Willy Pregliasco: Un intento de reparación

Willy Pregliasco: Un intento de reparación

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Pablo Esteban

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Maro Margulis

"...hacer pericias forenses es un acto de divulgación científica.”

"...hacer pericias forenses es un acto de divulgación científica.”

Willy Pregliasco: Un intento de reparación

Agosto, 1972; prisioneros de organizaciones peronistas y de izquierda son fusilados por marinos de la dictadura de Alejandro Lanusse tras intentar una fuga masiva en la cárcel de Rawson (Chubut). El asesinato de los presos políticos fue reconocido como un crimen de lesa humanidad y pasó a la historia como “La masacre de Trelew”. Agosto, 1993; un estudiante de periodismo de la Universidad Nacional de La Plata es desaparecido, tras ser detenido y torturado, por la policía de la ciudad. Había denunciado un allanamiento ilegal en su casa. El “caso Miguel Bru” es significativo porque se trató del primer juicio por desaparición en democracia. Junio, 2002; los militantes sociales Maximiliano Kosteki y Darío Santillán son asesinados en la estación Avellaneda, víctimas de una brutal represión de la policía bonaerense ante la movilización de columnas piqueteras.  

En su momento, estos sucesos dominaron la agenda mediática y, con el tiempo, quedaron impregnados en la memoria colectiva. Hay placas, monumentos, facultades y estaciones de tren que fueron bautizadas con los nombres de las víctimas. Sin embargo, estos tres casos en particular tienen algo en común, algo que los diferencia de otros: en la resolución de las tres causas judiciales correspondientes, que juzgaron las actividades de militares y policías en cada caso, colaboró el equipo de científicos comandado por Guillermo “Willy” Pregliasco. Un físico exigente y curioso, obsesivo y sencillo; experto en acústica de disparos y balística de postas de plomo. Un investigador del Conicet que desde el Centro Atómico Bariloche fue especialmente entrenado en la reconstrucción de escenarios criminales. En esta entrevista describe cómo fue pasar del análisis de colisiones atómicas y aceleradores de partículas a colaborar en casos criminales de máxima importancia pública, explica por qué no siempre la mejor tecnología es la más adecuada para hacer experimentos y al mismo tiempo nos narra qué dice la lupa cuando se posa sobre la represión policial y militar. 

En los ‘90 estudiabas colisiones atómicas y parecía que tu único destino sería el laboratorio. Al tiempo, sin embargo, te convertiste en físico forense. Nada menos que un científico hurgando en escenas criminales. ¿Por qué?

Me convertí en físico forense porque me iba mal en la carrera. Si me hubiera ido bien, tal vez, seguiría con colisiones. Nadie sale de la zona de confort si no recibe una patada en el culo. (Silencio profundo). Perdón, hago una pausa porque no quiero hablar con el casete, esta vez prefiero pensar. Dame un segundo.

(Le doy diez e interrumpo). 

Es la primera vez que me piden tiempo para pensar antes de hablar…

Me siento tan afuera del sistema a veces, perdóname. (Titubea) Siento que muchas de las cosas que carburo son sospechosas y tendría que revisarlas; me contradigo, casi todo el tiempo. Me sorprendo y a veces me amargo porque escucho a personas que hablan de cualquier cosa con una seguridad impresionante, sin ser capaces de cuestionarse a ellos mismos de ninguna forma. Y esa seguridad no la tengo, nunca la tuve. Cuando vine a Bariloche a hacer mi tesis doctoral en colisiones atómicas leía bastante a Oscar Varsavsky. Me golpeaba el hecho de no saber bien para quién investigaba lo que investigaba. A los pocos meses de arrancar le mandé una carta a Agustín Rela (ver más abajo), necesitaba un consejo. 

¿Qué le dijiste?

Que estaba haciendo una investigación y que sentía que no tenía mucho sentido. 

¿Qué te respondió?

Que no pensara tanto, que no me cuestionara todo, que vaya para adelante, que termine la tesis doctoral y que luego me fijara qué hacer de mi vida. Me pateó la pelota afuera: “La vida se trata de hacer lo que te toca cuando te toca, así que tratá de relajarte y de hacer lo que tengas que hacer; intentá disfrutarlo”. Me acuerdo como si fuera hoy, pasó mucho tiempo, casi cuarenta años. No había emails, las cartas eran fantásticas. 

¿Con quién más te carteabas?

