Impermeables
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¿Podemos curar la desinformación? ¿Y prevenirla?

Lo más sorprendente de haber escrito mi primer libro “Pensar con Otros” (¡un año ya!), fue la respuesta de la comunidad: primero con la campaña de la preventa, luego con la presentación en varios lugares del país, la entrega de los ejemplares donados por ustedes a los diputados y senadores y las muchas conversaciones que se sucedieron, en persona o a través de las redes sociales, con gente que estaba de acuerdo o que cuestionaba. Y, quizá no tan sorprendentemente, un libro que propone establecer, o reestablecer, el diálogo acerca del mundo que nos rodea no se termina cuando se publica, sino que se convierte en una conversación continua que vuelve sobre sí misma y reflexiona sobre lo que pasó, sobre cómo cambiar, aprender, mejorar.

Ahora quería proponerles volver a conversar con ustedes de cosas que fui aprendiendo en este año y que se desprenden del libro. Y, como hay mucho, hay que elegir por donde empezar. ¿Empezamos por el tema de la desinformación?

Los mecanismos que usamos para evaluar la información que recibimos son siempre más o menos los mismos. Lo que cambió mucho es la forma en que la recibimos. A partir de la explosión de internet, el modelo tradicional de un emisor centralizado que transmite a una audiencia pasó a ser un modelo de un emisor que transmite y miembros de la audiencia que a su vez retransmiten, a veces modificando en mayor o menor medida la información transmitida. ¿Cómo sería esto? Hace 50 años, los medios de comunicación tenían una especie de monopolio de la difusión de largo alcance. En el primer tramo de la información, unos pocos medios escribían noticias y un montón de gente las recibía. Después venía una circulación de corta distancia, ligada a la transmisión y elaboración de estas noticias por cada persona y su red (familia, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, etc.). Si bien este proceso era importante, estaba limitado físicamente por la cantidad de gente que conocíamos y la velocidad de transmisión que podíamos imprimirle, que no era mucha. Como publicar era caro, los emisores publicaban poco. Y como emitían poca información, podían revisarla. Y por último, como no obtenían respuesta del público, no tenían mucha idea de que hacíamos los receptores con lo que recibíamos.

A partir de la explosión de internet, todo eso cambió. Y si bien esos cambios permitieron un juego más amplio y democrático, también nos volvieron más permeables a recibir desinformación (a veces se utiliza el término fake news, pero acá preferimos hablar de desinformación, un concepto más amplio que no se limita a lo relacionado con el formato periodístico o la novedad): afirmaciones erróneas, distorsionadas sin querer o manipuladas a propósito, o afirmaciones que no son en realidad erróneas pero que se construyen a partir de un subconjunto parcial y sesgado de información, lo que no es más que otra manera de distorsionar o manipular.

En Los Tres Mosqueteros, Milady de Winter, bajo las órdenes del Cardenal Richelieu, se roba dos diamantes del collar que la Reina le había regalado a su amante, el Duque de Buckingham. Lo hace con el objetivo de chantajear a la Reina, ya que el collar había sido un regalo de su esposo, el Rey Luis XIII. Hoy, sin embargo, no haría falta tanto esfuerzo de espionaje. Alcanzaría con una foto trucada, difundida por un grupo de celebrities en busca de likes o a sueldo del Cardenal y listo. Ni con cuatro millones de mosqueteros se podría develar la verdad.

La verdad práctica, en el sentido que usamos el término en el libro, es una verdad provisoria, sujeta a revisión cuando aparece nueva información o nuevas maneras de entender lo que sabemos. Por eso no es dogmática ni es inamovible, es una cosa viva. Pero así como está la verdad, aparece también la posverdad, una distorsión o manipulación de los hechos (por ejemplo, por la influencia de las emociones, el tribalismo y la confusión entre expertos competentes y falsos expertos). La posverdad dificulta que tomemos las mejores decisiones posibles. Si incorporamos la información correcta y completa para tomar nuestras decisiones, estamos aumentando la probabilidad de no equivocarnos. Pero ¿qué pasa si lo que nos llega es desinformación? ¿Qué pasa si nos enredamos en la posverdad y creemos esa desinformación porque concuerda con nuestros deseos, con lo que nos gustaría que la realidad fuera, y no queremos o no podemos notar que nos estamos equivocando? ¿Cómo podemos, en este contexto confuso y complejo, combatir la desinformación? ¿Cómo podemos tratar de persuadir a alguien que cree algo que, basándonos en lo que se sabe del tema, entendemos como equivocado? 

