Los mamíferos representamos apenas el 8,8% de las especies de vertebrados, con aproximadamente unas 5.490 especies conocidas. Si nos comparamos, por ejemplo, con los peces, no somos nada: ellos representan el 50,2%, con más de 31.300 especies descritas.
Si miramos la organización social de todos estos bichos, incluyéndonos, encontramos una diversidad enorme. Lo interesante es que muchas de estas formas de organización nos sorprenden o nos parecen descabelladas, y esto es porque a veces nos olvidamos de que, tanto animales no humanos como animales humanos, estamos atravesados, unidos y organizados por la evolución.
Hay una rama de la biología, la Sociobiología, que estudia las bases biológicas de conductas sociales de los animales tales como la cooperación, la agresión, la territorialidad y la elección de pareja. Fue muy popular en sus inicios, pero medio que se le pudrió el rancho cuando se fue de mambo tratando de explicar absolutamente todo lo que tenía que ver con nuestra especie a través de bases biológicas. A partir de ese momento, muchos detractores salieron a tirarle con todo, comparándola con el determinismo biológico, el darwinismo social y el movimiento eugenésico.
El mundo de los animales y sus organizaciones sociales está plagado de situaciones que no se muestran mucho en documentales, que inquietan a muchas personas y que, cuando aparecen en sobremesas, algunos las agrupan bajo algo así como ‘la biología del terror’. La Bioguía o el ecologismo light no te cuentan nada sobre las violaciones grupales en los gansos, en algunos patos y en primates; ni del infanticidio en leones (aún no nos recuperamos de la muerte de Mufasa), en algunas ratas, en chimpancés y otros primates; o sobre los abortos inducidos (conocido como Efecto Bruce) en hembras de algunos roedores o en los monos geladas después de que el macho dominante de su grupo es sustituido por un nuevo líder (procesos que atormentarían a Cynthia Hotton), sólo por nombrar algunos ejemplos.
La mayoría de los mamíferos son solitarios, las hembras forrajean independientes (morfan solitas) en sus territorios y se encuentran con los machos sólo durante la reproducción. Se aparean y si te he visto no me acuerdo. Un menor número de especies son sociales, y esta sociedad puede ser simple (una pareja) o compleja (un grupo). En el caso de las sociedades simples suele tratarse de especies monógamas en las que una hembra y un macho comparten territorio durante bastante tiempo. En el caso de las especies que viven en grupo, la organización tiene distintas variantes.
Si un macho vive con un harén de hembras y se aparea con todas ellas hablamos de poliginia. Como en algunos lugares de Medio Oriente y África, pero sin la parte de apedrear a las pecadoras. Los leones, los ciervos, los gorilas y los chimpancés, entre otros, tienen este tipo de organización. Uno podría preguntarse por qué las hembras de algunas especies aceptan este tipo de contratos en los que no hay lugar para los celos ni los abogados. En muchos casos hay beneficios asociados, como la cría cooperativa. También, en otros ejemplos de sistemas de poliginia, el beneficio para las hembras está dado por el acceso a una mejor situación reproductiva sin necesidad ni interés de monopolizar al macho, sólo a sus genes y su territorio.
En el otro extremo tenemos la poliandria: una hembra que se aparea con varios machos, logrando a partir de eso una organización social. La mayoría de los ejemplos se encuentran en animales no mamíferos: algunas ranas, buitres, gorgojos y las moscas de la fruta. Sin embargo, hay especies de primates que también adoptan este tipo de vida. Las hembras del macaco cangrejero (un mono que come cangrejos) se revuelcan con todos los monos que pueden cuando están en celo. En general tratan de aparearse con el macho dominante, pero si éste se hace el divo o está ocupado, les viene bien cualquier otro. Las hembras de mayor status jerárquico son las que antes entran en celo, las que más veces copulan y las que tienen crías con mayores probabilidades de sobrevivir. En este esquema no gana el más fuerte, ni el más peludo ni el más lindo, sino el que tiene los espermatozoides más power. Supersperman (?). O sea que los espermatozoides de cada uno de los machos con los que copula la hembra hacen carrerita dentro de sus genitales.
