Capítulo 2.13

Comunicaciones

4min

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Tres noches seguidas había soñado lo mismo. Veía con sus propios ojos la salida del sol.

⎯Línea de Gravedad Uno ⎯dijo.

Esa semana le tocaba comunicaciones. La voz le fallaba de vez en cuando, como si el aire se le metiera para adentro en lugar de vibrar por sus cuerdas vocales y salir; pero, sin dudas, lo que le estaba costando más era mantener la atención fija, el oído atento a lo que las voces del auricular decían, que no se le dividiera el pensamiento, la cabeza.

⎯Señora, los síntomas de insolación suelen aparecer a las pocas horas. Si su hijo salió la semana pasada y recién hoy…

La mujer la interrumpió. Sus palabras sonaron distorsionadas y huecas, los acentos se elevaban en altos picos que le taladraban la oreja, se escapaban del auricular.

Soñaba con la salida del sol. Ella estaba parada en un umbral; de la puerta para adentro era la casa de sus papás, de la puerta para afuera era una calle que no conocía. Al principio tenía el casco, pero después no. Sin sacárselo, desaparecía. La luz del amanecer le daba directo en la cara pero de inmediato algo estaba mal.

⎯Bien. Dígame su dirección.

Por el rabillo del ojo sintió que Manuel la miraba.

⎯La ambulancia está en camino. Me indican que llega en diez minutos. Sí. Hasta luego.

Cortó.

⎯Te cortaste el pelo ⎯dijo Manuel.

⎯Línea de Gravedad Uno.

En el sueño, la luz no la quemaba. El miedo, igual; el peligro. Trataba de protegerse la vista con las manos, pero no podía mantener los brazos levantados mucho tiempo. Se le aflojaban, como si no tuvieran sangre. Intentarlo era agotador. 

⎯¿Una mancha negra?

Pía escuchó crujir la silla de Manuel y sintió un escalofrío, como si la hubiera pellizcado.

⎯¿Recién hoy, o ya le había pasado antes?

En el sueño, avanzaba, con la cabeza gacha, los ojos casi enceguecidos, tratando de quitarse la luz de las pestañas, de los lagrimales, intentando defenderse con los párpados; imposible levantar la vista, sostener los brazos en alto, imposible intentar hacer otra cosa.

⎯Está bien. Dígame dónde está.

Llegaba un punto en el que ya no sabía si estaba avanzando contra el sol o hacia él.

⎯Ya está en camino la ambulancia. Dígales que tiene que esperar ahí.

Cortó.

⎯¿Otra mancha negra? ⎯Manuel habló con algo en la boca; quizás un caramelo, o una lapicera⎯. Acordate que nos dijeron que no mandemos más si es por la mancha negra. Se tienen que acercar a un hospital.

Pía pasó a la siguiente llamada con un clic.

⎯Línea de Gravedad Uno.

Manuel suspiró y fue como si le hubiera soplado en el oído.

⎯Señor, esto es una línea de emergencias médicas, no una línea de consulta.

Veía el amanecer por sus ojos entrecerrados. El brillo era tan fuerte y tan pesado que le empujaba los párpados hacia abajo, cada destello le sepultaba la vista como si le echara tierra encima, tierra roja, naranja, amarilla, blanca.

⎯Si es de consulta, derivalo ⎯dijo Manuel.

⎯Está bien, dígame.

Y cuando estaba cerca (¿cerca de qué?) hacía un intento feroz, el único, sólo tenía pulso para uno solo: cerraba los ojos con fuerza, juntaba impulso y los abría mucho, mucho, bien redondos, los párpados retraídos, sólo un gran blanco y un circulito de color que se contraía. Se quedaba ciega, pero no porque le quemara, sino por el resplandor.

⎯No, señor, los rayos del sol no quedan impregnados en las cosas, mucho menos en el pelaje de los animales. Si le pica la mano, debe ser por otra cosa. Quizás su perro tiene pulgas.

Eso que estaba masticando Manuel debía ser, en efecto, una lapicera. Pía escuchó el plástico quebrarse.

⎯De todas formas le envío a los médicos para que lo revisen. Dígame su dirección.

⎯Che. Pía.

⎯Perfecto. Me indican que debería estar llegando en veinte o veinticinco minutos.

⎯Pía.

⎯Hasta luego.

Cortó.

Iba a hacer clic para entrar a otra llamada, pero las ruedas de la silla de Manuel giraron rápido; pasó de su escritorio al de ella y le agarró el brazo.

⎯¿Mandaste una ambulancia por un animal?

Pía creyó decir algo, pero la voz se le hundió. La mano de Manuel estaba excesivamente caliente, como si su corazón bombeara fuego; si la seguía agarrando así, le iba a dejar una marca. Se le iban a grabar las líneas de la palma de su mano, le iba a tatuar un mapa.

⎯Pía ⎯dijo Manuel⎯, vos vivís en Febo, ¿no?

El aire se le metía para adentro, para adentro, para adentro.

⎯No sé qué es eso. Soltame, por favor.

Manuel la soltó. No hablaron más en todo el día.

Y en el sueño (¿en el sueño?) mientras se iba quedando ciega sentía que algo adentro suyo se empezaba a mover.

¿Qué te pareció?