Capítulo 2.2

Capitalismo 2.1

20min

Imagen de portada
1929-1968
Hardware

Antropoceno II: aceleración global de consumo y producción

Sedimentaciones

Sistema energético fósil consolidado

Software
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Tecnología

Electrificación / Petróleo /Trabajo segmentado (fordismo)

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Modelos de negocio

Transnacionalización / Industrialización de periferia (

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y
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) / Planificación corporativa (
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e
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) / Sistematización de la innovación (
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y
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)

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Instituciones

Planificación y legislación social / Patrón dólar / Estado de bienestar

H
Hegemonías

Estados Unidos / Instituciones internacionales

El capitalismo 2.1

La guerra aún no había terminado cuando el capitalismo 2.0 ya había encontrado los patrones globales e institucionales (

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-
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) para sus procesos técnicos y empresariales (
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). En julio de 1944, en un complejo hotelero de Bretton Woods, New Hampshire, se reunieron representantes de los 44 países aliados para diseñar un orden económico de posguerra. En rigor, se trataba de transformar la supremacía económica y militar de Estados Unidos en un sistema interestatal jerárquico duradero. La jerarquía ya se dejaba ver en la distribución de los votos: Estados Unidos tenía el 34 %; Reino Unido, el 14 %; y todos los participantes de América Latina juntos sumaban el 8 %. 

La piedra basal era el dólar. Para reemplazar el oro, Estados Unidos fijó el valor de su moneda en USD 35 por onza y se comprometió a imprimir la cantidad suficiente de billetes para que los países pudieran emplearla como divisa ajustando el valor de sus monedas a ella. Fue tanto una herramienta de hegemonía como un medio de reconstruir el comercio internacional sobre una base más flexible que el oro: dinero fiduciario, papeles impresos, fe en los Estados Unidos. Durante la Conferencia hubo algunos cruces con los restos de la hegemonía británica. Keynes usó todo su prestigio para evitar la disolución del Banco de Pagos Internacionales, que Gran Bretaña codirigía junto al Tercer Reich y tenía depósitos de la Gestapo. Más tarde, Lord Keynes tuvo que replegar sus plumas de pavo real cuando su propuesta de un Banco Central Mundial que emitiera una moneda mundial chocó con el patrón dólar y fue reemplazada por el Fondo Monetario Internacional propuesto por Harry Dexter White, director del Departamento del Tesoro de Estados Unidos y espía de la URSS, como se supo más tarde. Con todo, el más encarnizado rival de Keynes no estuvo en Bretton Woods ni en la mente de ninguno de sus asistentes: fue Friedrich Hayek, que ese mismo año escribió El camino a la servidumbre, en donde advertía que la regulación de la economía conduciría al totalitarismo. Otra creación de Bretton Woods fue el Banco Mundial, un conjunto de instituciones crediticias para ayudar a las naciones a reconstruirse o desarrollarse. Pero lo “mundial” o “internacional” de estos organismos multilaterales por ahora era una formalidad: en 1944 solamente un país estaba en condiciones de fondearlos, el nuevo hegemón estadounidense.

Transnacionalización

El capitalismo 2.1 encontró su marco global en un sistema regulado y sostenido por la acción sistemática del Estado norteamericano. La nueva potencia empleó su capacidad económica y militar para redistribuir y expandir la liquidez mundial imprimiendo dólares; pacificar las relaciones entre los países desarrollados (incluyendo la URSS, con la que desde 1961 no tuvo mayores sobresaltos); facilitar la descolonización de Asia y África (que también suponía liberar sus recursos y mercados); y eliminar las restricciones al comercio entre los países. Para esto último se creó un Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio que fuera reduciendo las tarifas aduaneras entre los 23 países suscriptos. 

Pero el capitalismo 2.1 fue menos un sistema de libre comercio que un sistema de libre empresa. La libertad de poner cualquier mercadería arriba de un barco y que zarpe al mejor puerto que encuentre murió con el capitalismo 1.0. Bajo Bretton Woods los intercambios internacionales se harían a través de una rígida tubería de acuerdos y regulaciones entre naciones y bloques. Además, las barreras arancelarias de los años 30 pervivieron en muchos países periféricos y en Estados Unidos mismo. En esas condiciones, el capital concentrado se expandía menos por la exportación de sus bienes hacia otros países que por inversiones directas, esto es, montar parte de su proceso productivo dentro de otros países. 

