/ Urbanofilia
Capítulo 1.1

Prólogo

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Quizás seas una persona muy pobre o una persona muy rica, sana o enferma, altruista, misántropa, ingenua, maliciosa, emprendedora, un poeta con el corazón roto, un abrazador de árboles, un cabeza de tuerca, un oficinista gris, un oficinista de colores, científica, intelectual, abogada, contador, imprentero, ferroviario, futbolista, kioskera, paseador de perros, financista, gastronómico, una persona que escucha la radio para no sentirse sola, una fumadora, un fisicoculturista, una trabajadora precarizada, una persona que sale en televisión o una persona que trabaja para que otras salgan en televisión, que se dedica a la música o a la sociología, al teatro, al transporte, a la docencia o a la metalurgia. No tenemos forma de saberlo. Pero es casi seguro que, si estás leyendo esto, vivís en una ciudad.

Tu ciudad puede tener grandes y hermosos puentes peatonales que cruzan ríos poblados de peces o puede tener calles angostas, llenas de polvo, combinadas con anchas avenidas repletas de autos que las hacen imposibles de cruzar. El flanco de tu ciudad puede dar al mar o a un asentamiento informal que es, también, parte de tu ciudad, aunque el municipio no lo reconozca. Quizás vivís en el faro cultural de la región y las grandes bandas hacen escala siempre en el estadio cerca de tu casa, o quizás tu ciudad es cuna de artistas todavía ignotos que en el futuro la harán famosa, porque todavía nadie conoce el nombre de tu ciudad. Todos han visto alguna vez, en fotos, el monumento famoso que construyó el arquitecto aquel ya fallecido y, aún así, es posible que tu ciudad se haya hecho recientemente conocida cuando el jugador que nació ahí salió campeón del mundo, y ahora tiene él también un monumento en la entrada de la ruta. Tal vez tu ciudad ni siquiera es tu ciudad porque te mudaste para empezar una carrera que sólo se da en determinada universidad ubicada en determinado punto del país, lejos de la familia pero más cerca de cumplir el sueño. Tal vez viviste toda tu vida en el mismo departamento, pero en tu barrio ahora hay sabores de países que antes nunca habías probado y tus vecinos profesan religiones que te parecen inexplicables. Admitamos que tu ciudad tiene serios problemas con la recolección de basura. Te gustaría mudarte, pero al menos acá ya te sabés el nombre de las calles y te manejás con los ojos cerrados. Te gustaría estar en conexión con la naturaleza, como ves en las fotos de esas ciudades exóticas donde los edificios parecen frutas gigantes de metal que crecen entre la vegetación. Igual, el estilo europeo te habla. Y si podés elegir perderte, te vas con un libro para el lado donde las calles se achican y empiezan a tener recovecos, placitas escondidas a la vuelta de una esquina improbable, entre molduras y antigüedades. Te gustan las caras nuevas, te divierte adivinar de qué país serán esos turistas. Y el circuito cultural te enloquece. O quizás tu ciudad es un páramo de casas bajas, donde todo el mundo tiene camionetas enormes, las cosas quedan lejos para tan pocas personas y la naturaleza es un desierto como lo fue siempre. Y está bien así. Hay orgullo en ese viento con el que te criaste, aunque sea una tortura. Escuchaste decir que en la ciudad de al lado la gente es más amable, que los semáforos funcionan mejor, que el intendente tapa los baches. Te da un poco de envidia, claro. Viajaste. Sabés que hay ciudades más lindas y la tuya no logra dejar de arrastrar los vicios que le conocés desde que dejaste de jugar en la vereda. Ahora pusieron un shopping a media cuadra y es un ir y venir constante de gente, de marcas, de autos. Vos también vas al shopping, te queda cerca. Tiene cine. Pero no dejás de fantasear con la idea de irte lejos, lejos de todo el mundo, a vivir en paz y silencio. Es poco probable que lo hagas. Lo más seguro es que, además de vivir en una ciudad, seas un bicho urbano. Y no porque te fascinen las peleas entre automovilistas o los viajes en hora pico. Lo que te gusta, lo que no podés soltar, lo que irremediablemente necesitás –aun en dosis moderadas, aun de vez en cuando– es a los demás. 