¡Con mi vieja, obvio! Me mandaba recetas de cocina para no extrañar tanto los sabores y yo las reproducía bien. Ojo eh… aprendí mucho. La semana pasada volví a la empanada gallega, ahí está la verdad de la vida y el conocimiento. Una por semana me enviaba; me decía que me abrigue, que me cuide y, bueno, todo eso que dicen las madres. Me venía bien porque no fue fácil hacer la tesis; había escogido un tema gastado y me fastidiaba. En algún momento descubrí que todo el modelo que se utilizaba estaba mal formulado y lo critiqué tanto que lo sepulté. Por años no existieron nuevos aportes en colisiones y quedé bastante mal con mis directores, les arruiné el juguete de alguna manera. Descubrí tarde que si uno quiere tener laburo en el futuro, la carta de recomendación de tus jefes es lo más importante. Durante el menemismo estaban suspendidos los ingresos a carrera en el Conicet, aunque me prorrogaron la beca. De cualquier manera seguía complicado. Afortunadamente, llegó el ofrecimiento de mi compañero Ernesto Martínez que tenía una mirada muy similar a la mía. Era un tipo que se enfocaba más allá del laboratorio, siempre un paso adelantado. 

Había buena química entre físicos. Otro de los pioneros de la ciencia forense en Latinoamérica. 

Ernesto empezó a realizar actividades forenses en sus tiempos libres. Con el auxilio de la física más básica –aplicaba los principios elementales de la energía y un poco de lógica– analizaba cómo habían ocurrido accidentes viales que la justicia le acercaba. Participaba de pericias como si fuera un hobby y las resolvía a buen ritmo. Hasta que un día todo cambió. Lo buscaron desde La Plata; querían leer un texto que había sido borrado y sobrescrito. Como trabajaba en el Laboratorio de Óptica me consultó si me interesaba. Le dije que sí. 

Te referís a Miguel Bru, desaparecido en democracia, uno de los casos más importantes de la historia penal bonaerense.    

Sí, pero no lo sabíamos de antemano. Un día vine al laburo y no entendía nada. En la puerta había un móvil blindado que pertenecía a la penitenciaría de La Plata. Cinco tipos de traje y un subcomisario esposado nos esperaban para arrancar con las pruebas; el imputado estaba allí porque tenía derecho a presenciar las pericias. Colocaron el libro de actas de la comisaría arriba de la mesada y eso me sacudió: lo que hasta el momento era un simple escrito en un papel, se convertía en una pieza para develar un crimen de relevancia nacional. El único indicio físico para constatar que Bru había pasado por la comisaría; los peritos esperaban que nosotros encontrásemos el apellido del estudiante de Periodismo de la UNLP. Fue desaparecido en democracia. Como militaba, tenía su causa muy presente, me conmovió mucho. Teníamos casi la misma edad. 

¿Y qué hiciste?

Fui al baño a mojarme la cara. Fue un clic muy grande en mi vida. Volví al laboratorio y pusimos manos a la obra. El imputado presente, no podíamos hacer hipótesis surrealistas. En esa escena apelé a la mejor ciencia disponible; en ningún momento enunciamos nuestras opiniones personales sino que nos ceñimos a las pruebas… más que nunca a las pruebas. Nos despojamos de los prejuicios. Teníamos una responsabilidad sobre los resultados, que esta vez tenían efectos inmediatos sobre la realidad. Era una investigación que modificaba la vida de muchas personas que iban en busca de la verdad. No jugábamos al ajedrez, tomábamos decisiones. No era ninguna boludez. En aquel momento tenía flexibilidad y astucia para plantear experimentos nuevos. Teníamos un laboratorio impecable cuya estrella central era un espectrómetro Raman a estrenar. Valía una fortuna, era el mejor del país. 

Que fue de mucha ayuda imagino… 

Todo lo contrario, ni lo usamos. Para hacer el análisis empleamos técnicas mucho más elementales; me refiero, sencillamente, a iluminar el papel. Iluminamos de manera rasante la tinta azul con una luz del mismo color para divisar el relieve; lo hicimos desde arriba con color rojo para que resalte por contraste; y desde abajo con blanco para observar lo que se encontraba en la otra cara del papel traslúcido. Consignamos todo lo que estaba escrito con un par de linternas y un poco de papel celofán. Les dimos nuestro informe, se fueron. No siempre las mejores herramientas son las más costosas. Eso aprendí una y otra vez en el área forense. 

En la reconstrucción de la “Masacre de Trelew” ocurrió algo similar. 

Nos habían convocado para investigar las paredes sobre las cuales se habían producido los disparos; necesitábamos las huellas de aquella fatídica noche pero habían pasado muchísimos años. En algún momento advertimos que los muros tenían siete capas de pintura, de modo que si queríamos ir hacia el pasado para datar debíamos decapar una a una. Geología. En medio de un clima pesadísimo, hervíamos agua, la arrojábamos sobre las paredes y espátula en mano las picábamos sin parar. No me olvido más: un día de esos me llamó un periodista y me preguntó sobre la radiación infrarroja de nuestro sofisticado equipo. Cuando le conté que usábamos agua caliente y espátulas no lo podía creer. En ese momento decidí que mi grupo de Física Forense jamás compraría un equipo. Una idea contracultural te diría. 