La tendencia de las inversiones industriales directas empezó antes de la Primera Guerra Mundial, cuando muchas firmas de Estados Unidos le disputaron los mercados latinoamericanos a las manufacturas europeas instalándose a producir las suyas en los propios países de la región, como Brasil y Argentina. Luego de la Segunda Guerra, los capitales estadounidenses aprovecharon la reconstrucción para instalarse en Europa y Asia. A partir de los años 60, las inversiones directas se difundieron como estrategia a todas las empresas que atravesaran cierto umbral de acumulación. En las condiciones del capitalismo 2.1 la ventaja competitiva no residía tanto en exportar bienes desde la locación de origen, como había pasado en el capitalismo 1.0, sino en desarrollar la producción y los servicios en una red a través de las fronteras nacionales. Nacía la expansión transnacional del capital. El capital concentrado se descentralizó en unidades semiautónomas dispersas por el mundo que, en lugar de coordinarse a través del mercado, lo hacían por medios institucionales dentro de la misma corporación. Así el capitalismo 2.1 burocratizó el antimercado. 

Tomemos como ejemplo una multinacional que atravesó todo el siglo XX. La alimenticia Nestlé nació en 1905 a partir de la fusión de la empresa suiza homónima con su competidora, la Anglo-Swiss Condensed Milk Company, que ya tenía operaciones en Estados Unidos. La nueva firma tuvo desde su origen más de veinte fábricas distribuidas entre los Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y España, además de la casa matriz suiza. Luego de la Primera Guerra Mundial, duplicó sus instalaciones a lo largo del mundo y en 1938 llegó a Brasil, plataforma de lanzamiento de su producto Nescafé, el primer café instantáneo. A partir de 1947 la compañía aprovechó la masificación del consumo para crecer y diversificarse sobre adquisiciones y participaciones en otras empresas. Desde entonces, Nestlé adoptó una estructura global descentralizada, con divisiones por producto (bebidas, confitería, nutrición, mascotas, salud, congelados y otros) y por región (Américas, Europa y AOA: Asia, Oceanía y África subsahariana; en 2021 sumó “Gran China” y América Latina). Cada división tiene autonomía para gestionar la producción y el marketing, y así adaptarse mejor a sus mercados y productos específicos. De esta manera, Nestlé es de hecho un conjunto de empresas semiautónomas esparcidas por el mundo, comunicadas a través de los canales administrativos de la multinacional y gobernadas desde Vevey, en Suiza, por una junta de catorce miembros. Otras multinacionales de bienes de consumo, como Unilever o Procter & Gamble, tienen estructuras similares. En el caso de las industrias de bienes durables, como la automotriz o la electrónica, el funcionamiento antimercado estaba reforzado por sus propias condiciones: operaban en mercados oligopólicos muy regulados y competían no tanto por ofrecer el precio más bajo, sino el bien más innovador y diferenciado. 

Con la expansión transnacional del capital se consolidó un modelo global de empresa. La difusión del fordismo permitió segmentar, mecanizar y masificar el trabajo, así como institucionalizar los conflictos laborales mediante la negociación sindical y los aumentos salariales por productividad. Si bien por fuera del núcleo duro del capital trasnacional sobrevivía un extenso tejido de empresas pequeñas y medianas limitadas a mercados nacionales, la globalización de un modelo de negocios redujo la diversidad económica. Las empresas homogenizaron el trabajo, los bienes fabricados en serie inundaron los mercados del mundo, la producción a escala concentró la industria y muchas ciudades perdieron diversidad económica. Nueva York, ciudad industrial líder de la posguerra, sufrió la decadencia de las pequeñas empresas, cuya competencia y retroalimentación habían dinamizado su economía hasta entonces.

