Capítulo 2.16

Capítulo 16

20min

Imagen de portada

Del arte a la ciencia y de la ciencia a… Sí, es cierto, en la casona se elaboraron sustancias psicoactivas, pero la verdadera pregunta no es esa, sino ¿qué efecto tenían? ¿Qué efecto tienen? Un sueño lúcido puede ser considerado entretenimiento, pero no es solamente eso. Y no es cierto que sea tan adictivo. Mucho menos que en la casona haya habido muertes vinculadas con su consumo. Jim y el Lerdo son dos mentes brillantes y explicaron desde el comienzo que su nivel de adicción era limitado. Por supuesto, una persona puede ser psicológicamente adicta a cualquier cosa, pero la adicción física es algo distinto. 

No puedo dar detalles técnicos porque los desconozco, pero si no me equivoco tiene que ver con los neuroreceptores, con su pérdida de sensibilidad. Jim decía que no se arruinan con el Sueño Lúcido, pero se fatigan. Después de unos días, se supone que están otra vez frescos. Si hoy en Argentina se producen otras sustancias similares pero más adictivas, no es algo que se nos pueda achacar a nosotros. Y si es verdad que el Sueño Lúcido empezó a ser utilizado por psicólogos y hubo personas poco preparadas o farsantes que embaucaron a gente ingenua, los efectos de esas terapias tampoco se nos pueden atribuir. Nosotros incluso llegamos a producir una cantidad para el Estado. Manuel no era menos entusiasta que yo cuando se lo propuse. 

—¡Argentina a la vanguardia de la investigación mundial! —exageraba sonriendo para que no se notara que su ilusión era auténtica.

Que el gobierno estuviera dividido y un sector haya acusado a otro de dedicarse al narcotráfico es otra cosa. Nosotros hicimos un acuerdo con gente del Partido y antes de eso el Sueño Lúcido ni siquiera era ilegal. De hecho, el acuerdo fue el resultado de la negociación para regularlo. 

Yo puedo describir bastante bien el proceso de producción pero no conozco la química detrás de eso. Es algo que repetí mil veces. Lo sé porque lo vi, es como si me preguntaran cómo se construye una casa. Sé que primero se emplazan los cimientos y luego se levantan las paredes y finalmente se coloca el techo, pero eso no quiere decir que pueda dirigir una obra. 

Jim y el Lerdo experimentaban con muchas cosas y en algún momento se pusieron a trabajar con levaduras. Así llegaron a producir una sustancia que fue el antecedente del Sueño Lúcido. Era mágico: disolver un polvo en una infusión relajante, dormirse y tener un sueño lúcido. No es que los sueños lúcidos fueran algo nuevo en la historia de la humanidad, pero hasta donde sé antes no podían provocarse intencionalmente. Además, en general quien tiene un sueño lúcido se despierta poco después de darse cuenta, pero con la pastilla de Jim y el Lerdo no es así. En especial si se combina con un hipnótico, esos fármacos que se usan para sedar o dormir. Ahí está una de las claves: la dependencia física es producida por los hipnóticos, no por el Sueño Lúcido. Es innegable que la gente se puede hacer adicta a cualquier experiencia, a dominar los sueños, por ejemplo. Pero también puede hacerse adicta a mirar televisión y nadie está buscando prohibir la televisión por eso. ¡Una pastilla que provoca sueños lúcidos! ¡Sueños! 

En todo caso, el problema inicial no fue la adicción, sino la escala. Las complicaciones aparecieron cuando la producción tuvo que volverse casi industrial. Lo sabe todo el mundo, en la casona había una pileta que era única, pero es ridículo sostener que la construimos específicamente para eso. Aceptar las historias según las cuales un ingeniero ruso vino hasta Argentina para diseñar esa pileta roza la estupidez o la locura. Ahora bien, creer que la restauración del subterráneo fue una tapadera y que en realidad los rusos vinieron a industrializar nuestra producción ya está a la altura de esas fantasías según las cuales las pirámides fueron construidas por extraterrestres. Está más que probado que la pileta existía en la casona desde antes de la evacuación de Buenos Aires, Jim y el Lerdo simplemente encontraron un modo de utilizarla. Y ningún integrante original de los Nos vemos mañana tuvo nada que ver con el Sueño Lúcido, pero tampoco es verdad que se hayan ido en desacuerdo con la producción. ¡Cómo se puede enredar todo!

