El día que declaré en casa que iba a estudiar sociología, mi hermano profetizó lo peor: no sólo confesaba estar preocupado porque mis compañeros fueran a ser todos hippiesdrogadictosfumaporro, sino también porque yo ‘desperdiciara mi capacidad’ estudiando ‘puro chamuyo subjetivo’. Además, insistía, ‘Con esa gente no vas a encontrar una certeza en tu vida, porque no se ponen de acuerdo y, como te dicen una cosa, te dicen la otra’.
Por mucho que lo intentó, no pudo convencerme de especializarme en alguna de las ciencias ‘en serio’, como él les decía a las naturales o las exactas. La verdad es que era justamente la incertidumbre lo que me llevaba a elegir estudiar sociales: el hábito de la duda, de desconfiar de los conocimientos callejeros que podía conseguir sobre decenas de temas importantísimos para nuestras vidas, me hacía pensar que tal vez el estudio pudiera darme respuestas algo más confiables y, con suerte, preguntas nuevas y más interesantes todavía.
Pero ¿qué hace que las ciencias sociales tengan esa pinta de poco rigurosas? ¿Por qué no son vistas como una ‘verdadera ciencia’? Tal vez porque las ciencias sociales tienen un par de características que hacen que, para ser rigurosas y propiamente científicas, deban irónicamente ser bien distintas de ciencias que estudian cosas completamente diferentes.
La diferencia entre las ciencias sociales y las ciencias ‘duras’ tiene que ver, en primer lugar, con la complejidad de un objeto de estudio como es la realidad social. Aunque pueda parecer súper difícil estudiar una estrella que está requetelejos, eso es casi una pavadita al lado de querer investigar algo de todo el despelote que construimos los humanos. O, para ser justos, es un quilombo en un eje diferente.
Una vez leía, acá mismito, que la ciencia no te puede cantar la posta, pero sí puede decirte cuál no es. Eso lo hace mediante la ‘falsación’, que consiste en pensar, para cada hipótesis, una evidencia que pueda refutarla. Así, por descarte, el conocimiento se va alejando de ‘lo errado’, y acercando a ‘lo correcto’. Tan importante es esta cuestión que funciona como un patovica de lo que puede o no ser objeto de conocimiento científico: no son incumbencia de la ciencia aquellas creencias/conocimientos/ideas que no sean ‘falsables’. Si no es falsable, desde la ciencia no podemos chequearlo ni establecer que sea imposible, así que la cosa queda en la estantería de #EsImprobable #NoEsTemaNuestro, y quien lo defienda que se encargue de probarlo. Si la tenés, show me the evidence.
Para que podamos poner a prueba una hipótesis es necesario prever sus consecuencias sobre la realidad observable y determinar de antemano las evidencias compatibles con la hipótesis pero, sobre todo, las evidencias empíricas que serían incompatibles con ésta. Si buscamos y nos encontramos con las segundas, falsamos la hipótesis, cerramos todo y nos vamos. O, pará un segundo, ¿es tan así?
A medida que se nos complican el objeto y las condiciones en que podemos observarlo, experimentar con él y manipularlo, el nivel de certeza de la falsación se nos va cayendo a pique. En medicina, farmacología, nutrición, epidemiología y las ciencias de la salud en general, por ejemplo, las hipótesis se refieren a promedios o grupos, por lo que un caso individual ocasional no quiere decir necesariamente que la hipótesis se refute del todo y para siempre. De hecho, tampoco una sola observación grupal que contradiga la hipótesis implica una refutación concluyente. ¿Por qué pasa eso? La naturaleza es súper compleja, y un ambiente incluye cientos o miles de variables, algunas de las cuales ni siquiera tenemos idea de que están ahí. No podemos controlarlas a todas en un experimento y mucho menos en una observación sobre el campo: allá, afuera del laboratorio, las variables interactúan todo el tiempo, y a veces esas interacciones importan tanto como su efecto aislado que, igual, es dificilísimo separar de forma completamente limpia.
Si ya la naturaleza es un bardo, cuando lo que estudiamos son las sociedades hay que elevar esa complejidad, como mínimo, al cuadrado (obvio que exponente estimado). ¿Por qué? Porque ADEMÁS de que somos organismos en interacción con la naturaleza y todas sus variables, cuando interactuamos entre nosotros se produce algo ‘nuevo’. Las construcciones culturales, sociales, económicas, de cargas simbólicas, valores, las relaciones de poder, emergen en una realidad compleja e intrincada. Con semejante quilombo frente a nosotros, pretender una exacta aproximación intelectual a la realidad social sería lo menos exacto que podemos hacer.