La homogenización no se limitó a la industria: el empleo masivo de fertilizantes, DDT, semillas híbridas y maquinaria, conocido como “Revolución Verde”, que desde los años 50 aumentó el rendimiento agrícola y reforzó la base alimentaria de países como México o la India, llevó a los productores a depender de insumos externos y estandarizados que muchas veces sólo rendían a escala, de manera que a la pérdida de diversidad se sumó la concentración de la propiedad. 

También la información se venía homogenizando y concentrando desde mediados del siglo XIX, cuando cuatro agencias de noticias se repartieron el mundo: Havas (futura AFP) monopolizaba el imperio francés, Italia, España y América Latina; Reuters, el imperio británico, China y Japón; Wolff, Alemania, Rusia y Escandinavia; y Associated Press (AP) cartelizaba la información en Estados Unidos. Luego de las guerras mundiales y la descolonización, el reparto siguió casi intacto: África francófona pertenecía a la AFP; África anglófona, a Reuters; y América Latina, a AP y United Press.

Un factor sustancial de la homogenización fue la consolidación global del régimen energético que, como ya vimos, se había desarrollado antes de la Primera Guerra Mundial. La crisis de 1914-1945 interrumpió su difusión pero también estimuló las organizaciones (

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) y las innovaciones (
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) para perfeccionarlo y ampliarlo. Entre agosto y septiembre de 1928, en una reunión en el castillo de Achnacarry, Escocia, se conformó el cártel global de petróleo más tarde conocido como las “Siete Hermanas”: Shell, Exxon, British Petroleum, Texaco, Gulf Oil, Mobil Oil y Chevron. Con todo, la mayor innovación energética del periodo fue el desarrollo acelerado de la energía atómica: en 1938 un equipo de investigadores en Berlín logró demostrar prácticamente la fisión nuclear, y para 1942 ya estaba construido el primer reactor, en Chicago. Obviamente, los estímulos pasaban por otro lado: en julio de 1945 Estados Unidos testeó las primeras bombas atómicas y un mes después las arrojó sobre civiles. Pero con el correr del siglo y del capitalismo 2.1, la energía atómica llegó a abastecer el 17 % de la electricidad global: en Estados Unidos participó del 20 %; en Japón y Surcorea, del 30 %; y en Francia, del 77 %.

En síntesis, el capitalismo 2.1 estabilizó su software a nivel global mediante dos dispositivos: la extensión de una autoridad de guerra en tiempos de paz, esto es, la hegemonía estadounidense, y la desmercantilización de circuitos enteros de la economía capitalista, que pasaron a ser administrados por las burocracias privadas del capital concentrado o por la burocracia de los organismos multilaterales.

Bienestarismo

Al nivel de las instituciones nacionales también se impuso la desmercantilización y movilización estatal en tiempos de paz. Lo que hoy llamamos “Estado de bienestar” fue un conjunto de instituciones reguladoras que aplicaron las naciones más industrializadas sobre sus mercados oligopólicos para ordenar el capital concentrado y los sindicatos (técnicamente, monopolios de trabajo). Un pacto entre el capital, el trabajo y el Estado para garantizar la colocación de bienes masivos en el mercado. Una versión genérica de esas políticas podría sintetizarse así:

  • Planificación de la economía capitalista mediante la coordinación de la inversión privada orientada a metas de mediano o largo plazo, y eventualmente, nacionalización de empresas por su condición estratégica y/o monopólica.
  • “Keynesianismo”, es decir, políticas monetarias activas, y eventualmente, inflacionarias, para incentivar el consumo y la inversión
  • Mediación entre los sindicatos y las empresas para mantener un nivel salarial acorde al consumo masivo y para legitimar el extenso control capitalista sobre el trabajo segmentado. A su manera deshumanizante, el taylorismo había reconocido al trabajador como una variable de la productividad, ahora le correspondía a la política integrar esa variable humana al producto nacional. 
  • Redistribución fiscal del ingreso para garantizar la participación de los diferentes grupos sociales en la renta nacional, combinando impuestos directos sobre la riqueza con impuestos indirectos sobre el consumo, y así financiar asignaciones directas (seguridad social) y generales (bienes y servicios subsidiados). Algunas de esas asignaciones eran previas a la guerra, incluso al capitalismo 2.0, pero habían sido concebidas como mecanismos rígidos (leyes, instituciones) y externos al circuito económico. El aporte keynesiano fue complementarlos con instrumentos flexibles (políticas monetarias) que operaran dentro del circuito económico, garantizando la demanda agregada. Un tubo financiero que conectaba la producción al consumo a través del salario.