¿Por qué la decisión?

Porque cuando uno tiene un equipo busca resolver todo con esa tecnología para justificar el dinero invertido. Pero todos los problemas no son susceptibles de ser abordados con las mismas estrategias, hay que ser flexibles. Las circunstancias cambian.

Esta postura queda clara en “Maximiliano Kosteki y Darío Santillán”, otro de los casos significativos. Ahí no fueron espátulas ni agua hirviendo, sino petardos y grabadoras de sonido. 

Utilizamos una técnica que ya habíamos empleado para la pericia del caso “Teresa Rodríguez”. Ubicamos los orígenes de los sonidos en base a los ecos que producen los disparos; una física simple, fácil de entender y muy linda de contar. Entre un modelo y la realidad existe un salto gigantesco y de eso se trata la ciencia. Por eso, cuando ves que las hipótesis funcionan no deja de ocurrir un pequeño milagro. Teníamos que trabajar rápido, faltaban dos meses para el juicio oral. Explotamos petardos en distintos lugares del Puente (Pueyrredón, en Avellaneda) y ello nos permitió identificar dónde rebotaba el sonido. Recuerdo que también usamos un farol como reloj de sol para datar la hora oficial de la represión y poder recrear los hechos de manera fehaciente. Calcular los tiempos de los asesinatos fue clave en el juicio porque desde que comenzó la represión hasta que culminó tan solo pasaron unos 15 minutos. Enumeramos todos los desplazamientos de la policía y aportamos desde dónde provenía el disparo que terminó con la vida de Kosteki. 

¿Y la de Santillán?

La muerte de Santillán estaba más clara, había testigos y las imágenes famosas que aportaron los reporteros gráficos de algunos diarios. El de Maximiliano, en cambio, provenía de la multitud, así que utilizamos información acústica para advertir desde dónde se originaba la bala. El grupo que, como se determinó luego, correspondía a Alfredo Fanchiotti (ex comisario) y compañía. A los fiscales eso les alcanzaba porque era una imputación colectiva. 

Fue el primer juicio en que declararon frente a audiencia. 

Eran más de diez partes involucradas, el tribunal en Lomas de Zamora era enorme. Fue una situación muy tensa, declaramos entre cuatro y seis horas. Tuve la primera gastritis de mi vida. Tiempo después comprendí que nosotros no resolvemos causas, sólo hacemos un análisis técnico de hechos fácticos, mientras que de la argumentación se encargan los abogados y los jueces. Hay algo muy loco en todo esto: nunca dejamos de ser científicos.

Científicos que actúan como detectives. Después de tantos casos rimbombantes, ¿te acostumbraste a lidiar con la muerte?

Siempre pienso que la oportunidad que nos da la vida es muy delicada. Vivimos en una época de mucha violencia física y simbólica; la sociedad es una gran máquina de aplastar gente. No hay opciones: o intentás parar esa máquina, o bien, la alimentás. La actividad forense, como parte del ámbito judicial, es un intento de reparación. Entender es sanar: los aportes de la ciencia contribuyen a la racionalidad y van en contra del preconcepto. Si no hubiera evidencia, ¿en base a qué se juzgaría? Te sorprendería ver cuántas cosas se deciden por prejuicio en esta sociedad. Nosotros nos levantamos a la mañana, venimos al laboratorio, tomamos unos mates y tratamos de analizar con precisión cómo las fuerzas de seguridad actúan sobre civiles. Tratar de hallar un pensamiento científico, racional y estructurante en cualquier situación violenta es todo un choque. Pero considero que aprendimos a lidiar con ello. Además, alguien lo tiene que hacer, ¿no?

 

La pericia como acto de divulgación

¿Por qué sos físico?

No sé muy bien. De hecho, descreo de las típicas historias para atrás: hay un campeón de bolitas, por lo tanto, rastreamos en su pasado profundo un gusto oculto por los deportes que requieren precisión manual. Por el contrario, tiendo a pensar que buena parte de nuestras historias son fruto de casualidades, que después ordenamos y adquieren cierta lógica. Seguí Física como podría haber estudiado un montón de otras cosas. En mi segunda vida, si existiera tal cosa, sería geólogo. Existe mucha presión sobre los pibes, como si elegir una vocación fuera tan decisivo, esquemático y lineal. Los más grandes tenemos la obligación de quitarle el peso a todo esto; hay muchas maneras de ser felices. Lo importante es recorrer el camino con furia, poniendo alma y cuerpo. 

