Cassandra es la protagonista de una de las historias más amargas de la mitología griega. Apolo, dios del Sol, el conocimiento y la verdad —entre muchas otras— se enamoró de ella y le regaló el don de la profecía, buscando con ese regalo divino ganar su afecto. Cassandra no correspondió al amor de Apolo, y él, ahora un dios despreciado por una mortal, incapaz de revocar el poder con el que la había dotado, decidió agregarle una maldición: Cassandra iba a poder ver el futuro con certeza, pero nadie le iba a creer.
El don y la maldición funcionaron por partes iguales. Las advertencias de Cassandra se convirtieron en parte del escenario sonoro de la caída de Troya. Ruido ininteligible tanto para reyes como para esclavos, y folklore de la tragedia.
Hace casi 200 años, la comunidad científica tuvo el primer indicio que relacionaba la emisión de Gases de Efecto Invernadero con el aumento de la temperatura de nuestro planeta. Al principio lentamente, luego cada vez más rápido, construimos conocimientos y consensos que llevaron a investigadoras e investigadores a comprender cada vez mejor estos fenómenos y a proyectar sus consecuencias a largo plazo. Hace más de 50 años que la certeza sobre la relación entre las emisiones de Gases de Efecto Invernadero y el cambio climático es total. Pero cuando esta idea escapa los límites de la comunidad especializada y busca impactar en las acciones de personas, comunidades, empresas y Estados, encuentra los mismos límites que las profecías de Cassandra. La voz se oye, clara y definida como una piedra que cae al agua. Pero se hunde sin hacer ondas.
Si revisamos los modelos predictivos del pasado, podemos ver su preocupante éxito para predecir un presente que supo ser el futuro. En ese futuro —en este presente— vivimos diariamente más de 1 °C por encima del promedio preindustrial, con eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes y repercusiones concretas y tangibles, apenas el principio de la senda que conduce a un futuro desolador. Por suerte, en este presente también construimos modelos predictivos cada vez mejores, que nos cuentan historias de futuros posibles y nos muestran otra senda, la que conduce a lo que puede ser.
Lo bueno del futuro es que se encuentra siempre en un estado de probabilidad y que depende, también, de nuestras acciones. Existen futuros en los que cambiamos nuestra relación con el entorno, o incluso nuestra percepción de esa relación. Futuros en los que diseñamos los sistemas que sustentan nuestra especie para que funcionen de, entre, en relación con y como parte de la naturaleza. Futuros en los que nos entendemos como un solo sistema vivo interconectado, no divisible en subespacios.
Para llegar ahí, la palabra clave es diseño, en tanto nuestra herramienta para transformar el mundo. Porque sin ciencia no se puede, pero con ciencia no alcanza. Predecir el futuro es una tarea muy distinta de torcerlo, y para hacer algo, tenemos que hacerlo. Este libro es una búsqueda por aportar a la urgente transición ecosocial que necesitamos para garantizar la supervivencia y el florecimiento de nuestra especie en este planeta: el desafío de diseño más grande de todos los tiempos.
Afortunadamente, somos una especie de diseñadores naturales, capaces de usar nuestro sentido crítico para identificar un problema, construir creativamente una solución y ponerla en práctica. Formas difusas de diseño que todas las personas experimentamos. Una especie que diseña es una capaz de materializar soluciones concretas que expresen intenciones sobre el mundo. Pero no solo construirlo, sino también narrarlo. Porque la otra gran forma de diseñar es construir sentido. Enmarcar, recortar, presentar, visualizar ideas, historias, memes, de manera que estimulen sensibilidades y cambien la forma en la que alguien entiende el mundo.
Además de ser una habilidad natural, el diseño se fue refinando en series de prácticas específicas: la multiplicidad de disciplinas de lo factible que algunas personas eligen, además, como ocupación profesional para construir valor y sentido en cada vez más entornos. Estamos hablando de diseño gráfico, industrial, arquitectura, pero también ingeniería, negocios, educación, medicina e incluso —sobre todo— diseño de políticas públicas. De esas prácticas y profesiones vamos a poder tomar herramientas que sirvan para imaginar, diseñar y construir efectivamente el futuro al que queremos ir, rompiendo la inercia y evitando el destino de Cassandra.
Pero la transición no es un desafío cualquiera. Es un problema complejo, definido así no como equivalente de difícil, sino a partir de propiedades específicas: los problemas complejos son problemas en los que se lidia con información masiva e incompleta, usualmente incluyen sistemas altamente interconectados y con actores en tensión. No tienen una solución única, cada intento de resolución contiene riesgos y ni siquiera hay un punto de llegada bien definido.