Sobre este modelo genérico, cada país hizo lo que pudo con su hardware. Las economías escandinavas, pioneras en legislación social, menos dañadas por las guerras y con poca población, aprovecharon el capitalismo 2.1 para complementar la exportación de materias primas con industrias tecnointensivas, como la sueca Ericsson o la finlandesa Nokia. Francia aprovechó el Plan Marshall y la unión comercial con Alemania para planificar su economía e incubar industrias de punta, como la química o la automotriz. Gran Bretaña construyó un generoso welfare state a base de sindicatos y nacionalizaciones pero no planificó su industria y siguió rezagada, viviendo del tesoro imperial acumulado, la renta financiera y la nostalgia, en ese orden. Para 1947, Alemania y Japón apenas podían considerarse como “países”, con sus territorios arrasados y sus soberanías, mancadas. Las restricciones militares y el trauma posfascista inhibían cualquier forma de estatismo. Pero contaban con una clase empresaria fuerte y una mano de obra calificada y disciplinada por tres décadas de guerra y anticomunismo. Eso, sumado a la asistencia financiera estadounidense, los llevó a montar sistemas centrados en la autorregulación de las corporaciones. Las empresas alemanas y japonesas planificaban la producción, dirigían la innovación e internalizaban la negociación sindical (en Japón el paternalismo empresarial llegó al punto de desarrollar un régimen laboral alternativo al fordismo, el llamado “toyotismo”, que veremos más adelante), dejando al Estado el rol de coordinador general mediante el crédito y la formación de capital humano.

Resto del mundo

El capitalismo 2.0 era un sistema global, y el bloque socialista no era ajeno a él. La URSS salió de la crisis del 30 planificando su economía y explotando al campesinado. Luego de la guerra, se acantonó tras un muro de países satélite y les impuso su modelo económico, un subtipo rústico y más antimercado del capitalismo 2.1: acero, carbón y petróleo, planificación y desmercantilización total, movilización estatal de recursos, empresas concentradas, producción masiva y trabajo segmentado (sin negociación salarial). Incluso había una división internacional del trabajo dentro del bloque socialista. Al igual que Estados Unidos, la URSS pagaba su hegemonía con una hipertrofia de la producción militar; a diferencia de Estados Unidos, la desmercantilización plena (legalmente no circulaba un solo bien por el mercado, si bien pronto se desarrolló una gama de mercados más o menos ilegales) la privaba de un sistema de precios que permitiera optimizar la producción de bienes de consumo. Por eso, el sistema de planificación centralizada también conocido como “comunismo” fue más apto para la escala que requería la reconstrucción de posguerra o las carreras nuclear y espacial que para garantizarles zapatos a todos sus habitantes.

Las regiones periféricas quedaron relativamente desconectadas del capitalismo 2.0. El sistema de tuberías institucionales con el que se replicó al mercado mundial concentró los intercambios de bienes y capital en el hemisferio norte y los precios de las materias primas se mantuvieron bajos. En el caso del petróleo, artificialmente bajos por la presión política estadounidense. Los medios para lograrlo eran variados. Veamos dos ejemplos extremos. En 1933 Arabia Saudita encontró petróleo en su territorio, recientemente unificado bajo el principado de Abdulaziz ibn Saud. El príncipe puenteó al consorcio petrolero británico y negoció la explotación directamente con los estadounidenses: “Vienen sólo tras el dinero —razonó—, un motivo que los árabes podemos entender”. El lazo fue tan sólido que en 1950 ibn Saud pudo negociar sin problemas una participación del 50 % en los beneficios petroleros. Cuando Irán reclamó el mismo trato, la Anglo-Iranian Oil Company lo rechazó. Frustrado, el gobierno de Mohammed Mossadegh nacionalizó el petróleo. Estados Unidos y Gran Bretaña planearon entonces un golpe de Estado y consagraron a la monarquía absolutista del sha Pahlevi. 

