Capítulo 2.8

Cadáveres

6min

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⎯Tu ducha es buenísima.

Tura abrió la puerta del baño. Junto a ella salió una columna de vapor que parecía desprenderse directamente de su cuerpo. La toalla en su cabeza se alzaba bien tirante.

⎯¿Pudiste abrir la fría sin que se te apague el calefón? ⎯preguntó Pía.

⎯Me bañé con la caliente nada más.

Salió del baño descalza. Cuando pasó por su lado, Pía llegó a sentir la temperatura de su piel enrojecida. Tura se metió en el cuarto de la tía Lovato, donde se había instalado. Hacía casi un año que Pía vivía en esa casa y la habitación de la tía Loba siempre le había dado cierto recelo; sentía que algo la expulsaba, que la cama era demasiado dura, que los muebles rechinaban con desprecio cuando ella entraba. Había tenido que refugiarse en el cuarto de invitados.

Tura no tuvo ese problema. Desparramó sus pertenencias casi con desdén y ahora se cambiaba sin pudor frente a aquellas paredes viejas que no habían visto un cuerpo desnudo en mucho tiempo.

Pía entró en el vapor del baño. El piso de baldosa negra seguía frío. Abrió el agua de la ducha. Nunca se había quedado sin agua caliente, pero tampoco nunca se había bañado otra persona antes que ella. Se apuró a meterse.

⎯Hay un montón de ropa vieja acá ⎯escuchó que decía Tura desde el cuarto⎯. Mirá este saco. Yo no lo usaría, pero es vintage. Esto lo re podés vender.

Tres cuartas partes de las duchas de Pía consistían en lavarse el pelo. Lo tenía fino y largo, un manto de abundante cantidad sin forma. Había considerado cortárselo solamente para tardar menos en bañarse, podría ahorrar agua, shampoo y acondicionador. Pero algo en el peso sobre la espalda, en la cortina que se formaba sobre las tetas y le rozaba el estómago, en la caída larga y enredada que zigzagueaba, mojada, como cientos de afluentes de un gran río, algo de eso se aferraba a su piel con tantas ganas que acababa convenciéndola de no hacerlo.

Esa noche, cuando se puso buena cantidad de acondicionador y con los dedos fue abriendo, empujando y desenredando, le pareció que se le caía más pelo de lo normal. Unos cuantos siempre aflojaban y se desprendían, pero no llegaban a tapar el desagüe. Esta vez, un pequeño estanque de agua empezó a formarse en torno a sus talones.

⎯Pía ⎯la voz de Tura estaba de pronto pegada a la puerta del baño⎯, mirá lo que encontré.

Pía asomó la cabeza por la cortina de la ducha. Un brazo de Tura irrumpió desde afuera, atravesando el vapor. En la mano sostenía un pote alargado.

⎯Protector solar ⎯dijo Tura, emocionada.

⎯No te vayas a poner eso.

⎯Venció en el 2031.

Pía se miró la mano llena de pelos sueltos; le daban vueltas concéntricas por los nudillos; algunos, vencidos por el peso del agua, iban descendiendo por su muñeca.

⎯Adiviná cómo se llama.

Trató de pensar un nombre para un protector solar, pero era difícil.

⎯No tengo idea.

Rayito de sol ⎯dijo Tura.

A Pía le subió una carcajada por la boca. Reírse la sorprendió: en realidad el nombre le parecía bastante macabro.

⎯Me encanta el diminutivo rayito ⎯comentó su amiga⎯. Es como una patita que te quiere acariciar.

El estanque de agua ya era un verdadero océano. No sabía qué hacer con los pelos en la mano. El tacho de basura estaba lejos y estirarse hasta el papel higiénico iba a ser engorroso. Con un escalofrío de asco, pegó los pelos en la pared de la ducha.

⎯Hay un montón de cosas vencidas en el mueble ese ⎯dijo Tura⎯. ¿De quién era pariente tu tía?

⎯Hermana de mi papá.

⎯¿Y nunca vino a llevarse las cosas?