La pileta era transparente, de un acrílico irrompible, y durante el otoño, el invierno y buena parte de la primavera no hacía más que juntar basura. Un día, apremiada por el acuerdo que habíamos hecho con el gobierno, o con un sector del gobierno, Jim imaginó que el proceso que llevaban a cabo en el laboratorio en unos recipientes chiquitos se podía modificar para hacerlo a gran escala en la pileta. Entonces el Lerdo propuso un cambio en las sustancias que usaban y luego lo perfeccionaron juntos. 

Incluso ante los ojos legos de alguien como yo, lo que hacían no era tan complejo. Llenaban la pileta con unas levaduras que, esto sí es cierto, eran tóxicas. Luego agregaban leche o sangre de animales y cubrían la pileta entera con lonas para que las levaduras se alimentaran y se reprodujeran. Jamás usamos sangre humana como dicen, ¡por favor! Una o dos semanas después, cuando había suficiente cantidad, quitaban las lonas. Entonces la irradiación del sol y la falta de alimento mataban a las levaduras, que precipitaban y formaban una especie de pasta en el fondo. Ahí venía la parte más artesanal y que al final resultó trágica: el sifoneo con una manguera. Yo no dejo de pensar que tiene que haber un modo más tecnológico y seguro de hacerlo, pero en la casona nunca lo vi. Sencillamente, Jim o el Lerdo introducían la manguera en la pileta para que un extremo llegara al fondo, chupaban del otro extremo y lo colocaban en unas bolsas reforzadas en las que se acumulaba esa pasta horrible. Eran los restos de levaduras muertas y los tirábamos, ¿cómo puede alguien pensar que se los dábamos de comer a animales o que los comíamos nosotros? Entonces el agua quedaba cargada de un sobrenadante formado principalmente por la toxina producida por las levaduras y, en unos días más con la pileta descubierta, la radiación solar convertía por fotólisis la toxina en la sustancia que era el principio activo del Sueño Lúcido. Jim y el Lerdo lo llamaron dimetilpripidona, pero yo ignoro cómo llegaron al nombre. 

De ahí en más, la cosa era fácil y bastante mecánica. Agregaban algunos componentes que no sé con exactitud qué hacían, secaban la pileta y juntaban lo que quedaba en el fondo con una espátula. Cuando el proceso estaba bien hecho, el resultado se veía directamente como si estuviera formado por cristales, pero algunas veces no salía tan limpio y era como una pasta que había que purificar con un solvente o con un ácido. Al final siempre había una especie de sales cristalinas apelmazadas que se molían y se mezclaban con un excipiente. Jim y el Lerdo usaban almidón de maíz o sacarosa, lo sé porque yo me encargaba de conseguirlo. Por último, con una prensa chiquita, armábamos las pastillas. 

Sobrenadante, excipiente, fotólisis, dimetilpripidona. ¡Qué orgullosa estaba yo de haber aprendido esas palabras! ¡Cómo me gustaba usarlas! Me sentía como una especialista solo por poder colocarlas correctamente en una frase. Qué estúpida. Habría sido más conveniente no saber explicar nada.

El Sueño Lúcido de Jim y el Lerdo no solo fue el original, sino que también era el mejor. Después hubo otras sustancias similares de gente que habrá investigado cómo lo hacían o tendría instrumentos para reconocer de qué estaba formado. No lo sé, yo jamás le di información a nadie. ¿Para qué lo haría? En todo caso, al año empezaron a aparecer otras producciones. Pero el de Jim y el Lerdo era el mejor y, cuando hubo que distinguirlo de otras cosas que se ofrecían, decidieron llamarlo B&B, por sus apellidos: Brull y Bagnardi. ¿Qué tan idiota tendría que ser alguien para firmar con su nombre algo que considera malo? ¡¿No es evidente que creían que estaban haciendo algo bueno?! La cuestión es que pronto trascendió que el B&B era el original, y entonces todos los intermediarios, punteros y vendedores de la ciudad decían ofrecer B&B. En cierto momento decir “Sueño Lúcido” y decir “B&B” llegó a ser lo mismo. Por eso todo lo que se conseguía en la ciudad era supuestamente B&B y ahora nos acusan de haber producido una cantidad imposible. Pero por supuesto que es falso.

