimensión que permite diseñar un ritmo de descarbonización que contribuya a la reducción de las restricciones del país y a la mejora de indicadores sociales, económicos y ambientales. Aunque suene bien, no es tan sencillo. Hay segmentos en los que es imposible competir con productores como China o Alemania, pero hay otros en los que sí -todavía, si nos apuramos-. La política energética debe fortalecer encadenamientos productivos donde se identifiquen las mejores posibilidades para insertarnos, impulsando a los tecnólogos nacionales y generando mecanismos de financiación a tasas accesibles que movilicen el ahorro nacional detrás de estos proyectos. ¿Por dónde podríamos empezar? ¿Qué menú de opciones tenemos en Argentina?
La transición, en criollo
El punto de partida de Argentina hacia la transición suele ser mejor de lo que se suele pensar. Si bien los desafíos son gigantes y las restricciones importantes, hay motivos para tener optimismo. Partimos de la base de una abundancia de fuentes energéticas y capacidades tecnológicas, científicas y productivas con un gran potencial de desarrollarse, además de una extensa trayectoria vinculada a tecnologías asociadas a energías bajas en emisiones de carbono. La presencia de generación hidroeléctrica y nuclear, la nula incidencia del carbón y las grandes potencialidades en materia eólica y fotovoltaica configuran una matriz diversa en fuentes bajas en emisiones de gases de efecto invernadero [118]. A pesar de estar dominada por los hidrocarburos (85%), la matriz energética argentina genera menos emisiones que el promedio global por cada unidad de energía generada[119]. Esto se debe al hecho de que, a diferencia del resto del mundo donde el carbón tiene un importante predominio (entre 25% y 30% de la oferta primaria de energía), en Argentina es prácticamente insignificante, siendo el gas natural el combustible que domina la matriz. Sobre esta matriz parte cualquier sendero de descarbonización, el cual debe armonizar todos sus componentes dentro de un rumbo común[120].
Como dijimos, una matriz energética que favorezca el desarrollo socioeconómico debería armonizar recursos, tecnologías y capacidades nacionales. En Argentina, la abundancia de recursos hidrocarburíferos[121] se combina con los abundantes recursos energéticos renovables de la mejor calidad a nivel global. En sus Lineamientos para un Plan de Transición Energética, la Secretaría de Energía remarca la necesidad de “entender a estos sectores no como antagonistas, sino como complementos estratégicos”, para “constituir la base de una transición ordenada y sostenible, capaz de armonizar la mitigación del cambio climático con la seguridad energética, la justicia social y el desarrollo tecnoindustrial”. ¿Es posible compatibilizar los hidrocarburos y las energías alternativas para lograr ese “equilibrio cuadrado”?
Si el país va a seguir demandando hidrocarburos por varias décadas, de algún lado hay que sacarlos. Se pueden producir localmente o importar de Rusia, Bolivia o Venezuela. Al mismo tiempo, en un mundo que seguirá demandando hidrocarburos por varias décadas, el petróleo y sus productos derivados son los recursos que más al alcance de la mano están para aportar divisas, mientras que el gas puede aportar a la soberanía energética local, a la vez que sus exportaciones contribuyen a la transición de otros países a nivel regional en el corto plazo, y global en el mediano y largo. No hay ningún escenario realista que plantee una reducción en la demanda doméstica de gas natural en las próximas décadas, a menos hasta que las distintas energías limpias puedan escalar lo suficiente[122]. Esto quiere decir que será necesario seguir estimulando la producción de gas. Hacia 2022, cerca de la mitad del gas viene de Vaca Muerta. Esto quiere decir que si tenés la hornalla del horno prendida por dos minutos, uno vino de allí. Si el gas a consumir no viniera de Vaca Muerta[123], vendría en barco desde Rusia, a precios mucho más elevados y poco predecibles. ¿Podría consumir menos? Sí, de eso vamos a hablar sobre el final, pero por lo pronto, el autoabastecimiento energético es un objetivo primordial de cualquier política energética, y Argentina está en deuda en esta materia: pasó de ser exportador pleno a tener récord de importación de crudo en 2017 y de gas en 2014, con una pérdida acumulada de divisas superior a los USD 115.000 M y, en la última década, un déficit comercial energético acumulado superior a los USD 30.000 M[124]. No estamos para tener otra década así. Además de lograr el abastecimiento, los recursos que estas actividades generen podrían financiar las enormes inversiones en materia de innovación y desarrollo tecnológico en generación de energías renovables, transporte eléctrico, medidas de eficiencia energética y ahorro energético, que según estimaciones superan los 40 mil millones de dólares de aquí al 2030[125] -o sea, algo equivalente a la deuda del país contraída con el FMI en el año 2018, o al déficit comercial energético en el período 2010-2020-. Ahora bien, ¿cómo asegurar que los recursos generados sean movilizados hacia estos fines? ¿Qué mecanismos pueden diseñarse? Sobre este tema gira un gran debate que pone sobre la mesa la necesidad de destinar ingresos provenientes del sector hidrocarburífero a fondos estratégicos para financiar la transición. Un aspecto muy relevante para un país productor de hidrocarburos, es que la transición también debe darse al interior del sector. Existe el riesgo de que las inversiones en hidrocarburos sólo se focalicen en atender las necesidades del presente, generando activos que queden obsoletos (activos varados) en un futuro donde la demanda de combustibles sea menor[126]. Esto importa no porque grandes empresas puedan resultar afectadas, sino por el potencial efecto sobre una cantidad considerable de trabajadores. A modo de ejemplo, el sector de extracción y refinación de petróleo es uno de los sectores más relevantes en la estructura productiva argentina, siendo la actividad que más empleos genera por cada puesto de trabajo que crea (efecto multiplicador) -por cada un empleo en el sector, se generan 5 empleos indirectos en las cadenas de valor asociadas[127]-. Para avanzar en la transición sin descuidar el empleo, es fundamental pensar cada nuevo proyecto con estrategias de salida que promuevan un sector a prueba de futuro. Recordemos que los hidrocarburos no sólo se usan para generar energía, sino que su transformación en la industria petroquímica los convierte en un insumo clave en casi todo lo que nos rodea[128]. Nuestra vida está rodeada de cosas hechas de petróleo. Si la demanda de hidrocarburos como combustibles disminuye en las próximas décadas, difícilmente lo haga su demanda como insumos de polímeros o fertilizantes, que seguirán siendo necesarios en las economías de las próximas décadas, cualquiera sea la matriz energética que se termine configurando a nivel global.
Por otro lado, las condiciones naturales de Argentina dotan al país de fuentes renovables con los mejores rendimientos a nivel global, lo que permite la posibilidad de apalancar un desarrollo virtuoso de tecnologías en momentos iniciales de cambio tecnológico. Recordemos que ni el sol brilla todo el tiempo ni el viento sopla en todo momento, por lo que un parque renovable sólo genera energía en esos momentos. Eso es lo que se conoce como factor de capacidad: es el resultado de dividir la energía que efectivamente genera un parque de generación -digamos, cuando sopla el viento-, por la energía máxima que potencialmente podría haber generado ese parque si el viento hubiese soplado a toda hora, todos los días. Mientras que el promedio en Norteamérica, África o Europa no supera el 34%, en Argentina cualquier parque se encuentra por encima de ese valor y el promedio oscila el 50%. Con la generación fotovoltaica pasa algo similar. ¿Cómo se traduce este mejor rendimiento? En la posibilidad de generar energía a menores costos, incluso compensando los mayores costos iniciales de desarrollar tecnología propia.
Factor de capacidad histórico de parques eólicos por región (2022)
Sobre esta gran ventaja comparativa se podría apalancar el desarrollo y el fortalecimiento de capacidades tecnológicas, científicas e industriales en las cadenas de valor asociadas a tecnologías que están en ciclos iniciales de vida[129]. Tenemos sobre qué pararnos. Según el INTI, en el año 2021 había más de 500 empresas insertas en distintos eslabones de las cadenas de valor de las energías renovables y el 70% son PYMES[130]. Además, existe una densa red de proveedores de electromecánica que están en condiciones para abastecer los principales componentes de la obra electromecánica de los parques de energía renovable. En energía eólica, si bien partimos de un atraso relativo, aún tenemos la posibilidad de producir aerogeneradores propios con la emblemática empresa IMPSA, si se decide darle rodaje suficiente para escalar su producción. En el caso de la energía solar, podemos dividir el panorama en dos grandes segmentos: generación de electricidad -fotovoltaica- y de calor -termosolar-. En la primera, Argentina tiene capacidad productiva para proveer diversos componentes electromecánicos y piezas del sistema, además de servicios de instalación y mantenimiento[131]. En la segunda, el potencial es mayor, gracias a todo el aprendizaje desarrollado en el sector de calderas y equipos de calentamiento que es trasladable a la producción local de calefones y termotanques solares[132]. Además del sol y del viento, se puede obtener energía de residuos forestales, agropecuarios, industriales y urbanos que de otra manera hubieran contaminado suelos o cursos de agua. A partir del conjunto de materia orgánica de origen vegetal o animal -biomasa-, se puede obtener tanto combustibles sólidos como líquidos o gaseosos. Las condiciones topográficas y climáticas del territorio son favorables para la obtención de biomasa, lo que podría ser aprovechado para brindar distintas soluciones locales a nivel regional. ¿Con todo esto, qué podríamos esperar para un futuro no muy lejano? Una pista nos la da la Ley de Promoción de Energías Renovables, promulgada en 2015 con el objetivo de llegar al 20% de la generación eléctrica al año 2025, con metas intermedias que nunca logramos cumplir.
Para el año 2030, la Secretaría de Planeamiento Energético proyecta que más del 90% de la incorporación de potencia eléctrica sea sobre la base de energías bajas en carbono, aunque todavía restan por definir los mecanismos políticos, institucionales y financieros que harán que estos incrementos sean posibles y sostenidos en el tiempo.
Sin embargo, las energías renovables todavía aportan porciones pequeñas en el consumo energético total y tienen un largo camino por recorrer. Además, superar los desafíos técnicos que presentan sus inherentes desventajas energéticas llevará mucho tiempo. En la actualidad, es poco realista pensar en una sustitución de los combustibles fósiles completa de aquí al 2050 sólo a base de renovables. Retomando el concepto del metabolismo energético, tal pretensión sería equivalente a querer alimentar a un atleta de alto rendimiento a base de lechuga y tomate. Esto invita a preguntarnos de qué otras tecnologías ya disponemos en la actualidad que sean capaces de generar energía en magnitudes abundantes, de forma estable y con bajas emisiones de CO2. En otras palabras, ¿qué fuentes de energía alternativas a los combustibles fósiles podrían satisfacer nuestra demanda actual de energía?
Átomos de cal y de arena
La historia de la energía nuclear es una historia de marchas y contramarchas, promesas incumplidas y expectativas insatisfechas. Su futuro, incierto. Vista como una tecnología tan poderosa que es al mismo tiempo capaz de “llevar a la civilización humana a su destrucción”, como de “propulsarla al espacio exterior y fertilizar los desiertos para hacerlos habitables”. Una tecnología que prometía mucho más de lo que supo ofrecer hasta el momento, hoy recupera un protagonismo perdido gracias a la necesidad de generar energía baja en emisiones que además sea abundante y estable.