Pía estaba terminando de sacarse el acondicionador. De reojo, veía los pelos pegados formar figuras sobre la cerámica color crema.

⎯¿De qué murió?

⎯Me dijeron que tenía problemas del corazón.

En la pared, uno de los pelos hacía una curva desde arriba y otro lo cruzaba más abajo. A Pía no le costó darse cuenta de que era un cuerpo: una cabeza desinflada, un torso arqueado, un brazo estirado.

⎯¿Qué olor tiene el protector? ⎯preguntó, sin saber de dónde había sacado la duda, qué afluente de cabello le había traído la curiosidad. Cuando se le ocurrió que quizás algo vencido hacía tanto tiempo podía ser tóxico, en especial algo como el protector solar (porque vaya una a saber de qué estaba hecho eso), Tura contestó.

⎯No sé ⎯dijo⎯, es como… como a verano viejo.

⎯¿Cómo es el olor a verano viejo?

El brazo de Tura hizo a un lado la cortina del baño y apareció flotando con el pote en la mano. Era blanco, con un gran 99 naranja al frente.

⎯Mirá, olé.

Pía se acercó y colocó la nariz, con sumo cuidado, sobre la pequeña abertura. Era verano viejo. Le sorprendió la precisión con la que Tura había encontrado un nombre para aquel olor, porque cualquier otra cosa habría sido un desatino. 

⎯Es como uno de esos inflables para la pileta ⎯dijo Pía, que nunca había estado en una pileta, pero sí en el supermercado, en el pasillo con las góndolas de temática verano, y recordaba ese aroma vicioso a goma gruesa.

⎯Sí, pero como si tuviera polvo.

El pote y el brazo de Tura desaparecieron. Pía cerró la ducha. Hubo un silencio irreconocible. Miró la figura de pelo en la pared. El cuerpo estaba ahí, estirado, deformado por el peso de las gotas de agua. Pía le pasó un dedo por encima para desdibujarlo, pero todo lo que hizo fue formar otro, más aplastado, que ahora se arrastraba por un suelo movedizo.

El lago de agua y espuma intentaba retroceder, se apelotonaba sobre el desagüe en una huida lenta y agónica. Cuando, con un sonido de succión espantoso, el agua desapareció, Pía vio todos los cabellos que se le habían caído, un montón de cadáveres sin forma amontonados sobre los agujeros.

⎯Tura ⎯dijo⎯, ¿te animás a cortarme el pelo?

⎯Hay un montón de discos viejos acá en la biblioteca. Y me parece que eso de allá es un estéreo viejo. Es gigante. ¿Andará?

⎯Después ordená lo que sacás.

⎯Obvio que voy a ordenar.

⎯Las llaves que usás, las que te di, eran de ella también ⎯comentó Pía, escurriéndose el pelo⎯. Las de los cascabeles ⎯aclaró, porque le surgió la necesidad en la lengua de pronunciar la palabra cascabel.

Se secó con la toalla pensando en el cuarto oscuro de la tía Loba y en su polvo imperturbable, severo. Sentía que su tía estaba en ese polvo, y sacar las cosas, usarlas, encontrarles otro lugar, en vez de conocerla era como olvidarla, como sacársela de encima.

⎯No prende esto ⎯oyó que Tura tocaba botones y arrastraba algo pesado por el piso⎯. No entiendo cómo es.

⎯Capaz está roto.

⎯Voy a seguir probando. ¿Te corto, entonces?

⎯¿Te animás?

Pía salió del baño envuelta en toalla y pelo mojado. Tura estaba en el pasillo con las manos en la cintura, un saco marrón sobre los hombros y unos lentes oscuros, negrísimos. Todavía tenía la piel húmeda y el polvo de Loba se le había pegado a las rodillas y los codos.

⎯Después, si no te termina gustando, te la vas a bancar, ¿no?

Pía asintió. Nada le iba a gustar. Estaba segura de eso. Nada le iba a gustar porque lo que se había vuelto intolerable no era el pelo, era otra cosa, siempre sería otra cosa, y se seguiría acumulando sobre el desagüe.