La vida y la brújula

La vida y la brújula

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El Gato y La Caja

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Morocho estudio

Editorial 2018

Editorial 2018

La vida y la brújula

Pensar la ciencia como una herramienta para la construcción de la sociedad en la que queremos vivir significa, entre otros desafíos, pasar de lo abstracto a lo concreto. Pero navegar esa distancia entre el conocimiento teórico y su implementación no es fácil. Supone un desafío tanto de diseño como de voluntad política, ya que muchas de nuestras posturas, conocimientos y creencias cargan premisas implícitas que, a modo de lastre, nos impiden avanzar o nos hacen equivocar el rumbo. ¿Por qué? Porque son premisas axiomáticas, arbitrarias por naturaleza. Que logremos reemplazarlas por axiomas distintos depende, en gran medida, de que antes seamos capaces de enunciar esas opciones superadoras con claridad. Dicho de otro modo: para buscar premisas nuevas y superadoras nos debemos lanzar fatalmente a una tarea introspectiva.

Cuando hablamos de la construcción de las sociedades en las que (al menos nosotros) queramos vivir, hablamos de sociedades en las que el axioma fundamental sea minimizar el sufrimiento y maximizar el bienestar y las posibilidades de experimentar el Universo para tantas conciencias como sea posible. Dicho esto, vale aclarar que por conciencia nos referimos a la capacidad de tener una experiencia subjetiva, tanto en las dimensiones que en general entendemos como negativas (las experiencias de dolor, miseria, terror, agonía o sufrimiento, por ejemplo) como en las positivas (bienestar, dicha, paz o felicidad). Claro que esta definición de conciencia es mejorable. Lo ha sido desde la primera vez que le dimos nombre a la experiencia subjetiva e, incluso, tratamos de imaginar experiencias subjetivas distintas de las nuestras y nos encontramos con la sospecha de que, además de los humanos, otras entidades parecen transitar una propia. Pero aun con sus limitaciones, esta definición es valiosa porque nos permite posicionarnos consistentemente en diversas situaciones en las que es necesario resolver una tensión entre distintos experimentantes de subjetividad. Y convengamos que, si algo hay en el Universo, es tensión entre modos distintos de mirarlo, conciencias o individuos.

Aun cuando es deseable mejorar esta definición (como tantas otras), para ganar resolución en nuestra capacidad de evaluar escenarios complejos o sutiles, tener una definición de la cual partir ya es un primer paso para hacer posible que la mirada científica participe efectivamente en la toma de decisiones. De la misma manera, exponer la necesidad de reflexión permanente sobre estas premisas nos permite el armado de un sistema que, a pesar de la naturaleza arbitraria de las premisas y aun no pudiendo ser perfectamente objetivo, sí puede ser transparente. Es entonces a partir de esta base (que buscamos contagiar y expandir) que definimos el horizonte y las metas.

Puesto esto de manifiesto, puede ahora la ciencia como forma de ver el mundo ordenar preguntas y aventurar respuestas y modelos, convertirse en nuestra manera de navegar los territorios desafiantes que se presentan en esa dirección.  

La pelea última es epistémica

“Si alguien no valora la evidencia, ¿qué evidencia vas a proporcionarle para demostrar que debe valorarla?
Si alguien no valora la lógica, ¿qué argumento lógico podrías proporcionar para mostrar la importancia de la lógica? “

– Sam Harris

Proponer la ciencia como forma de construcción de lo que entendemos como conocimiento válido o verdad implica un desafío previo que es poder ser claros: qué queremos decir cuando decimos válido. Qué entendemos por verdad.