Un enfoque posible es controlar y regular la distribución de información y bloquear desde el origen la generación y dispersión de la desinformación. Pero eso requiere que cedamos el control a alguien que nos va a decir qué es cierto y qué no, y que podría eliminar de la circulación aquello que considera desinformación. Esto es algo que se les está pidiendo en cierto modo a algunas empresas como Facebook, pero encierra algún nivel de peligro: ¿dónde queda la libertad de expresión?, ¿quién controla a los que controlan? En el fondo, estas medidas no parecen responder a otra cosa que la nostalgia, el temor o la codicia de los reyes del control centralizado de la difusión de información (Estados, censores, policías, medios, etc.) ante un nuevo mundo en ciernes. Un grupo de fabricantes de carretas que, viendo nuestra preocupación por los riesgos del automóvil, nos propone el Gran Salto Atrás y nos exhibe fotos bucólicas de caballos y riendas.

Si no queremos desinformación y tampoco queremos otra vez riendas, ¿qué podemos hacer? Hay algunos resultados de investigaciones que se están haciendo al respecto, centradas en la idea de controlar la desinformación desde abajo, desde nosotros, los receptores. Todo esto es muy nuevo y muy dinámico. Ni está todavía muy claro qué funciona y qué no, ni qué va a pasar cuando los fabricantes de mentiras entiendan estos nuevos mecanismos de filtrado y se adapten. Pero es lo que tenemos por ahora. Por eso, a continuación, y sin intenciones de hacer un análisis exhaustivo del tema, señalaremos algunas ideas interesantes que están surgiendo.

“Curarnos” de la desinformación

Quizás lo más intuitivo es pensar en qué hacer una vez que la desinformación llegó: ¿cómo combatirla “curándonos”? Para eso necesitamos identificarla, señalarla, refutarla o desacreditarla y lograr que, en consecuencia, podamos modificar nuestra postura. O sea que, si se demuestra que algo que creíamos cierto en realidad era falso, tenemos que ser capaces de actualizar lo que creemos.

Cuando pensamos en todo esto, aparecen algunas preguntas:

  1. ¿La verificación de datos (fact-checking) cambia actitudes y comportamientos en quienes creímos la desinformación?
  2. ¿Puede ser contraproducente tratar de contrarrestar la desinformación cuando hablamos con un otro (backfire effect)?
  3. ¿Hay estrategias efectivas de desacreditar la desinformación (debunking) que no estén basadas en la corrección de los hechos?
  4. ¿Qué hacer en una discusión pública con alguien que niega los hechos?
  1. El fact-checking

El fact-checking o verificación de datos es muy útil para identificar y señalar la desinformación. Hay muchas organizaciones que se encargan profesionalmente de hacer esto (Chequeado es referente en Argentina). También es algo que, en mayor o menor medida, hace el periodismo profesional. Aun así, mucha de la desinformación no logra ser identificada, y ni hablar del dilema que supone decidir qué información se chequea, de toda la chequeable, generando el efecto ‘a mi tribu le chequeás todo, pero de este no decís nada’. Encima, los matices, porque no es solamente que a veces circulen falsedades sino que, y quizás hasta más frecuentemente, lo que circula es correcto, pero es sólo una parte y no la información completa. Cuando lo que circula lo hace en función de lo que cada persona o grupo considera creíble, lo que le conviene, o lo que hace quedar peor a las personas o grupos considerados ‘enemigos’, entramos en el temible mundo de  la posverdad.

Teniendo eso en cuenta, ¿podemos decir que el fact-checking modifica actitudes y comportamientos en la gente que creyó la desinformación? Esto es algo extremadamente difícil de evaluar. Cuánto alguien cree o no en una noticia falsa, por ejemplo, depende mucho de sus creencias previas, las emociones o la pertenencia a determinados grupos, etc. Es decir, depende mucho de cuán motivado por sus deseos está. A este fenómeno se lo conoce como razonamiento motivado. Hay mucha variabilidad, y por eso también es difícil entender cuán eficiente es la corrección de la información.

