Capítulo 3.21

Asoma

5min

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La miró guardar sus cosas, que no eran tantas, en la mochila. Luego la acompañó a la salida. Cuando subieron al ascensor y él presionó el botón que iba hasta la terraza, Pía no dijo nada. Manuel, abrió la puerta con una llave que sacó del bolsillo.

Más que una terraza, era un techo. No había de qué agarrarse. El piso se terminaba de golpe, doblaba hacia abajo y empezaba el cielo. La noche rota por las luces de los edificios, la inmensidad, la hicieron imaginarse cayendo al vacío de distintas formas: un tropiezo, un traspié, un salto, un empujón. Pía avanzó hasta que el vértigo la obligó a sentarse. Manuel se sentó junto a ella.

⎯No se lo dije a nadie.

Cualquiera de los dos podría haberlo dicho. Fue Manuel.

⎯Lo que nos pasó el otro día ⎯continuó⎯. Nosotros a veces jugamos a un juego. Con mis amigos. Somos cinco, a Pichón ya lo conocés. Y a veces hacemos una estupidez, es una estupidez.

Las ganas que tenía de contarlo le produjeron a Pía ganas de escucharlo. Se agarró a su voz en la altura, para no caer rodando, sin querer, por los bordes pelados del techo.

⎯Nos gusta caminar por arriba, por la superficie. Nos juntamos y vamos a lugares que ya no se usan. Y caminamos hasta muy tarde. Yo no fui el que empezó, pero estas cosas nadie sabe quién las hace primero. Capaz sí fui yo.

Pía entendía mucho.

⎯Gana el que aguanta más. El que se queda más tiempo. Siempre me pareció tonto, y jugué hasta cierto punto. Nunca gané. Pichón… creo que una vez. Pero siempre nos terminamos metiendo antes de que amanezca, si no estaríamos muertos. Nos metemos antes de que se cierren las puertas de los accesos al subte. Las automáticas.

»El otro día, el día que me encontraste en el subte, no jugamos. No estábamos jugando. Estábamos volviendo, nada más. Caminando. Y en algún momento, me paré. Me paré, me quedé parado, Pía. No me moví más. Y todos siguieron caminando, no se dieron cuenta. Ya no había nadie en la calle a esa hora. Fue como si… me olvidara. Me olvidé que estaba ahí. Se me olvidó. Si no fuera por Pichón, que cuando todos entraron por la boca del subte se dio cuenta que no estaba, y miró para atrás, y me gritó, yo me hubiera quedado ahí.

»Lo que pasa es que ya era muy tarde. Cuando Pichón gritó, sonaba la última alarma. Y estaba lejos, me había quedado muy atrás. Como a tres, cuatro cuadras.

»Así que corrí. Cuando reaccioné. Corrí para la boca del subte. Mientras corría, pensaba. Por eso no podía ir más rápido, no me salía. Corría y pensaba: ¿para qué corro si me voy a morir? Pero seguía corriendo. Y cuando llegué a la boca del subte, se me cerró.

⎯¿Cómo?

⎯Se me cerró la puerta en la cara, la puerta de seguridad, la de metal doble. No llegué.

Pía lo miró de nuevo, preguntándose si Manuel estaba verdaderamente ahí con ella o si estaba hablando con un muerto. Uno de los muertos, uno de los suyos, de Mansilla. Pero no, no era. Él había corrido. Tenía que haber una diferencia y era esa, y otra más.

⎯Pichón intentó sostenerla para que no se cerrara y se agarró la mano. Casi se quiebra la muñeca intentando sacarla. Él quedó adentro, todos quedaron adentro y yo afuera.

⎯¿Y qué hiciste?

⎯Otra vez, de no ser por Pichón, yo me hubiera quedado ahí. Estaba… no tenía miedo, ni pánico, era algo más allá. Un sentimiento blanco. Pálido. Yo sentía que ya me estaba muriendo. Pichón me gritó desde el otro lado que corriera hasta la boca de subte que está en Córdoba y Junín, a unas cuadras. Esa todavía tiene las puertas manuales. Él me iba a esperar ahí.

⎯¿Y qué hiciste?

⎯Y corrí. Corrí y sentí que me quemaba, que el sol ya había salido. Yo sentí dolor. Genuinamente, lo sentí, un dolor insoportable, por adentro y por afuera. Pero seguí corriendo. Debí haberlo imaginado.

»Pichón también corrió, por abajo. Se mandó por uno de los túneles a correr, podrían haberlo pisado en las vías. Llegó, como me dijo, me estaba esperando ahí cuando llegué. Me gritaba. No escuché nada, ni mi corazón, solamente el sonido de la alarma. Llegué y me metí por la entrada, me tropecé, me estampé contra una pared. Pero estaba adentro. Pichón estaba cerrando las puertas, giraba la manivela como un loco. Las puertas se estaban por cerrar. Y lo vi. Lo llegué a ver.

⎯¿Qué cosa?

⎯Vi un rayo de sol que salía.

⎯Eso es imposible.

⎯Lo vi. Lo vi salir por arriba de un edificio, justo antes de que la puerta terminara de cerrarse.

⎯Tendrías que estar muerto.

⎯Y ahora lo tengo en el ojo.

Manuel no quiso sonreír, pero sonrió; le salió el gesto torcido. Se apartó el pelo negro de la frente y se puso frente a Pía, sin mirarla, se expuso para que ella lo viera.

⎯Lo tengo acá, en este. En el otro no, sólo en este ⎯se señaló una pupila. Pía sólo veía las luces de la ciudad reflejadas. Esos intentos lejanos. Manuel se soltó el pelo⎯. Es una mancha. Pero no una mancha negra, como la que ven algunos pacientes. Es una mancha que no es de ningún color. Parece difícil de imaginar, ¿no? Algo que no tiene color. Pero lo tengo acá, lo veo, lo estoy viendo ahora y no lo sabe nadie. Me estoy quedando ciego.

¿Qué te pareció?