Luego de que el desarrollo científico y tecnológico nuclear fuese desviado para fines bélicos, con el asesinato de más de 250.000 personas en Hiroshima y Nagasaki por parte de dos bombas nucleares lanzadas por Estados Unidos, el país victimario quiso redimirse. Con la intención de darle una nueva oportunidad a una tecnología tan prometedora y al mismo tiempo librarse de las culpas por los bombardeos, Estados Unidos se propuso demostrar que la fisión nuclear podía ser utilizada para fines pacíficos que trajeran prosperidad al mundo entero. En diciembre de 1953, el presidente de aquel entonces, Eisenhower, presentó a todos los líderes del mundo en la Asamblea de las Naciones Unidas su plan “Átomos por la Paz” con un discurso memorable. La promesa era poner a la energía atómica “al servicio de las necesidades humanas, no de sus miedos (...) aplicándola a la agricultura, a la medicina y a otras actividades pacíficas”, como “proveer energía eléctrica abundante en las áreas más carenciadas del mundo”. La idea central era que la humanidad sólo podría redimirse del flagelo de las armas nucleares cumpliendo el sueño de la prosperidad universal, para lo cual se requiere generar energía abundante y barata[133]. La Asamblea General se puso de pie para aplaudir a Eisenhower. El discurso fue un éxito y el futuro lucía esperanzador.
El primer paso del plan era poner en marcha un reactor nuclear. En aquel entonces, el único diseño disponible para usos no bélicos eran los reactores de agua presurizada (PWR) que propulsaban a los submarinos militares. La tecnología fue rápidamente adaptada para la generación eléctrica en 1957, no porque fuera la mejor opción, sino porque era lo que había al alcance. En los 70’ despega en Estados Unidos y en los 80’ en un selecto grupo de países países ricos como Francia, Alemania, Reino Unido, Japón y Suecia, aunque con trayectorias muy disímiles. Argentina también fue pionera regional en materia nuclear, creando en 1950 la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) con el objetivo de desarrollar la tecnología para diversos fines y poniendo en marcha la primera central nuclear de toda Latinoamérica (Atucha I) en 1974. En momentos de máximo albor, distintos escenarios y especialistas predecían un futuro de abundancia dominado por esta energía. Futuro que nunca llegó, en parte, por motivos que requerirían un capítulo aparte.
El activismo pacifista en oposición a las armas nucleares se redirigió hacia la energía nuclear, viéndola como una excusa para el desarrollo de capacidades bélicas. Numerosas campañas propagaron la preocupación sobre las catastróficas consecuencias que podría tener un accidente en una central, el potencial de proliferación de armas en manos terroristas, la potencial radiación emitida por la actividad[134] y la generación de residuos peligrosos. Entre 1962 y 1966, en EEUU sólo se apelaba el 12% de los proyectos de centrales nucleares, mientras que para inicios de los 70’ las apelaciones llegaban al 73%[135]. Como consecuencia, los requerimientos para el diseño y construcción de reactores nucleares se multiplicó con el pasar de los años, dificultando la estandarización y motivando demoras y sobrecostos (Estados Unidos pasó de unos cientos de códigos regulatorios en 1971 a más de 1600 en 1975, llegando a imponer 1.3 nuevas regulaciones por día laboral, en promedio, para 1978[136]). A modo de ejemplo, una construcción que comenzara a principios de los 70’ podía demorar unos 6 años a un costo de u$s 240/kW, mientras que una década más tarde el tiempo de obra podía llegar a los 12 años a un costo de u$s 3000/kW[137]. Para fines de los 80’, los sobrecostos podían ser tan grandes que en ciertos casos la opción más conveniente era dejar la obra sin terminar[138], lo cual sucedió en numerosas ocasiones. Hoy, los proyectos en países occidentales (OECD) pueden fácilmente duplicar estos valores, ubicándola como una de las energías comerciales que más inversión inicial requiere por unidad de potencia instalada[139].
Lo que para muchas personas puede sonar contraintuitivo es que la energía nuclear sea de las formas más seguras de generar electricidad, junto con las renovables. Esto se explica porque la generación de energía produce muertes directas de dos maneras: vía contaminación del aire y accidentes. La contaminación del aire es ocasionada principalmente por la quema de combustibles fósiles, y se estima que entre cinco y ocho millones de personas mueren al año por esta causa. Ese es el saldo de muertes de los combustibles fósiles: más de cinco millones, cada año (sin contar las guerras por el dominio geopolítico de este recurso). Ahora bien… ¿Cómo comparar cuánto más segura es una fuente de energía que otra? Lo que se puede hacer es analizar la cantidad de muertes por unidad de energía generada, es decir: cuántas personas mueren, teniendo en cuenta accidentes y contaminación del aire, por una cantidad determinada de energía generada. Incluso considerando los accidentes de Chernobyl y Fukushima[140], bajo esta métrica, la energía nuclear es mucho más segura que cualquier combustible fósil, al punto que reemplazar combustibles fósiles por energía nuclear hoy salva vidas[141]. De todas maneras, lo que esta métrica no puede garantizar es que no ocurra alguna catástrofe alrededor de una central nuclear, desde un terremoto (como pasó en Fukushima) o una inundación, hasta un ataque militar.
Otro desafío que requiere de mejores soluciones es la gestión de los residuos del combustible utilizado. Esto no es algo imposible de solucionar, debido a que el volumen total de residuos es relativamente pequeño[142] y sólo una fracción de ellos tiene un potencial radiactivo que dure más de 500 años[143]. En términos generales, los residuos suelen almacenarse en piletas con agua refrigerante y luego de un cierto tiempo pasan a otro tipo de almacenamiento, en general construcciones de hormigón dentro del predio de las centrales nucleares. Hay más de 430 lugares en todo el mundo donde se sigue acumulando material radiactivo. Así como hay países que han tenido dificultades para la gestión de los residuos, como Estados Unidos, también existen casos ejemplares, como el francés, donde su estrategia nuclear incluye el desarrollo de programas de reprocesamiento de los combustibles utilizados en circuitos cerrados de generación eléctrica.
Con la energía nuclear no alcanza, pero sin ella no se puede
Desde que la amenaza del cambio climático se hizo cada vez más urgente, la energía nuclear comenzó a recuperar su protagonismo perdido, incorporando a sus filas incluso a reconocidos referentes anti-nucleares de la primera camada, como el autor de la teoría Gaia o el cofundador de Greenpeace. No es que haya resuelto todas sus debilidades, sino que sus virtudes han cobrado más relevancia. Lo que cambió fue el contexto. Sucede que la fisión nuclear[144] permite generar electricidad de forma abundante, estable, segura y sin emisiones durante su funcionamiento, lo que la convierte en un complemento ideal de varias fuentes de energía renovable que generalmente operan a menor escala y de forma intermitente. De hecho, una central nuclear está activa a pleno rendimiento el 90% del año, sólo se apaga para recargas y paradas de mantenimiento programadas. Es la única solución técnicamente factible y económicamente viable capaz de generar energía libre de emisiones a una escala que permita alimentar ciudades y fábricas, sin interrupciones ni baterías. Si bien, como vimos antes, su instalación es costosa, una vez que se amortiza la inversión inicial de la obra, sus costos operativos son relativamente bajos y predecibles, dotando al sistema eléctrico de energía de base a precios competitivos y estables. Otro punto es que, a diferencia de otras tecnologías bajas en emisiones, requiere relativamente pocos recursos y espacio, lo que libera presiones sobre los ecosistemas. Esto se debe a la altísima densidad energética de su combustible, el uranio. Para tener una dimensión, imaginemos que una tasa de té con uranio alcanza para darle a una persona una vida de abundancia energética[145]. En cierta manera, podríamos decir que la nuclear tiene algunas de las características que tanto nos gustan de los fósiles -energía abundante y estable-, sin lo que menos nos gusta de ellos - emisiones de GEI y contaminación del aire-. Por este motivo, las Naciones Unidas reconocen que la energía nuclear debe ser parte del mix de soluciones energéticas para mitigar el cambio climático, ya que sin ella se hace casi imposible cumplir con cualquier escenario climático compatible con los 1.5°C o los 2°C [146]. Es por ello que los escenarios energéticos propuestos por el IPCC o agencias internacionales como la IEA la incluyen como parte de la solución, con un rol importante para reducir emisiones al tiempo que asegura la seguridad del suministro energético a costos estables (WEC, 2019; IEA, 2021). Estas conclusiones
Actualmente hay 439 reactores nucleares en funcionamiento, 53 en construcción y 98 planificados. De los 32 países donde hay reactores, Estados Unidos es el mayor productor de energía nuclear total, Francia tiene la mayor proporción de electricidad generada por energía nuclear (70%) y China es donde más rápidamente está creciendo. Sin embargo, la IEA muestra que la tasa anual de incorporación de nuevas centrales es la mitad de lo que se necesita para cumplir con su escenario de carbono neutralidad. Al 2020, la capacidad global era de 415 GW y alcanzaría los 582 GW al 2040, lejos de los 730 GW necesarios[147]. Se necesitan políticas para duplicar la incorporación anual de centrales y extender la vida útil de las que ya existen, lo cual sólo puede lograrse con estrategias que reduzcan los costos de los proyectos y sus tiempos de construcción. Hacia el año 2022, países como China, Corea o Rusia logran construir reactores a tiempo y a la mitad del costo que los países occidentales, gracias a políticas con continuidad que logran estandarizar los tipos de reactores a incorporar en sus estrategias nucleares, permitiendo reducir los costos no recurrentes y generar capacidades técnicas que transfieren el aprendizaje de un proyecto al siguiente[148]. Construir un reactor cada un par de décadas, con una tecnología distinta para cada uno de ellos no pareciera ser la mejor vía para lograr bajos costos, como sucede en el caso argentino. Una apuesta interesante de la industria para hacer reactores más económicos que logren sortear las dificultades financieras de los grandes proyectos es la nueva generación de reactores modulares de baja y media potencia (SMR). Esta clase de reactores tienen una gran proyección para el abastecimiento eléctrico de zonas alejadas de los grandes centros urbanos o de polos fabriles e industriales con alto consumo de energía (incluyendo la capacidad de alimentar plantas de desalinización de agua de mar)[149]. Argentina tiene el potencial de ubicarse como líder en este segmento, siendo de los primeros países en avanzar en la construcción de un primer prototipo (CAREM), el primer reactor nuclear de potencia íntegramente diseñado y construido en el país. Si Argentina no tuviera trayectoria desarrollada en materia nuclear, quizás la discusión sobre su participación no sería relevante. Pero no es el caso. Estamos hablando de un país que no sólo cuenta con tres centrales nucleares para generar electricidad, sino también con otros tres centros atómicos dedicados a tareas de investigación que se integran con el medio académico científico nacional e internacional para transferir aprendizajes a diversos sectores estratégicos; como el espacial, la robótica, la nanotecnología y la medicina. La generación nuclear de electricidad fortalece al sector y retroalimenta todas estas actividades. En esta línea se enmarca el Plan Nuclear Argentino de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), que busca extender la vida útil de Atucha I por dos décadas más, incorporar dos nuevas centrales de alta potencia y apostar por el desarrollo de reactores nucleares modulares (con su primer protitipo, CAREM), lo cual podría cambiar el futuro del sector en caso de tener éxito.
