Entrevista a Ana Franchi: La base de la pirámide
Notas

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Entrevista a Ana Franchi: La base de la pirámide

...les decíamos a nuestros colegas que existía un techo de cristal y nos sacaban carpiendo”

Espera con la mirada clavada en el mate. Desde lejos parece hipnotizada. La cita es en el piso 11, edificio de Conicet, organismo que preside desde hace apenas unos meses. Para evitar el contacto físico ensaya la coreografía del saludo oriental: agacha su cabeza y reclina su cuerpo hacia abajo con las palmas juntas. Luego se balancea, recupera la postura y sonríe para disculparse. Ofrece infusiones pero no la propia, las medidas de prevención fueron estipuladas para ser cumplidas. Acatadas sin excepción, aún a riesgo de ser descorteses. Se sienta a una distancia considerable y suelta, eléctrica y sin pregunta mediante, el primer bocado: “Tomar medidas en estos tiempos no es nada fácil. Mucha gente vive con la guita al día y si no labura no puede comer. Un montón de pibes van a la escuela para alimentarse. Hay que encontrarle la vuelta porque, al mismo tiempo, tampoco queremos que se sature el sistema de salud ante la explosión del número de infectados”. En ese acto marca la cancha, descubre su costado reflexivo y adelanta su enfoque social.  

Ana se llama así por su bisabuela, “una tanita hermosa” que se casó a los 16 y tuvo siete hijos. Tiene la cabeza dura de tantos techos de cristal que logró quebrar. Es química, especialista en partos prematuros y feminista desde Cemento. Este abril cumple nada menos que 40 años en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Primero se consagró como referente gremial en las calles y hoy se ubica del otro lado del mostrador. El interrogante, aunque tácito –por momentos subrepticio– se desprende como fruta madura: ¿Cómo pasar de la resistencia a la acción? Para conocer la respuesta pongámonos cómodos, porque la función ya comenzó. 

Hay un dato que no está en tu CV pero es revelador. Además de química estudiaste sociología…

¡Sí, es verdad! Terminé la carrera pero nunca tramité el título. La comencé una vez que me recibí de química. Se ve que tenía muchas ganas de estudiar, a pesar de que mi recorrido por el colegio fue un poco traumático. Bah, más bien, interrumpido. Fui a vivir a México cuando tenía 12 años. Mi papá trabajaba para la UNESCO, era docente de escuelas técnicas y, como en 1969 obtuvo un cargo, fuimos a parar a Guadalajara. Un lugar paradisiaco, un ecosistema de eterna primavera, bellísimo realmente. En Argentina, hasta el mandato de Juan Carlos Onganía (1966-1970), te jubilabas con 25 años de servicio y sin límites de edad. Fue el caso de mi viejo y nos mudamos al exterior. Mis abuelos paternos eran docentes, seguíamos una especie de tradición.   

¿Y tu línea materna? ¿Tu vieja?

Mi mamá era ama de casa, una mujer de pueblo. Había nacido y crecido en Salto (Buenos Aires) y jamás esperó que fuera científica. Ni se lo imaginaba. Provenía de una familia de tanos que, como muchas, se dedicó pura y exclusivamente a trabajar la tierra. Creo que le hubiese gustado que fuera médica y a mí la verdad que un poco también. Quizás por eso mi tema de investigación se centra en el campo de la biomedicina. De cualquier manera, nunca me cuestionó nada de lo que escogí para mi vida. Si bien a muchas mujeres de mi generación se les hizo más difícil, jamás estuvo en duda que seguiría una carrera universitaria. Vivió hasta los 85 años y, una vez que comprendió lo que investigaba, se mostró contenta. En México, entonces, cursé de 1ro a 4to de la secundaria, volví al país y me reincorporé al Normal n° 4 de Caballito, donde había hecho la primaria. Perdón, ¿estoy narrando de manera desordenada?

Algunos recuerdos se presentan así…

Sí, es verdad. Bueno, te comentaba, tuve que rendir un montón de equivalencias, un idioma adicional y materias que ya había cursado en México. Fue pesado, aprobé todo un poco a los tumbos y entré a Exactas (FCEN, UBA) en 1974. 

¿Y qué recordás?