—La única verdad es que lo que hacen Jim y el Lerdo es la Coca-cola del Sueño Lúcido —me dijo con tristeza Darío cuando las cosas se complicaron.

No era un gran fanático del Sueño Lúcido, pero admiraba a Jim y al Lerdo, le habría gustado ser uno de ellos. La idea de que un científico amara a otro científico con el cual trabajaba le parecía la culminación del amor, aunque durante mucho tiempo Jim haya sostenido que no eran pareja. El Lerdo callaba. En la casona todos considerábamos que eran dos seres extraños y los tratábamos en consecuencia. Vivían juntos, estudiaban juntos, trabajaban juntos, completaban las frases del otro, se enojaban entre ellos como si los demás no existiéramos. El amor es una bolsa de energía vibrando en función de otra, todos veíamos amor. Pero para Darío era algo más. Incluso decidió celebrar lo que veía en un capítulo de un libro que lleva años escribiendo. Es una historia del rock sinfónico. Lo que yo leí no tiene nada que ver con Jim y el Lerdo, al menos no explícitamente, pero hay un apartado dedicado a ellos.

Así que Jim y Lerdo hacían un Sueño Lúcido que era mejor que los demás y hasta había un acuerdo con el gobierno. Incluso llegó a diseñarse un plan de envío a Uruguay y Chile. Después se dijo que había sido una operación de contrabando, pero no es cierto. Yo organicé esas reuniones con Manuel. Quienes trabajaron en el convenio eran todas personalidades de alta influencia, tanto de Argentina como de Chile y Uruguay. Una vez estuvo presente el mismísimo viceministro de Salud de Chile. Otra, un empresario uruguayo de buen trato con el gobierno argentino. Incluso contamos con la presencia de un miembro de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica.

Precisamente por todo esto, a fines de 1996 nos encontramos con que teníamos que producir una muestra inmensa, una cantidad descomunal. No es difícil de justificar: las negociaciones habían durado más de un año y habían participado tres Estados Nacionales. Trabajábamos casi en secreto, pero ya entonces se hablaba de la importancia de completar algunos estudios y conseguir que la patente fuera argentina. Lo que sí es cierto es que no hubo papeles firmados. Todavía no se habían firmado, pero las fechas que se habían acordado preocupaban a Jim y al Lerdo. Lo más lógico habría sido que comunicáramos la necesidad de trabajar en un laboratorio más grande, pero Jim y el Lerdo no querían perder control sobre su trabajo y concibieron lo de la pileta para empezar la producción antes de la firma. En todo caso, ese tampoco fue específicamente el problema. Lo que desencadenó el desastre fue la tragedia absurda de Juan.

Me produce una culpa espantosa no poder recordar bien por qué fue que Juan se hizo cargo de la producción esos días. Yo no lo mandé a hacerlo, Jim y el Lerdo no le exigieron que lo hiciera. Juan era un gran cultor del Sueño Lúcido y lo defendía con argumentos metafísicos, psicológicos, estéticos. Era un consumidor asiduo, pero jamás fue ese adicto patético que después quisieron mostrar en los diarios. 

En 1995, unos meses después de que se pelearan, Lucía Lajst nos dejó y entró a trabajar en el gobierno. Más tarde, cuando la pusieron a dirigir algún programa del Ministerio de Educación, Juan pidió mayor participación en el proyecto del Sueño Lúcido. En rigor yo no sé si hay relación o no, pero asocio una cosa con la otra porque ellos se conocieron en la facultad de Córdoba, cursando justamente unas materias de didáctica. Quizás haya sido una casualidad, pero no tengo dudas de que Juan seguía obsesionado. En los hechos, ella fue designada para dirigir algún programa del Ministerio y ya se rumoreaba que la nombrarían viceministra, la más joven de la historia. Al poco tiempo, Juan fue el primer asistente de Jim y el Lerdo. Y el más importante. No era un científico, pero aprendía rápido y era bastante temerario. 