Pero hay otro problema, que quizás es un obstáculo aún mayor: las noticias falsas que circulan por internet llegan mucho más lejos y más rápidamente que las verdaderas, como se vio en una investigación reciente titulada “La dispersión online de las noticias falsas y verdaderas”. Ya sólo esto plantea el problema de una lucha desigual: ¿cómo puede el fact-checking cambiar actitudes y comportamientos si ni siquiera logra llegar a destino? Esto se sigue investigando, pero todavía no está muy claro.

  1. El efecto rebote

Otra preocupación al momento de pensar en corregir la desinformación con información correcta es si eso no puede en realidad ser contraproducente.

Hace unos años, algunas investigaciones fundacionales encontraron que, en ocasiones, decirles a las personas que algo que creen es equivocado y darles la información correcta, lo que en realidad provoca es una especie de ‘efecto rebote’ (backfire effect) en el que estas personas no sólo no cambian de postura sino que se anclan más fuertemente en su equivocación. Sin embargo, en los últimos tiempos también se vio −en nuevos estudios− que no siempre aparece este efecto y que también es posible que una persona corrija su postura cuando se le muestra que se basaba en información incorrecta.

Una vez más, aún no está muy claro qué es lo que ocurre. Lo más probable es que la aparición del efecto rebote dependa del contexto, de las creencias previas de las personas y de la metodología utilizada en la investigación. Lo que sí podemos decir es que a veces se lo observa y a veces no. ¿Qué hacer ante esta falta de consenso científico al respecto? Mientras se sigue aprendiendo sobre este tema, sin desesperar, y sin confiar demasiado tampoco, se pueden seguir pensando maneras de contrarrestar la desinformación, con una actitud de alerta y prudencia, por si se ve la aparición del efecto rebote.

  1. Corregir sin apelar a los hechos

Creer información falsa no depende sólo de que esa información llegue hasta nosotros sino, sobre todo, de cuánto se ajusta a nuestra motivación, y esto, a su vez, depende de nuestra ideología, de cuán identitario es algo para nosotros, de las emociones que nos despierta. Pero lo mismo nos pasa con la información que es correcta: ‘creer’ en ella está muy relacionado con estos mismos ejes. No todos los que creen que la Tierra es un geoide saben realmente cuál es la evidencia que prueba esto. En cierta medida, que aceptemos algo como cierto no está dependiendo de la calidad de esa información sino de si concuerda o no con lo que ya pensamos de antes. Esto es un ejemplo de un sesgo cognitivo conocido como sesgo de confirmación, una de las muchas maneras que tiene nuestra mente de hacer que nos equivoquemos.

Alguien que confía en las vacunas acepta fácilmente que son una gran manera de protegernos de contraer varias enfermedades. Alguien que no confía en las vacunas necesita en un punto mucha más información para llegar a esta postura. ¿Dónde deja esto a nuestra capacidad de raciocinio? ¿Cuánto hay de razonamiento motivado en cada una de nuestras posturas? Y algo que quizás es más polémico: ¿qué significa aprender, y enseñar, en este contexto, con esta mirada? ¿Qué significa informar, comunicar y persuadir? ¿Qué significa explicar algo?

Por todo esto, mientras algunos investigan cómo se puede lograr que la información correcta reemplace a la desinformación en la mente de una persona, otros atacan el problema desde otro lado: ¿y si vamos a lo de fondo?, ¿y si nos fijamos cuáles son los componentes de por qué una persona tiene la postura que tiene? Así, en vez de rebatir la desinformación con los hechos correctos, con información, podemos intentar adecuar nuestro mensaje a la motivación de la persona particular que tenemos delante. Esta estrategia se viene pensando y evaluando desde hace bastante. No es metodológicamente fácil de abordar, y −una vez más− no hay todavía demasiado que podamos considerar evidencias firmes, pero es un eje interesante para explorar.

A modo de ejemplo, algunos llaman a este enfoque ‘jiu-jitsu de persuasión’. La idea es no pelear contra esa motivación subyacente de la persona, que es lo que ocurre por ejemplo cuando le decimos los hechos correctos a alguien que tiene una postura equivocada, sino tratar de persuadir alineándonos con ella. Para eso lo primero es entender la motivación de la persona, y desde ahí empezar a tirar del hilo.

