Las prehistóricas
Dos pedazos de madera frotados uno contra otro, si tienen la dureza adecuada, pueden empezar un fuego. Una llamita tímida que, si se la acerca a leña y hojarasca, se vuelve fogata. Una vez que eso está resuelto, todo lo demás se vuelve bastante más fácil: el frío del invierno gana calidez, la oscuridad de la noche pasa a ser menos peligrosa, las herramientas que se pueden forjar son cada vez mejores. Las carnes son más tiernas y, por qué no, más ricas. Dominar el fuego fue un hito clave en la historia de la humanidad. Un hito que nos cambió para siempre.
Pero cuando pensamos en sociedades prehistóricas, muchas veces imaginamos a un grupo de hombres saliendo a cazar mientras mujeres y niñes se quedan en el hogar y recolectan frutos en las cercanías. Y tiene sentido, no solo porque así es como nos enseñaron que eran esas sociedades, sino porque también así (y solo así) las entendió durante décadas la investigación científica. Sin embargo, a juzgar por la evidencia de nuestro continente, parece que las cosas no siempre ocurrieron de este modo. O al menos no exclusivamente.
Después de que un grupo de investigadores e investigadoras encontrara varias tumbas de mujeres que tenían herramientas de caza, evaluaron la hipótesis de que los roles de género no hubieran sido siempre como los pensábamos y llegaron a la conclusión de que la participación de las mujeres en los grupos que salían a cazar era de entre el 30 y el 50%, lo que volvía a la caza una actividad neutral respecto al género. Hombres y mujeres aportaban por igual a la carne que se asaba en las fogatas.
Las vikingas
Algo similar ocurrió con las mujeres vikingas. Aunque en las historias y poesías frecuentemente se mencionaba a guerreras mujeres, durante décadas se consideró que se trataba de seres mitológicos. Es más, cuando se encontraban tumbas con esqueletos femeninos y armamentos de guerra, solía argumentarse que lo más probable era que estos estuvieran marcando el estatus de la familia o que hubiera habido un segundo esqueleto en la misma tumba que por algún motivo no se hubiera encontrado, un esqueleto de varón. Recientemente, se realizó un estudio genómico de una de las tumbas más conocidas de la era vikinga, una del siglo X, de la ciudad sueca de Birka. Esta tumba había sido excavada en la década de 1880 y, por la presencia de armas, armaduras, caballos y piezas de juego se había determinado que pertenecía a un guerrero, y particularmente a uno de alto rango, ya que las piezas eran las que se utilizaban para planificar estrategias de ataque. Algunas estructuras óseas de este esqueleto sugerían que era una mujer, pero por mucho tiempo esos indicios se pasaron por alto. Recién con este trabajo publicado en 2017 se determinó genéticamente que esa persona que había diagramado ataques y lanzado flechas prendidas fuego era en efecto una mujer.
Las medievales
Los roles de género fueron evolucionando a la par de las sociedades y con ellos se complejizaron las cosas que podían hacer las mujeres… y las que no. La lista de actividades prohibidas crece o decrece según el momento histórico y el lugar geográfico en el que nos paremos, pero hacia fines de la Edad Media o principios de la Moderna, la lista era bastante extensa. También eran extensas las hileras de hogueras construidas para quemar brujas, mujeres acusadas de hacer pactos con el diablo por practicar la magia, la química o la medicina.
Las modernas
Los siglos que siguieron se caracterizaron por una popularización de la educación superior. Aumentó la cantidad de hombres que accedían a la misma y se amplió aún más el abismo que separaba las ocupaciones que podían tener los hombres y las que podían tener las mujeres. Se solidificó —aún más— un modelo de familia en el que el padre salía a trabajar para solventar económicamente y la madre se quedaba en la casa, ocupándose de las tareas domésticas, las de cuidado y la preservación de los valores morales.
Pero llegó la revolución industrial y de nuevo el fuego, ya no de leña sino de carbón, apareció para cambiar la realidad. Las ciudades se transformaron y los puestos de empleo asalariado se multiplicaron. Las mujeres se sumaron a la incipiente clase trabajadora. Sin embargo, los puestos que ocupaban no eran los mismos que los que ocupaban los hombres. Ellas, al igual que los niños, se empleaban principalmente en la industria textil y la minería, y el pago que recibían era significativamente menor al de sus contrapartes masculinas. Por otro lado, la inserción de las mujeres en el mundo laboral no supuso una redistribución de las tareas domésticas, es decir que su jornada laboral, en vez de redistribuirse, se alargó.