Tentarnos con las certezas que la ciencia no nos puede dar (y menos una con un objeto como el nuestro) no es algo muy científico. Conocer sus propios límites le ha permitido al conocimiento científico ser la antítesis del dogma. Un poco por eso, hace unas décadas ‘las sociales’ empezaron a hacerse cargo de lo que la complejidad social implica y asumir que uno de sus mayores desafíos es no caer en el reduccionismo (que viene a ser pretender más exactitud de la que se puede y terminar acotando la complejidad con explicaciones parciales e incompletas). Eso significa renunciar a establecer leyes universales y conocimientos aplicables a cualquier sociedad o tiempo histórico. Supone también reconocer que para orientarnos en ese bardo de la realidad social, siempre, pero siempre, necesitamos alguna teoría que nos haga las veces de brújula. En medio de un océano de variables que podrían o no tener significación para lo que estamos investigando, y que interactúan de manera fluctuante en el tiempo y lugar, controlarlas a todas como que resulta imposible. Y ahí es donde una teoría te puede dar una mano para guiarte sobre qué mirar, qué controlar y qué esperar de nuestras observaciones. Así como la Teoría de la Evolución de Darwin les permite a las ciencias naturales tener un hilo conductor que enmarca un montón de conocimientos e investigaciones, las teorías sociales se construyen inductivamente y con cierto nivel de abstracción, para interpretar cómo y por qué ocurren fenómenos generales y complejos. Como diría Marilina Ross (?), aunque no la veamos, la teoría siempre está. No importa cuán técnico o cuanti sea tu estudio. Negarla u ocultarla no hace el trabajo más exacto, sino más tirando a reduccionista y… BajadaDeLíneaAlert.
Si todavía no había suficiente mugre, sumemos que los sociólogos enfrentamos una complicación extra por trabajar en el medio de relaciones específicas de poder, atravesados por contextos culturales, sociales e históricos y hasta por conflictos de intereses. Y aunque nada de esto está del todo ausente en el resto de las ciencias, es cierto que en las sociales la complejidad se vuelve exponencial. Digamos que es más fácil establecer una abstracción para el comportamiento de un cuerpo en caída libre cuando el cuerpo no tiene una relación de poder con otros cuerpos. El trabajo del sociólogo no puede siquiera concebirse como neutral cuando advertimos que su difusión es capaz de amenazar discursos de legitimación asentados en fuertes relaciones de poder. Como decía Bourdieu, ‘no hay poder que no deba una parte —y no la menos importante— de su eficacia al desconocimiento de los mecanismos en los cuales se funda’. También decía que ‘el propio discurso científico está atrapado en las relaciones de fuerza que revela’. Así, ocurre que muchas veces en las ciencias sociales los consensos se instalan o perduran por motivos políticos y económicos antes que por el rigor científico. Esto explica que, hasta hoy, teorías eurocéntricas y teorías económicas liberales sigan gozando de buena salud. El sociólogo tiene, además, sus propios intereses y su propia posición dentro de la relación de fuerzas que estudia.
Contraintuitivamente, hacernos cargo de nuestra falta de neutralidad es un signo de rigor científico. Negar y desconocer los intereses propios y la relación de fuerzas en la que el conocimiento científico se desarrolla es mirar para otro lado respecto de cómo nuestro punto de vista, interés y posición en el espacio social y en el campo científico pueden afectar (y limitar) nuestro conocimiento. Con esta relación no controlada con nuestro objeto de estudio, podemos caer fácilmente en proyectar una mirada y perspectiva particular como una condición del objeto, y no de quien la observa.
Ahora, que la realidad social sea un despelote no es suficiente para negarnos la posibilidad de meterle ciencia. Tratar de conocer, entender y darle forma a ese caos es una de las cualidades más humanas que se me ocurren ahora mismo. La ciencia busca hacerlo con un poco más de rigor que el tan corriente ‘para mí que tal y cual cosa’, que la opinión, la creencia o la funesta idea de extrapolar lo propio a todos e inaugurar un ‘sentido común’ que vamos construyendo a partir de una experiencia individual, parcial, e incorporando incluso como resultado de las relaciones de poder vigentes que imponen, con el principio de autoridad, sus propias versiones de la realidad social. Lo cierto es que las ciencias sociales nos aportan varias ventajas respecto del ‘sentido común’:
(a) El rigor que exigen a sus resultados, al uso de los métodos de conocimiento, y a los propios métodos. Por un lado, desde el punto de vista lógico, tienen que cumplir con técnicas de argumentación válidas. No sólo no caer en falacias, sino tampoco dar por sentada una conclusión cuando se cumple una condición que, aunque sea necesaria, puede no ser suficiente. También las metodologías deben emplearse válidamente, cumpliendo con algunas reglas (ver extra al final de la nota). Además, problematizar los métodos es tan importante como problematizar los resultados. No se trata simplemente de poner las manos en el fuego por ciertas técnicas o por las fuentes de datos.
