¿Por qué hacer libros?
Pregunta molesta para una generación que puede acceder a casi cualquier contenido, en casi cualquier momento, y casi gratis (siendo los ‘casi’ cuestión de especificidad, señal y postura filosófica respecto del uso de torrents). Enfrentarse a la pregunta de por qué hacer libros es, también, enfrentarse al desafío de entender qué es un libro.
Al menos no estamos solos. Ya antes, unos como nosotros tuvieron que entender que el disco nuevo de Gorillaz no era un disco, sino una forma de organizar 12 temas y construir una obra que fuera más que la suma de las partes, y que la discosidad (?) del disco se había emancipado del soporte. Si desde el ‘93 (año en que se lanzó el formato mp3) hasta ahora hemos podido entender que un disco no necesariamente es un objeto aplanado, de simetría radial y que contiene 72 minutos de audio, tal vez tengamos oportunidad de pensar los libros de otra manera.
Entendemos al libro no como un soporte de información sino como una forma de organizar gran cantidad de información escrita, gráfica o visual, tanta que deviene necesariamente en el tránsito de una experiencia inmersiva; un compromiso enorme entre autores y lectores en el que ambas partes deciden dedicarse tiempo la una a la otra, conocerse y explorarse. Porque el libro (la experiencia del libro) es, por sobre todo, la decisión de regalarse, a uno mismo o a un otro, tiempo de leer y oportunidad de sumergirse en una idea.
El libro es, entonces, un salto al vacío de quien lee y decide entregarle a su creador el recurso más acotado y disputado de la era de las notificaciones: la atención.
De ese tiempo y compromiso emerge el doble viaje que el libro implica: hacia adentro de uno mismo y hacia adentro de un autor; autor que ya recorrió ese camino introspectivo y volvió con un mensaje tan importante para compartir que necesita que los caracteres no sean un límite permanente. Un viaje que se comparte en parches de tren, toalla al sol e inodoros y se transita con los matices propios de sus soportes: papel, ebook o audiolibro.
Si el tuit toma unos segundos por asalto para robar una sonrisa y la nota negocia minutos a cambio de una o dos ideas interesantes, el libro ofrece empezar una relación e ir renovándola en cada hora compartida. Nos lleva a sumergirnos tanto en una idea que podemos, aunque sea por un rato, pensar en una sola cosa y, recién ahí, emerger siendo distintos. Que ninguna persona cruza dos veces el mismo libro.
¿Por qué hacer libros en papel?
Esto matará a aquello. El libro matará al edificio.
Victor Hugo – Nuestra Señora de París. Libro quinto.
Los libros son paquetes de conocimiento, de expresión, puentes vivos de cultura que permanecen iguales y a la vez distintos a medida que sus lectores cambian. Pero, además, son objetos. Tendemos a olvidarnos de eso sencillamente porque cuando nacimos ya estaban ahí. Y acá. Y por todos lados. Su misma ubicuidad es lo que nos hace subestimar el hecho; pero hay que recordarlo: son, también, objetos.
Objetos que traemos al mundo, que elegimos ocupen nuestro entorno, nuestros escritorios, bibliotecas y mesas ratonas. Objetos ya románticos: fácilmente reemplazables en su dimensión de contenedores de información pero indispensables como soporte para anotaciones al margen, esquinas dobladas, hojas que cambian de color con el tiempo, dedicatorias y declaraciones de intención en el subte. Como apertura de Tolstoi (Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada): todos los ebooks leídos en el subte son idénticos, pero cada libro en papel es de su propia y única manera. Y es que el impreso se convierte (también) en estandarte.
Esto no quiere decir que ebook y papel necesariamente sean opuestos. Más bien pueden ser pensados como complementarios, como dos soportes separados que trabajan juntos.
A pesar de que el ebook soluciona de llano los problemas de distribución, pierde potencia en la circulación. El libro papel cambia de manos, se presta, se regala, se olvida y se encuentra. Donde compartir un ebook es un proceso casi trivial, prestar un libro papel es un proceso emocional, reflexivo. Hacerlo circular es ocupar los lugares donde no llega internet. Es intentar romper la cámara de eco. Dejar un libro perdido en la web es un acto penoso, invisible; dejar un libro perdido en la ciudad es una aventura.
Apología del objeto
Ebook readers are preferable to books.
Books are still preferable to Ebooks.
Stuart Shieber – RI ’07
De la charla‘Why Books’. Harvard, 2010.
El objeto reclama el espacio, hace que nuestros lugares cuenten historias; nos permite tener un soporte físico para hablar de nuestras ideas.
Abrazar el objeto libro como tal es, por sobre todo, abrazar la experiencia del papel. Un objeto que es la puerta para una inmersión romántica. Pesado, tridimensional, rasposo, perfumado, relevante por el acorde completo de sentidos que deja sonar, donde la vista es apenas una nota.
Hacemos libros para leer, pero también para dejar tirados por la casa. Para regalar y recomendar. Para recomendarnos. Para recordarnos quiénes fuimos y cómo esa presencia permanente nos moldeó. El objeto libro es también un testimonio de cómo nos sentíamos en el momento en el que lo leímos.
Nos enamoramos de objetos libros y los hacemos parte de nuestro entorno para diseñarnos a nosotros mismos. Porque queremos diseñar nuestra consciencia de mañana, modificamos nuestro contexto hoy.
El eterno retorno
Cuando llegó la imprenta se pensaba que ya no íbamos a escribir más. Cuando llegó la fotografía se hablaba de que íbamos a dejar la pintura para siempre. Contrario a eso, la historia del arte se revolucionó con impresionismo, cubismo, surrealismo, suprematismo. La pintura se liberó de la necesidad de representar la realidad y se topó con una nueva voz, encontró una infinidad de nuevas cosas para decir.
Ahora tenemos pdfs, audiobooks, ebooks y una oportunidad histórica para reimaginar lo que el papel tiene para decirnos.
Este artículo forma parte del tercer y último Anuario. Acá encuentra otros textos que explican lo que hacemos y por qué lo hacemos, y que también están incluidos en el Anuario 2017.