Que a nivel global la energía nuclear no haya sido capaz de cumplir las expectativas en el pasado, no evidencia la imposibilidad de que puedan haber soluciones efectivas en el futuro. Más bien, muestra la enorme influencia que puede tener una errónea percepción pública del riesgo sobre la política pública y, también, la ineptitud con la que se han manejado ciertos desafíos hasta la fecha. En su libro sobre mitos y realidades en la política energética, el experto en energía Vaclav Smil concluye con que la energía nuclear debe ser parte de cualquier intento serio y realista para mitigar el cambio climático pero que, al mismo tiempo, sería iluso creer que vaya a ser la solución más efectiva a este desafío durante las próximas décadas. “La mejor esperanza es que aporte una contribución modesta”. Sin dudas, hoy tiene un lugar dentro del mix de tecnologías que tenemos a nuestra mano para reducir emisiones y proveer energía abundante en forma constante, particularmente en un país con trayectoria en el sector -eso sí, atendiendo sus costos económicos-. La urgencia climática no nos pone en condiciones de descartar alternativas que funcionan. “La energía nuclear no está libre de problemas ni es una panacea, pero en medio de la crisis climática es mejor utilizar esta fuente de energía de bajas emisiones que arriesgar el futuro de todo el planeta”, concluye un comunicado de Fridays For Future (el movimiento fundado por Greta Thunberg) de Finlandia, en el medio de las controversias al interior del movimiento ambiental. Ahora bien, con la nuclear no alcanza para reemplazar a los fósiles y las renovables tienen todavía un largo camino por recorrer, ¿tenemos alguna opción más en el menú con la que podamos contar como fuente de energía?
Otras alternativas en el menú
El menú de alternativas a los combustibles fósiles para abastecer nuestra dieta no se acaba en la energía solar, eólica ni en la fisión nuclear. La energía hidroeléctrica, por ejemplo, es hoy en día la principal fuente de energía baja en emisiones, aunque tiene un potencial limitado de crecimiento. Existe además una gran variedad de bioenergías derivadas de residuos animales, vegetales y forestales. También existen desarrollos en tecnologías de frontera que en la actualidad no son técnicamente factibles o comercialmente viables a gran escala, como la fusión nuclear, la energía undimotriz, mareomotriz o geotérmica. La innovación también transcurre en áreas como la captura y transformación de CO2 en plantas de generación térmica o la producción de combustibles sintéticos a base de hidrógeno.
Ya en 1874, el escritor Julio Verne se animó a imaginar una alternativa a los combustibles fósiles. Dado que varias de sus ideas se hicieron realidad -como viajar a la luna, los viajes entre continentes o los submarinos-, sería prudente prestar atención a sus palabras. En su novela “La Isla Misteriosa”, uno de sus personajes dice “que el agua se usará un día como combustible, y el hidrógeno y el oxígeno que la constituyen, producirán una fuente de calor y de luz inagotable”. Pensemos que se trata de un gas, y como tal puede almacenarse, distribuirse y combustionarse para generar calor, trabajo o electricidad. Sucede que hoy más del 98% del hidrógeno que producimos se utiliza para fines industriales y proviene de… A esta altura ya te imaginarás: combustibles fósiles, principalmente a partir de un proceso de reformado de metano. A este hidrógeno lo llamamos “gris”, y lo llamaríamos “azul” si lográramos capturar un alto porcentaje de las emisiones asociadas a su proceso. Además, esta molécula puede obtenerse del agua, al separarla de las moléculas de oxígeno mediante una corriente eléctrica, en un proceso conocido como electrólisis[150]. La gracia está en que esta electricidad provenga de energías limpias, logrando que su utilización esté libre de emisiones y pintándolo de color “rosa” o “verde” -si fuera de origen nuclear o renovable, respectivamente-. Es una de las tecnologías de frontera que hoy luce más prometedora para sustituir a los combustibles fósiles allí donde la electrificación no pueda llegar (como en la aviación, el transporte marítimo o terrestre de larga distancia y los procesos industriales intensivos en energía). Uno de sus usos más atractivos es el de almacenar electricidad de origen renovable. Recordemos que, a diferencia de los combustibles fósiles, la electricidad tiene que usarse al momento en que se genera. Si quisiéramos almacenarla, tendríamos que transformarla en otra cosa, como energía química en baterías, lo que podría ser útil para pequeñas cantidades, pero encuentran serias dificultades para la escala de ciudades o fábricas. Ahora bien, imaginemos regiones que por momentos de mucho sol o viento generen más energía que la necesaria para su consumo. Esta energía podría almacenarse en forma de hidrógeno para ser usada cuando y dónde se necesite, lo cual contribuiría a resolver el problema de la intermitencia y facilitaría la integración de las renovables en los sistemas energéticos. Sin embargo, manejar esta molécula no es nada fácil, su retorno energético es bastante cuestionable y se requieren muchísimos avances tecnológicos para su comercialización internacional a gran escala. Recién estamos dando los primeros pasos para cumplir el sueño de Verne.
Si bien su desarrollo es todavía incipiente, las expectativas sobre su futuro potencial para descarbonizar la economía son crecientes. Al año 2021, cerca de 18 países han elaborado estrategias de largo plazo respecto al desarrollo del hidrógeno (IEA, 2021), entre los cuales suman aproximadamente un 70% del PBI mundial. Esto permite elaborar proyecciones, al menos en base a lo que los distintos países estiman. Hay países que se proyectan como exportadores netos, como Chile o Australia, y otros que planean ser importadores, como Japón o Alemania. Estos últimos entienden que su negocio está en proveer tecnología al resto del mundo para que produzca el hidrógeno[151]-. En general, a mayor grado de ambición climática, mayor será la difusión de este vector energético. En su escenario normativo de carbono neutralidad, la IEA proyecta que para el 2050 cerca del 10% del consumo final podría abastecerse con hidrógeno, en su mayoría verde y azul. En cualquier caso, estamos hablando de algo a largo plazo que no va a tener relevancia en ninguna matriz energética antes del 2030. Esto es porque la mayoría de los proyectos en desarrollo se encuentran en etapa piloto o pre-comercial y la infraestructura para la implementación del hidrógeno a gran escala requiere todavía de tiempo para desarrollarse. Su explosión y el despegue del comercio internacional podría desarrollarse recién hacia mediados de la década del 2030, siempre en función del ritmo global de descarbonización y en línea con el tiempo que requiera desarrollar la tecnología, reducir los costos, expandir la demanda y desarrollar la infraestructura necesaria [152]. Gracias al rendimiento de los recursos renovables argentinos, nuestro territorio puede ser una de las regiones más competitivas para la producción de hidrógeno verde, lo cual resultaría atractivo para países europeos que planean ser importadores del recurso para sustituir su dependencia del carbón, del gas ruso y de otros combustibles líquidos.
Si en Argentina queremos tener alguna posibilidad de jugar este partido con desarrollos tecnológicos propios, no podemos esperar al 2030 para entrar. Para ese entonces, puede ser tarde. ¿Para qué y cómo podemos usar el hidrógeno en Argentina? ¿Cómo se va a impulsar al sector? ¿Qué esquema de incentivos son los más apropiados? Es necesario institucionalizar una hoja de ruta que defina desde ya una estrategia para los próximos años, generar acuerdos de cooperación bilaterales, impulsar el desarrollo de proyectos piloto y generar un marco regulatorio acorde a las necesidades del sector y en sintonía con los objetivos macroeconómicos. Es importante entender que no se trata de impulsar el hidrógeno de forma indiscriminada y querer usarlo para todo, sino de integrarlo estratégicamente en los sectores donde pueda contribuir de forma virtuosa con el resto de la economía. En el corto y mediano plazo, la ruta más inmediata para insertarlo domésticamente estaría en sustituir los usos para los cuales ya se utiliza hidrógeno gris en la actualidad. Pensemos que de la molécula de hidrógeno se pueden elaborar productos ampliamente difundidos en nuestra economía. Uno de los más relevantes en el plano local es su sintetización en amoníaco, de lo cual surge toda una serie de productos tales como fertilizantes nitrogenados y otros derivados petroquímicos. En nuestro país existe una creciente demanda insatisfecha de fertilizantes nitrogenados que en los últimos años explican un déficit comercial cercano a los u$s 400 millones anuales, lo que convierte a esta aplicación como una de las opciones más atractivas en términos económicos para un escalamiento nacional en la producción de hidrógeno. Este sería un paso lógico para un país con proyecciones exportadoras de esta molécula, ya que convertirla en otras moléculas “más manejables” -como el amoníaco, el metanol o algún otro combustible sintético-, es una de las vías por las cuales se espera que pueda desarrollarse el comercio global en el mediano plazo. En definitiva, lo importante es consensuar una visión, institucionalizarla en la legislación y avanzar con pasos firmes, coherentes y coordinados que disminuyan la incertidumbre inherente a una tecnología de frontera en un entorno cambiante.
Costo de energía en Alemania a base de hidrógeno proveniente de distintos países
Si logra cumplir con las expectativas actuales, este gas tiene el potencial de reconfigurar el mapa del comercio energético global y crear una nueva clase de dependencias entre países. Las dinámicas geopolíticas, como siempre, jugarán un rol fundamental en la transición hacia la economía del hidrógeno, además de los factores técnicos y económicos. Nuevamente, el riesgo de que los países industrializados utilicen este vector como excusa para afianzar un “colonialismo verde” donde los países periféricos simplemente sean proveedores de materia prima, está a la vuelta de la esquina.[153] ¿Qué territorios serán destinados a servir de nuevas “fuentes” de energía? Hay que insertarse con inteligencia.
Ahora bien, imaginemos por un momento que logramos resolver todos los desafíos técnicos para dominar y comercializar esta molécula a tiempo. ¿Podríamos esperar que las energías renovables, además de proveer energía para nuestro consumo creciente, puedan producir tanto hidrógeno? ¿Alcanza con la nuclear, con las renovables y con el hidrógeno? Si bien estas preguntas son interesantes, están enfocadas en una parte del problema: la oferta. Antes de preguntarnos si una nueva fuente de energía alcanza, deberíamos preguntarnos para qué queremos esa energía en primer lugar. ¿Queremos generar energía para darle luz a las niñas y niños que todavía hoy deben prender una vela para hacer los deberes del colegio a la noche, para acondicionar estadios de fútbol o para minar criptomonedas? ¿Tiene sentido reventar ecosistemas para generar energía que se pierde por las ventanas de hogares sin aislación térmica? ¿Podría seguir creciendo la demanda energética en un planeta finito, aún si el origen de esta energía fuera libre de emisiones?
Energía, ¿para qué?
Más allá del cambio climático
“La preocupación legítima por el cambio climático lleva a que sea la única preocupación de muchos autores, quienes parecen considerar posible una expansión ilimitada del uso de energía siempre y cuando esta sea libre de emisiones de dióxido de carbono. En realidad, todas las fuentes de energía libres de carbono están asociadas con diferentes costos y riesgos ambientales y sociales” [154].