Casco histórico

Más del 80 % de las personas que vivimos en Sudamérica, vivimos en ciudades. En algunos países –como Argentina–, ese número escala al 90 %. Lo que, dicho de otro modo, significa que 9 de cada 10 personas –por elección o atrapadas en las circunstancias– vivimos cerca de otras personas. Más dispersas o más hacinadas, en paz o con múltiples conflictos, en el centro o en la periferia, pero con otros. Agrupados. Ni siquiera existe un parámetro universal claro para definir qué es una ciudad. Mientras China necesita un mínimo de 100.000 habitantes, Dinamarca pone un piso de 200. En todo caso, siempre hablamos de un sistema de convivencia asentado en una infraestructura, tan ineludible que asusta, tan hermoso que enamora. 

¿Qué sabemos acerca de ese sistema, de esa infraestructura? 

El urbanismo como carrera universitaria tiene algunas décadas, pero la práctica de diseñar ciudades lleva varios miles de años. Como fenómeno emergente, existe desde que pusimos una casita al lado de otra. Desde aquel entonces hasta hoy, hemos diseñado ciudades con todo tipo de propósitos y despropósitos. Hicimos ciudades amuralladas para protegernos del enemigo, ciudades mal ventiladas donde nos diezmaron las pestes, ciudades monumentales para dioses que no existen o para muertos que no pueden vivirlas. Levantamos ciudades perfectamente diseñadas de antemano, armoniosas y simétricas, y también fuimos acumulando piedra tras piedra, sin un plan definido, guiados por la necesidad, la inmediatez y la intuición. Bien o mal, nunca dejamos de diseñar, construir y habitar ciudades. 

Pero ningún diseño es neutral. Todo diseño es político, y en el caso del diseño urbano esto es cierto en un sentido muy directo, porque modificar o crear algo nuevo en una ciudad cambia la vida de las personas. El impacto de esos actos de diseño es muy variable y depende, entre otras cosas, de quiénes sean las personas que los llevan adelante, con qué sesgos de clase, étnicos, de género, y quiénes las personas que los sufren o los gozan.

Sin embargo, existen algunas verdades universales: por ejemplo, que las ciudades cambian. Son un verbo, no un sustantivo. Un constante devenir. De hecho, a las ciudades donde no hay personas, vida ni movimiento les decimos “ruinas”. Todos los días cuando te levantás y salís de tu casa –ya sea en auto, en tren, a pie, a estudiar, a comprar algo, a trabajar– estás haciendo tu ciudad. Haciéndola de una forma más relevante para el ecosistema general que si construyeras un edificio nuevo. 

Hay otras verdades que pueden resultar un poco más incómodas: existen altísimas chances de que la ciudad donde vivís haya sido pensada para los automóviles, no para vos, y esto ni siquiera depende de si conducís automóviles. Existen también altas probabilidades de que tu ciudad no esté preparada para lidiar con el cambio climático y que un mapa de calor revele zonas cada vez más inhabitables. Es seguro que muchas de las otras personas que viven en tu ciudad no tienen las mismas opiniones políticas que vos, más aún, que no tienen las mismas ideas sobre cómo debería ser la ciudad. Y si tenés hijos, hijas, sos una persona mayor o con alguna discapacidad, o si estás en situación de pobreza –dicho de otro modo, si sos el usuario más débil–, tus opciones para disfrutar la ciudad se acaban de reducir drásticamente. 

Pero calma, que no todo está perdido. 

Monumento

Hay un tipo particular de ciudadano: aquel al que, además de habitar la ciudad, le toca gestionarla. Esto es a la vez un trabajo como cualquier otro y un honor excepcional. Dado que las ciudades son entidades subnacionales, existe todo un universo de leyes que los intendentes, comuneros, legisladores y otros funcionarios no pueden torcer ni saltear. Pero el margen restante es inmenso. Tanto como la responsabilidad. Si de casualidad estás leyendo esto y recordás que tus ingresos mensuales se justifican a partir de cierto poder que el pueblo depositó en tus manos, también hay algunas cosas que tenés que saber. 

