Me molesta no poder escuchar las canciones. Está lleno de discos y ni uno sé poner. Me molesta este estéreo de mierda. ¿Para qué quería la vieja un estéreo? Podía descargarse las canciones y listo.
No sé por qué me la imagino vieja. Ni sé cuántos años tenía. Cuándo se murió. La edad que tenía cuando se murió es la edad que tuvo, la va a tener siempre. Y no sé cuántos años tuvo la tía de Pía. Me la imagino vieja porque sus cosas son viejas, incluso para su época. ¿Para qué un estéreo? Para que yo no sepa ponerlo, nomás. Para joderme.
Quiero poner los discos, me molesta no saber escuchar las canciones. Tengo todo: el estéreo, los discos y las canciones. Sin embargo, algo me falta. Algo no entiendo. Eso sólo basta para estar sorda, para no poder escucharlas.
Hasta las letras tengo. Adentro de las cajitas de los discos están estos folletos. Dicen los nombres de los músicos, los títulos y las letras de las canciones. Esta, por ejemplo, me gusta mucho:
“Las horas van pasando / y yo sigo soñando / hace como dos días que no puedo reaccionar. / Después de tantas noches / de haber yo trasnochado / voy a tomarme el lunes para poder descansar”.
El ritmo es necesario. Es necesario saber el ritmo de esta canción. Si no, se lo termino inventando yo y todos los ritmos que se me ocurren son tristes. Yo trasnocho. Todas las noches. Yo vivo así. Y, como este hombre, que fue muy joven, que es viejísimo, necesito descansar.
Pía necesita descansar también. Está pasada de rosca.
Acá nadie puede descansar. Ni siquiera dormir.
Y eso que soy sorda. Aprendí a ser sorda. En mi casa todos gritan como si tuvieran algo que decirse y la mayoría de las veces ni me doy cuenta. Aprendí a no escuchar.
Este lugar es el problema.
Mi casa está bajo tierra y los sonidos se aprietan, se mueren rápido. Son lo que son. Son una sola vez. Pasan de largo.
Acá no. Esta casa es muy grande. Afuera, las calles son abiertas. El sonido viaja y rebota, viaja y rebota, hasta que me encuentra. No quiero escribir más. No se entiende lo que digo. Digo que acá el sonido me encuentra siempre.
Soy sorda, no puedo, no sé escuchar ni las canciones ni nada. No escucho nada. Sin embargo, algo me mantiene despierta. Deben ser los gritos. No los escucho, pero me encuentran. Ahora sé que son ellos los que no me dejan dormir. Pienso en irme a algún lado. Pienso que los que vienen a morirse no lo hacen tanto por morirse sino por hacer un ruido que tenga su nombre. Pienso que dicen sus nombres al morir. Pienso en cómo gritar mi nombre para que dure más. Pienso en…
Pía cerró el diario de Tura porque escuchó la llave girando en la puerta de la entrada. Los cascabeles. Volvió a hundir el cuaderno en el fondo de la mochila. Era lo único que Tura guardaba ahí adentro, el resto de sus cosas estaban desparramadas por la habitación. Tura tenía razón. Era el eco.