Los impactos ambientales de cada sistema energético creado por el humano van más allá de las emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático. Generar energía, por más limpia que parezca, genera impactos que comprometen distintos ecosistemas. La energía hidroeléctrica es un ejemplo. Regiones enteras fueron inundadas por la construcción de grandes represas en el pasado, para hoy en día tener una buena porción del consumo energético libre de emisiones. Estados Unidos, por ejemplo, redujo sus emisiones en la década pasada gracias a haber reemplazado carbón por gas no convencional, a costa de promover el fracking en su territorio[155], con sismos superficiales verificados en la zona de Oklahoma[156]. La lista de impactos ocasionados por distintas tecnologías es larga, lo que configura “zonas de sacrificio” en distintas regiones, ya sea por la extracción de minerales para la fabricación de dispositivos tecnológicos, la producción de desechos o la emisión de otro tipo de gases contaminantes que afectan la salud... En muchos casos tenemos que hablar de soluciones de compromiso, donde se trata de elegir el mal menor. Pensemos en la “mal llamada” energía renovable y sus impactos. Digo mal llamada, porque lo único renovable son los flujos de energía de las fuentes naturales, no la infraestructura para capturarlas[157]. La Agencia Internacional de Energía (IEA) estima que la demanda de minerales para un escenario de transición energética hacia la carbono neutralidad podría duplicarse o incluso cuadruplicarse durante las próximas décadas (IEA, 2021). O sea, menos emisiones es más minería.
Existen estudios que muestran que, sin planificación estratégica, el aumento en la extracción de minerales para las energías renovables exacerbaría aún más las amenazas contra la biodiversidad[158]. Está claro que destruir el ambiente para salvar al clima no es un buen plan. Además, el 70% de los proyectos mineros de las compañías más grandes del mundo operan en regiones con estrés hídrico[159], lo que supone un peligro para el acceso al agua de las poblaciones locales. En Argentina, esto se traduce en conflictos territoriales, como los desatados en provincias como Chubut, Mendoza, Jujuy y Catamarca. De hecho, más de la mitad de las iniciativas en minería fueron canceladas o suspendidas por la resistencia social que generaron[160]. En un país que cuenta con grandes reservas de minerales demandados por todo el mundo para avanzar con la electrificación y el desarrollo de tecnologías bajas en carbono, como lo son el litio y cobre[161], resolver estas tensiones debería ser primordial. Los gobiernos deben generar mecanismos de gobernanza que incluyan a las comunidades locales en las decisiones y los beneficios de los proyectos mineros. Las decisiones con la gente adentro. La pelota la tiene la política.
Evolución de las turbinas eólicas. Las turbinas más grandes del mercado superan a la Torre Eiffel.
Pero hay un aspecto más problemático y del que menos se habla: la disponibilidad de minerales críticos. Aún si tuviéramos energía abundante del hidrógeno y las renovables, existen límites materiales: por cada punto de PBI, nuestra economía global requiere más de un kilo de materiales[162]. En los escenarios de carbono neutralidad de la IEA, para el año 2050 la demanda de litio podría multiplicarse 130 veces respecto a la actual, mientras que la de níquel y cobalto 40. Cuando una energía es menos densa, como las renovables, consume más recursos, ya sea espacio físico o materiales. Existen serias dudas sobre la posibilidad fáctica de que la producción de estos minerales -y ni hablar de las “tierras raras”- pueda alcanzar tales valores, no sólo por las reservas disponibles, sino también por la escasez de combustibles fósiles para hacerlo[163]. No tanto porque el petróleo como tal se acabe, sino más bien porque a medida que es más costoso de extraer y su calidad menor, hay cada vez menos esclavos energéticos en cada barril, al punto que no está claro que haya suficientes para montar una nueva infraestructura energética a tiempo[164]. La era de energía abundante y barata que estos posibilitaron puede tener fecha de caducidad en las próximas décadas.
El horizonte no es el norte
La tensión entre emisiones y minería deja en evidencia algo muy importante: el problema no está sólo en las fuentes de energía, sino también en cuánto consumimos, quiénes y para qué. Desde 1950, el consumo energético global se multiplicó por seis, mientras que la población por tres. De seguir con las tendencias actuales, para mitad de siglo los niveles de demanda serían muy superiores a los necesarios para evitar las peores consecuencias del cambio climático. Si ya es difícil reemplazar la actual magnitud de energía fósil, mucho más difícil será reemplazar un volúmen todavía mayor. Sin embargo, decir que “consumimos mucho” esconde una realidad repleta de desigualdades, en la que un puñado de personas esquían en pistas de nieve artificial en el medio del desierto, mientras millones consumen menos electricidad al año que una heladera[165]. Esto se traduce en que el 1% más rico de la población global emite más que el 50% más pobre[166]. Sería un despropósito que la cantidad de emisiones que nos quedan por emitir a la atmósfera se agoten en la canaleta de las carreras de millonarios al espacio o en acondicionar estadios para jugar mundiales de fútbol en el desierto. Mientras que los combustibles fósiles sigan dominando el consumo de energía, el sobreconsumo de unas minorías exacerba las injusticias sociales y climáticas. Si la desigualdad y la afluencia de una minoría están en el corazón de los impactos ambientales[167], también deberían estar en el corazón de las políticas para resolver este caos.
Consumo de electricidad por año por habitante vs consumo de electricidad de una heladera
Uno de los mayores desafíos de la actual transición energética es el de reducir las emisiones y al mismo tiempo sacar de la pobreza energética a las miles millones de personas que todavía no tienen acceso a energía segura y de calidad. Quien no tenga energía al alcance de un botón o una perilla tiene que calentar su comida o su hogar con combustibles como madera, lo que se traduce en impactos como deforestación o “el problema de salud ambiental más grave del mundo”: la contaminación doméstica del aire[168]. La energía es más que un derecho, es una condición de posibilidad de derechos. Una familia sin acceso a energía moderna no puede refrigerar la comida, acceder a internet ni estudiar cuando es de noche. Garantizar su acceso para toda la población sin dudas va a incrementar el consumo energético y el uso de los combustibles fósiles que pretendemos abandonar. A modo de ejemplo, India tiene cerca de 300 millones de personas sin acceso a electricidad, lo que equivale a toda la población de Estados Unidos viviendo literalmente en la oscuridad. Al mismo tiempo, tienen una de las mayores fuentes de carbón del mundo, lo cual les puede proveer acceso a energía barata. Millones de personas en la pobreza parecen un motivo suficiente para aprovechar una fuente de energía barata y abundante. Las tensiones del trilema energético, presentes. Ahora bien, si asumimos que el consumo energético de una porción de la población va a aumentar en un planeta que no da más, seguro también habrá que desarrollar mecanismos para disminuir el consumo del resto de la población, particularmente de quienes más excesos presentan. En este sentido, hay autores que argumentan que el estándar de consumo de países ricos como Noruega o Estados Unidos puede enviar un mensaje peligroso hacia los países en desarrollo: muchos de ellos pueden sentir legítimo perseguir un incremento de su consumo hacia un horizonte que es ecológicamente inalcanzable por toda la población mundial[169] [170] [171]. De hecho, no hay ningún país en el mundo que logre satisfacer las necesidades de su población sin exceder los límites planetarios[172]: nuestros sures necesitan horizontes que no sean nortes. Hay estudios que han logrado cuantificar los impactos ambientales entre países, mostrando que “las naciones ricas tienen una responsabilidad desproporcionada en el exceso de los límites planetarios, por lo que tienen una deuda con el resto del mundo” [173]. Si bien algunos de ellos han logrado desacoplar el crecimiento de su economía de las emisiones, ninguno está ni cerca de la magnitud y velocidad de las reducciones requeridas[174]. Ni hablar cuando además de contar las emisiones, incluímos la extracción de minerales, el uso de agua o la generación de residuos: el desacople está muy lejos de ser una realidad [175] [176] [177].
Por estos motivos, establecer como horizonte un mundo que funcione 100% a energía generada con fuentes renovables y limpias está bien, pero siempre y cuando introduzcamos la discusión necesaria de cuánta energía vamos a necesitar, para qué la vamos a usar y a quiénes vamos a priorizar. En palabras de Pablo Bertinat, destacado investigador en energía, “no tiene sentido avanzar en un proceso de cambio de fuentes de energía mientras siga siendo un sistema energético corporativo, centralizado y desigual. Impulsar una transición energética debería generar cambios no solo en el entramado tecnológico, sino también en el entramado social y político” [178]. El hecho de que las energías renovables sólo sean capaces de generar una pequeña parte de lo que nuestra sociedad fósil moderna devora, en un contexto donde todavía hay personas que en un año no consumen lo que una heladera, hace que muchos cuestionen su capacidad de “salvar al planeta” [179]... En realidad, más que al planeta, lo que difícilmente puedan salvar las renovables es a una sociedad consumista[180] [181]. Las renovables pueden ser las energías dominantes de una gran sociedad, aunque bien diferente a la actual[182]. Sin incorporar esta discusión, corremos el riesgo de cargar sobre estas tecnologías objetivos imposibles de cumplir, y luego echarles la culpa por el fracaso[183]. La descarbonización de la matriz energética, de la forma en la que se la concibe en la agenda hegemónica, es similar al anhelo de que una porción de la población siga comiendo postres como lo hace pero sin azúcar ni grasas trans. No es una tarea fácil, y esto lo sabe cualquiera que haya probado una gaseosa zero azúcar o la versión light de un postrecito. Nunca es lo mismo. Hay cada vez más evidencia que para revertir el colapso ecológico se necesitan cambios drásticos en la sociedad contemporánea y en la economía global que la integra[184] [185]. Ahora bien, generar cambios profundos en toda la sociedad no es algo que vaya a suceder de un día para el otro. ¿Hay algo que podamos hacer mientras tanto? ¿Se puede hacer algo sobre la demanda? Si una sociedad sustentable sería deseable, ¿cómo hacerla factible?
Menos es más
Hay estudios que demuestran que el consumo global de energía en 2050 podría ser igual al de 1960 y satisfacer las necesidades de todas las personas, incluso con una población tres veces más grande[186]. Para lograrlo, se requiere combinar dos cosas: usar la mejor tecnología ya disponible y generar transformaciones radicales en la demanda. En otras palabras, políticas de eficiencia y suficiencia. Las dos van de la mano y son necesarias en conjunto, porque se complementan entre sí. Se trata de tecnología, pero también de política.
Las políticas de eficiencia consisten en gestionar el uso de la energía para obtener los mismos servicios energéticos con menor consumo o mejores servicios consumiendo lo mismo. Estas medidas son transversales a todas las actividades económicas. Se trata de, por ejemplo, mejorar la aislación térmica de hogares o edificios públicos para que no pierdan calor por las ventanas, reemplazar equipamiento ineficiente por artefactos modernos, optimizar procesos industriales… Según la IEA, el conjunto de estas medidas podrían contribuir en un 40% a los objetivos de mitigación del Acuerdo de París. Un ejemplo paradigmático para el caso argentino es la cantidad de energía que gastamos en calentar agua: casi el 10% del consumo total [187]. Lo irrisorio aparece con los consumos pasivos -en criollo, el piloto de los calefones-. Esa llama prendida las 24 horas del día -por las dudas- se lleva aproximadamente entre el 10 y el 18% del consumo de gas de los hogares[188], al punto que reemplazar termotanques ineficientes a gas por equipos solares modernos podría ahorrar un 90% del combustible utilizado para ese fin[189]. No hay motivo para no implementar políticas de impulso masivo a la producción local de termotanques y calefones solares, ya[190]. En general, el costo inicial de estas medidas se paga con el ahorro energético que generan. O sea, se pagan solas, reduciendo el costo de la tarifa para los usuarios o el costo fiscal para el Estado, en caso de que existan subsidios a la energía. Las políticas de subsidios a la energía también pueden fomentar la eficiencia y el ahorro -o bien el derroche, si se usan mal, como es el caso argentino-. En el año 2021, Argentina gastó más en subsidios a la electricidad que en asignaciones familiares, representando el 1,5% del PBI. Al sumar los subsidios a la demanda de gas natural, el monto equiparó lo gastado en la totalidad de programas sociales[191]. Este gasto público es doblemente ineficiente: además de fomentar el derroche de energía, va a parar a manos del sector más pudiente de la sociedad[192]. Estamos quemando la plata, literalmente. Es imperioso reemplazar la política de subsidios generalizados a la energía por una política que segmente subsidios a quienes lo necesitan[193].
