“¿Nos vemos antes de fin de año?” Estamos en época de cenas familiares y encuentros con amigos. Con eso, llegan también los conflictos y los silencios asociados a que no compartimos algunas opiniones y nos cuesta hablar con los que piensan diferente de nosotros.
Recientemente escribí acerca de cómo podemos enfrentarnos a la desinformación, una de las tragedias de nuestro tiempo. En este caso, quería proponerles retomar el tema del tribalismo. En el libro Pensar con otros lo vimos como uno de los componentes que propician la aparición de la posverdad, la confusión que aparece a veces en la que, a pesar de que las cosas se conozcan bien, los hechos no logran ser incorporados en nuestras decisiones.
Acá, planteo de qué manera nuestras posturas ideológicas, en las que no hay ni verdad ni posverdad sino solo puntos de vista, opiniones, maneras de mirar el mundo, son afectadas por el tribalismo. Y, de ahí, por qué el tribalismo es hoy, en un punto, una amenaza a la vida democrática y qué podemos hacer para mejorar nuestras sociedades.
Esto es, por ahora, una invitación a mirarnos a nosotros mismos, a conversar de estos temas y a pensar juntos sobre qué podemos hacer al respecto.
Ser y pensar
Vamos al cine a ver una película de Marvel y el cine está lleno de gente a la que le gustan las películas de Marvel. ¿Somos partes de una ‘tribu’ marvelita? Para contestar eso necesitamos saber qué pasa cuando salimos. No alcanza con que todos coincidamos en que Ironman es mucho mejor que Batman. Terminada la función unos iremos a comer pizza y otros hamburguesas, y mañana algunos iremos a la cancha y otros a escuchar una sinfonía. La coincidencia de gustos, en este caso, no conforma una identidad. La mayoría de los espectadores ven el acto de ir al cine como una preferencia entre tantas otras, una parte de lo que hacen, no de lo que son. Y ahí está la clave: para que se constituya una tribu tiene que haber, además de un criterio de pertenencia, una asociación entre la identidad de los miembros del grupo y la pertenencia al grupo.
La tribu tiene un borde: están el adentro y el afuera. En ese afuera están los otros, que pueden ser personas reales o quizá solamente un estereotipo inventado por la tribu. Los otros existen esencialmente por oposición a nosotros. Además de lo identitario, una tribu se caracteriza por otros sesgos, como sentir favoritismo hacia los propios e intolerancia hacia esos otros.
Obviamente, donde hay polarización entre dos tribus reales, separadas por una grieta, los valores se invierten: si ellos son villanos y nosotros héroes, para ellos es exactamente al revés. Con el tiempo deja de ser necesario examinar el contenido de nuestros héroes y villanos: no se definen por sus actos sino por su pertenencia, o no, a la tribu. Si es nuestro, es bueno, más allá de cualquier evidencia, y viceversa. Si en algún momento descubrimos que uno de los nuestros es malo, para conservar la coherencia de la narrativa tenemos que afirmar que en realidad nunca fue nuestro. Una especie de falacia del escocés verdadero en la que ‘ningún peronista/feminista/liberal/ambientalista/evangelista verdadero‘ haría eso que hizo, así que seguramente no era uno de los nuestros.
Y, por supuesto, no hay convivencia pacífica posible con los otros. Las tribus viven en realidades paralelas, sin posibilidad de contacto, sin posibilidad de conversación. Forman un ciclo de conflicto y de emociones negativas como el odio hacia los demás, la indignación, el asco, la desconfianza. Todo se vuelve blanco o negro y se pierden los matices. Como se genera un ambiente en el que se pide lealtad total y rápida para formar parte de la tribu, se penaliza algo tan liviano como demorarse en manifestarse públicamente, a favor o en contra, según corresponda al tema del momento.
Me parece que este es uno de los problemas más graves y más desatendidos de todo esto. Creo que deberíamos postergar lo más posible adoptar una postura sobre un tema, si todavía no estamos seguros de cuál tomar y no hay urgencia externa de tomar una decisión. Podemos no estar seguros por muchas razones: porque no nos sentimos suficientemente informados, porque nos parece más complejo de lo que podemos abarcar, porque no nos interesa demasiado o por lo que sea. Es bueno no estar seguros, por el tiempo que haga falta. Nos da tiempo para aprender más, discutir, reflexionar. Que la tribu nos presione a tomar partido termina atentando contra eso.