Para las economías de enclave de África y América Latina todo siguió igual: los capitales extranjeros que explotaban las minas o las plantaciones trasladaron la caída de precios a los salarios, las condiciones laborales y el pasivo ambiental, esto es, el conjunto de daños ambientales causados por su actividad económica. Conscientes de las nuevas condiciones y del riesgo político que implicaba tener bolsones globales de pobreza, Estados Unidos y los organismos multilaterales auspiciaron la industrialización de las regiones periféricas. Los casos más exitosos fueron Corea del Sur y el sudeste asiático, donde convergieron las inversiones directas estadounideses y la mano de obra local, abundante y disciplinada a punta de pistola, para que se formaran enclaves exportadores de manufacturas baratas. Las economías periféricas medianas, con capacidad instalada y mercados internos relativamente desarrollados, como Brasil, México o India, compensaron la caída de los saldos exportadores fomentando una industria sustitutiva de importaciones. 

Simon Kuznets, el economista que inventó el Producto Interno Bruto, simplificó las economías del capitalismo 2.1 así: “Hay cuatro clases de países: desarrollados, en vías de desarrollo, Japón y Argentina”. Veamos ahora esta última clase de país.

Dulces dieciséis

El Himno Nacional Argentino, en la versión que hoy conocemos, tiene una larga introducción orquestal que suele demorar los eventos deportivos internacionales. Esa introducción es una síntesis del propio Himno: presenta de manera condensada las tres partes que tiene la obra entera (que a su vez reproducen los momentos de una batalla imaginaria). De la misma manera, los dieciséis años que transcurren entre el comienzo de la Primera Guerra Mundial y la crisis del 30 parecen condensar los desarrollos y contradicciones que tendrá el capitalismo argentino en el medio siglo siguiente.

Argentina atravesó esos dulces dieciséis años conectada a lo quedaba del capitalismo 1.0. Las exportaciones crecieron un 57 %, muy por arriba del promedio mundial de 15,6 %; el ingreso per cápita argentino superó al de Estados Unidos; los salarios se duplicaron y el Congreso aprobó una serie de leyes laborales (regulación de trabajo femenino e infantil, jornada de ocho horas). Pero no todo fueron mieles. La Guerra Mundial complicó el flujo financiero del que dependían las cuentas argentinas y el gobierno decidió salir del patrón oro. Hubo escasez de bienes y dinero, protestas violentamente reprimidas en el campo y la ciudad, reformas impositivas efectivas (retenciones móviles a las exportaciones) y frustradas (reemplazar los aranceles aduaneros por impuestos directos). El motor del crecimiento seguía siendo el sector agropecuario, pero Argentina había alcanzado su frontera agrícola. La solución fue intensificar y mecanizar la producción, y entrar en la dura competencia por la tierra entre la ganadería (que creció durante la guerra) y la agricultura (que se recuperó en la posguerra). A eso se sumaba el aumento de la población y del nivel de vida, que consumía una parte mayor de la producción exportable. Con la frontera agrícola también llegaba la ferroviaria, toda vez que el tendido buscaba esencialmente conectar la pradera con el puerto. Algunos también apuntan que la apertura del canal de Panamá en 1914 marginó estratégicamente al estrecho de Magallanes como paso interoceánico, y con él a todo el Cono Sur. Pero esa transición afectó mucho más al puerto chileno de Punta Arenas que al comercio argentino. Mucho más determinante fue el lento ocaso de Gran Bretaña, que amenazaba con privar al país de su principal cliente, mientras la nueva potencia económica, Estados Unidos, no podía complementarse comercialmente con Argentina porque también producía cereales y carne. Esto se resolvió provisoriamente con una triangulación típica de entreguerras: Estados Unidos financiaba a Gran Bretaña, que importaba bienes primarios de Argentina, que importaba bienes industriales de Estados Unidos. Un ménage à trois condenado a morir junto con la sobreliquidez de los años 20.

