Capítulo 3.19

Cronología

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Sola, estaba sola en la casa. Más que antes, más que nunca.

¿Desde hacía cuánto estaba viviendo ahí? ¿Desde que se había mudado, hacía meses, casi un año, o desde antes? ¿O desde ahora, que estaba sola?

Estaba por amanecer. El peor momento, el peor. La pastilla intentando cerrarle los ojos como un sombrero muy apretado. No recordaba cuándo había tragado la última diacepina. ¿Tres horas ya? Tenía la sensación de que no. Pero una no podía confiar en su reloj interno, los órganos se despertaban a cualquier hora. Miró la mesita de luz. Los frascos estaban juntos.

Aún tenía el velador prendido. Se había traído a la cama una lapicera y un cuaderno de la facultad, con la intención de escribir, de empezar a escribir un diario. Quedó paralizada en esta duda: ¿cuándo había sido?

La casa quedó sola cuando la tía Loba falleció. Las casas no podían quedarse solas, se volvían ociosas y la morosidad era un peligro, para los Cuerno y para cualquiera. Así que, teniendo la edad que tenía, y siendo que la catatonia era una rutina con la que ya sabía lidiar, la conclusión fue que Pía viviera en la casa. Que Pía se mudara. Le quedaba más cerca del trabajo. Más cerca del centro, de algún centro importante del que había que estar cerca. Y así la casa no estaba sola; ella estaba sola para que la casa no lo estuviera, para suplir el lugar de quien sintiera la falta.

No estaba segura de querer escribir, por eso no lo hacía. La pregunta era la misma: ¿dónde se empezaba? ¿Cuándo se comenzaba a escribir? Nunca había anotado nada lo más remotamente parecido a un pensamiento; la primera cosa que escribiera rebosaría de significado. Para escribir, había que escribir desde antes. Había que retomar una conversación, así, bruscamente. Entonces nunca se empezaba. Pero de esta forma, robando el deseo de otro, imitando la pulsión de Tura, no había nada que continuar. Sólo podía colarse.

Esto fue lo que escribió:

Los frascos están juntos.