Toda ciudad es el resultado de una tensión entre lo individual, lo cívico y lo vivo. Elementos que se pueden equilibrar y, mejor aún, se pueden poner en movimiento con voluntad política. La mala noticia es que las cosas no son tan sencillas como “escuchar a los vecinos”. En primer lugar, no siempre los vecinos tienen razón. Algunos tienen razón y otros no. O peor aún, pueden tener razón todos y estar queriendo cosas diferentes. Por ejemplo, reducir los espacios de estacionamiento para recuperar la vida peatonal es casi siempre una buena idea, excepto que se le pregunte al puñado de automovilistas que utilizan esos espacios. Tirar abajo un árbol rara vez se justifica, pero si el lote será destinado a viviendas sociales que permitan reducir el valor de los alquileres en la zona, densificar adecuadamente y mejorar la seguridad del barrio, quizás haya que pensarlo. En general, este tipo de disputas requieren de muchísimo diálogo, acuerdos, sistemas de compensaciones, el análisis de profesionales de diversas disciplinas y una cuota no menor de voluntad y buena reputación.  Muchos optan por dejar correr el reloj hasta que sea la responsabilidad de alguien más. Por suerte, vos no sos de esos.

La buena noticia es que existe un mínimo urbanismo viable que, además, es rentable políticamente. Cosas que no involucran demasiado presupuesto y que nunca tienen mala prensa: iluminación, canteros, separaciones adecuadas de carriles, arbolados, plazas y mobiliario urbano (no hostil) suelen funcionar como garantía de reelección en el cargo. Sobran ejemplos en el mundo. A veces la diferencia entre el bien y el mal se resuelve trazando una línea, usualmente con pintura amarilla. 

Y luego están las cosas grandes, reservadas para quienes buscan el bronce. Estamos hablando de trenes, de subtes, de vivienda, de escuelas, de mitigar el cambio climático, convertir autopistas en corredores verdes y desentubar arroyos. La verdadera épica urbana. Sí, es más difícil. Todo hay que hacerlo bajo una cúpula de tormenta mientras arriba, en los vientos de la política nacional operan otro tipo de fuerzas, mucho más titánicas, oscuras e impredecibles. Pero podés empezar de a poco. Hacer mejores ciudades, administrar y distribuir el acceso a lo público, cuidar a los y las habitantes, desarrollar infraestructura y potenciar por todos los medios la calidad de vida es, al final del día, tu responsabilidad. Pongámoslo en estos términos: si querés que te levanten un monumento en la plaza, primero tenés que construir la plaza. 

Personas trabajando

Por suerte también hay muchas cosas que se pueden hacer y que no requieren de la decisión –a veces heroica, a veces trasnochada– de un intendente. Un tipo de diseño urbano que es, primero que nada, optimista. Consiste en intervenciones más pequeñas o más grandes que surgen de abajo hacia arriba y pueden transformar las ciudades, un pedacito a la vez, hasta convertirlas en lo que siempre pretendieron ser: el mejor lugar para vivir. 

Los habitantes de pequeñas ciudades en las afueras de Delhi y Mumbai (India) tomaron la iniciativa de plantar 111 árboles por cada niña nacida. Tokio, una de las ciudades más densas del mundo, tiene una práctica llamada taiken-nouen, que consiste en utilizar terrazas de edificios para hacer huertas colectivas, donde además se dan talleres sobre horticultura urbana. Lo mismo hace Valencia en lotes vacíos sin utilizar en el centro de la ciudad. En Barcelona, grupos de padres que llevaban y acompañaban a sus hijos en bicicleta a la escuela se autoorganizaron en corredores para hacerlo juntos y ofrecer condiciones más seguras. 