Pero, lejos de ser excepcionales, estos desafíos son ubicuos y los navegamos diariamente. Acumulamos experiencia con cada uno. De esa experiencia, aprendimos, entre otras cosas, que responden mejor a un abordaje interdisciplinario, capaz de entenderlos, enmarcarlos y abordarlos desde múltiples perspectivas; y que ese abordaje interdisciplinario implica un desafío de lenguaje que es más fácil de resolver empezando por el final: construyendo visiones de futuros deseables en los que el problema ha sido resuelto, un mismo punto en común al que aferrarnos, a pesar de ser personas distintas con perspectivas distintas o, mejor aún, justamente porque lo somos.
La deseabilidad es una de las tres lentes fundamentales a través de las cuales la perspectiva y metodología del Diseño centrado en las personas (Human Centered Design) se aproxima a la resolución de problemas y al diseño de productos y servicios innovadores. Junto con la deseabilidad, esta metodología integra también las posibilidades de la tecnología (factibilidad) y los requerimientos para que ese producto o servicio triunfe en términos económicos (su viabilidad). Esta forma de aproximarse a la innovación ha sido muy exitosa. Se convirtió en una de las aproximaciones al pensamiento de diseño más populares y extendidas de la actualidad, y una que, creemos, podemos desarmar y rearmar a medida de las necesidades de este desafío.
La deseabilidad que planteamos no opera en términos individuales, sino colectivos. Recuperamos la pregunta ¿qué es un futuro deseable?, pero establecemos un marco necesariamente compartido. Cualquier deseo individual será secundario a nuestros acuerdos como especie. De la misma manera, ya no será el éxito comercial de la solución que perseguimos lo que defina la viabilidad de un proyecto, sino que nos enfrentamos a los duros límites de la termodinámica. Si una solución no es compatible con los límites biofísicos de nuestro planeta, no será sustentable. Por último, toda solución a la que aspiremos va a tener que ser factible de ser ejecutada por el equipo que la aborde: el equipo humanidad.
El mayor acuerdo al que hemos llegado como especie sobre qué es un futuro deseable se expresa en los Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) de la Organización de las Naciones Unidas. Estos 17 objetivos (expresados además en términos de metas concretas e indicadores) recogen las prioridades en las que 194 países hemos acordado como horizonte. Entre ellos, se incluyen “poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo”, “poner fin al hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible”, “garantizar el acceso a una energía asequible, segura, sostenible y moderna para todos”, “adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos” y “proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, gestionar los bosques de forma sostenible, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica”.
Al mismo tiempo que hemos logrado, como equipo humanidad, acordar objetivos, hemos avanzado en definir los límites duros de la sustentabilidad. Aquellos que imponen los grandes sistemas biofísicos que mantienen nuestro planeta en el estado de amable equilibrio que hemos conocido los últimos 12.000 años y que hoy se ven exigidos por nuestras acciones. Estos umbrales que no debemos cruzar han sido conceptualizados, definidos y ordenados como límites planetarios, y son la crisis climática, la acidificación de los océanos, el adelgazamiento de la capa de ozono, el equilibrio de los ciclos del nitrógeno y fósforo, el uso del agua, la deforestación y otros cambios de uso del suelo, la pérdida de biodiversidad, la contaminación de partículas de la atmósfera y la contaminación química.
Vulnerar cualquiera de estos límites implica aumentar el riesgo de que se produzca una rotura del equilibrio con potenciales efectos sistémicos sobre todos los demás límites del sistema Tierra, con repercusiones al mismo tiempo imposibles de prever con precisión, pero irrelevantes cuando entendemos que nuestra supervivencia depende de mantenernos dentro de los rangos conocidos de todos esos sistemas. Tolstói abre Anna Karenina con la idea de que “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”. Todos los sistema Tierra en los que prosperamos se parecen entre sí, mientras que los desequilibrios sistémicos expresan, cada uno, su propia forma en la que aumenta el sufrimiento de toda especie sintiente de nuestro planeta.