Eso lleva a mayor polarización: no se puede dudar, no se puede no tener una opinión, o uno se queda afuera. Del odio a una determinada postura ideológica al odio a las personas desconocidas que sostienen esa idea, hay un solo paso: se las considera malvadas, tontas o ignorantes. De ahí, otro paso más y se llega a la deshumanización de esos otros. Las posturas más fundamentalistas que buscan la eliminación figurada o literal de los otros se alimentan del tribalismo.
Nuestras sociedades probablemente se beneficiarían de dinámicas distintas, menos tribales. Dinámicas que permitan la convivencia entre personas de posturas diversas, que a su vez pueda favorecer que haya conversaciones genuinas y honestas entre personas que piensan distinto, que a su vez faciliten la aparición de consensos. Y esperamos que una sociedad que logra consensos básicos pueda, a raíz de eso, tener mejor convivencia. Convivencia, conversaciones, consensos: tres con– que se apalancan uno sobre otro y se retroalimentan.
La diversidad y el pluralismo incluyen esas posturas que no nos gustan e incluso que nos desagradan profundamente. Convivir no es solo tolerar la existencia de estas personas diferentes, es integrarlas, integrarnos, formando una trama social, una sociedad que no esté fragmentada.
Por supuesto, cada uno sabrá cuál es su ‘borde’ para considerar que se debe excluir a alguien que piensa distinto. En mi caso, creo que voy por aquellas personas que promueven posturas intolerantes extremistas (nazismo, terrorismo): no soy tolerante con los intolerantes, como planteaba Popper ya en 1945. Su ‘paradoja de la tolerancia’ podría resumirse como “para que una sociedad pueda mantenerse tolerante, debe ser intolerante con la intolerancia”. Aunque estos bordes puedan cambiar entre nosotros, creo que estaremos de acuerdo en que deberíamos poder convivir con la enorme mayoría de las personas que forman parte de nuestra sociedad.
Segundo, hace falta que haya conversaciones genuinas y honestas entre estas personas de posturas diversas. Estas conversaciones son difíciles por dos motivos principales: nadie se siente cómodo escuchando opiniones contrarias a la propia y, además, es muy difícil realmente poder escuchar al otro para tratar de entenderlo, y no para buscarle un punto débil para contraatacar.
Por último, consensos. Los consensos logrados gracias a esas conversaciones permiten los acuerdos a largo plazo que pueden realmente solucionar los problemas más complejos de la sociedad. Sin consensos, todo es reinventar la rueda, o es oscilar como un péndulo entre rumbos diferentes, según quién está en el poder en determinado momento. Y, por supuesto, estos consensos permiten una mejor convivencia plural, lo que genera un círculo virtuoso.
Bajo un modo tribal basado en el odio al otro, estos tres con- se derrumban: no se ve la posibilidad de una convivencia, no hay ni interés ni capacidad de generar conversaciones difíciles, y no se buscan los consensos que incluyen posturas diferentes. Cada parte se toma a sí misma por el todo. Las mayorías circunstanciales −o incluso las minorías− en el poder buscan imponer exclusivamente su visión, y como consideran a los otros meros otros, necesitan eternizarse en el poder, por el medio que sea, que siempre es legítimo a sus ojos puesto que son el bien contra la nada que son los demás. Y así sus victorias se convierten en tumbas, o se escurren entre los dedos como arena, cuando cambia algo en el entorno y se pierden elecciones o se pierde el control de otro modo. Cuando pasa eso, a borrar gente de fotos, a reescribir el pasado, a pensar en conspiraciones, ya que el otro por definición es ilegítimo.
Construyendo consenso se logran avances más profundos, saludables y duraderos. Un compromiso democrático a largo plazo parecería ser incompatible con el tribalismo. ¿Podemos entender mejor el tribalismo, para poder combatirlo?
El cómo tribal
Cuando se habla de grietas, polarización y posturas moderadas, suele darse por supuesto algo de este estilo:
En este ejemplo hay polarización extrema: las personas forman dos tribus separadas y tienden a agruparse a suficiente distancia como para tener una separación clara entre ellas. Cada tribu tiene una posición extrema, fija e inamovible sobre un tema (política, religión, feminismo, etc.). En el medio, la grieta, donde se ubican los pocos que no pertenecen a las tribus, los moderados que quedan bajo fuego desde ambos lados. El centro desaparece, y la grieta separa al mundo en grupos discontinuos. Si esta representación es efectivamente así, la manera de terminar con el tribalismo debería ser desarmar las tribus, despolarizar, cruzar la grieta y movernos a posiciones moderadas.