La mayoría de las políticas de eficiencia que son costo-efectivas generan numerosos beneficios en toda la economía: reducen la tarifa energética a las personas, ahorran subsidios al Estado, mejoran la competitividad de la economía y descomprimen el sistema de transporte de energía, además de reducir impactos ambientales. A pesar de su importancia, la eficiencia energética todavía no pareciera ser central para el Estado, figurando únicamente en acciones aisladas sin continuidad[194]. “Todavía no existen metas de eficiencia energética establecidas por ley o un plan nacional a corto, mediano y largo plazo sobre el manejo de las políticas de EE en los diferentes sectores consumidores de energía” [195]. Se necesita establecer programas y políticas de largo plazo de carácter integral, con un plan para resolver las restricciones que enfrenta este tipo de políticas y una legislación acorde. Tampoco es que haya que inventar la rueda. La Fundación Bariloche trabajó durante varios años para desarrollar un Plan de Eficiencia Energética[196], que sería un insumo clave para la política pública. Se trata de poner el tema en agenda y darle prioridad.
Ahora bien, no nos engañemos. Tampoco hay que ilusionarse demasiado con que la tecnología y la eficiencia nos vayan a salvar del colapso ecológico. De hecho, si hay algo que sabemos hacer bien los humanos es desarrollar tecnologías cada vez más eficientes. Es lo que venimos haciendo desde la Revolución Agraria. El problema es que las mejoras de eficiencia, en vez de generar ahorros, hasta ahora han servido para incrementar la productividad y habilitar mayor consumo[197]. Esto es lo que se conoce como efecto rebote. Producir más eficiente permite producir más barato y que más personas consuman. Al final, el consumo global termina siendo superior. Este efecto ya había sido observado hace más de 200 años por el economista inglés William Jevons, cuando al instalar las máquinas a vapor predijo que el resultado final no iba a ser un ahorro de energía, sino mayor consumo global. No se equivocó y el efecto rebote se convirtió en una regularidad a lo largo de la historia, también conocido como “la Paradoja de Jevons”. También podemos ver este mismo efecto desde la perspectiva de la oferta. Los menores costos de la energía o de algún otro insumo habilitan la producción de nuevos bienes que de otra manera no hubiesen sido viables económicamente. O sea, muchas actividades económicas son viables sólo cuando hay energía barata. De todas maneras, estos efectos no deberían sorprendernos. ¿Por qué esperaríamos otra cosa? Si los incentivos de las empresas están orientados a maximizar sus ganancias y las economías necesitan crecer para repagar sus deudas, cada centavo ahorrado gracias a la eficiencia va invertirse en producir más. Es la consecuencia lógica de un comportamiento sistémico que se orienta al crecimiento. A esto tenemos que agregarle que no sólo usamos la tecnología para hacer cosas más eficientes que antes, sino también para hacer tareas con máquinas que antes hacíamos con los músculos, gracias al subsidio de esclavos energéticos. Desde que tenemos lavarropas, ya no usamos una misma camisa dos veces sin antes lavarla. La innovación tecnológica es una fuente constante de nuevos vectores de consumo, y cuando se la combina con marketing, también de nuevos deseos. Ya lo decía Thorsten Veblen, sociólogo y economista estadounidense, “los inventos son la madre de toda necesidad” [198]. Así como volar en avión se hizo mucho más barato con las décadas y hoy volar entre continentes es parte de la vida cotidiana de las clases urbanas acomodadas, lo mismo podría pasar en las próximas décadas con los vuelos al espacio. “El resultado final de las ganancias de eficiencia siempre termina siendo un incremento del consumo, por lo que en definitiva, el desarrollo tecnológico no reduce los impactos ambientales, sólo disminuye la intensidad de su aumento[199]”. La innovación tecnológica puede ayudar a mitigar todo lo que el consumo genera, pero nunca alcanza. Esto no es un problema tecnológico, sino una falla sistémica a gran escala.
No es que la eficiencia en sí no sirva, sino que es funcional a un sistema económico que necesita crecer para funcionar. Para que efectivamente se traduzca en menores impactos globales hay que combinarla con políticas de suficiencia. En su sexto reporte, el IPCC destaca que “las políticas de suficiencia son una combinación de medidas y prácticas cotidianas que evitan la demanda de energía, materiales, tierra y agua mientras satisfacen las necesidades humanas de todas las personas dentro de los límites planetarios” [200]. El punto es entender que la energía no es un fin en sí misma, sino un medio para proveer servicios que generen beneficios a la población. Que la energía realmente mejore la calidad de vida depende de qué tan eficientes seamos en transformarla en servicios benéficos y qué tan equitativamente sean distribuidos. Esto quiere decir que las formas en las que nos organizamos alrededor del uso de energías es tan o más importante que la fuente de energía en sí misma o de qué tan eficientes seamos para transformarla. Por ejemplo, una ciudad en la que las personas sean dependientes de tener un auto privado para moverse va a consumir mucha más energía que una en la que las personas puedan moverse caminando, en bicicleta o transporte público. Algo similar sucede con la sociedad global, que depende de estructuras altamente complejas, con largas cadenas de suministro, altos niveles de transporte internacional y comunicación en tiempo real para que sus habitantes accedan a cosas elementales como alimento o energía. Los sistemas de energía en la actualidad son altamente centralizados: grandes parques de generación envían enormes cantidades de energía a grandes centros de consumo. Las distancias son tan grandes que casi nadie piensa dónde viene el gas que consume al abrir una perilla. Pareciera que sale de la nada. En contraposición, las energías renovables abren la posibilidad de pensar nuevos sistemas descentralizados, donde la energía se genera donde se consume, según la heterogeneidad de los territorios. Podemos pensar en paneles o calefones solares, o una pequeña turbina en un arroyo, generando energía de forma distribuida en el territorio. Esta generación distribuida favorece la autonomía, la participación de la comunidad, el consumo energético cerca de su lugar de generación y una mejor gestión de posibles impactos socioambientales[201]. En este sentido, en el año 2017 se sancionó el Régimen de Fomento a la Generación Distribuida, con el objetivo de facilitar que todos los ciudadanos conectados a la red eléctrica puedan generar energía para su autoconsumo y colocar el excedente a la red de distribución. Este tipo de iniciativas ofrecen muchísimas oportunidades de desarrollo regional y son una oportunidad para la democratización de la energía.
“Si fuera posible desprenderse de algunas ataduras epistemológicas, se podría ver que las opciones de políticas energéticas son múltiples. Es difícil vislumbrar muchas de ellas porque no son alternativas que generan consumo sino que evitan consumo. Pero esto no implica que no se genere empleo o trabajo para desarrollarlas. Sin dudas, es más complejo discutir cómo no consumir energía en lugar de dar rienda suelta a una demanda sin sentido. Pensar en consumir menos es disruptivo, aun cuando consumir menos genera trabajo, rompe la concepción mercantil capitalista de la energía y define un escenario que desconcierta la visión corporativa de la energía.” (Pablo Bertinat)
Hay motivos para ser optimistas: se puede consumir menos y vivir mejor. Muchas de las políticas para reducir la demanda de energía también están orientadas a reducir la pobreza y mejorar el acceso a servicios públicos de la población. Estudios recientes para India, Brasil y Sudáfrica muestran que sus poblaciones podrían alcanzar una buena calidad de vida con niveles de consumo de energía similares a los de países africanos[202]. Estudios hechos para todo el mundo encuentran resultados similares, con niveles de demanda compatibles con los objetivos climáticos[203]. En conjunto, estos estudios muestran que es técnicamente posible satisfacer las necesidades de todas las personas con la tecnología actual[204]. Incluso, a nivel global, el consumo de energía en 2050 podría ser 60% más bajo que el de hoy en día y a la vez satisfacer las necesidades de todas las personas[205].
Sucede que reducir el consumo de energía es una de esas pocas cosas que logran relajar las tensiones de la política energética: es crucial para acelerar la descarbonización de la economía, contribuye a la seguridad energética[206] y permite el acceso a mejores servicios para la población. Aprovechar la tecnología disponible para descentralizar los sistemas energéticos y democratizar el acceso a la energía, construir viviendas sustentables que demanden poca energía, alentar el transporte público y promover las dietas basadas en plantas son soluciones esenciales desde el lado de la demanda para permanecer dentro de los límites planetarios[207]. Estos estudios muestran que estos niveles de energía son compatibles con buenos estándares de vida. Las implicancias son muy grandes: en suma, lo que nos dicen es que reducir el consumo de energía no implica volver a la época de las cavernas, salvo que hablemos de una época de cavernas con artefactos eficientes para calentar agua, cocinar, almacenar alimentos y darnos luz; una época donde haya salud universal, acceso a la educación para toda la juventud y jornadas laborales más cortas. Este horizonte es viable, pero no es compatible con las normas económicas del presente[208]. El desafío está en cómo hacemos para movernos de una situación actual donde la regla es la desigualdad social y el derroche ineficiente de energía, hacia un futuro donde las personas nos podamos organizar alrededor de la satisfacción de las necesidades humanas[209]. Un sistema así es posible, pero requiere de movimientos sociales y políticos que le den forma. La respuesta es más política que tecnológica, por lo que implica conflictos. Estas transformaciones parecieran desafíos inconmensurables, pero nada concentra a las mejores mentes como las crisis[210]. De eso se trata el resto de este libro. Una invitación a transformar cómo nos movemos, nos alimentamos, producimos y consumimos. Construir formas que sean compatibles con nuestro tiempo.
Las opiniones del autor no reflejan las visiones de las instituciones donde se desempeña.
Referencias bibliográficas
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[10] Haberl, H., Fischer-Kowalski, M., Krausmann, F., Martinez-Alier, J., Winiwarter, V., 2011. A socio-metabolic transition towards sustainability? Challenges for another Great Transformation. Sustainable Dev. 19, 1–14.
[11] Fernández Durán & Gonzalez Reyes (2014). En la espiral de la energía.
[12] Harari, (2014). Sapiens.
[13] Fernández Durán & Gonzalez Reyes (2014). En la espiral de la energía.
[14] Charles A. S. Hall, Stephen Balogh and David J. R. Murphy (2009). What is the Minimum EROI that a Sustainable Society Must Have?
[15] Typical values for an advanced European agrarian socio-metabolic regime (18th century). In agrarian societies based on labour-intensive horticultural production with low significance of livestock, population density might be significantly higher, while the per capita use of materials and energy would be lower.Typical values for current fully industrialized economies. In countries with high population densities, per capita values of energy/materials use tend to be in the lower range, while values are high when measured per unit area. The reverse is true for countries with low population densities; in this case values per unit area can be very low.