Juan Murcia. Juan… Juan cometió un error: quiso o sintió que debía hacerse cargo de algo de lo que no debía hacerse cargo. Esa es la verdad. Es trágica, pero es la verdad. Lucía y yo no fuimos tan amigas, pero compartimos cuarto por un tiempo. Que ella jure que no sabe nada de mí me disgusta, pero la entiendo: la recién nombrada viceministra de Educación de la Ciudad de Buenos Aires no puede ser amiga de alguien como yo. Lo que no puede negar es que conocía bien lo que se hacía en la casona. De hecho, cuando Juan murió, vino y nos acusó a Jim, al Lerdo y a mí de haberlo matado o de haberlo dejado morir. Decenas de personas la vieron hacerlo. A mí me habría gustado decirle que, en todo caso, la más responsable era ella, pero sabía que era mentira y cerré la boca. Ella no tenía nada que ver y nosotros sí, aunque fuera indirectamente. 

Me produce una culpa espantosa pero no recuerdo bien esos días. No es que no recuerde nada, es que brotan tres versiones diferentes de lo que me entrega la memoria. 

En la primera, Jim y el Lerdo se habían engripado a la vez. Es triste recordar que parecían días felices. Después de negarlo por años, se habían puesto formalmente de novios. Darío y yo habíamos llegado a la conclusión de que la gripe debía haber debilitado a Jim, porque era obvio que el Lerdo nunca había querido otra cosa. Hasta entonces siempre habían mantenido sus camas separadas, aunque compartieran el cuarto. Recuerdo que al segundo o tercer día entré para llevarles algo, un té, y vi las camas pegadas y a ellos dos febriles, dormidos y juntos. 

Era invierno y había mucho que hacer, pero nadie puede trabajar con gripe, así que decidimos retrasar todo. Entonces apareció Juan y nos dijo que él podía hacerse cargo. Yo dudé, pero no me opuse. Jim y el Lerdo tampoco. Juan conocía los procedimientos, no solo las palabras, aunque jamás había hecho todo el último tramo solo. Ahora es indiscutible que no estaba preparado. Yo creo que tal vez no esperó el tiempo suficiente, pero lo que en definitiva lo intoxicó fue haber chupado esa pasta repugnante. No puedo imaginarlo haciendo eso hasta desvanecerse. La imagen que guardo es la de alguien entrando en la sala a los gritos, diciendo que Juan está tirado afuera y no reacciona. Yo fui a buscarlo. Tenía los labios negros y había perdido el conocimiento. Murió un día después sin haber vuelto a abrir los ojos.

En la segunda versión Jim y el Lerdo no tienen gripe. Es invierno y hay mucho que hacer, pero todo está funcionando bien. Jim y el Lerdo todavía no son formalmente novios. Darío y yo no suponemos que Jim fue debilitada por la gripe, sino que es una chica sobresaliente que no quiere rendirse al estereotipo de la científica con futuro promisorio que se establece, se embaraza y ve cómo su esposo avanza en la carrera mientras ella amamanta, a veces fascinada, a veces con odio, a una bolsita recién nacida de nombre improbable. En este recuerdo no hay necesidad ni apremio, sino un pedido. Juan quiere llevar a cabo la última parte, que es lo único que le falta para sentir que sabe hacer Sueño Lúcido. Insiste con humor hasta que se lo permiten. Yo no me entero o no veo nada raro en el pedido. Jim y el Lerdo le dan indicaciones de lo que tiene que hacer y confían en él. No son maestros de kung fu, no saben reconocer cuándo alguien está preparado. Son científicos: a datos correctos, resultados correctos.

Recuerdo estar en mi cama leyendo y fumando y escuchar gritos. Salgo aturdida de mi cuarto. En la sala no hay nadie, pero la puerta ventana que da al jardín está abierta. Afuera, un montón de gente rodea algo. Hay angustia, se puede percibir en los gestos y en algunas frases sin sentido. Avanzo extrañada. Cuando llego, me abro camino en el círculo y veo a Jim arrodillada junto a Juan, que está desvanecido. Tiene los labios azules. El Lerdo dice que no se le puede practicar respiración boca a boca. Jim le toma el pulso colocando dos dedos bajo su mandíbula. Juan muere un día después sin haber vuelto a abrir los ojos.

