A veces una idea es tan fuerte que su contexto original no le alcanza y rasguña la historia para tatuarse en forma de ícono. Erwin Schrödinger hizo una pregunta de elegancia tal que la cuántica no le alcanzó, la física tampoco le alcanzó y creció tanto que terminó definiendo la naturaleza misma de la ciencia.
Una de las paradojas más antiguas de la teología se pregunta si Dios puede crear una piedra tan grande que ni siquiera él mismo pueda levantarla, pero como Dios estaba ocupado jugando a los dados con el Universo, el que tuvo que crear una piedra complicada de sostener fue Erwin, el austríaco padre del felino más pop de la física.
Erwin metió un gato hipotético en una caja hipotética y metió adentro un frasquito lleno veneno hipotético que se liberaba a martillazos (o no) dependiendo del estado cuántico de un electrón. Como la interpretación probabilística de la cuántica dice que el electrón está en varios estados al mismo tiempo, el veneno estaba liberado y no liberado, y el gato vivo y muerto. Claramente esto no convencía a Schrôdinger, que pensaba que todavía había cosas por reconciliar entre el mundo de lo atómico y el mundo de lo macroscópico, porque no se puede estar un poquito embarazada y porque un gato real no es un gato incierto.
Armar la caja fue tan significativo que la física todavía intenta entender la naturaleza de ese gato zombie. Pero la pregunta, una vez más, fue más importante que las respuestas.
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