Que a mitad de año falleció Perón y luego cerraron la Facultad, de manera que en ese momento también tuve que rendir libre. Apenas me recibí en la especialidad de química biológica, en abril de 1980, empecé la beca del Conicet. Cinco años más tarde me doctoré y arranqué sociología. Es que me gustaban las dos cosas: las ciencias naturales y exactas por un lado, y comprender los fundamentos de las organización social por el otro. 

Los números son redondos así que la cuenta sale fácil: hace 40 años estás en Conicet. 

Sí, cumplo años en abril, toda una vida. Tuve la beca de iniciación –así se denominaba a la beca doctoral que otorgaba el Consejo– y recibí una influencia muy linda de (Eduardo) Charreau. Su materia, química biológica, significó muchísimo. ¡Cómo confunde el paso del tiempo! Lo veía tan grande y, en verdad, cuando estaba al frente de las clases como profesor titular no tenía ni 40 años. Nos fascinaba, tanto que fuimos muchas las que por su culpa nos inclinamos a investigar en su especialidad. Era muy estricto pero claro. Los buenos docentes marcan y más en aquella época. Me formé durante la dictadura, cuando buena parte del plantel de profesores se había exiliado y éramos poquitos los que estudiábamos.    

¿Te gusta dar clases?

Mucho no. Doy algunos cursos de posgrado pero me siento más cómoda en el laboratorio. Me gusta investigar. 

Tu campo es la biología de la reproducción humana. Trabajás con parto prematuro y aborto temprano. 

Estudio unas moléculas, las prostaglandinas, que desempeñan funciones importantes en el sistema digestivo, la presión y la coagulación sanguínea. El misoprostol es de esta clase, por ejemplo. Siempre me interesó el funcionamiento del aparato reproductor femenino y cuando diseñé mi propia línea de trabajo, me concentré en modelos animales en los que pudiera probar síndromes o patologías humanas. El aborto temprano fue uno de los temas; me refiero a pérdidas de embarazo que se producen durante el primer trimestre. Por otro lado, el parto prematuro es aquel que sucede con anterioridad a la semana n° 37 de gestación. 

La terapéutica para combatir al parto prematuro es poco efectiva. De hecho, según la OMS, constituye la primera causa de muerte en menores de cinco años.  

Se estima que, al año, nacen unos 15 millones de niños prematuros y la cifra se incrementa. Como no hay estrategias concretas para combatirlo, se vuelve muy frustrante para las familias. Muchos de los bebés que sobreviven experimentan secuelas complejas: parálisis cerebral, problemas neurológicos, ceguera y sordera, así como también afrontan inconvenientes para el aprendizaje. Algunos partos de esta clase se pueden prevenir, pero la gran mayoría no. Para aquellos que no se conmueven con los bebés pero sí con el dinero aportado por el Estado, deben saber que los nacimientos antes de tiempo representan un gasto extra al sistema de salud y educativo. Para contribuir a su resolución armamos modelos en ratones y ensayos clínicos con mujeres. 

¿Qué buscan comprobar?

Queremos ver si algunas de las moléculas que analizamos en embarazadas nos pueden servir de pista para advertir con antelación aquellos casos en los que se producirá un parto prematuro. Si conseguimos adelantarnos tendremos mejores chances para planificar el nacimiento y hacer un seguimiento mucho más intenso, con una asistencia dirigida. En la actualidad, una becaria del equipo explora si la disminución del estrés es un factor importante a tener en cuenta. Muchas mujeres suelen estar hasta el último día de sus embarazos en el trabajo; si logramos comprobar que es perjudicial para sus bebés podremos, en algún tiempo, promover la ejecución de una política pública que modifique las cosas en ese sentido. Políticas basadas en evidencias.   

 

Gestión, género y ciencia: una feminista en ambos lados del mostrador

En 1995, junto a la filósofa Diana Maffía y la neuróloga Silvia Kochen, comenzaron a golpear las puertas del Conicet, reclamaban políticas de género.

