Cien volando
Notas

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Cien volando

¿Qué hay de verdad en el mito de las bolas azules?

Hay un monstruo en las profundidades del boxer. Uno que acecha la salud de muchísimos hombres, especialmente de aquellos que están transitando esa maravillosa etapa llena de acné, barbas irregulares y rechazo sistemático a todo lo que venga de los padres que no sea plata. Si bien estos protoadultos son la población con mayor riesgo de enfrentarse a este demonio, todo varón es víctima de esta situación al menos una vez en su vida. Este enemigo hecho de miedo y falta de resolución no es ni la primera borrachera que te agarraste con vodka ni esa vez que te descubrieron privando de oxígeno a tu ave de corral personal. Nada de eso.

Sos ese pibe, guachín o gurí de unos 16 años más o menos, y acabás de pegar noviecita de tu misma edad. De repente, ya no sos igual. Tus amigos dejan de verte, casi no aparecés los miércoles a la tarde en la cancha y ni hablar de salir los sábados con la banda. Porque ella, otra vez. Siempre ella. Tus amigos se enojan un poco con vos y motivos tienen, pero siempre hay un buena onda que dice ‘Ustedes envidiosos porque no la ponen, dejen que Ramiro se aparee en paz’. Sí, ese buena onda sabe, la tiene clara, entiende perfectamente las razones por las cuales un pibito de 16 años que tiene más ganas de arrimar que de jugar a la Play pasa más tiempo con su noviecita que con sus amigos. Obviamente esto es una historia inventada, porque yo con 16 años era de los que todavía jugaba a la escondida y pegaba los mocos abajo del banco, dos cosas que ya casi dejé de hacer.

Lo que tus amigos no saben es que tuviste que dejar de lado varios sábados para lograr el cometido porque, seamos sinceros, al final del día el ‘quiero’ difícilmente lo tenés vos. Ellas tienen el poder. Ellas tienden a ser la oferta a nuestra demanda permanente, por lo menos a esa edad. Fueron bocha de noches de chape y franela. Meses y a veces años (eso, o yo tenía graves problemas para definir). Tus amigos podrán jugar muy bien al fútbol, pero jamás van a entender lo que es llegar con la pelota hasta el arco y no gritar el gol porque ella indica que no es el momento de pasar la línea.

En un crescendo de fantasía y metáfora, es necesario quebrar el imaginario y ponerle nombre al Voldemort del Boxer, que no es más que ese instante innombrable donde te dejaron lleno de magia haploide.

Cuando empieza el cachondeo se generan una bocha de procesos fisiológicos que intentan mejorar la performance en la cama / sofá / auto / campito / bañodeunavión / nomentiralodelbañodelaviónesremitoyesincómodoynadielapasabien. Aumenta la frecuencia cardíaca y la presión arterial al mismo tiempo que se dilatan los vasos sanguíneos (venas, principalmente) de todo el aparato genital, desde Gilgamesh y los Gemelos Fantásticos hasta la próstata y el perineo. Ese combo culmina en una acumulación de sangre en los órganos sexuales mientras dure la excitación, porque cuando se llega al orgasmo, los vasos sanguíneos recuperan rápidamente su tamaño original y la sangre huye de la zona.

PEEEEEEEEERO (y esto es lo que le da de comer al monstruo), cuando no hay orgasmo y te quedás pagando, no se producen las señales nerviosas para que afloje la cosa y como resultado la sangre se queda en todos lados, dejando los huevos literalmente hinchados y la amigable sensación de portar dos sandías rabiosas entre las piernas. De más está decir que dos sandías colgadas de la cadera, duelen. A algunos les duele un montón y por mucho tiempo y a otros, afortunados, sólo les dura un toque.

A pesar de ser algo recontra frecuente, no se sabe casi nada sobre el dolor de huevos que te queda por no terminar lo que empezaste, por esa procrastinaciòn absolutamente involuntaria o, en criollo, porque te calentaron la pava y no se tomaron el mate. Hay muy poca evidencia disponible y la bibliografía dice casi nada al respecto, sólo algunos relatos anecdóticos. A unos médicos se les ocurrió llamarlo bolas azules (posta, literal), porque cuando se acumula sangre sin oxígeno en la piel del escroto –palabra horrible que describe la piel arrugada y/o estirada que recubre los testículos–, la zona comienza a parecerse a la entrepierna de algún habitante de Pitufilandia. Se hicieron encuestas entre los profesionales de la salud y todos conocían el tema, pero no aparecía nada en los libros de medicina. Por eso, tampoco se sabe muy bien la causa. Los anteriores son razonamientos basados en los conocimientos que tenemos sobre la fisiología humana, pero imaginen lo irritante que sería para un voluntario someterse a experimentos donde lo dejen duro como abogado de famosos y le estudien la azulada situación.

Otro motivo para este desconocimiento quizás sea que el tratamiento es sencillo y no se requieren de grandes especialistas para hacer un diagnóstico y acabar con el sufrimiento. Exacto, ‘paja y a la cama’ suele ser la mejor recomendación, porque mientras no se obtenga el orgasmo pueden pasar varias horas hasta que los vasos sanguíneos recuperen su tamaño normal después de una entrada en calor para un partido que nunca llegó a jugarse.

Esta vez, la medicina basada en evidencia, única gurú real en una city que intenta explicar lo doloroso de la subida del blue, confirma un conocimiento popular: más vale pájaro en mano que bolas azules.