El agotamiento agrario reorientó los capitales hacia el creciente mercado interno y las industrias de bienes de consumo. Buscando saltear los aranceles, se instalaron en el país empresas estadounidenses como Chrysler, General Motors, RCA Victor, IBM, Colgate-Palmolive y Toddy; italianas como Fiat, Pirelli y Cinzano y Nestlé. Estas empresas funcionaban en la frontera de las posibilidades tecnológicas y traían a la Argentina equipo y procedimientos modernos, si bien en forma de enclave. De hecho, importaban sus insumos en un régimen de virtual libre mercado, por lo que no tenían sobrecostos. Por otro lado, muchos capitales nacionales se concentraban en las llamadas “industrias naturales”, como la alimenticia o la tabacalera, que aprovechaban la disponibilidad de materias primas y una batería de tecnologías y procedimientos simples, madurados bajo la industria 1.0.

El propio éxito del capitalismo 1.0 había combado al hardware argentino. Pronto la industria se transformó en una cuestión pública: el presidente Alvear la ponderó en sus discursos, e intelectuales como Alejandro Bunge anunciaban que “Debemos convencernos, señores, que esta es la última generación de importadores y estancieros. En la próxima generación, la de nuestros hijos, el predominio será de los grandes industriales”. Pero los niveles de ahorro e inversión internos eran demasiado bajos como para sostener un esfuerzo industrial desde adentro. Los empresarios industriales reclamaban protección arancelaria y cambiaria. La cuestión implicaba un realineamiento internacional: de un lado, Gran Bretaña se había asociado a un país agroexportador para venderle carbón y ferrocarriles; del otro, Estados Unidos participaba de la industrialización, quería vender autos y petróleo. Pero antes de ver en Estados Unidos a un promotor de la industrialización argentina, es bueno recordar que sus capitales participaban también de nuestro modelo agroexportador: integraban el cártel de frigoríficos y acaparaban un 60 % de los fletes. Por otro lado, la Standard Oil y la Anglo Persian Oil competían por la explotación del petróleo encontrado en Comodoro Rivadavia en 1907. Un decreto presidencial preservó la zona a la autoridad estatal, que más adelante quedó a cargo del ingeniero Luis Huergo, un enemigo de los trusts petroleros. La crisis de precios de posguerra y las deficiencias infraestructurales y administrativas llevaron en 1922 a la creación de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales.

El uso masivo de electricidad había comenzado en 1886 con la instalación de una usina en la ciudad de La Plata para alimentar los 200 focos del alumbrado público. En Buenos Aires el monopolio del alumbrado a gas retrasó la electrificación. Once años después, en Casa Bamba, provincia de Córdoba, se puso en funcionamiento la primera central hidroeléctrica argentina, y en la ciudad de Buenos Aires se construyó el primer servicio de tranvías eléctricos del país, que en una década reemplazó la tracción a sangre. En 1907 la Compañía Alemana Transatlántica de Electricidad (CATE) ganó la concesión de la red eléctrica porteña. El monopolio permitió unificar las tensiones y frecuencias de valores. También llevó a una cartelización del servicio entre la CATE, más tarde adquirida por la Compañía Hispano-Americana de Electricidad (CHADE), y la Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad, que terminó en un escándalo por sobornos en los años 30 y 40. 

Así, en el canto del cisne del capitalismo 1.0 argentino ya sonaban los tres acordes que tendría la versión 2.0: puja entre un sistema agroexportador estancado y una industria proteccionista, problemas con la hegemonía estadounidense y un Estado arrinconado entre sus buenas intenciones y sus necesidades inmediatas: cerrar las cuentas fiscales y gobernar a una sociedad cada vez más compleja. El capitalismo 2.0 en Argentina se extiende desde la crisis de 1930 hasta la de 1975. Podemos dividirlo en un periodo de desconexión de los circuitos tecnofinancieros globales entre 1930 y 1950, y un intento de agilizar ese sistema cerrado con un flujo de capital externo entre 1950 y 1975.

Referencias

Aldcroft, D. (1983). De Versalles a Wall Street, 1919-1929. España: Crítica.

Braverman, H. (1982). Trabajo y capital monopolista: la degradación del trabajo en el siglo XX. México: Nuestro Tiempo.

Coriat, B. (2000). El Taller y el Cronómetro: Ensayo sobre el taylorismo, el fordismo y la producción en masa. España: Siglo XXI.

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