(b) La perspectiva, que trasciende la esfera individual y la observación parcial, con una mirada de los procesos más amplios en los que las experiencias particulares se enmarcan. La diferencia no tiene que ver únicamente con la cantidad de observaciones. Este abordaje permite conectar las experiencias individuales con procesos sociales más amplios que el individuo puede no conocer y, quizás precisamente por eso, es incapaz de controlar. Así, por ejemplo, para explicar el desempleo de una persona particular, no bastan las características individuales o las acciones de esa persona, sino que también importa la forma en que esas características se relacionan con el mercado de trabajo de su sociedad: en algunos, afectados por el racismo, machismo u otros ismos, puede que ser inmigrante, mujer o trans tenga mucho que ver con no acceder a determinados trabajos, debido a los mecanismos de selección que actúan. Del mismo modo, si hay un desempleo persistente en el que un tercio de la población está sin trabajo, el problema y la solución tienen mucho (mucho) que ver con circunstancias estructurales del mercado de trabajo, donde las explicaciones y soluciones individuales van a quedar siempre cortas. Hasta problemas que parecen súper privados pueden tener un fuerte componente social, de modo que para entenderlos y resolverlos es fundamental ver esa pauta que los une, el sistema o la estructura que los hace posibles (y frecuentes), como pasa con la violencia de género.
(c) Una visión no fatalista de la realidad: al estimularnos a abandonar certezas inmóviles e incuestionables y visibilizar las relaciones y procesos que están detrás de la realidad parcial a la que tenemos acceso en nuestras biografías y percepciones individuales, la realidad adquiere ante nuestros ojos su carácter de construcción. Como decía Bauman, con el pensamiento sociológico ‘la forma de vida habitual ya no es ‘natural’ ni la única, sino una de las formas posibles’. De ese modo es posible resquebrajar esa apariencia de la realidad social de constituir algo ajeno, una fatalidad externa completamente fuera de nuestro control, y que ahora sabemos que podría ser diferente de lo que es. La ciencia social puede ser una herramienta para entender por dónde viene la mano, sea para ser críticos, para revelar una forma de opresión, o para decirnos lo que sería más eficaz según ciertos objetivos. Bourdieu decía que el conocimiento que aporta la sociología puede cumplir una función social emancipadora, porque el poder se funda fuertemente en el desconocimiento de los mecanismos y condiciones con los que se ejerce. En cambio, el conocimiento de esas condiciones e instrumentos −y de su arbitrariedad− erosiona ese poder y su capacidad para desmovilizarnos. La sociología como herramienta para hacernos ilusiones, ¿quién lo hubiese pensado?
El trabajo del sociólogo es difícil, por momentos caótico, y debe surfear en un mar de conflictos de intereses y relaciones de poder dentro de un sistema científico que incluye su propia versión de lo anterior (todo muy meta). Sin embargo, por otro lado, ‘las sociales’ tienen un montón de herramientas hermosas, y cada década que pasa surgen nuevas para desnaturalizar el sentido común y, a veces, lo que ellas mismas vienen sosteniendo. Porque una característica de la ciencia es, justamente, cuestionarse siempre sus propias certezas.
El conocimiento que producen las ciencias sociales puede servir no sólo para encontrar soluciones a problemas sociales importantísimos e implementarlas mediante políticas públicas, sino que también construye herramientas para alimentar el sentido crítico, tan atontado por la inercia de pensar las cuestiones sociales de manera anecdótica y desde la más peligrosa de las construcciones instintivas humanas: el siempre flojísimo de papeles ‘sentido común’.