Voy a proponer a partir de ahora un modelo teórico alternativo. Por un lado, este modelo busca mostrar otra manera de representar lo que ocurre, y habría que evaluar si se ajusta mejor a la realidad, o no. Eso está pendiente, pero encaminado. Por otro lado, si fuera cierto, nos permitiría visualizar posibles soluciones que no aparecen en la representación de más arriba.
En un modelo alternativo, podríamos considerar dos dimensiones a la vez, en vez de sólo una. En el eje horizontal, la dimensión ideológica (distancia al centro de una opinión en un tema particular, como en el modelo unidimensional de más arriba), y en el eje vertical, la tribal (cuán fuerte es la pertenencia identitaria al grupo que sostiene dicha opinión).
Sería algo así:
En la parte de arriba, en un nivel alto de ‘modo tribal’, habría una tribu que establece una grieta entre ella y los otros. Como decíamos, esos otros pueden ser otra tribu real o bien una tribu ficticia, una representación inexistente o exagerada de la realidad, un enemigo estereotipado hacia el cual se dirigen los misiles. Y esto es importante: una tribu no necesita estar ‘balanceada’ por una tribu de postura opuesta, porque lo que necesita para subsistir es sentirse separada y tener una narrativa de separación. Lo que define a una tribu no es la existencia real de otra tribu diferente sino su borde, la grieta deshabitada que la rodea y la idea de una otredad.
En estos dos cuadrantes tribales, un ejemplo podría ser en el eje ideológico del lenguaje inclusivo, como ‘los de la RAE son unos viejos machirulos’ (a favor del lenguaje inclusivo) o ‘las que hablan con la e son unas feminazis que quieren imponer una manera ridícula de hablar’ (en contra). En este modo tribal hay alta cohesión identitaria entre los miembros de la tribu, y se está en alto conflicto con los otros. Otros que no piensan, creen o sienten, sino que, por sobre todo, son. Así, la parte de arriba del esquema equivale a la primera representación que mostramos, pero ahora nos extendemos hacia abajo y visibilizamos a gente que no estaba considerada en el modelo anterior.
En la parte de abajo del esquema, en el ‘modo no-tribal’ que está bajo la línea punteada, vemos otra cosa bastante diferente. Hay más posiciones ideológicas posibles porque hay matices. El nivel de tribalismo no necesita ser cero, sino al menos lo suficientemente bajo como para permitir que esto ocurra. Acá hay grupos de personas que comparten determinadas ideas pero no toman de manera identitaria sus posturas. El foco está en la idea y no en la identidad. Esto no significa que no haya emociones y que la postura sea puramente racional. De hecho, cuando algo nos importa mucho sumamos emociones a eso, pero en esta modalidad serían emociones más positivas.
Para no confundirnos con las palabras, podríamos llamar ‘grupos’ a este tipo de grupos no-tribales, y ‘tribus’ a los grupos en modo tribal, identitario y en donde predominan las emociones negativas.
Los grupos, o los individuos en modo no-tribal, tienen algunas opciones que son inaccesibles para las tribus. Por un lado, pueden conversar con personas que no piensan lo mismo que ellos porque exponerse a esas posturas diferentes no les es una amenaza, no sienten que su ‘ser’ está siendo puesto en duda al poner en duda una idea. Que haya un camino y no una grieta facilita la convivencia en la diversidad, las conversaciones y la aparición de consensos. Consenso no va a querer decir necesariamente ‘punto medio’. No es moderación ideológica sino más bien ‘punto en el que estamos lo suficientemente de acuerdo para progresar en acciones, independientemente de dónde se encuentre ese acuerdo’.
En el modo no-tribal, ante información nueva que contradice sus posturas, es seguramente más probable que las personas puedan incorporarla y reevaluar si desean mantenerse donde están o modificar esa opinión. En cambio, en las tribus, como las ideas son identitarias, una información de este tipo es equivalente a una amenaza contra la identidad de la tribu, contra las personas que la conforman, y es por eso muy difícil de tomar en cuenta.
Teniendo eso en cuenta, cabe preguntarse si debido a las emociones negativas y al sesgo de confirmación, la desinformación no termina haciendo más mella en las personas que están en modo tribal que en otras. Si así fuera, es posible que las mismas razones que llevan a alguien a aceptar cierta desinformación sean las que lo lleven a redistribuirla, contribuyendo así a la desinformación general y a la captación de más personas al modo tribal. En última instancia, esto nos hace pensar que las tribus podrían ser más propensas a caer en posverdad, algo que igualmente habría que poner a prueba porque así no es más que una hipótesis.
