“Los streams son el parripollo de nuestros tiempos”, dice alguien, tal vez en TV, tal vez en Twitter, y se queda tranquilo con su análisis. El peligro fue conjurado, la analogía explica el asunto y el analista puede volver a lo suyo. Y sin embargo, la explicación no satisface. Algo más está pasando ahí.
Los nuevos medios digitales son un fenómeno difícil de cartografiar, más aún de entender. Sabemos, al menos, esto: la comunicación se ha democratizado un poco más. Hoy, es accesible convertir una casa en un estudio, comprar un mic, prender una luz y salir en directo al mundo para arrojar máximas verdades, domar zurditos y feminazis, educar a Guillermo Moreno, dar clases de historia y decir de todo, incluso, cuando nadie dice nada.
Claro que hablar no significa ser escuchado. Por suerte, este país produce más talento que soja, y el streaming trajo consigo una revolución en la calidad de los contenidos. Entretenimiento, ensayo, coyuntura, análisis político, comedia, a veces todo junto, gracias a formatos que entienden que hay que vivir el presente pero que, a la vez, todo queda guardado en la memoria para ser visto en diferido.
Antes, cuando los medios eran un bicho menos resbaloso, los indicadores eran más fáciles. Se publicaba el rating, que se medía con un aparatito que se instalaba en algunas casas —el people meter—, se detectaba qué canal estaba mirando esa audiencia y listo. La lista de canales era corta. Y, algo no menor, era una lista.
Luego vino el cable, internet, Twitch. Nada de todo eso logró que el televisor parpadeara. Hasta que despertamos del largo sopor de la pandemia y descubrimos que YouTube se había convertido en un medio. Y que en ese medio, teníamos una serie de canales no listados, sino más bien ofrecidos como un escopetazo a voluntad y discreción del algoritmo.
Ya nada fue igual: los conductores se convirtieron en streamers, los espectadores transmutaron en asambleístas y las audiencias evolucionaron en comunidades. Lo que (re)descubrió el streaming es que la gente no es un mero receptáculo de información. La disrupción más grande de estos nuevos medios la trajo el chat y los comentarios. Un feedback que es parte del producto. ¿A qué streamer no le avisó su propio público que un micrófono estaba fallando? ¿Quién no se quedó leyendo insultos a la noche por un programa que hizo a la mañana? ¿Quién no se tentó o perdió el hilo por mirar el chat?
Por eso, no basta con interpretar los nuevos medios a partir de sus formatos. También hay que cruzar el espejo negro y analizarlos a partir de su público.
¿Cómo se construyó este fenómeno en Argentina? ¿Cuándo pasó exactamente? ¿Quiénes lideraron? ¿De qué manera se agrupan y comportan esas comunidades? ¿Cómo luce el presente?
Bueno, esa es una larga historia. Y dice así:
Historia moderna
Toda historia tiene su prehistoria, y todo origen hay que ir a buscarlo siempre más atrás. En este caso, se puede hablar del 2019 y los años que le precedieron, cuando un puñado de canales de stream existían con mayor o menor peso: Danann, Agustín Laje, País de Boludos, FiloNews y algunos otros. Todavía un nicho más que un ecosistema.
Las cosas maduraron mientras andábamos en un mar de barbijos, vacunas y alcohol en gel. Fue entonces cuando se fortaleció un reducto de resistencia donde las personas podían hacer más que consumir a su influencer favorito. Podían dejarle comentarios. Hablarle. Y mejor aún, hablarse entre sí.
De esta manera, empezó a dibujarse una cartografía. Un mapa de rutas, construido a partir de co-comentarios: cuanto más gruesas las líneas, más caudal de personas transitándolas, es decir, comentando en uno y otro de los nodos. Estableciendo lazos. Construyendo comunidad.
Un mundo nuevo
Los datos del 2024 todavía son parciales. Durante el verano hubo mercado de pases, movimientos tectónicos, un salto madurativo de los formatos y un enroque entre oposición y oficialismo. El análisis del mapa del presente quedará en manos de la persona que esté leyendo. Sin embargo, acá van algunas cosas a tener en mente para una mejor navegación:
- El dominio total en cantidad de visualizaciones lo tienen Luzu, Olga, NeuraMedia, Azzaro y Laje (en ese orden).
- La comunidad que prefería el entretenimiento y la más política no-libertaria parecen fusionarse. Hipótesis: una mixtura en los formatos, que ahora mezclan de forma más equilibrada el análisis político con el show diario.
- Tomás Rebord (claro ejemplo de esto último) se mudó a Blender, lo que le dio a ambos mayor cantidad de audiencia y centralidad.
- Gelatina y otros canales incorporaron muchas caras nuevas pero de larga trayectoria y con su propio arrastre.
- Aparecieron actores que prometen tener peso, como C+, el flamante canal de streaming de Cenital, que también incorporó figuras de larga trayectoria en otros medios de comunicación. ¿Agrupará con este ecosistema de medios nuevos, o con el de los tradicionales?
- La ruptura con la televisión no debe interpretarse como total. De hecho, en Olga esa herencia se honra conscientemente, lo que en parte puede explicar el appeal que tiene para las grandes audiencias.
- De momento, se mantiene un ecosistema relativamente estable en su concentración de vistas (Gini cerca de 0.8 en 2020, apenas arriba de 0.7 en 2024), y al mismo tiempo en general la cantidad de vistas sigue creciendo. Tal vez ahí sea donde tengamos que poner el ojo: en cómo evolucionaron los canales medianos y pequeños.
- Los canales de stream fueron y todavía son en su mayoría creados y transmitidos desde Buenos Aires, a pesar de la naturaleza desarraigada y transferible de internet.
En una entrevista relativamente reciente, el productor y gestor de contenido Tomás Sislian advirtió que el streaming nunca va a llegar a ser lo que fue la tele. Y como ejemplos de ese cielo inalcanzable brindó dos de los nombres más pesados de la historia de la TV nacional: Tinelli y Susana. Pero pensar a los nuevos medios digitales con las categorías de los viejos puede ser una trampa. La TV es suma cero, quien mira un canal, seguro no está mirando otro. En cambio, en el ecosistema on demand, la misma persona puede elegir cuándo y cómo ver lo que sea: todo compite con todo y nada compite con nada, por lo menos no como lo hacía (y hace) la televisión.
Lo que seguro parece corroborarse de lo que dice Sislian es la idea de que el futuro es la explotación de nichos: los canales de streaming crecen y reclaman su audiencia, y en ese camino muchos se especializan, construyen sus propios temas de interés y sus propios códigos. Su propia comunidad. En los últimos años, los más chicos han crecido incluso más rápido que los grandes, al mismo tiempo que ninguno de los líderes parece tener chances de fagocitar el sistema completo. La pregunta es dónde queda el techo o si hay tal cosa como una burbuja, y va a ser respondida en el presente y futuro cercanos.
Entre 2020 y 2023, los canales con más de 1 millón de views por año pasaron de 15 a casi 40, y los que acumulan más de 10M pasaron de 6 a más de 20. ¿Cuántos habrán atravesado el umbral para convertirse en proyectos económicamente viables? ¿Qué implica eso para esta nueva industria?
El futuro luce prometedor. No son pocos quienes dicen que en este nuevo templo del streaming se dará la discusión pública argentina de los próximos años.
Y para los escépticos: sí, quizás, un día muy lejano, esto también pasará. Llegarán otras tecnologías, otras generaciones, otros modos de hacer y comunicar. Se guardarán los mics. El último apagará la luz. Pero hasta que ese día llegue, habrá que ver.