¿Tu juventud tuvo furia?

Podría hablarte muy mal de la primaria y la secundaria. Tampoco tuve un paso brillante por la facultad. A Exactas y Naturales (UBA) ingresé en 1980, época de milicos, exámenes de ingreso y cupos; los concursos docentes estaban congelados desde hacía dos décadas. No era el mejor escenario para estudiar pero tuve un par de profesores muy buenos: las primeras clases de Análisis I fueron con Adrián Paenza. Faltaba bastante a clases y estudiaba mucho de los libros; entre los más picantes estaban los de Richard Feynman. Te partía la cabeza ese hombre. Pertenezco a una generación marcada por el “efecto Cosmos”.

Sagan, siempre aparece Sagan. 

Es que nos marcó a muchos. Cuando inició la serie (Cosmos) fue defenestrado por una parte de la academia, pero después las críticas se licuaron. Fue el programa de divulgación más visto del planeta; tanto que durante una década la matrícula de ingresos de los estudiantes de Física se quintuplicó en las universidades del mundo. ¡Eso es contar bien la ciencia! Siempre me interesó mucho la comunicación; creo que es parte de las capacidades profesionales que tiene que desarrollar un científico. Cuando vi el primer capítulo de la nueva Cosmos (presentada por el astrofísico Neil deGrasse Tyson) lloré. 

¿En serio? ¿Por qué?

Porque me di cuenta de que muchas de las preguntas que estaban planteadas en los ‘80, en la Cosmos protagonizada por Sagan, hoy están perfectamente estudiadas. Habitamos un planeta completamente distinto. Me conmovió el hecho de sentir que aquellas cosas que de pendejo me maravillaban, en la actualidad están saldadas. Vi en primera fila nacer una criatura y en un pestañeo advertí que había crecido un montonazo. De joven me recuerdo leyendo la (revista) Scientific American y discutiendo con mis compañeros en los jardines de Exactas sobre los mil interrogantes que se abrían respecto de las ondas gravitacionales; un fenómeno que ya fue detectado. Sagan sabía transmitir el entusiasmo, siempre que lo miraba pensaba: “Si este tipo siente tanto entusiasmo por contar la ciencia, quiero que me pase lo mismo. Sentir esa pasión”. 

¿No te pasa lo mismo?

¡Sí! Comunicar los conocimientos que se adquieren es de lo más lindo que puede haber. Te voy a contar una anécdota que me quedó grabada. 

Adelante. 

Mientras estudiaba Física daba clases para secundarios y me iba muy bien. Estaba entrenado y necesitaba hacer unos mangos, todo cuadraba perfecto. En 1984, con la reapertura democrática, se realizaron los primeros concursos docentes en la UBA y me presenté. Quería tener esa experiencia, veía a los profesores que había y quería ocupar ese lugar alguna vez, sentirme docente universitario. Así que me arriesgué. Sin antecedentes, con el CV pelado, me presenté, di una clase y me felicitaron. Como no podían darme el cargo, crearon uno ad hoc para las clases de noche, que eran las que nadie quería tomar y acepté. Me convertí en profesor del ingreso a los 23 años, tenía 130 alumnos y las reuniones con mentes brillantes como las de Agustín Rela, Guillermo Boido y Eduardo Flichman fueron un lujo. Me ayudaron mucho y me enseñaron a preguntarme para qué y para quién hacemos lo que hacemos. Aprendí de epistemología, historia y filosofía de la ciencia. En la actualidad, te puedo afirmar que hacer pericias forenses es un acto de divulgación científica. 

¿Por qué?

Porque cuando realizamos el informe técnico de alguna pericia lo que estamos haciendo no es más que comunicarle a un ciudadano cuál es nuestra forma de pensar. Alguna vez fuimos contactados por la gente de CSI (Crime Scene Investigation) y, desde mi perspectiva, eso no es el éxito. 

La producción de la famosa serie se interesó por una de las técnicas utilizadas por el equipo de Willy Pregliasco y lo contactaron para ver el modo en que podía ser incluida en uno de los capítulos. Dicho y hecho: la metodología empleada para analizar acústica de disparos fue incorporada y, con ello, por primera vez, una técnica científica argentina se vio reflejada en un producto audiovisual internacional de tanta popularidad y trascendencia. Intentamos brindar con Willy para refrescar el recuerdo pero no estiró la copa:

No soy exitoso cuando me reconocen en el exterior, sino cuando mi trabajo sirve para alguien. Sin proponérnoslo, nuestro grupo se especializó en el análisis científico de la represión policial y militar. Hemos realizado reconstrucciones históricas, ahí está el mayor orgullo que podemos tener. No fue un camino fácil, pero la vida tampoco es fácil. 

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