Este proceso muestra que los machos son tan competitivos como sus propios espermatozoides. Las hembras del babuino sagrado egipcio adoptan también esta estrategia de cópula con muchos machos, lo que genera confusión de paternidad entre ellos, logrando así obtener muchos padres para el cuidado de sus crías. Nada que no hayamos visto en programas de chimentos y reality shows.
¿Qué sucede con las especies monógamas en las que un macho y una hembra sólo se aparean entre ellos? Durante mucho tiempo se postuló que la monogamia en mamíferos era consecuencia de la selección de una forma de cuidado parental, mediante la cual la consolidación de la pareja reduciría, entre otras cosas, el riesgo de infanticidio cometido por otros machos que compiten por territorios y hembras. Pero en 2013, un trabajo publicado por la revista Science derribó esa enternecedora teoría y, mediante un exhaustivo análisis que se extendió a las 2545 especies de mamíferos sobre las que había información disponible, se puso de relieve que la monogamia se debía, en realidad, a que las hembras se tornaban reacias a la presencia de otras hembras cuando estaban en época de apareamiento. La intolerancia era tan importante como los territorios que ocupaban, haciendo que un macho se conforme con una sola hembra porque paja caminar tanto. La monogamia se da entonces en especies con hembras –un tanto complejas– que no pueden vivir fácilmente en grupo y con machos –un tanto vagos– incapaces de defender el acceso a más de un territorio.
¿Y qué onda los humanos? Los matriarcados reproductivos también existen en algunas sociedades humanas. Se estudiaron varias culturas repartidas por todo el mundo (la etnia Bari en Venezuela, algunas etnias tibetanas o los awás de Brasil) en donde se encontró este tipo de comportamiento en mujeres en ambientes bastantes diferentes pero con algunos denominadores comunes. Los varones con frecuencia superan originalmente en número a las mujeres, pero después sufren una elevada mortalidad antes de ser adultos, ya sea por la guerra o porque se los comió un tigre o un cocodrilo. Todo parece apuntar a que no hay un determinismo genético que nos lleve a comportarnos de una u otra manera al momento de conseguir pareja reproductiva, sino que somos bastante flexibles y adaptables a las condiciones que se presentan en el entorno, y a partir de eso hacemos lo que convenga a nuestros genes, hijos y espermas. Bueno, está bien, a la descendencia. Nuestros primos hermanos, los chimpancés, tienen un apareamiento de tipo poligínico (el macho anda con más de una hembra), pero eso puede cambiar según la situación en que se encuentren. Por ejemplo, si una pareja de chimpancés tiene un territorio lo suficientemente amplio y bocha de comida, tienden también a la monogamia. Todo se vuelve medio caótico y competitivo cuando los recursos escasean. Teléfono para el capitalismo.
La poliginia casi que no existe en nuestra civilización occidental y la mayoría de las culturas tienen un sistema de apareamiento monógamo. Pero en algunos países asiáticos y africanos todavía existe este modo de organización social. Sin embargo, incluso en esos casos, las mujeres tienen menor éxito reproductivo que las mujeres en relaciones monógamas (incluso comparando dentro de una misma etnia), y la mortalidad infantil es notablemente mayor. De este modo, la poliginia en humanos se parecería más a un mal cultural con base biológica en la dominancia masculina que a un resultado de la selección natural. ¿Suena a patriarcado?
El hecho de que haya raíces biológicas que expliquen la dominancia masculina no implica que tengamos que aceptarla. El cáncer, la hepatitis y la gripe también tienen raíces biológicas y sin embargo hacemos todo lo posible para prevenirlas y curarlas. Lo mismo debemos hacer con los males asociados al carácter dominante del sexo masculino que persisten fuertemente en muchas culturas, a veces institucionalizados y otras veces más solapados.
Que los investigadores tratemos de entender las bases biológicas de las conductas sociales, aún las más terribles, no quiere decir que las estemos justificando. Al contrario, nos permite rascar en nuestro origen y ponernos de frente a nuestra herencia evolutiva, reconocer y entender nuestras falencias y, en una de esas, empezar a superarlas.