En estos dos cuadrantes no-tribales de abajo, y volviendo al ejemplo del lenguaje inclusivo, podríamos ver ideas como ‘es importante para visibilizar a un grupo que fue perjudicado mucho tiempo’ (a favor), o ‘no me cierra porque el género gramatical no tiene nada que ver con el de la persona’ (en contra), sumado a muchas otras posibilidades más graduales.
Pero ¿quiénes serían estas personas en modo no-tribal? A menudo no las vemos y, de hecho, las tribus las ignoran porque las únicas categorías posibles que ven son ser de la otra tribu o ser tibio. ¿Dónde están estas personas? Puede ser que no existan, pero hay otras dos posibilidades: puede que existan pero estén calladas, o que existan, estén hablando y no les estemos prestando atención. De por sí, por cómo funciona el modo tribal, suele ocurrir que en él las personas se manifiestan públicamente de manera más intensa que en el modo no-tribal. Esto genera un sesgo de visibilidad: ‘vemos más’ a los tribales que a los no-tribales.
Los modos tribal o no-tribal serían así una especie de modulación, una perilla de volumen que cada uno tiene sobre una determinada postura ideológica: podemos tener alto tribalismo para un tema y bajo para otro. No sólo nuestra identidad no está entrelazada con nuestras ideas, sino que tampoco lo está con nuestro nivel de tribalismo. Lo que sí parecería ocurrir es que, a medida que aumenta nuestro modo tribal en un tema, aumenta la polarización y aparece la grieta.
Invitación a la introspección. Pensá en algunos temas de política, cuestiones sociales, cosas que hayan pasado en tu vida, lo que sea. Como sugerencia, que sean cuestiones acotadas, individuales, como lo del lenguaje inclusivo, y no grandes ideas más abstractas. En esos temas, fijate no sólo en cuál es tu postura (con eso definís el eje horizontal) sino también en cuán ‘vos’ es esa postura, cuánto te cuesta escuchar posturas opuestas, cuánto te incomoda pensar si no te podrías estar equivocando o si hay otra postura posiblemente válida. Estas preguntas introspectivas, bien difíciles de responder a fondo, te pueden ayudar a ubicarte en el eje vertical de tribalismo.
Es un tema de cómos, no de qués. De cuán tribales son nuestras ideas y no tanto de cuáles son esas ideas. Y es este cómo al que tenemos que prestarle atención si queremos una sociedad de convivencia, conversaciones y consensos.
A partir de este modelo alternativo surgen varias predicciones factibles de ser puestas a prueba, y que nos dirían si este modelo refleja la realidad mejor que el tradicional. Haremos foco en dos de ellas:
- Según el modelo tradicional, no esperaríamos que existieran muchas personas con posturas moderadas porque supone que, en la práctica, en la grieta estaría todo bastante despoblado. En el modelo alternativo esperaríamos que fueran más, y de bajo tribalismo.
- El modelo tradicional supone que no es posible tener una posición ideológica extrema en un tema sin que sea tribal. En el alternativo esto sí podría ocurrir. Tenemos bastante evidencia de que cuando alguien tiene una posición extrema tribal (a la que podemos llamar extremista) es bastante improbable que podamos convencerlo de cambiar de posición. Si el modelo tradicional estuviera bien, estaríamos diciendo que en los extremos no hay ninguna conversación posible. ¿Pero es así realmente? Si le preguntamos a la gente dónde se ubica ideológicamente en determinado tema, y nos responde con una posición extrema, a menos que busquemos específicamente cuán tribal es esa postura, no nos daremos cuenta de si se trata de una postura no-tribal o tribal. La postura, desde afuera, luce igual.
Este modelo alternativo que separa el eje ideológico del eje tribal surge de mi experiencia. Por un lado, me veo a mí y a otras personas como moderados en algunos ejes ideológicos. No parecemos ser tan pocos (predicción 1), pero no somos muy visibles porque muchos callamos. Veo también que somos muchos los que rechazamos un estilo de comunicación tribal, identitario, de conflicto permanente y con emociones negativas hacia otros. Y lo curioso es que los que nos une parece ser más el rechazo al modo tribal que nuestras ideas, en las que incluso podemos estar en desacuerdo entre nosotros. Es como si estuviéramos ubicados en un bajo nivel de tribalismo pero en muy diversas posiciones en el eje ideológico. También encuentro en mí algunos temas en los que mi postura es extrema y también tribal y no veo posible conversar con alguien que no piensa como yo. Pero en otros temas tengo posturas muy extremas y creo que no soy tribal (predicción 2), porque no solo podría conversar con otros sino que me parece interesante e importante hacerlo para entender a esas otras personas, y cuando alguien argumenta en contra de mi postura no me siento amenazada.