En una línea similar, hay evidencias de que cuando una postura tiene un factor moral, y es algo que muchas veces se ve en cuestiones complejas, lo más efectivo es comunicar desde lo moral y no desde los hechos. Las personas que sostienen una postura con un fuerte componente moral pueden cambiar de opinión más fácilmente si leen un mensaje moral que si leen un mensaje que se enfoca en los hechos. Pero si la postura no tiene mucha raíz moral, un mensaje moral no funciona. Esto se investigó no tanto como manera de combatir la desinformación sino pensando más en la comunicación y persuasión, pero posiblemente todo está vinculado.

  1. Discusiones públicas

Otra de las preocupaciones al buscar corregir en alguien la desinformación, es qué hacer si se trata de una conversación pública en la que, además de estar los que conversan, hay una audiencia que lee, escucha o mira, sin intervenir demasiado. ¿Conviene tratar de refutar la desinformación? ¿O puede ser contraproducente?

Esto último observan algunas investigaciones. Por ejemplo, en un estudio de qué ocurre con la percepción del consenso científico respecto del cambio climático, se vio que cuando el periodismo arma una situación de falsa equivalencia (mostrar a la vez la postura que sigue el consenso científico y también la postura que lo contradice y que, al no estar fuertemente apoyada en evidencias es poco más que una opinión), eso distorsiona −ante la audiencia− la percepción del consenso que existe. Esto podría ser relevante para el periodismo profesional, que a veces arma debates entre una postura correcta y una incorrecta.

Sin embargo, no todas las investigaciones ven esto. En algunos casos, hay una luz de esperanza. Por ejemplo, Philipp Schmid y Cornelia Betsch se enfocaron recientemente en averiguar si en el contexto de una discusión pública es más efectivo refutar basándose en hechos, basándose en las técnicas de desinformación, o en una combinación de ambos enfoques. En su trabajo muestran cómo hacer disminuir la influencia que un negador de la ciencia puede tener ante una audiencia.

Fuerza, que siempre hay esperanza

La metodología que usaron fue exponer a los participantes al negador de la ciencia que desinformaba en temas de vacunas o de cambio climático, en los que hay un claro consenso científico. Luego, los asignaron al azar a distintos grupos, en los que a veces había alguien que contradecía al desinformador y lo hacía por medio de refutación basada en el tema, en las técnicas, o en una combinación de ambas.

La refutación basada en el tema consiste en dar la información correcta, como que las vacunas son seguras y efectivas. La refutación basada en la técnica busca exponer las técnicas retóricas que usa quien desinforma:

  • Selectividad (elegir las evidencias aisladas que apoyan lo que dice, lo que en la jerga se conoce como cherry picking)
  • Expectativas imposibles (por ejemplo, rechazar la vacunación porque las vacunas no son 100% seguras)
  • Teorías conspirativas (por ejemplo, decir que hay una conspiración y por eso se oculta la verdad)
  • Falacias lógicas (representar equivocadamente los hechos, como por ejemplo armando falsos dilemas)
  • Falsos expertos (apelar a expertos que en realidad no son competentes).

Los investigadores midieron la actitud de los participantes hacia las vacunas o el cambio climático antes y después de la intervención. Encontraron que, para empezar, que nadie responda al negador de la ciencia es perjudicial, lo contrario de lo que se veía en el estudio que se menciona más arriba. También concluyeron que todo funciona en mayor o menor medida: refutar dando los hechos correctos, exponiendo las estrategias del desinformador, o combinando ambos enfoques. En este estudio no apareció el efecto rebote. Lo que plantean los autores es que “Como los negadores de la ciencia usan la misma retórica en distintos temas, exponer sus técnicas retóricas es una incorporación efectiva y económica para la caja de herramientas del promotor de la ciencia”. Hablar del cómo, no del qué, parece ser lo que sí funciona.

Teniendo esto en cuenta, podríamos pensar que lo mejor es que no haya personas que desinforman en público, pero quizá, si las hay, es preferible que vaya a refutarlas alguien que esté bien formado no sólo en cuanto a cuáles son los hechos correctos, sino también en cómo exponer las trampas retóricas que usa quien desinforma.

‘Prevenir’ la desinformación

Hasta ahora discutimos acerca de cómo ‘curarnos’ de la desinformación una vez que llega. Otro enfoque posible es ‘preventivo’: ¿cómo podemos prepararnos para que, si la desinformación llega, no nos haga mella? De manera similar a lo que ocurre en la medicina, podemos tratar de curar una enfermedad con diversos tratamientos, pero quizás es preferible que apuntemos a prevenir. ¿Hay vacunas contra la desinformación?