Podemos dejar en claro que cuando decimos válido hablamos de conocimiento con el que podemos operar para modificar el entorno, dada su capacidad para describir alguna porción del universo de manera útil. Pero las nociones de verdad y validez definitivamente no son únicas. Emergen de las personas y de las comunidades que esas personas integran. Existen, por ejemplo, usos del término verdad que surgen de la lógica formal (es decir, que expresan relaciones entre conceptos pero no necesariamente una relación con los hechos), así como personas y comunidades para quienes la experiencia anecdótica o la fe religiosa son formas válidas de generar conocimiento o de revelar verdades. Saber esto nos enfrenta a entender que abrazar la ciencia como forma de ver el mundo y de construir conocimiento que admitimos como válido es, en sí misma, una manera de posicionarnos. La convicción acerca de que la ciencia debe poseer un rol protagónico en el diseño de las normas que rigen nuestras sociedades nos habla, también, de qué entendemos por ciencia, así como de sus ámbitos de incumbencia. Quizás hasta sería pertinente desambiguar la palabra y hablar de pensamiento crítico, de razón y generación de evidencia empírica, de búsqueda de intersubjetividades o de búsqueda de la minimización de los sesgos del observador. Pero podemos ser explícitos sin perdernos en esos matices: entendemos ciencia como una linterna que ilumina la realidad. Esta definición nos permite, entonces, hablar de diferentes proyectos de la ciencia, que tienen sus ámbitos de acción, sus agentes y sus métodos y habilidades particulares a ser explorados y mejorados.

En primer lugar, el más presente en la imaginación de todos: el proyecto descriptivo, explicativo y/o predictivo. La ciencia como forma de hacerle preguntas al mundo natural y social, de armar modelos teóricos que los expliquen y de comprimir el Universo para poder abarcarlo, abordarlo, entenderlo un poco más. En segundo lugar, un proyecto productivo: ciencia que hace cosas o hasta deberíamos decir tecnología, desde la que nos manda a la Luna o la que domestica la energía encerrada en los núcleos atómicos, hasta la que genera pigmentos para que los pintores se expresen, o redes de fibra óptica para que las personas nos encontremos en la distancia. Pero también ciencia que nos ayuda a adecuar los objetivos que nos proponemos a nuestros valores y fines más profundos, a ordenar prioridades y a comprender qué acciones (y transformaciones) nos acercan más que otras a nuestros objetivos, que pueden ser sociales, éticos, políticos así como artísticos, productivos, estéticos, etc. A estos dos, los familiares, vamos a agregar un proyecto normativo: el que involucra la ciencia como herramienta indispensable para contribuir en la construcción de consensos sobre las reglas que organizan las sociedades y ayudan a construir un todos y todas que trasciende la simple suma de partes. Una herramienta para aclarar lo que hay en juego, comprender las implicancias de cada postura, entender lo que compartimos y lo que no, comunicarnos y poder posicionarnos de manera reflexiva y responsable ante el mundo. Es en este proyecto normativo que la ciencia como forma de ver el mundo se encuentra con su mayor desafío: no todas las personas consideran que la ciencia sea un partícipe necesario de la toma de decisiones políticas o del diseño de nuestras sociedades. Nos encontramos, literalmente, frente al hecho de que no todos adjudicamos los valores de verdad o de validez de la misma manera, y nos enfrentamos a la aventura y necesidad de seducir a otros acerca del valor de la mirada científica. Ahí aparece el cuarto proyecto de la ciencia: el persuasivo.

Argumentar que la toma de decisiones debería incluir a la ciencia como protagonista es abogar, sobre todo, por la valoración del conocimiento y la reflexión basados en la razón y la evidencia empírica. Invitar a adoptar una mirada científica es hacer prensa epistémica, y hacerla hoy. Si toda época histórica ha sido siempre testigo de cambios a un ritmo más acelerado que la época anterior, es preciso destacar que hoy somos parte de las primeras generaciones que, en el transcurso de una sola vida, son testigos de cambios tan radicales en la forma de generar y distribuir conocimientos. Tal vez por eso sea tan necesario que se instale en cada uno la necesidad de observar, desafiar y prestar atención a la forma en la que accedemos a la información y le atribuímos calidad de verdad o validez.

Hacer, medir, ajustar, repetir

Hemos vivido eras donde el conocimiento estaba contenido en soportes físicos evidentes. Textos que podíamos tocar y que tardaban en viajar entre lugares lo que tardaban en viajar los objetos materiales más ágiles de la época, acelerando el intercambio de información a medida que la tecnología del transporte lo permitía. Todo cambió radicalmente cuando empezamos intercambiar información a la velocidad de la luz. Empezamos a codificar y decodificar información, a copiarla y a compartirla instantáneamente. A amplificarla ya sin la limitación de las sumas cero. Un mensaje podía escalar emancipándose de un soporte único material. Una radio podía pasar mil canciones que un disco no abarcaba, y una misma tele, todas las películas.