En la tercera versión Jim tiene gripe y el Lerdo no. Ella está debilitada y él la cuida como solo puede hacerlo alguien enamorado, una bolsa que lleva años esperando el momento de abrirse completa para inundar con su frecuencia la necesidad energética de otra. Darío y yo apenas comentamos lo que vemos. Está claro que Darío envidia al Lerdo, envidia el amor que siente, desea estar perdidamente necesitado de atender a alguien. Yo envidio a Jim, envidio que su gripe sirva para sentir el amor de otro, deseo ser la bella durmiente. Jim no puede trabajar y el Lerdo no quiere dejar de atenderla, de modo que decidimos aplazar la producción. Juan dice que él puede hacerse cargo, solicita hacerse cargo. Hay algo excesivo en su pedido, es casi una súplica y yo dudo, pero no me opongo. El Lerdo está agradecidísimo de poder librarse de la tarea y le explica puntillosamente cada uno de los pasos que se requieren. Juan está demasiado excitado, como si por fin se le presentara la oportunidad de salir de las tinieblas y ser un héroe. 

Es invierno y en la sala hay un ambiente de fraternidad que es la verdadera marca de la comunidad que convive en la casona. Cae la tarde, no importa si somos artistas o no. La gran estufa nos regala una temperatura preciosa, no importa si estamos ahí hace años o acabamos de llegar. Hay quienes leen y quienes charlan, quienes dibujan y quienes van y vienen desde los cuartos o la cocina. Hay quienes dormitan, hay quienes simplemente están presentes. La energía que nos habita es dócil, la recibimos y la transmitimos sin darnos cuenta. En un rincón, alguien relata un sueño lúcido que tuvo la última noche o la anterior. Transcurría en el jardín de la casona, que era un inmenso espacio arbolado en el que no había ninguna construcción humana. Jim y el Lerdo no eran científicos, sino arquitectos que tomaban medidas para cavar una pileta. El soñador o la soñadora les decía que tenían que hacerla suspendida y transparente. Todos los personajes del sueño pensaban que era una idea magnífica. Entonces el soñador o la soñadora se daba cuenta de que estaba en un sueño lúcido y decidía delirar, hacer que la construyeran más grande, o con una forma insólita, o recomendar que le agregaran una escalera mecánica. Alguien que está oyendo el relato del sueño se acuerda de que Jim y el Lerdo siguen en su cuarto y pregunta por Juan. Nadie sabe nada. La pregunta salta de grupo en grupo. Perezosamente, una chica se pone de pie, se envuelve en una manta que hasta hace dos segundos le cubría las piernas y sale al jardín. Oímos gritos. Miramos hacia la pileta y vemos a la chica agitar las manos desde la escalera. Nos cuesta asociar el entorno con su desesperación y reaccionamos lento. La chica llega corriendo y dice que Juan flota boca abajo en la pileta. Todos saltamos, algunos desde sillas o sillones, otros desde el piso. Es el comienzo de una carrera frenética. Salimos al jardín en masa, hay choques en la puerta ventana por la sincronía de los cuerpos. Se oyen pasos subiendo la escalera de la pileta. Los que no vamos delante disminuimos la marcha, nos detenemos a cinco o seis metros.

Cae la tarde y el sol ya no es brillante, pero la luz es clara y no genera sombra. El fondo de la pileta está oscurecido por esa fea pasta que hay que extraer, pero en la parte superior del agua se producen destellos a causa de los rayos de luz que rebotan en la sustancia cristalina liberada por las levaduras. Atraviesan las paredes de la pileta y golpean nuestras retinas haciéndonos ver formas multicolores. Un bulto flota y se hunde al mismo tiempo. Apenas se mueve, pero atraviesa una arista de la pileta y los dos sectores en que se ve fragmentado parecen tener diferente tamaño. Yo voy a gritar que lo saquen, pero un chico, el primero en llegar a la cima, se me adelanta y se zambulle. Se oyen voces alteradas que le recuerdan que el agua es tóxica, que no abra la boca ni los ojos, que no respire. El chico alcanza el bulto y lo atrae hacia él. Dos chicas lo ayudan a sacarlo del agua. Entre los tres lo bajan por la escalera y lo colocan con cuidado sobre el pasto raleado. Los demás rodeamos el cuerpo. Nos miramos asustados, nadie sabe qué hacer. Yo trato de entender qué pasó, busco algo con la mirada. La manguera está en el piso, a un costado de la pileta, junto a las bolsas casi vacías. Está retorcida como una serpiente enmarañada. A nuestros pies, Juan está desvanecido. Tiene los labios grises y yo me sorprendo preguntándome de qué color serán sus ojos. No los recordaba entonces y ya no pude verlos. Juan murió un día después sin volver a abrirlos.

Capítulo 16 | El Gato y La Caja