[16] Harari, 2014. Sapiens.
[17] Fischer-Kowalski M, Haberl H. 2007. Socioecological Transitions and Global Change: Trajectories of Social Metabolism and Land Use. Elgar: Cheltenham, UK
[18] Krausmann F, Fischer-Kowalski M, Schandl H, Eisenmenger N. 2008a. The global socio-metabolic transition: past and present metabolic profi les and their future trajectories. Journal of Industrial Ecology 12(5/6): 637–656.
[19] Smil, 2010c (citado en Smil, 2017)
[20] McNeill & McNeill, 2010
[21] Smil, V (oil),
[22] Smil, V. (2017). Energy and Civilization.
[23] El consumo exosomático supera en más de 80 veces al consumo endosomático (González de Toledo)
[24] Fernández Durán & Gonzalez Reyes (2014). En la espiral de la energía.
[25] Harari, 2014. Sapiens.
[26] Podría poner datos demográficos y de uso energéticos (Smil, 2004)
[27] Un adulto promedio tiene una potencia de 75 W, 10 veces menos que un caballo de tiro. Una tostadora consume 1000 W y un vehículo liviano tiene no menos de 70 caballos de fuerza.
[28] Sieferle, 2001
[29] Fernández Durán & Gonzalez Reyes (2014). En la espiral de la energía.
[30] Fernández Durán & Gonzalez Reyes (2014). En la espiral de la energía.
[31] Un barril de petróleo contiene 159 litros, equivalente a 6119 MJ o 1700 kWh de energía potencial. Un adulto promedio tiene una potencia de 75W que podría ejercer durante una jornada laboral, lo que da una energía de 0,6 kWh (2,16 MJ) por día, o 0,120 kWh (0,4 MJ) de trabajo útil al considerar la eficiencia de conversión del metabolismo humano. Si consideramos la eficiencia con la que nuestro metabolismo convierte la energía química en trabajo útil (~20%), la energía potencial de un barril pasaría a equivaler al trabajo a realizar durante 39 años.
[32] Smil, 2017. Energy and Civilization.
[33] Con una potencia por masa de 1000 g/W, un caballo típico de 750 kg tiene 750 W. La potencia mínima del Volkswagen Gol es de 72 caballos de fuerza (52.500 W), mientras que la Ferrari 812 Competizione tiene más de 830 caballos de fuerza (622.500).
[34] Hoy una familia con electrodomésticos en su hogar y un par de autos podría tener a su disposición más capacidad de generar energía que la que tenía un señor feudal durante el siglo XIX con miles de trabajadores y cientos de caballos (Smil, 2004). World History and Energy. Disponible en: http://vaclavsmil.com/wp-content/uploads/docs/smil-article-2004world-history-energy.pdf
[35]Berman, A. Futures Radio Show. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=QchpXpa_V3I
[36] smil, oil. p14.
[37] Durante el imperio romano, una carga de trigo transportada en una carreta doblaba fácilmente su precio después de recorrer 50 km. Los costos eran mucho menores en barco, pues el precio del trigo se incrementaba sólo un 25% cuando navegaba desde Hispania a Roma (Lorenzo, 2006). Hoy, cualquier producto barato puede viajar por varios continentes antes de llegar a nuestras manos a un costo de centavos por unidad.
[38] Brandt et al., 2014. Methane Leaks from North American Natural Gas Systems
[39] Fernández Durán y González Reyes.
[40] Smil, V. (2021). Disponible en: https://www.elcorreo.com/xlsemanal/personajes/cambio-climatico-energias-renovables-transicion-energetica-
[41] Cita de Howard Odum.
[42] Charles A. S. Hall, Stephen Balogh and David J. R. Murphy (2009). What is the Minimum EROI that a Sustainable Society Must Have?
[43] Hall, Lambert & Balogh (2013). EROI of Global Energy Resources Status, Trends and Social Implications.
[44] (Smil, 2004). World History and Energy. Disponible en: http://vaclavsmil.com/wp-content/uploads/docs/smil-article-2004world-history-energy.pdf
[45] Es posible garantizar bienestar básico con un consumo de 40-50 GJ/capita. En general, se necesitan aproximadamente 65 GJ/capita para alcanzar niveles de mortalidad infantil menores a 20/1000, expectativas de vida superiores a 75 años y un IDH superior a 0.8. Las tasas más altas en estos índices requieren al menos 110 GJ/capita, mientras que consumos de energía por encima de ese nivel ya no se traducen en mejoras fundamentales en la calidad de vida (Smil, 2017).
[46] Vogel et al. 2020. https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S0959378021000662?via%3Dihub
[47] Roger, 2019. Una nueva matriz energética para Argentina: rentas termodinámicas y desarrollo industrial, tecnológico y científico
[48] Hall & Murphy, 2009.
[49] En base a la pirámide de necesidades de Maslow.
[50] Hall & Klitgaard, 2012
[51] Georgescu-Roegen N. The entropy law and the economic process. Cambridge, Mass: Harvard University Press; 1971; Odum H. Environment, power, and society. New York, NY: Wiley-Interscience; 1971; Daly HE. Steady-state economics. Washington D.C.: Island Press; 1977; Cleveland C, Costanza R, Hall C, Kaufmann R. Energy and the U.S. economy: A biophysical perspective. Science 1984;225(4665):890–7, Available from: https: //doi.org/10.1126/science.225.4665.890.
[52] No siempre más complejidad es mejor. De hecho, existe controversia sobre si la agricultura incrementó o no la calidad de vida de las poblaciones humanas, respecto a sus antecesores (Harari, 2014; Diamond, 2010, Larsen, 2006, Fernández & Gonzalez, 2014). Evidence suggests that for much of the past 10,000 years agriculture led to a declining quality of life for most human populations, compared to their forager predecessors (Larsen, 2006)
[53] Martenson C. The crash course. 2014, Available from: https: //www.youtube.com/watch?v=T7up38Jyv0w&list=PLRgTUN1zz_ ofJoMx1rB6Z0EA1OwAGDRdR.
[54] A este tipo de hidrocarburos se los conoce como “no convencionales”, donde tenemos al shale oil o al shale gas, por ejemplo. Las formaciones shale poseen como característica distintiva una baja permeabilidad, y por tanto presentan alta resistencia al flujo de los hidrocarburos en forma natural. Para sobreponerse al inconveniente planteado, la explotación shale requiere estimulación del pozo mediante fractura hidráulica, con el objetivo de establecer caminos de circulación para los fluidos en la roca. (Álvarez, J. M. 2017. EMISIONES DE GASES DE EFECTO INVERNADERO EN EL SECTOR DE GAS Y PETRÓLEO EN ARGENTINA. Situación y Perspectivas. CEARE)
[55] Hall, Lambert & Balogh, 2013;
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[58] E. Zenzey, Energy as a master resource, State World 2013 Sustain. Still Possible, Worldwatch Institute, Island Press, Washington, 2013, pp. 73–83.
[59] Hall & Murphy, Lambert, Klitgaard, Delannoy, Reyes, etc
[60] Delannoy et al., 2021. Peak oil and the low-carbon energy transition: A net-energy perspective
[61] Tainter J. The collapse of complex societies. Cambridge University Press; 1988.
[62] En términos de Jared Diamond, el colapso social puede ser definido como “una reducción drástica en el tamaño poblacional y/o en la complejidad política, económica o social en un área extensa y durante un período de tiempo extendido”
[63] Delannoy et al. (2021); Capellan-Perez et al. (2018). Dynamic Energy Return on Energy Investment (EROI) and material requirements in scenarios of global transition to renewable energies.
[64] Smil, 2004
[65] Kern, F., & Markard, J. (2016). Analyzing Energy Transitions: Combining Insights from Transition Studies and International Political Economy. In The Palgrave Handbook of the International Political Economy of Energy (pp. 291–318). Palgrave.
[66] Reyes, 2014 (p260)
[67] Cuando dejamos de quemar leña y empezamos a usar más carbón, por ejemplo, fue porque un kilo de carbón nos proporcionaba más luz y calor que un kilo de leña (Bill Gates, 2020).
[68] Los resultados obtenidos por Capellan-Perez et al (2021) indican que una rápida transición hacia un sistema eléctrico 100% renovable a nivel global hacia el 2060, consistente con la narrativa del “crecimiento verde” podría disminuir la TRE del sistema energético de ~12:1 a 3:1 para mitad de siglo y luego estabilizarse en ~5:1. Capellan-Perez et al (2021). Dynamic Energy Return on Energy Investment (EROI) and material requirements in scenarios of global transition to renewable energies; C.A.S. Hall, S. Balogh, D.J.R. Murphy, What is the minimum EROI that a sustainable society must have? Energies 2 (2009) 25–47, https://doi.org/10.3390/;
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[69] Jean-Baptiste Fressoz. Transition, Piège à con? Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=lO0r5O4-2wU
[70] Smil, 2010. Energy Myths and Realities. Bringing science to the energy policy debate.
[71] Bill Gates, 2020. Cómo evitar un desastre climático.
[72] Smil, 2010.
[73] Arroyo, 2021. La transición energética al compás de la industria local. https://cenital.com/la-transicion-energetica-al-compas-de-la-industria-local/
[74] Santiago Bilinkis, 2014. Pasaje al Futuro.
[75] Bill Gates, 2020.
[76] Smil, 2010. Myths and Realities (cita 29).
[77] Smil, 2010. Myths and Realities.
[78] Smil, 2017. Oil.
[79] Bilinkis, S. (2014). Pasaje al futuro.
[80] La máquina a vapor es tal vez el ejemplo que mejor ilustra esta lentitud en los cambios. Creada hace más de 200 años, esta tecnología domina al día de hoy la forma en la cual generamos electricidad -Casi siempre lo hacemos igual: generamos calor de distintas formas, que al entrar en contacto con el agua, produce vapor, y este mueve turbinas que generan electricidad-. Los motores a combustión son otro gran ejemplo. Creados hace más de 100 años, hoy dominan el transporte mundial. Arroyo, (2021).
[81] Ejemplo Bilinkis página 43:
[82] WEC, 2019. World Energy Insights Brief 2019. GLOBAL ENERGY SCENARIOS COMPARISON REVIEW.
[83] Los picos de demanda por tipo de combustible difieren entre los escenarios. Si bien existe una gran incertidumbre en relación a múltiples factores (como la importancia de garantizar la seguridad energética, evidente en la crisis energética originada en el 2021), en general se darán entre el 2030 y el 2045, siendo el primero el carbón, luego el petróleo y finalmente el gas natural. El aumento de las renovables se dan mayormente a costa del carbón, como así también el gas natural.