Todavía viven personas que pueden recordar la transición entre estas formas de soporte e intercambio de información y, por lo tanto, pueden dar cuenta de cómo se transformaron los lugares que entendíamos como seguros para resguardar esa información, para velar por su verdad o validez. Hoy en día, la cantidad de productores de conocimiento y la velocidad de esparcimiento de las ideas han crecido dramáticamente. Los procesos de recombinación y selección de esas ideas se volvieron un desafío para nuestra capacidad de atribuir valores a una cantidad de información creciente y a una oferta en perpetua expansión. Uno de los libros fundamentales en donde está contenido el conocimiento que entendemos (algunos) como válido ya ni siquiera es un soporte físico sino una nube. Una nube material, pero absolutamente intangible. Hay quienes lo vieron ocurrir todo.

Mientras tanto, entramos (vivimos) en una episteme de redes, de producción y distribución de información deslocalizada, a menudo difícilmente rastreable o auditable y frágil en épocas de posverdad, y vamos a tener que decidir qué hacer con eso.

Entre las opciones practicables que incluyen un enorme contínuo desde abrazar un antiguo códice sagrado como fuente de toda verdad válida o asumir que toda valoración u observación personal es válida como verdad independientemente de su correlato con el contexto medible, hasta su negativo, con un férreo escepticismo que determina que no podemos aceptar ningún conocimiento como verdadero, nunca, elegimos y abogamos por la ciencia debido a su capacidad de minimizar la imposición de las voluntades de unos por sobre otros, por su propiedad de otorgarle al individuo la posibilidad de elegir en qué textos creer, qué información vale, y de hacerlo de manera autónoma e independiente. La pelea de nuestra época ya no tiene tanto que ver con el acceso a la información sino con el acceso a la capacidad de discriminar la información, de separar pajas y trigos, de evidenciar axiomas fundamentales e intenciones en un presente donde la valoración de la verdad parece residir más en si el emisor está o no en nuestra tribu de opinión polarizada, en nuestra satisfacción de expectativa, en el sesgo de confirmación de la cámara de eco que construimos alrededor nuestro, que en si esa verdad está conectada con una forma medible de abordar la realidad.

Estos son mis principios, pero si vemos que no funcionan para bien de todos, los ajustamos. IMG: The Negra

Creemos entonces que la ciencia como manera de ver el mundo es una herramienta para desnaturalizar esas narrativas y marcar una cancha donde la calidad del dato y la solidez lógica del argumento importan más que el emisor. Donde la atribución de verdad tiene que ver con la forma de aproximarse a la pregunta. Dado que el poder se expresa, entre otras cosas, en su capacidad de determinar las fuentes que entendemos como válidas, depositar esa valoración en un abordaje que busca independencia del emisor nos permite redistribuir poder.

Si entendemos la violencia no sólo como una forma de ejecución (o amenaza) de fuerza física sino en un sentido más amplio como el ejercicio de privar a otro de la capacidad de elegir o de la capacidad de hacer libremente, elegir construir usando la ciencia significa, en última instancia, una manera de elegir también normas que minimizan la violencia: porque las normas de convivencia pueden basarse así en lo medible independientemente del medidor, y en lo observable, ya no en la privacidad de la experiencia personal, sino a los ojos de todos.

Este proyecto es la forma en la que elegimos convertir en acción estas ideas. Es la forma en la que exploramos, abordamos y compartimos las aventuras y desventuras de hacer ciencia, charlar sobre ciencia y persuadir a tantas personas como sea posible de la necesidad de decidir usando ciencia.

Esta es la manera que encontramos de trascender nuestras individualidades para formar algo más grande y mejor que lo que somos cada uno de los que lo hacemos, de transformar y de reclamar agencia. Y, sobre todo, de reclamarla para la mayor cantidad de personas posible.

 

 

Este texto es parte de los muchos contenidos que desarrollamos exclusívamente para el Anuario 2017. Tanto si quieren leer el resto como si quieren seguir bancando que un Gato independiente siga creciendo, es por acá.

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