¿Estos ejemplos tienen demasiado tufillo a primer mundo? Si te parece que sí, es justo que sepas que el bicibus es una práctica que se extendió a otras ciudades del planeta y hoy algunas escuelas argentinas replican la experiencia a instancias de sus cooperadoras y docentes. En el barrio de Almagro un grupo de vecinos protegió un baldío donde crece flora autóctona, convirtiéndolo en una reserva natural y pulmón de manzana que ayuda a bajar las temperaturas, corta la mancha de cemento y mejora la calidad de vida de todos. Además hay un grupo de Telegram donde vecinos comparten lombrices, compost, madera y material seco para reducir la cantidad de residuos que generan y disponer luego de tierra fresca para las plantas de sus casas. En Rosario construyeron huertas comunitarias. En Bogotá y Medellín cierran calles los fines de semana para hacerlas peatonales. En Lima se organizaron para recuperar barrios deteriorados, Santiago de Chile cuenta con bibliotecas callejeras y en Montevideo formaron un centro cultural completo. Los vecinos de ciertas favelas de Río de Janeiro organizaron un nuevo y mejor trazado para sus calles. En Villa Domínico los vecinos plantaron árboles junto a la ruta y, una vez que crecieron, la municipalidad vino a plantar el resto y emprolijar la línea. En Córdoba recuperaron una cervecería histórica –emblema de su barrio– y la convirtieron en museo. En Villa Martelli, cerraron algunas cuadras para hacer una supermanzana donde los niños pudieron volver a jugar. En Empalme Norte, Rosario, se mejoraron accesos intransitables en días de lluvía, infraestructura, iluminación, plantación de especies autóctonas, todo hecho por cuadrillas de trabajadores y trabajadoras del mismo barrio que luego organizaron una cooperativa de oficios. Se ha visto en distintos puntos del conurbano bonaerense a buenos samaritanos mejorando la vida de sus vecinos con sólo sacar una pileta de lona a la vereda en un abrasador día de verano. Y una camioneta de un club de reparadores recorre las calles de Buenos Aires ofreciendo servicios y talleres, antes de volver a su sede central en Villa Crespo.

La lista real es infinita. Ninguna de estas ideas mueren dentro de los muros de la ciudad que las vio nacer. Son tácticas efectivas porque son generosas, generosas porque son replicables. Y no requieren demasiado para llevarse a cabo: un cantero con flores, un parque sin rejas, una línea de pintura, un grupo de Whatsapp, unas sillas plegables en la calle, una serie de conos bien dispuestos a la espera de que el uso de ese espacio se establezca y no quede más remedio que construir una infraestructura mejor y más definitiva. 

Es dinámico, es emocionante. Es pura urbanofilia. 

Catastro

Sobre estas cosas trata este libro. Sobre ciudades, entendiéndolas como algo más que rascacielos y avenidas. Aquí hay una oda a las calles, pero no a los autos. Un conjunto de ideas para repensar los lugares donde vivimos y una incitación a transformarlos. No podemos dar instrucciones precisas porque cada ciudad, cada barrio, cada esquina, puede requerir soluciones diferentes. Pero podemos dar algunas claves. Y las razones para llevarlas a cabo. 

En este libro vas a encontrar mencionadas –por distintas razones, en este orden de aparición pero a menudo repetidas– las ciudades de Barcelona, Bariloche, San Juan, Santiago de Chile, Lima, Buenos Aires, Montevideo, Ámsterdam, Brasilia, Medellín, Cusco, Ocongate, Tinke, Bamenda, el conurbano bonaerense, Santa Fe, Rosario, Córdoba, Ciudad de México, Ciudad de Guatemala, Seúl, Montreuil, París, Praga, Londres, Nueva York, Bahía Blanca, São Paulo, Viena, Berlín, La Plata, Copenhague, Los Ángeles y Venado Tuerto. 

También vas a encontrar doce llaves necesarias para repensar tu ciudad, apropiártela y transformarla. Esos apartados hablan sobre: 1) los cinco elementos básicos del diseño urbano, 2) lugares vs.  no-lugares, 3) arquitectura hostil, 4) la importancia de diseñar ciudades para personas, 5) la arrogancia del espacio, 6) líneas de deseo, 7) la naturaleza, 8) supermanzanas, 9) densidad, 10) valor del suelo, 11) disrupción digital de las ciudades y 12) urbanismo táctico. 

Los cuatro capítulos que tenés por delante fueron escritos por Federico Poore, Laura Ziliani, Felipe González y María Migliore. Hablan sobre la cuadra, la calle, el barrio y la ciudad, respectivamente, como si fuera un gran zoom out, un plano que se abre, una cámara que se aleja y va perdiendo definición pero ganando complejidad.