[84] Si bien esto puede ser válido para ciertos países, su validez a nivel global está debatida, en tanto la sustitución de carbón por gas no permitiría cumplir con las metas climáticas a 2050. Ver: Unextractable fossil fuels in a 1.5 °C world: https://www.nature.com/articles/s41586-021-03821-8.pdf; A bridge to nowhere: methane emissions and the greenhouse gas footprint of natural gas: http://www.eeb.cornell.edu/howarth/publications/Howarth_2014_ESE_methane_emissions.pdf
[85] IEA (2021). Net-zero by 2050. https://www.iea.org/reports/net-zero-by-2050
[86] Leslie Hook, Steven Bernard and Chris Campbell (2021). Financial Times. Disponible en: https://www.ft.com/content/f9a03568-1cb1-4218-a519-5fcbe528d03a
[87] Arroyo, 2020. El cuento del clima. Ahora Qué? Disponible en: https://ahora-que.com/2020/03/26/tenemos-un-problema/
[88] Ambrose, 2022. The Guardian. Disponible en: https://www.theguardian.com/environment/2022/jan/17/chinas-coal-production-hit-record-levels-in-2021
[89] Ambrose, 2021. Disponible en: https://www.theguardian.com/business/2021/dec/17/global-demand-coal-high-electricity-plants-covid-economic-recovery
[90] Climate Pact. Disponible en: https://ukcop26.org/wp-content/uploads/2021/11/COP26-Presidency-Outcomes-The-Climate-Pact.pdf
[91] Subsecretaría de Planeamiento Energético, Secretaría de Energía de la Nación (2021). Lineamientos para un plan de transición energética al 2030. Resolución 1036/2021. Disponible en: https://www.boletinoficial.gov.ar/detalleAviso/primera/252092/20211101?anexos=1
[92] IEA (2021). World Energy Outlook 2021.
[93] WEC, 2017.
[94] En 2021, Rusia abasteció el 29% de la oferta total de gas europeo y el 35% del petróleo (Yergin, D. 2022). Disponible en: https://www.economist.com/by-invitation/2022/03/19/daniel-yergin-on-russia-losing-its-status-as-an-energy-superpower
[96] WEC, 2019. World Energy Insights Brief 2019. GLOBAL ENERGY SCENARIOS COMPARISON REVIEW.
[97] Van de Graaf, 2018
[98] Ansari & Holz, 2020. Between stranded assets and green transformation: Fossil-fuel-producing developing countries towards 2055; Van de Graaf, 2018
[99] BID, 2019. Implications on Climate Targets on oil production and fiscal revenues in Latin America and the Caribbean. https://publications.iadb.org/publications/english/document/Implications_of_Climate_Targets_on_Oil_Production_and_Fiscal_Revenues_in_Latin_America_and_the_Caribbean_en.pdf
[100] Aneise, A (2022). Un equilibrio cuadrado. Le Monde Diplomatique.
[101] McGlade & Elkins, 2015. The geographical distribution of fossil fuels unused when limiting global warming to 2°C
[102] Íbid.
[103] IEA, 2021. Net-zero.
[105] Schteingart, D. (2017). Tesis doctoral - "Especialización productiva, capacidades tecnológicas y desarrollo económico: trayectorias nacionales comparadas y análisis del caso noruego desde mediados del siglo XX". Disponible en: https://www.academia.edu/45163634/Tesis_doctoral_Especializaci%C3%B3n_productiva_capacidades_tecnol%C3%B3gicas_y_desarrollo_econ%C3%B3mico_trayectorias_nacionales_comparadas_y_an%C3%A1lisis_del_caso_noruego_desde_mediados_del_siglo_XX_
[106] Ansari & Holz (2020). Between stranded assets and green transformation: Fossil-fuel-producing developing countries towards 2055.
[107] Cassiolato & Lastres 2008. Cassiolato, José and Helena Lastres. 2008. “Discussing innovation and development:
Converging points between the Latin American school and the Innovation Systems perspective?” GLOBELICS, Working Paper Series No. 08-02.
[108] Hurtado & Souza, 2018. Geoeconomic uses of global warming: The “Green” Technological Revolution and the Role of the Semi-Periphery.
[109] Kondratieff, N. (1926). Los grandes ciclos de la vida económica. En G. Haberler (Comp.), Ensayos sobre el ciclo económico. México D.F.: Fondo de Cultura Económica; Schumpeter, J. A. (2002). Ciclos económicos. Análisis teórico, histórico y estadístico del proceso capitalista. Zaragoza: Prensas universitarias de Zaragoza
[110] Pérez, C. (2001, diciembre). Cambio tecnológico y oportunidades de desarrollo como blanco móvil. Santiago de Chile. Revista de la Cepal, (75).
[111] Arroyo, 2021
[112] IRENA (2019). A New World: The Geopolitics of the Energy Transformation. International Renewable Energy Agency, Abu Dhabi.
[113] Roger, D. (2019). Una nueva matriz energética para Argentina: rentas termodinámicas y desarrollo industrial, tecnológico y científico
[114] Subsecretaría de Planeamiento Energético, Secretaría de Energía de la Nación (2021). Lineamientos para un plan de transición energética al 2030. Resolución 1036/2021. Disponible en: https://www.boletinoficial.gov.ar/detalleAviso/primera/252092/20211101?anexos=1
[115] Sabbatella, I. (2022). Transición energética: el cuadrilema argentino. En Burgos, M. y Sabbatella, I., Desarrollo y ambiente: problemas y debates desde la periferia. Buenos Aires: Ediciones del CCC (en prensa)
[116] Aneise, A. (2022). Un equilibrio cuadrado.
[117] Numerosos países desarrollados proponen el desarrollo de mecanismos de “ajuste al carbono en la frontera”. Esto es, añadir el precio de la huella de carbono a los productos importados. Esto permite anticipar dificultades en el acceso a mercados para países que posterguen o no cumplan sus compromisos climáticos. (Carlino, H. & Caratori, L. 2021. Las transiciones globales y la competitividad climática de Argentina. Fundación Torcuato Di Tella).
[118] Arroyo, J. (2021). https://medium.com/@j.ignacioarroyo/hidr%C3%B3geno-verde-y-vaca-muerta-pueden-convivir-43c3f07afd51
[119] incertar fuente (lineamientos).
[120] Arroyo, 2021. Hidrógeno verde y Vaca Muerta, ¿Pueden convivir? Disponible en: https://medium.com/@j.ignacioarroyo/hidr%C3%B3geno-verde-y-vaca-muerta-pueden-convivir-43c3f07afd51
[121] Argentina ocupa el segundo lugar mundial en recursos técnicamente recuperables de shale gas y el cuarto en shale oil, alojados principalmente en la formación Vaca Muerta (EIA, 2013).
[122] PNUD. 2018. Escenarios energéticos Argentina 2040. https://www.ar.undp.org/content/argentina/es/home/library/environment_energy/escenarios-energeticos-argentina-2040.html
[123] Argentina ocupa el segundo lugar mundial en recursos técnicamente recuperables de shale gas y el cuarto en shale oil, alojados principalmente en la formación Vaca Muerta (EIA, 2013).
[124] INDEC
[125] Subsecretaría de Planeamiento Energético. Secretaría de Energía (2021). Lineamientos para un plan de transición energética al 2030.
[126] Limiting global warming to 2⁰C or below will leave a substantial amount of fossil fuels unburned and could strand considerable fossil fuel infrastructure. Depending on its availability, CCS could allow fossil fuels to be used longer, reducing stranded assets. The combined global discounted value of the unburned fossil fuels and stranded fossil fuel infrastructure has been projected to be around 1–4 trillion dollars from 2015 to 2050 to limit global warming to approximately 2⁰C, and it will be higher if global warming is limited to approximately 1.5⁰C. In this context, coal assets are projected to be at risk of being stranded before 2030, while oil and gas assets are projected to be more at risk of being stranded toward mid-century. A low-emission energy sector transition is projected to reduce international trade in fossil fuels (IPCC, AR6; 2022)
[127] Con 65.000 empleos formales, el empleo indirecto puede estimarse en alrededor de más de 325.000 puestos, lo que da un total de más de 390.000 empleos. Schteingart, D., Molina, M. y Fernández Massi, M. La densidad de la estructura productiva y el empleo. Documentos de Trabajo del CEP XXI N° 9, septiembre de 2021, Centro de Estudios para la Producción XXI - Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación. Disponible en: https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/2021/09/dt_9_-_la_densidad_de_la_estructura_productiva_y_el_empleo_2.pdf
[128] El petróleo es un componente crítico en la cadena de valor del 90% de todos los productos manufacturados. Michaux (2020) Oil from a critical raw material perspective. Geol Surv Finland 2020. Disponible en: https://doi.org/10.13140/RG.2.2.16253.31203.
[129] Roger, D. (2019). Alternativas y propuestas para un desarrollo industrial, tecnológico y científico basado en la energía.
[130] Más de la mitad de las empresas de bienes son de alto y medio contenido tecnológico.
[131] En la región de Cuyo se puede destacar el proyecto en marcha de la empresa provincial EPSE para crear una fábrica integrada verticalmente para desarrollar todos los componentes y procesos de un módulo fotovoltaico, con una producción estimada mayor a 70 MW al año.
[132] Roger, D. (2019). Alternativas y propuestas para un desarrollo industrial, tecnológico y científico basado en la energía.
[133] Shellenberger, (2020). Apocalypse Never.
[134] Como explica Burton Richter, Premio Nobel en Física, vivimos en una bañera de radioactividad. Tal es así, que la radiación que recibiría alguien por vivir frente a una central nuclear sería 50.000 veces inferior a la proveniente de fuentes naturales, y 10.000 veces menos que la emitida por material en nuestros propios cuerpos. La radiación no debería ser ninguna preocupación para nadie (Richter, 2010).
[135] Czerwinski, M. ( 2020). Environmental Progress, Nuclear Power Archive.
[136] Smil, 2010.
[137] Smil, 2010.
[138] Smil, 2010
[139] A modo de ejemplo, tenemos en Argentina el reactor chino Hualong One, que será la cuarta central del país y tendrá un costo estimado que supera los u$s 6.800/kW. Con una potencia de 1250 MW, el costo del proyecto asciende a unos u$s 8500 millones, sin contar el financiamiento.
[140] La OMS (2013 y 2016) y el Gobierno de Japón estiman 574 muertes del accidente de Fukushima, de las cuales sólo una fue causada por radiación directa y el resto por el estrés causado por la evacuación llevada adelante por el gobierno. En el caso de Chernobyl, no existe consenso sobre la tasa de mortalidad, pudiendo ser desde 4000 hasta 60000 (Richtie, H. (2017))
[141] Khareckha & Hansen (2013) estiman que, al reemplazar combustibles fósiles, la energía nuclear salvó unas 2 millones de vidas entre 1971 y 2009. De forma similar, Stephen Jarvis, Olivier Deschenes & Akshaya Jha (2020) estimaron que en Alemania han muerto más de 1000 personas al año por contaminación del aire debido al cierre de centrales nucleares, reemplazadas en su mayoría por centrales de carbón.
[142] Un estudio realizado para Reino Unido, estima que la cantidad (Agregar de MacKay, 2009)
[143] En un típico reactor de agua liviana, el 95% de los residuos corresponden al combustible utilizado (uranio), el cual tiene baja radiactividad y requiere poco tiempo de aislación (Richter, B. 2010)
[144] La fisión nuclear es un proceso en el cual el núcleo de los átomos de uranio se parte tras ser impactado por neutrones, iniciando una reacción en cadena controlada que genera calor y radioisótopos, que son átomos que emiten radiación en forma de ondas electromagnéticas o partículas. El calor producido, se utiliza para producir vapor, que mueve una turbina que genera electricidad.
[145] Vaclav Smil (2015). Power Density: A key to understanding Energy Sources and Uses (New York: The MIT Press, 2015), 149.