Las contemporáneas
Para 1908, aunque las condiciones de trabajo de muchas personas seguían muy por debajo de nuestros estándares actuales, los sindicatos habían ganado presencia y poder, y había consenso en que los derechos laborales se ganaban reclamándolos. Así fue que el 8 de marzo, en Nueva York, un grupo de trabajadoras hizo una huelga en la fábrica textil en la que trabajaba, con una gran manifestación donde tomaron las calles. La manifestación no tuvo el resultado esperado, pero sembró una semilla. Pocos años más tarde, otra fábrica, Triangle Shirtwaist, se prendió fuego y el incendio se propagó. Casi ninguna de las mujeres que trabajaban allí pudo escapar: las puertas habían sido cerradas por los dueños. Murieron 129 trabajadoras, la mayoría de ellas inmigrantes italianas.
En 1977, la ONU declaró el 8 de marzo como Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, y desde entonces, cada aniversario es una oportunidad para reflexionar sobre la situación de las mujeres en el mundo en general y en el laboral en particular.
Las pandémicas
Para casi todas las personas, los últimos dos años estuvieron marcados por la crisis económica y sanitaria, consecuencia de la epidemia de covid-19. Igual que muchos otros procesos históricos, esta afecto a las mujeres trabajadoras de forma singular.
De acuerdo a un artículo publicado por Fundar junto con ONU Mujeres y el PNUD, antes de la pandemia, en América Latina y el Caribe, las mujeres dedicaban el triple de tiempo que los hombres al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado. Estas diferencias no solo no se emparejaron en los últimos dos años sino que se extremaron todavía más. Al dejar de asistir les niñes a las escuelas y no contar con personas empleadas para el cuidado, fueron las mujeres de la casa las que ocuparon principalmente esos roles. En una encuesta realizada por el INDEC, registraron que en el 75% de los hogares encuestados del Gran Buenos Aires, las tareas de apoyo escolar las desarrollaron única o principalmente mujeres, mientras que solo en el 16% de los casos estuvo a cargo un varón. El mismo estudio determinó que en el 65% de los hogares había aumentado el tiempo dedicado a las tareas domésticas, y en el 64% de estos casos la responsabilidad de estas tareas fue absorbida por las mujeres. Una tendencia similar se observa en lo que respecta a tareas de cuidado
La distribución inequitativa de las nuevas cargas tuvo un costo: en un trabajo publicado en diciembre del 2020 se vio que las mujeres que son madres y trabajan tuvieron un impacto negativo en su salud mental a raíz de la covid-19.
Pero las dificultades a las que se enfrentaron las mujeres en el marco de la pandemia no estuvieron restringidas por el umbral de la puerta de salida de sus casas. Muchas estaban empleadas en la informalidad y perdieron su trabajo de forma total o parcial. De acuerdo a un informe de ONU Mujeres, casi el 40% de las mujeres de la región estaba empleado en sectores fuertemente afectados por la pandemia, como lo son el sector hotelero, de comercio, gastronómico y el trabajo doméstico. La crisis económica a la que se afectaron estos sectores redundaron, lógicamente, en un costo económico para estas mujeres.
Analizando a nivel nacional, se observó que el retiro forzado del mercado laboral afectó a hombres y mujeres por igual. Sin embargo, al reactivarse la economía, la reinserción no ocurrió de forma equitativa. Particularmente, son las mujeres más jóvenes (14 a 29 años) las que enfrentan mayores dificultades para reinsertarse en el mercado laboral una vez que este se reactivó. En esta franja etárea se registró un aumento en la brecha de género en el último trimestre de 2020, cuando los hombres recuperaron una tasa de empleo similar a la de antes de la pandemia pero las mujeres no. Con demora pero sin pausa, la participación de las mujeres en el mundo laboral creció durante 2021 y esta brecha volvió a achicarse.
A lo largo de la historia, todos los grandes cambios tuvieron impacto sobre la situación de las mujeres en general y las trabajadoras en particular. Sería muy ingenuo creer que esta crisis no haría lo propio. Y así como las prehistóricas participaban de las tareas de caza para conseguir alimentos y las vikingas luchaban por defender o conquistar territorio, nosotras, las mujeres de la actualidad, ocupamos roles irremplazables en las sociedades de las que formamos parte, algo que se evidenció en cada paro internacional de mujeres llevado a cabo los 8 de marzo de años pasados.
Recorrer la historia puede servir para entender el presente. Pero entender el presente sólo es relevante en la medida en la que nos permite diseñar el futuro. Hay algo de eso en el tema seleccionado por la ONU para este día en 2022. Lo formularon así: “Igualdad de género hoy para un mañana sostenible”. Y tiene sentido. Más a la corta que a la larga, si queremos habitar un planeta que no esté prendido fuego, vamos a tener que construirlo entre todes.
Agradecimientos: Para construir el apartado “Las pandémicas” fueron muy valiosos los aportes que nos hicieron desde el área de géneros de Fundar. Pudimos extraer datos y construir gráficos a partir de un documento inédito producido por Laura Perelman que va a estar disponible próximamente en la web.