La experiencia de lectura de este libro transita textos e imágenes. Sus unidades mínimas son la palabra, el gráfico y la foto, y el diseño editorial que las pone a convivir tiene por objetivo ilustrar e informar ordenadamente. Desde la caja de texto hasta el lomo que vas a ver en tu biblioteca, este sistema de identidad gráfico es un ejercicio de acercamiento a los espacios en los que vivimos –pero también de apropiación– para buscarles otras formas posibles y deseables. 

Si tenés la versión material de Urbanofilia, entonces tenés un libro impreso a cuatro tintas, en 152 páginas de papel Avena de 80 gr y con el tamaño que consideramos ideal para sostener entre las manos.

Sin embargo, este libro también es como tu ciudad: ni el más detallado catastro puede reemplazar la experiencia de entrar y recorrerlo. Vivirlo. 

Preferentemente, despacio. 

Y compartiéndolo.

En preventa
Urbanofilia | Mi cuadra$27.900$29.900

Un libro de ensayos que recorre y analiza las ciudades de adentro para afuera: en sus cuadras, calles, barrios y como un todo. Para tener mejores ciudades, primero necesitamos rediseñarlas. Una invitación a reapropiarnos del escenario de nuestras vidas, una oportunidad de vivir la ciudad como resultado de un amor constante.

Un libro para vos y un sticker con QR para compartir todo el contenido gratis con tus vecinos más cercanos.

152 páginas. Con fotografías a color y bajorrelieve en cubierta. 15x21 cm. A cuatro tintas. + Sticker en impresión UV sobre vinilo mate de 10x12,5 cm.

Sobre lxs autorxs:

Federico Poore:IG.X. Magíster en Economía Urbana por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), con especialización en Ciencia de Datos.

Laura Ziliani:Especialista en políticas urbanas, transporte y desarrollo sustentable.

Felipe González:X. Cientista de datos urbanos especializado en movilidad sostenible y transporte público.

María Migiliore:IG.X. Politóloga, Directora de Integración socioproductiva en Fundar.

Entrega a partir del lunes 10 de noviembre de 2025

En preventa
Urbanofilia | Manzana compartida$52.500$56.900

2 libros y una plantilla de stencil para intervenir el espacio. Una primera intervención para hacer con alguien más.

152 páginas. Con fotografías a color y bajorrelieve en cubierta. 15x21 cm a cuatro tintas + plantilla impresa en papel nat de 42 cm x 29,7 cm.

Sobre lxs autorxs:

Federico Poore:IG.X. Magíster en Economía Urbana por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), con especialización en Ciencia de Datos.

Laura Ziliani:Especialista en políticas urbanas, transporte y desarrollo sustentable.

Felipe González:X.Cientista de datos urbanos especializado en movilidad sostenible y transporte público.

María Migiliore:IG.X. Politóloga, Directora de Integración socioproductiva en Fundar.

Entrega a partir del lunes 10 de noviembre de 2025

Envío gratis
En preventa
Urbanofilia | Nuestro barrio$116.900$127.500

5 libros + uno de regalo al intendente que nos indiquen. Máxima rosca.

Sobre lxs autorxs:

Federico Poore:IG.X. Magíster en Economía Urbana por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), con especialización en Ciencia de Datos.

Laura Ziliani:Especialista en políticas urbanas, transporte y desarrollo sustentable.

Felipe González:X.Cientista de datos urbanos especializado en movilidad sostenible y transporte público.

María Migiliore:IG.X. Politóloga, Directora de Integración socioproductiva en Fundar.

Entrega a partir del lunes 10 de noviembre de 2025

Envío gratis
En preventa
Urbanofilia | Ciudad de todos$210.000$235.000

¡10 libros! Para regalar, para distribuir, para apoyar a los vecinos de tu barrio. Pura urbanofilia.

Sobre lxs autorxs:

Federico Poore: IG. X . Magíster en Economía Urbana por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), con especialización en Ciencia de Datos.

Laura Ziliani:Especialista en políticas urbanas, transporte y desarrollo sustentable.

Felipe González: X. Cientista de datos urbanos especializado en movilidad sostenible y transporte público.

María Migiliore:IG. X. Politóloga, Directora de Integración socioproductiva en Fundar.

Entrega a partir del lunes 10 de noviembre de 2025

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