Podríamos plantearnos por ejemplo estas preguntas:

  1. ¿Sirve enseñar los hechos antes de que llegue la desinformación?
  2. ¿Hay estrategias útiles que no sean específicas de cada tema?
  3. ¿Es efectivo aprender las técnicas más comunes de desinformación?
  1. Enseñar los hechos

El enfoque posiblemente más intuitivo es sencillamente aprender un tema antes de que la desinformación llegue a nosotros. Es, a grandes rasgos, algo que se espera que ocurra en la escuela y en la educación formal en general. Si queremos evitar que los mitos acerca de los peligros de las vacunas sean incorporados por las personas, por ejemplo, les enseñamos sobre cómo funcionan las vacunas y cómo sabemos que son seguras, y listo. Esto puede funcionar en muchos casos, pero si la persona tiene previamente alguna desconfianza hacia las vacunas, por la razón que fuere, es posible que la información no sea incorporada fácilmente. A esta dificultad se suman otras. Incluso si el aprendizaje ocurre en un tema, y ese aprendizaje nos ayuda a identificar la desinformación de manera que la descartamos rápidamente, no estaremos protegidos en otros temas. Dicho de otro modo: aprender sobre algún tema económico no necesariamente nos prepara para identificar información falsa sobre una supuesta cura del cáncer.

Además, no podemos esperar aprender todo a fondo, comprendiéndolo bien, porque sería demasiado complejo para nuestra experticia. Del mismo modo, no cualquiera puede enseñar o comunicar de manera adecuada cualquier tema. Acá también es necesario ser expertos competentes. Por todo esto, este enfoque, aunque parece ser efectivo en muchos casos, no es escalable, es decir que no alcanza para prepararnos para el sinnúmero de temas en los que puede surgir desinformación. Entonces… ¿qué podemos hacer?

  1. Estrategias no específicas por tema

Ante las dificultades mencionadas anteriormente, una posibilidad es buscar la forma de que estar prevenido contra la desinformación no dependa necesariamente de cuán experto se es en el tema que está siendo desinformado. La idea de inocular contra la desinformación, como si se tratara de una especie de vacuna que nos protege de manera preventiva, es uno de los enfoques que se están estudiando. Pero… ¿cómo se puede enseñar sobre algo sin entrar en los detalles de cada evidencia, especialmente cuando se trata de temas muy complejos?

Una estrategia es poniendo mucho énfasis en el alto consenso científico en el tema en cuestión, antes de que llegue la desinformación. Por ejemplo, en este estudio se enfocaron en probar una vacuna contra la desinformación en cambio climático. La existencia de un cambio climático generado por los humanos es algo que tiene altísimo consenso entre los expertos. Por otro lado, esto es algo que se pone en duda frecuentemente por intereses políticos o económicos, en algo que podríamos considerar un ejemplo de posverdad intencional. En este estudio, luego de decirles a los participantes que el 97% de los científicos del clima concluyen que el cambio climático está ocurriendo, y que es causado por la actividad humana, los mensajes de ‘inoculación’ consistieron por ejemplo en mencionar que “algunos grupos motivados políticamente usan tácticas para confundir y tratar de convencer a las personas de que hay mucho desacuerdo entre los científicos”, para luego reiterarles que “la investigación científica encontró que entre los científicos del clima prácticamente no hay desacuerdo respecto de la existencia del cambio climático generado por la actividad humana”. Este tipo de mensajes, previos a la llegada de la desinformación sobre cambio climático, tuvo efecto preventivo. En otro estudio, distinto del anterior, se observó algo muy similar.

La idea de inocular contra la desinformación se evaluó también en otros temas, como una teoría conspirativa sobre el atentado a las Torres Gemelas o la idea equivocada de que las vacunas no son seguras. Es interesante, y un punto importante a tener en cuenta, que en muchos de estos estudios se ve que la inoculación es efectiva, pero que si la desinformación llega primero, es muy difícil de corregir.

¿Quizá la educación formal debería considerar enseñar de este modo también, no sólo dando la información pertinente sobre determinado tema sino tratando de inocular contra la posible desinformación futura? De esa manera, es posible que si luego aparece la desinformación, las personas estén mejor preparadas para identificarla e ignorarla. Igualmente, aun si esto funciona, sigue el problema de que esto es específico para cada tema, y no es una vacuna “general”. ¿Qué se puede hacer?