[146] UNECE, (2021) https://news.un.org/en/story/2021/08/1097572?s=08
[147] https://www.iea.org/fuels-and-technologies/nuclear. The Net Zero Scenario targets 20 GW of new nuclear capacity annually between 2020 and 2050. This rate of construction is comparable with the pre-Fukushima period when, in 2010, construction began on 17 GW of nuclear capacity. Although 59 GW of new nuclear capacity were under construction at the end of 2020, the rate at which new projects are completed remains nearly half that required under the Net Zero Scenario, with the gap widening even further after 2035.
[148] Los países asiáticos logran producir reactores a menos de 4000 u$s/kW, mientras que en los países miembros de la OECD un reactor puede fácilmente duplicar estos valores. Nuclear Energy Agency (NEA) & Organization for economic co-operation and development (OECD) (2020). Unlocking Reductions in the Construction Costs of Nuclear: A practical guide for stakeholders.
[149] Lineamientos para un plan de Transición Energética al 2030. Secretaría de Energía. Argentina.
[150] Al 2021, sólo el 1% del hidrógeno proviene de la electrólisis. El resto se produce mediante distintas técnicas a partir de combustibles fósiles y conlleva un alto nivel de emisiones.
[151]En su estrategia de Hidrógeno a largo plazo, Alemania plantea “contribuir con la descarbonización global asegurando a sus países socios la producción de H2 mediante la provisión de soluciones tecnológicas, generando empleo local y crecimiento económico”. Saquemos nuestras propias conclusiones.
[152] World Energy Council, 2021.
[153] Van de Graaf et al. (2020). The new oil? The geopolitics and international governance of hydrogen.
[154] Morosini, 2010. A 2000-Watt society. A realistic vision? Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/317539631_A_2000-WATT_SOCIETY_IN_2050_A_REALISTIC_VISION
[155] AR5, IPCC.
[156] Agregar fuente.
[157] Los aerogeneradores en un parque eólico tienen una vida útil de unos 20-25 años. Las baterías de los paneles solares y de los autos eléctricos no llegan a los 10 años.
[158] Sonter et al (2020). Renewable energy production will exacerbate mining threats to biodiversity.
[161] www.argentina.gob.ar/sites/default/files/cartera_de_proyectos_y_anuncios_de_inversion_2020-2021.pdf
[162] Our World In Data. 2019. Domestic material consumption per unit of GDP, 2000 to
2019. Disponible en: https://ourworldindata.org/grapher/domestic-material-consumption-per-unit-of-gdp?tab=table
[163] De un barril de petróleo se deriva una amplia gama de productos, según su calidad. El combustible derivado del petróleo que más se utiliza para la industria y el transporte global es el diésel. El petróleo convencional de mejor calidad para hacer diésel alcanzó su pico alrededor del año 2006 (Fernandez, R. 2021), mientras que la producción global de diésel llegó a su pico alrededor de 2015, para comenzar su descenso. (Turiel, A. 2022. The energy crisis in the world today. Analysis of the World Energy Outlook 2021. JHU-UPF Public Policy Center). Este es uno de los motivos detrás de la búsqueda de nuevo petróleo convencional en las costas marítimas.
[164] Delannoy et al., 2021. Peak oil and the low-carbon energy transition: A net-energy perspective.
[165] Un habitante promedio de una de las naciones más ricas del mundo consume 100 veces más de lo que uno de las más pobres#, una diferencia que suele replicarse al interior de los países más desiguales entre el 10% más rico y el 10% de menores ingresos.
[166] OXFAM
[167] (Wiedmann et al., 2020)
[168] Cerca de 1.6 millones de personas mueren por esta causa, cada año; el doble que las originadas por saneamiento deficiente. WHO (2014) – Frequently Asked Questions – Ambient and Household Air Pollution and Health. Update 2014
[169] Morosini, 2000. A 2000 Watt Society in 2050. A realistic vision? Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/317539631_A_2000-WATT_SOCIETY_IN_2050_A_REALISTIC_VISION
[170] Arroyo, 2020. El ejemplo no es Dinamarca. Disponible en: https://ahora-que.com/2020/08/02/el-ejemplo-no-es-dinamarca/
[171] Haberl, H., Fischer-Kowalski, M., Krausmann, F., Martinez-Alier, J., Winiwarter, V., 2011. A socio-metabolic transition towards sustainability? Challenges for another Great Transformation. Sustainable Dev. 19, 1–14.
[172] O’Neill, D.W., Fanning, A.L., Lamb, W.F. et al. A good life for all within planetary boundaries. Nat Sustain 1, 88–95 (2018). https://doi.org/10.1038/s41893-018-0021-4.
[173] Hickel et al. 2022. National responsibility for ecological breakdown: a fair-shares assessment of resource use, 1970–2017. https://www.thelancet.com/journals/lanplh/article/PIIS2542-5196(22)00044-4/fulltext
[174] William F. Lamb, Michael Grubb, Francesca Diluiso & Jan C. Minx (2022) Countries with sustained greenhouse gas emissions reductions: an analysis of trends and progress by sector, Climate Policy, 22:1, 1-17, DOI: 10.1080/14693062.2021.1990831.
[175] Hickel, J. (2020). https://www.resilience.org/stories/2020-10-13/no-the-environmental-kuznets-curve-wont-save-us/
[176] Hickel, Jason & Kallis, Giorgos. (2019). Is Green Growth Possible?. New Political Economy. 25. 1-18. 10.1080/13563467.2019.1598964.
[177] UNEP (2019). Panorama de los recursos globales. https://wedocs.unep.org/bitstream/handle/20.500.11822/27518/GRO_2019_SPM_RU.pdf?sequence=6&isAllowed=y
[178] Arroyo, J. Bertinat, P y Hurtado, D (2021). La transición energética, el debate sobre uno de los principales reclamos ante la crisis climática en la Argentina. Entrevista de Nadia Luna. Disponible en: https://www.eldiarioar.com/sociedad/medio-ambiente/transicion-energetica-debate-principales-reclamos-crisis-climatica-argentina_1_8332796.amp.html?
[179] Shellenberger, M. (2018). Why Renewables can’t save the planet. Ted Talk. Disponible en: https://www.ted.com/talks/michael_shellenberger_why_renewables_can_t_save_the_planet/transcript
[180] Trainer, T. (2007). Renewable Energy Cannot Sustain A Consumer Society. Disponible en: https://www.springer.com/gp/book/9781402055485
[181] Wiedmann, T., Lenzen, M., Keyßer, L.T. et al. Scientists’ warning on affluence. Nat Commun 11, 3107 (2020). https://doi.org/10.1038/s41467-020-16941-y
[182] Fernandez Durán, R & González Reyes, L. (2014). En la espiral de la energía. Volumen II; Hagens, N. (2022). Bend, not Break. Energy Blindness. The Great Simplification. Episode with Daniel Machtenberger. Disponible en Spotify.
[183] Giampietro & Funtowisz (2020). From Elite Folk Science to the legend of Circularity Economy.
[184] Joel Millward-Hopkins, Julia K. Steinberger, Narasimha D. Rao, Yannick Oswald, Providing decent living with minimum energy: A global scenario, Global Environmental Change, Volume 65, 2020, 102168, ISSN 0959-3780, https://doi.org/10.1016/j.gloenvcha.2020.102168.
[185] IPCC, AR6. C3
[186] Joel Millward-Hopkins, Julia K. Steinberger, Narasimha D. Rao, Yannick Oswald, Providing decent living with minimum energy: A global scenario, Global Environmental Change, Volume 65, 2020, 102168, ISSN 0959-3780, https://doi.org/10.1016/j.gloenvcha.2020.102168.
[187] Íbid
[188] Gastiarena, M, Fazzini, A. Prieto, R y Gil, S. 2017. Gas versus electricidad: uso de la energía en el sector residencial. Petrotecnia; Gil, S., Iannelli, L. & Prieto, R. (2016, agosto), “Eficiencia en el calentamiento de agua”, PETROTECNIA, 86.
[189]Gil, S., Iannelli, L. & Prieto, R. (2016, agosto), “Eficiencia en el calentamiento de agua”, PETROTECNIA, 86.
[190] Al momento de escribir el capítulo, se encuentra vigente en el país el programa dependiente del Ministerio de Desarrollo Productivo, PRODIST, el cual busca producir localmente 120.000 calefones y termotanques solares en un plazo de 3 años.
[191] Oficina del Presupuesto del Congreso, 2022. Análisis de la ejecución presupuestaria de la administración nacional. Disponible en: https://www.opc.gob.ar/ejecucion-presupuestaria/analisis-de-la-ejecucion-presupuestaria-de-la-administracion-nacional-2021/
[192] Una gran proporción de los montos destinados a los subsidios a la energía caen en manos de los sectores más pudientes de la población, lo cual sugiere que hay margen para mejorar la focalización de estas políticas: el 30% de la población con mayores ingresos recibe casi el 33% de los subsidios a la electricidad. Con los subsidios al gas natural de red, la tendencia pro-rico es aún más pronunciada: más del 30% de los subsidios son recibidos por los dos deciles más ricos de la población, mientras que el monto destinado a los dos deciles más pobres no supera el 8%. Salinardi, L & Puig, J. 2015. Argentina y los Subsidios a los Servicios Públicos: Un Estudio de Incidencia Distributiva. CEDLAS.
[193] Navajas, F. 2022. Los subsidios a la energía en la Argentina en 2022.
[194] Godfrid, D. (2021). La urgente pero dificultosa necesidad de transitar hacia una matriz energética limpia. https://abrohilo.org/la-urgente-pero-dificultosa-necesidad-de-transitar-hacia-una-matriz-energetica-limpia/
[195] Zabaloy, M. F. (2019). Eficiencia Energética. Un Estudio Del Marco Habilitante En La Argentina
[196] Fundación Bariloche, (2021). Propuesta del Plan Nacional de Eficiencia Energética Argentina.
[197] Brockway et al., 2017; Sakai et al., 2018; Ayres and Warr, 2010.
[198] Morosini, 2010. A 2000-Watt society. A realistic vision? Disponible en: https://www.researchgate.net/publication/317539631_A_2000-WATT_SOCIETY_IN_2050_A_REALISTIC_VISION
[200]IPCC (2022). AR6 Mitigation Report. SPM p.41
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[203] Grubler, A. et al. A low energy demand scenario for meeting the 1.5 °C target and sustainable development goals without negative emission technologies. Nat. Energy 3, 515–527 (2018).
[204] If resources were equally distributed, current energy and carbon levels would be more than sufficient to satisfy global human needs at high levels of human development. By projecting current trends to 2030, we demonstrate that the global energy consumption and carbon emissions required to satisfy human needs will decrease with time, despite growth in population. Julia K. Steinberger, J. Timmons Roberts, From constraint to sufficiency: The decoupling of energy and carbon from human needs, 1975–2005, Ecological Economics, Volume 70, Issue 2, 2010, Pages 425-433, ISSN 0921-8009, https://doi.org/10.1016/j.ecolecon.2010.09.014.
[205] Joel Millward-Hopkins, Julia K. Steinberger, Narasimha D. Rao, Yannick Oswald, Providing decent living with minimum energy: A global scenario, Global Environmental Change, Volume 65, 2020, 102168, ISSN 0959-3780, https://doi.org/10.1016/j.gloenvcha.2020.102168.
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