Un extra metodológico que podés no leer:
Cuando se trata de ser rigurosos, es clave aplicar las metodologías de forma válida. Para eso, cada una cuenta con sus diferentes técnicas de validación. Así, por caso, tener muchos datos no es para nada sinónimo de tener evidencia sólida, sino que el quid está en que los usemos e interpretemos de manera válida. A modo de ejemplo, en el caso de técnicas cuantitativas (o sea, basadas en experimentación o recolección de datos que luego analizamos con herramientas estadísticas), hay que respetar criterios de confiabilidad y validez (de constructo, interna y externa):
La confiabilidad quiere decir descartar que nuestros resultados sean fruto del azar, y para eso es importante que las observaciones o experimentos se puedan repetir o replicar. Es dar un paso más allá de lo que llamamos ‘evidencia anecdótica’. Solo si el patrón que observamos se repite en diferentes observaciones, podemos empezar a descartar el azar. También es importante considerar la representatividad de la muestra que analizamos, sobre todo cuando no es una selección aleatoria de la población, para saber a qué casos se puede aplicar, o qué variables predominan en nuestro grupo y tenemos que controlar.
La validez externa tiene que ver con saber hasta dónde un resultado se puede generalizar. Por eso, es re importante conocer muchas cosas (y distintas) de la población de la que obtenemos los datos. La exportación de conclusiones de una realidad a otra, distinta en términos culturales, sociales, políticos o económicos (incluso en psicología, en la medida que la psiquis está siempre ‘situada’) es siempre algo delicado. Partiendo de la base de que nuestro objeto sea una construcción social, y por tanto no algo esencial, natural o forzoso, Spoiler Alert: nunca va a ser válido universalizarlo.
El otro tema, conocido como validez del constructo, es que los datos nos hablen de lo que nosotros decimos que nos hablan. Si sostenemos que determinado resultado es un indicador de que somos políticamente manipulables, ese indicador realmente tiene que variar según lo manipulables que somos, y no por otra cosa. Y lo que mide tiene que tener que ver con una definición de lo que significa ser manipulables.
Las reglas de validez interna son muchísimas, pero lo que las une es el intento de controlar que lo que consideramos evidencia a favor de una hipótesis no se pueda explicar por hipótesis alternativas. Cuantas más hipótesis alternativas puedan explicar los resultados, menor es su validez interna. Por eso es clave controlar que los resultados no se expliquen por una maduración natural del fenómeno (que ocurre esté o no la variable que nosotros consideramos explicativa), por un cambio del contexto, por una variable que no controlamos y que predomina en la muestra que estudiamos, o por características específicas del grupo que estamos estudiando. Entonces, por ejemplo, controlamos si la relación entre nuestras variables se mantiene al controlar otras variables, al controlar determinadas propiedades del grupo estudiado, o al observar grupos con otras características.
Si nuestra hipótesis propone una relación causal, se tienen que cumplir varias condiciones (que Hume propuso hace rato). (1) Que la causa sea anterior al efecto (bastante obvio, pero a veces no podemos saber qué ocurrió primero si trabajamos en una sola medición y no podemos manipular la variable explicativa). (2) Que haya un mecanismo causal al menos probable (o sea, viable, lógicamente concebible). Entonces, si la supuesta causa tiene que tener oportunidad de causar el efecto, uno no va a pensar que los síntomas de una mujer son de embarazo si la flaca es virgen y no tuvo acceso a tecnologías de fertilización asistida (y acá no hay paloma que valga). Y ojo, que no vale tirar un mecanismo de allá al fondo de la pendiente resbaladiza, tipo el aleteo de una mariposa en China o ‘la voluntad de Dios’. (3) Tiene que haber un mecanismo que relacione causa y efecto de forma concreta. Además, (4) causa y efecto tienen que variar de forma consistente, respondiendo a un determinado patrón; deben variar juntas, correlacionar. Y una vez que todo esto se cumplió, es decir, que cumplimos los requisitos mínimos necesarios, se tiene que cumplir todo lo que dijimos de la validez interna: se tienen que controlar las explicaciones alternativas, o sea, identificar y controlar si puede haber otras explicaciones para la correlación. Lo que consideramos efecto de una causa podría ser efecto de otra causa, pero asociada a la variable que creemos explicativa (una relación causal espuria). Las que consideramos causa−efecto podrían variar juntas por ser ambas efectos de otra causa. La correlación podría depender de características del contexto que no medimos en nuestra observación, o particularidades del grupo que observamos. Y así. No, no es soplar y hacer ciencia, pero la historia nos viene demostrando que re vale la pena el esfuerzo.
Gracias a Juan Carlos Godoy, cuyas charlas fueron imprescindibles para darle algo de forma a las ideas que se atropellaban en mi cabeza cuando me propuse escribir esta nota.