Capítulo 2.15

Loba

4min

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⎯Hola, nena, disculpá que te moleste tan tarde. ¿Sabés que me está cayendo agua por la medianera? Quería saber si viene de tu lado.

El rostro de Nelli estaba especialmente arrugado esa noche. Los surcos eran extensos y oscuros, como si quisieran llegar con urgencia al otro extremo de la cara. Era la primera vez que veía a Nelli parada frente a la puerta y su corta estatura ahora se hacía real, se medía con otras alturas. La del umbral, por ejemplo, la superaba dos veces.

⎯No sé, tendría que fijarme ⎯dijo Pía⎯. ¿Quiere pasar?

Nelli se llevó una mano al pecho buscando algo, quizá una excusa. Luego la bajó.

⎯Bueno. Permiso ⎯dijo. Y subió el escalón de la entrada.

Pía la guió por el pasillo. Nelli echó un vistazo a los dos juegos de llaves colgando de la pared. Antes de abrir la puerta del patio, miró el reloj de la cocina. Era muy tarde.

⎯Disculpá que vine así, sin avisar.

⎯No pasa nada. Nos fijamos. ⎯Pía abrió la puerta.

En el patio, las plantas se veían endurecidas bajo la luz del farol. Fueron hasta la medianera y comprobaron que estaba seca.

⎯De mi lado está todo lleno de musgo ⎯dijo Nelli.

⎯Qué raro. ¿Es la primera vez que pasa?

⎯Sí. Bueno, no. Pero ya hace mucho.

⎯¿Desde hace cuánto vive usted acá?

⎯Desde que tengo once años. Después me casé, me fui. Y volví.

Entraron. Ahora todo parecía más viejo que antes. Las escaleras, más que nada. Cuando pasaron frente a ellas, el tiempo se asentó en la madera con tanta vehemencia que ambas se detuvieron, sin preguntarse por qué, a mirarlas.

⎯Qué casa ⎯dijo Nelli.

⎯¿Quiere verla?

⎯¿Puedo verla?

⎯Sí, claro.

Subieron. Nelli les prestaba atención a las esquinas, sobre todo. A la manera en que parecían alejarse por más que una se acercara, o subiera, o se inclinara. Al cuarto de Pía le echó sólo un vistazo: la cama, la ventana, la mesita de luz. Los frascos de pastillas, bien cerca uno del otro.

Siguieron subiendo, llegaron al piso de arriba. Pía golpeó la puerta y entró en la habitación de Tura. Estaba acostada en la cama, leyendo. Nelli dio un respingo cuando la vio.

⎯Tura, ella es Nelli, la vecina. Vino a ver la medianera.

⎯Hola.

Tura siguió leyendo. Pía y Nelli salieron.

⎯Me la imaginaba distinta. ⎯Nelli miró el techo, el baño enmarcado al final del pasillo⎯. La casa, digo. Más parecida a la mía. Pero está como al revés.

⎯Usted conoció a mi tía, ¿no, Nelli?

Nelli empezó a bajar las escaleras sin que Pía la guiara, agarrándose con una mano de la barandilla y la otra, ahora sí, apoyada sobre el pecho.

⎯Sí, sí, la conocí. Bueno, vivía acá. Tampoco es que la conocía.

⎯Creyó verla ahí arriba, ¿no?

Nelli soltó una risa desgastada. Le costaba hablar mientras se movía.

⎯Sí, pensé que era ella.

⎯Ese era su cuarto.

⎯¿Ah, sí?

⎯¿Cómo era Loba? Lo que usted recuerda, al menos.

Se detuvieron en el cuarto de Pía una vez más. A Nelli le faltaba el aire. Negó con la cabeza. No parecía tan nerviosa ni tan tajante como cuando hablaba desde el umbral de su propia casa. Estaba fuera de lugar y sin los marcos que la sostenían se achicaba sin remedio, cada vez más. Pía temió que no pudiera seguir bajando y que fuera a quedarse ahí todo el día, todos los días, como un mueble desalojado que por fin había encontrado un sito para reposar y llenarse de polvo.

⎯Era muy difícil hablar con ella, cuando… cuando ella buscaba hablar. No sé cómo explicarlo. Pasó hace mucho tiempo, ya.

Nelli se aclaró la garganta. Miró el interior del cuarto de Pía una vez más.

⎯Entiendo que vos no la conociste, ¿no?

Pía negó con la cabeza.

Nelli intentó retomar el descenso. Los pies le temblaban cuando los suspendía en el aire para pasar de un escalón al otro.

⎯¿Habló usted con ella alguna vez? ⎯preguntó Pía.

⎯Sí, alguna vez. No me acuerdo. ¿Me ayudás?

⎯¿Se llevaba bien con usted?

⎯No se llevaba bien con nadie acá.

Pía le puso una mano bajo el codo y bajaron.

⎯Era… inquieta. Siempre le pasaba algo. Era muy ruidosa, también. Parecía que todo el tiempo tenía una urgencia. Y cuando se te acercaba, te traía todo eso. Te lo tiraba encima.

Se detenían cada vez que un escalón crujía. Cuando el ruido cesaba, seguían.

⎯Era de esas personas ⎯dijo Nelli⎯ a las que no les querés abrir la puerta.

Sonó la primera alarma barrial. Se quedaron quietas en el anteúltimo escalón, sintiendo el cambio del peso en el ambiente, el cambio en la fuerza con la que se agarraban una a la otra. 

El silencio retornó agudo. Tuvieron que arrancarse los pies de ese lugar en el que la alarma las había encontrado.

⎯Después cuénteme qué pasó con la medianera ⎯dijo Pía.

⎯Cuidate, nena. ⎯Nelli le apretó el brazo sin mirarla⎯. No salgas.