El ‘efecto combo’ entre varios temas
Para hacer las cosas más complejas, si pertenecemos a una tribu, ¿puede ser que nuestras posturas sobre temas diferentes se encuentren asociadas entre sí, como si vinieran en un paquete que tomamos o rechazamos entero?
A veces parece que las tribus tienen posiciones sobre muchos temas al mismo tiempo con alta correlación, como si apareciera un efecto combo. Si esto es así, se volvería muy difícil disentir en un tema con nuestra tribu: cualquier diferencia, aun en un tema menor, se vería como una traición porque lo central de la tribu no son las opiniones sino la adhesión a una identidad (de hecho es fácil encontrar ejemplos en los que una tribu cambia radical, casi instantáneamente, de opinión sobre un tema, sin dejar de ser la misma tribu). Lo identitario en un eje acoplaría con lo identitario en otro. En este caso, si en vez de pensar el modelo alternativo anterior en solo una dimensión ideológica la pensáramos en varias al mismo tiempo, esperaríamos que nos muestre en el nivel tribal una concentración alrededor de conjuntos de opiniones, mientras que en el nivel no-tribal la distribución debería ser más dispersa. Eso querría decir que, aunque no podamos conversar sobre un tema con alguien o generar un consenso, en el modo no-tribal podemos seguir hablando de otros temas, porque las opiniones, al no ser identitarias, tienen menor correlación entre sí. Además, cambiar de opinión en un tema particular es más fácil porque no implica cambiar de opinión al mismo tiempo en todos los demás.
¿Pero hay un efecto combo en la realidad? En un reciente estudio publicado por Pew Research aparece el siguiente gráfico, que muestra la opinión de ciudadanos de Estados Unidos sobre si Rusia es o no una amenaza, según el partido político con el que se es afín. Si uno mira los años anteriores a la elección de Trump se ven dos cosas: primero, que el porcentaje de quienes creen que Rusia es una amenaza es bastante parejo entre republicanos y demócratas (con diferencias que van de entre 1 y 8 puntos porcentuales, y picos que corresponden a la acción militar rusa en Georgia y Ucrania respectivamente) y, segundo, que siempre hay más proporción de republicanos opinando que Rusia es un peligro. A partir de la elección del republicano Trump, la diferencia se va a 30 puntos porcentuales y el orden se invierte: hay más demócratas que republicanos que creen que Rusia es una amenaza.
Esto podría ser consecuencia de las acusaciones de que Trump ganó las elecciones mediante el uso de información proveniente de los servicios de inteligencia rusos, y que estos intentaron manipular las elecciones mediante interferencia en los sistemas de votación y la divulgación de fake news, acusación que fue investigada por el fiscal Robert Mueller. Para este análisis, es irrelevante si las acusaciones son ciertas o falsas, ya que alcanza con que un partido crea una cosa y el otro la contraria. Como admitir el peligro ruso implica cuestionar la elección de Trump (y viceversa, como creer que no existe exonera al presidente de ser un traidor o un usurpador), los seguidores de cada partido cambian su percepción del peligro para que se acomode al resto de la historia, más allá de cualquier evidencia. En este ejemplo, parecería que estamos viendo un efecto combo en el que se acopla una postura (partido político) a otra (si Rusia es o no enemiga).
Este fenómeno se extiende a muchísimas otras posiciones que, si no están necesariamente alineadas con las creencias bases de cada partido, terminan asociándose a uno de ellos porque el otro tomó la posición contraria. Por ejemplo, esto sucede también en Estados Unidos, en donde parece haberse armado un combo entre postura partidaria y temas de género: los demócratas tomaron la bandera de que el género autopercibido por una persona puede no coincidir con su sexo biológico. Ante esto, hay quienes se preguntan si esto no está en realidad provocando en gran parte de la sociedad una respuesta de rechazo a esta idea de género, que termina generando rechazo identitario, reconocimiento en una tribu particular dado ese rechazo y, como consecuencia final, más apoyo a Donald Trump. Y cuando Trump hace comentarios en contra de las minorías, eso levanta la indignación de los progresistas que, entonces, plantan aún más fuerte su bandera de apoyo a estas minorías y lo hacen con indignación, en modo tribal, en un ciclo que se retroalimenta. Si esto funciona efectivamente así, habría que revisar completamente los modos de comunicación, ya que quizá este combo entre postura partidaria y postura en temas de género esté impidiendo, y no facilitando, que un determinado tema sea incorporado al discurso público.
