Algo al respecto

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Al momento de escribir estas líneas, una sofocante ola de calor y extensas sequías tienen en vilo a una buena parte de Europa. En enero de este mismo año, sucedió algo similar en Argentina, cuando un aumento sostenido de altas temperaturas hizo que se superaran los 40 °C en numerosas zonas del país. Meses más […]

Al momento de escribir estas líneas, una sofocante ola de calor y extensas sequías tienen en vilo a una buena parte de Europa. En enero de este mismo año, sucedió algo similar en Argentina, cuando un aumento sostenido de altas temperaturas hizo que se superaran los 40 °C en numerosas zonas del país. Meses más tarde, reinciden en las noticias los incendios de humedales a lo largo del Delta del Paraná y las columnas de humo que llegan hasta la Ciudad de Buenos Aires. Aunque tristemente extremos, estos hechos no son aislados. Por el contrario, año tras año rompemos un récord de temperatura en algún lugar del mundo. El cambio climático ya está afectando a todas las regiones habitadas del planeta.

Tanto el diagnóstico como el pronóstico —los por qué— que explican estos eventos extremos fueron explorados a lo largo de los primeros tres capítulos de este libro, con especial foco en lo que le está pasando y va a pasar al planeta y a las personas, y en desenmascarar a los principales responsables de esta crisis. En la segunda parte, presentamos algunas propuestas concretas, factibles y escalables —los qué— para reducir las emisiones provenientes de tres de los sectores que mayor impacto ambiental generan en la actualidad, y sobre los que más nos urge actuar: la matriz energética, el transporte, y la producción y el consumo de alimentos. En la tercera y última parte, incluimos en la caja de herramientas la acción climática sistémica —los cómo— que pueden orquestar el Estado y los mercados, las empresas como articuladoras de innovación científica y tecnológica, y las comunidades e individuos en tanto sujetos organizados socialmente y en tanto usuarios conscientes y exigentes de productos y servicios sostenibles. Para que lo deseable, lo sustentable y lo factible se encuentren y dialoguen entre sí. Para que logremos salir de esta. Para que, al tiempo que recorremos tamaña complejidad, incorporemos al diseño como verbo que nutre la transición que necesitamos que suceda.

Nuestro planeta está sufriendo las consecuencias de más de 200 años de malos hábitos, tan arraigados que hasta se sienten parte de nuestra naturaleza, de nuestra identidad, de nuestra cultura. Estos hábitos son extremadamente difíciles de modificar. Un cambio instantáneo y extremo, aunque ideal, es poco probable que sea sostenible. Pero eso no significa que el cambio sea imposible. Hay espacio para la negociación. A pesar de que la inversión y el financiamiento en mitigación y adaptación al cambio climático sea aún deficiente, y más allá del intenso lobby de los sectores a los que la transición no les conviene demasiado, lo cierto es que la humanidad no está condenada. Pero tiene mucho trabajo por delante. Ni más ni menos que el desafío de diseño más grande de todos los tiempos.

Las acciones individuales en favor de reducir nuestro impacto ambiental son importantes, claro, pero sin cambios sistémicos no sirven de mucho. Por eso, quizás, el acto individual de mayor importancia sea votar. No solo en el sentido emitir el sufragio (que también), sino en el de participar de forma activa en la toma de decisiones que mejoren nuestra calidad de vida, y la del entorno en el que nos desarrollamos. Es decir, incluir una perspectiva ambiental de forma transversal en nuestro día a día. Esto puede parecer mucho, pero se empieza por romper la inercia. Dejando de hacer lo contrario porque sí, porque nunca se nos ocurrió —o nunca necesitamos— hacer las cosas de otra manera, ya estamos dando un gran paso en la dirección correcta.

Claro que un pequeño paso para una persona no siempre significa un gran paso para la humanidad. Los pasos de la humanidad a veces son más torpes, a veces van en direcciones erráticas y otras veces simplemente tienen que sortear dificultades enormes. Por ejemplo, como si la última pandemia no hubiera sido suficiente para replantearnos como venimos haciendo las cosas, una guerra puso en jaque energético a una buena parte de Europa. Alemania —uno de los principales motores económicos de la región y una de las naciones más avanzadas en cuanto a políticas de conservación del ambiente—, ahora se debate entre importar carbón para compensar la falta de energía o extender la vida útil de las pocas centrales nucleares que aún no han llegado a cerrar.

Pero al mismo tiempo, apenas del otro lado del Rin, Francia ha anunciado que construirá una docena de centrales nucleares en las próximas décadas y las Cortes Supremas de éste y otros países europeos presionan a sus propios gobiernos a cumplir los compromisos climáticos que asumieron. Un poco más lejos tenemos a China, que a pesar de que en la actualidad es el mayor emisor de GEI del mundo, ha desarrollado políticas ambientales de lo más agresivas. Por ejemplo, ha establecido como objetivo alcanzar su pico de emisiones antes de 2030 y lograr la neutralidad de carbono antes de 2060. Esto es solo 10 años más tarde que el compromiso adoptado por las economías más desarrolladas, a pesar de que estas últimas son las que históricamente más han contribuido a la inestabilidad climática actual. En Estados Unidos, como consecuencia de un lento pero sostenido crecimiento de las energías renovables, la principal emisora de GEI ya no es más la matriz energética, sino el transporte. Por esta misma razón, países como Suecia, el Reino Unido, Francia, España o Italia, entre otros, ya están experimentando el cambio de paradigma: aumento de la riqueza y emisiones de GEI ya no son sinónimos, incluso ajustando por consumo (es decir, por el resultado del balance entre lo que exportan e importan).

En cuanto a los países en vías de desarrollo, muchos han manifestado su compromiso y presentado planes de cero emisiones netas de GEI, incluso algunos de los que todavía se administran por regímenes dictatoriales. Por nuestras latitudes, la mayoría de los países ratificaron el Acuerdo de Escazú, el primer acuerdo ambiental regional de América Latina y el Caribe sobre protocolos para la protección del ambiente.

Todavía queda un largo camino por recorrer, pero estas son algunas acciones concretas y resultados preliminares que demuestran signos de alivio, y de esperanza. En las próximas décadas, el florecimiento de nuestra especie (o su colapso) va a depender de la capacidad que desarrollemos para mitigar y adaptarnos al cambio climático. Frente a este escenario, al igual que en cualquier otro, podemos elegir qué hacer: tomar una actitud negacionista, simplista, de inacción, o trascender y ser recordados. No como la generación que descubrió el cambio climático, ni la que describió mejor sus impactos negativos, sino como la que hizo algo al respecto.

Agosto | 2022