  1. Técnicas de desinformación

Pero esto que comentábamos más arriba tiene una limitación también: nunca sabemos cuál será la próxima desinformación, así que es difícil tratar de prevenirlas. Recientemente se estudió otra manera de proteger a una persona de la desinformación, y hacerlo de una manera que no depende del tema en cuestión: ¿Y si se enseñan las técnicas más frecuentes que usan quienes desinforman? Básicamente lo mismo que en el apartado anterior, donde dijimos que explicar estas técnicas podía ser muy útil para curar la desinformación, pero antes. De esa manera, una persona podría ser más capaz de reconocerlas y, así, identificar la desinformación como tal, e ignorarla. En una investigación reciente, Jon Roozenbeek y Sander van der Linden mostraron que si los participantes del estudio juegan un juego online, en el que tienen que actuar como si fueran productores de fake news que tienen que aprender a dominar las seis técnicas más frecuentes que se usan al desinformar, luego son más resistentes a los efectos de la desinformación.

‘¡Desde las noticias falsas hasta el caos! ¿Cuán bueno sos? Conseguí tantos seguidores como puedas.’

Estas seis técnicas son:

  • Provocar polarización
  • Despertar emociones
  • Difundir teorías conspirativas
  • Comportarse como un “troll” online
  • Cambiar la culpa hacia los oponentes (deflecting blame)
  • Armar cuentas falsas en redes sociales

La idea de ‘gamificar’ la enseñanza de estas técnicas −o sea usar técnicas propias de los juegos recreativos para lograr que las personas aprendan algo nuevo−, se basa en que de ese modo se logra que los participantes hagan algo por propia voluntad. Además, al ser algo activo, y no pasivo como podría ser leer la explicación de las técnicas, el aprendizaje es más efectivo. Para ganar en el juego, los participantes deben conseguir la mayor cantidad posible de seguidores en su red social ficticia, sin perder credibilidad. A medida que aprenden una técnica, obtienen la ‘insignia’ correspondiente. Jugar el juego completo lleva sólo 15 minutos.

Todas las insignias que se pueden ganar en el juego.

Lo que midieron en este estudio fue la habilidad de los participantes (unos 15.000) de reconocer las estrategias de desinformación en tweets y titulares de noticias. Y los resultados fueron que, al comparar el desempeño antes y después de jugar el juego, esta habilidad aumentaba, independientemente del nivel educativo, la edad o la ideología política.

Todavía no sabemos mucho más sobre esto. No queda claro si esto es transferible a la ‘vida real’, por ejemplo. Pero es interesante la posibilidad de que aprender estas técnicas pueda ayudar a que podamos identificarlas más fácilmente cuando nos encontramos con noticias falsas o ideas equivocadas, en cualquier tema. ¿Estaremos cerca de tener la vacuna preventiva contra la desinformación, independientemente del tema?

¿Qué hacemos entonces?

¿Por qué tanto foco en la desinformación y las fake news? Hoy estamos rodeados de ellas. Vivimos en ciclos permanentes de noticias que luego se demuestran distorsionadas o manipuladas. Esto nos confunde y nos agota, y logra que muchos nos retiremos un poco, porque no nos da la energía ni para chequear la veracidad de cada cosa, ni para soportar las permanentes refutaciones. A mayor escala, esto termina siendo una amenaza para la vida democrática, porque nos impide tomar las mejores decisiones posibles, que sean informadas y que sean reflexivas.

En esta nota hicimos un pantallazo general, no exhaustivo, de enfoques que apuntan a corregir nuestras ideas, una vez que nos llegó y creímos la desinformación (la mirada de “cura”), y de enfoques que buscan prepararnos para que, cuando la desinformación llegue a nosotros, seamos más capaces de identificarla y hacerla a un lado (la mirada de “prevención”).  Pero todavía nos encontramos en una etapa de las investigaciones que es ‘pre-consenso’. Aunque hay puntas más firmes que otras, estamos lejos de poder decir qué funciona y qué no, y en qué contextos, en cuanto a cómo combatir la desinformación. Sin embargo, sí podemos decir que seguramente en estos tiempos iremos sabiendo más, porque todo esto se está investigando mucho. Y también podemos decir que hay esperanza.

 

Siendo fieles a nuestra mirada colaborativa, los invito a comentar esta nota y a enriquecerla si saben de otras iniciativas interesantes para sobrevivir a la desinformación.

 

 

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