¿Cómo se generaría este ‘efecto combo’? Esperaríamos que, al menos en parte, dependa de cómo se explicitan estas posturas en el tiempo: ¿todas a la vez o una después de otra? Si es a la vez, puede que una postura ideológica multieje aparezca como emergente de las distintas posiciones parciales previas. Pero si es una primera y otra después, puede ser que, una vez adoptada una posición, cuando la segunda aparece se superponga a la ya existente. En este caso, podría ser algo así: un grupo tiene una determinada preferencia político-partidaria y aparece un tema nuevo, como si se está a favor o en contra de la interrupción voluntaria del embarazo. Si estamos en un modo tribal en el primer eje, nuestra postura sobre el segundo eje se puede armar sobre nuestra pertenencia previa a una determinada tribu por el primer tema y estar sometida a ella.
Como el modo tribal reclama lealtad total y explícita en los adherentes a una postura, al aparecer el efecto combo pueden pasar a grandes rasgos dos cosas: 1) una persona se siente cómoda y, entonces, a medida que se suman temas cada vez se profundiza su sentimiento de pertenencia, de satisfacción, y permanece cada vez más debido a esa identidad con efecto combo. 2) La persona se siente incómoda y, ante esto, o tiene que aceptar el combo a pesar de esa incomodidad, o tiene que salir de la tribu, rechazando así incluso aquellos ejes en los que sí concuerda. Como en este contexto no se puede ni discutir ni una coma, para quedarse en la tribu que tiene una identidad combo multieje hay que aceptar o rechazar todo el paquete a la vez.
Un buen momento para ponernos a pensar si se nos ocurre algún ejemplo en el que nos parece que puede estar habiendo efecto combo.
Para poder permanecer puede ocurrir que aparezcan maneras de aliviar la tensión: el malestar producto de no estar realmente alineados con todo el combo se puede aliviar con una narrativa épica y autojustificada (ej. es más complejo”, “el mal menor”, “no hay que hacerle el juego a…”, “desde dónde lo decís”, etc.), basada en un relato en el que en esta tribu “somos los buenos”.
¿Cómo seguimos?
En muchos lugares del mundo estamos viendo ahora una ‘democracia tribal’ (énfasis en las comillas) y no hay, por ahora, al menos, ejemplos claramente exitosos de destribalización o depolarización. Sin embargo, por lo menos parece que estamos identificando y entendiendo mejor el problema, lo que no es poca cosa: no se puede plantear soluciones de algo que no se entiende medianamente bien. En cuanto a las soluciones posibles, hay algunos indicios, algunas experiencias positivas, algunas ideas sugeridas. Otra vez, no es mucho, pero tampoco es nada. En un artículo futuro discutiremos algunas ideas sobre eso.
Para quien le interese, recientemente di una charla en TEDxRíodelaPlata titulada “Cómo hablar con otros que piensan distinto”.
Bonus track
Tenemos tres propuestas para ustedes, la comunidad que lee, participa, critica y enriquece. Además de que comenten lo que quieran, como siempre, los invitamos a escribir en los comentarios algo de lo siguiente (y los que comenten los comentarios, traten de hacerlo en la misma línea de la nota).
- Algo en relación con un tema ideológico, cualquiera, pero expresado de manera no-tribal, sin ‘efecto combo’ y con matices (por ejemplo, “me gusta A pero están estos problemas, y B tiene estas cosas positivas”).
- Ejemplos de frases en los ‘cuatro cuadrantes’ (a favor o en contra de una postura ideológica, y tribal o no-tribal), como ejemplificamos con lenguaje inclusivo.
- Muchas veces pasamos las fiestas con quien queremos pero muchas otras veces el quincho se convierte en un rejunte de representantes de tribus distintas que termina en guerra civil. Si la conversación levanta temperatura, o se nota que alguien decide retirarse de la conversación para no seguir participando, ¿qué tal si tratamos de identificar las características del tribalismo en esa situación? (Y quien quiera compartirlo acá, ¡adelante!).