Entendemos entonces lo deseable y lo sustentable en nuestro enorme desafío de diseño y, además, hemos empezado a entender la relación entre los Objetivos de Desarrollo Sustentable y los límites planetarios. Investigadores e investigadoras han modelado los futuros que nos esperan en diferentes situaciones: 1) si seguimos con nuestro Bussiness As Usual, es decir, desarrollando modelos de crecimiento ilimitado orientados únicamente por la medición de Productos Brutos; 2) si lo hacemos mejorando nuestros actuales sistemas por encima de cualquier objetivo de mejora previo que hayamos experimentado en la historia; o si 3) perseguimos una profunda transformación ecosocial. Únicamente este último modelo, el transformador, nos lleva a un 2050 en el que no solo volvemos a operar dentro de casi todos los límites planetarios, sino que, al mismo tiempo, cumplimos con los ODS. Todos los demás involucran algún tipo de sufrimiento asociado al cambio climático, más o menos profundo, más o menos extendido, que podríamos haber mitigado.
Este futuro posible y deseable al que podemos elegir dirigirnos implica necesariamente cuestionar el crecimiento infinito y su ambición. Implica desarrollar sistemas sustentables y sostenibles en plazos medianos, la redistribución activa de la riqueza, la inversión permanente en educación con énfasis en la igualdad de género, el rediseño e implementación a gran escala de energías sustentables y el cambio de nuestra matriz alimentaria a una sustentable y en la que prima una dieta basada en plantas.
Sabemos, entonces, lo que tenemos que hacer para navegar el presente hacia un futuro no solamente posible, sino sustentable y deseable. Ahora nos resta enfocarnos en el último elemento de esas lentes de diseño: la factibilidad.
Vamos a convertir el mandato improductivo del hay que en una pregunta de diseño: ¿cómo podemos? ¿Cómo podemos cambiar la matriz energética en un país del Sur Global inserto en un contexto geopolítico particular? ¿Cómo logramos que la mitad de los habitantes de una ciudad mediana se muevan en bicicleta? ¿Cómo hacemos para que las productoras de hortalizas utilicen la mitad de los fertilizantes que utilizan hoy? ¿Cómo cambiamos las elecciones en la dieta de una persona que se ve obligada a comer afuera de su casa todos los días? ¿Cómo convencemos a la persona que tenemos al lado de que esto es urgente e importante?
Ahí es donde entendemos diseño en su forma más extensa: “El diseño es una cultura y una práctica sobre cómo deberían ser las cosas para lograr las funciones y los significados deseados” dice Ezio Mancini en Design, When Everybody Designs. Esta visión contiene tanto la construcción de soluciones prácticas como la de sentido. Este proyecto representa una búsqueda por aportar en ambas. Imaginarlo, diseñarlo, desarrollarlo y compartirlo implicó reunir un equipo interdisciplinario, nutrirnos de esa diversidad, aceptando tensiones y eligiendo el diseño como lengua común.
En la parte 1 ordenamos los por qué. Razones, diagnósticos y predicciones. La historia que nos lleva a entender por qué necesitamos un profundo cambio. Contextualizamos la crisis climática, y los futuros posibles que nos esperan y que podemos modelar a través de la ciencia dependiendo de nuestras acciones.
Pero solamente mirar el futuro como proyección del pasado es rendirse a la maldición de Cassandra. Por eso, en la parte 2 postulamos ideas concretas sobre energía, movilidad y alimentación, los sistemas con mayor impacto en emisiones de Gases de Efecto Invernadero y, por lo tanto, en el límite planetario clima. Cómo transformarlos. Qué tenemos que hacer.
Entender la meta, si bien es un avance gigantesco, no es una solución. Las soluciones que necesitamos son múltiples, masivas y dependen de cada escala, territorio, cultura, contexto e historia en el que intenten practicarse. Sabiendo esto, para la parte 3 invitamos a tres equipos interdisciplinarios de hacedores, no para que nos cuenten soluciones completas, sino perspectivas diferentes de soluciones posibles que navegan complejidades distintas y sirven como pequeña pero real muestra de la existencia de personas, proyectos y organizaciones activamente involucradas en navegar la transición. Estos capítulos no solamente ponen en juego historias y propuestas de soluciones técnicas, sino también las disputas y construcciones de sentido que necesitamos para lograr una transición sustentable justa.
Este proyecto —el libro como un todo, pero también lo que hagamos por fuera de él— se suma al esfuerzo de cada persona que soñó alguna vez con un futuro sustentable en el que nuestra especie prospere en equilibrio con los sistemas naturales de los que somos parte. Puesto en perspectiva, es un esfuerzo pequeño, sí, pero sincero. Esta es nuestra carrera espacial, la hazaña humana que marcará a varias generaciones. Esta vez, el adversario es el colapso, y la única forma de lograr una transición hacia un futuro deseable es contagiar ilusión en su forma más activa. Romper la maldición de Cassandra significa aceptar, imaginar y resolver el desafío de diseño más grande de todos los tiempos.
Agosto 2022