Desde becaria milité a través de los gremios. La primera vez que me paré a hablar con un micrófono todavía gobernaba la dictadura. No me olvido más. Éramos 10 gatos locos que pedíamos por una obra social. Los carteles, pintados a mano, incluían consignas básicas del tipo “Mano de obra barata”. Nosotras nos conocimos más adelante. En los 90’s, las marchas y protestas desembocaban en la puerta del Conicet, cuando todavía tenía su sede en Rivadavia (CABA). Siempre estábamos en la misma: salíamos de una crisis para entrar en otra. Estaba cerrada la Carrera a Investigador Científico (CIC) y nunca había un mango para los que ya estaban adentro. Un día, desde un congreso de epilepsia en Mar del Plata, Silvia se enteró de un encuentro que cada diez años organizaba la ONU sobre la situación de las mujeres (se refiere a la Cuarta Conferencia Mundial sobre las Mujeres Beijing 1995). Allí conoció a Diana que comenzaba a especializarse en género, ciencia y tecnología. Cuando Silvia regresó estaba muy excitada; convencida de que eso que había vivido era lo nuestro y que las tres teníamos que trabajar en conjunto. Comenzamos a frecuentarnos muy seguido y construir los primeros diagnósticos sobre la situación. 

Crearon la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología (RAGCyT).

Sí, eran un quilombo esas reuniones. Mi nena durmiendo en una cama de ocasión, el lavarropas funcionando a todo lo que da, nosotras discutiendo políticas y miradas de género. Empezamos a tirar palabras, jugar con siglas, hasta que quedó finalmente el nombre de la Red. Nos sonó lindo, elegimos a la presidenta por sorteo y fuimos a lo importante. A los números. Cuando llevábamos nuestras tablas y les decíamos a nuestros colegas que existía un techo de cristal y que la teníamos mucho más difícil que ellos, nos sacaban carpiendo. Pero ojo… no sólo los hombres de Conicet rechazaban nuestros reclamos sino también las mujeres. Al unísono nos decían: “Tenemos muchos problemas para que ustedes vengan con esto. Un adjunto gana igual que una adjunta, no rompan las pelotas”. 

Pero ustedes molestaban igual. ¿El reclamo principal era que no accedían a posiciones de poder?

Veíamos que incluso en las ciencias más feminizadas –sociales y humanas– el resultado daba igual. La proporción entre investigadores e investigadoras era pareja pero nosotras estábamos concentradas en la base de la pirámide. La gran mayoría no accedía a las jerarquías de la Carrera (Superior y Principal). Por aquella época, Diana fue al 1° Congreso Iberoamericano de Género, Ciencia y Tecnología que se realizó en Madrid. Le fue tan bien que consiguió que Argentina fuera sede dos años después. Pero, más allá de la alegría, significó un problema. Corría fines de los noventa y no teníamos plata para ser anfitrionas de tamaña reunión.  

¿Y qué hicieron?

De todo. Mangamos donde pudimos, molestamos a todos los contactos que conocíamos y nos dieron el Museo Roca (CABA) casi por casualidad. Hace poco me encontré a la hija de Diana, que hoy tiene unos treinta y pico y me recordó en broma que también la habíamos puesto a laburar a ella. Trabajo infantil: repartía las bolsitas a los asistentes y conferencistas. Incluso, utilizamos la casa de Silvia para hacer reuniones con los invitados especiales. Nos costó pero fue súper interesante, de hecho, a partir de ahí publicamos varios artículos, capítulos y libros. Durante aquel tiempo le poníamos empeño pero, como mucho, llegábamos a reunir a 30 personas. La cosa explotó hace cuatro o cinco años, gracias al movimiento internacional de mujeres que aquí tuvo una repercusión muy importante. En la actualidad, los medios me consultan más sobre género que por mis investigaciones; hoy los conversatorios sobre este tema son multitudinarios, antes nos miraban fulero. El hecho de que haya estado Dora Barrancos en el Directorio del Conicet durante tanto tiempo fue muy bueno porque se consiguieron logros medulares, como las licencias por maternidad y las prolongaciones de las becas.    

Tu caso es particular porque traspasaste todas las jerarquías. De hecho, desde la creación del Consejo en 1958, sos la segunda mujer que accedió a la presidencia. ¿Alguna vez tuviste problemas?

Tuve a una jefa que se volvió feminista con los años. Tuve a mis hijos una vez que ya había entrado a la Carrera por lo que accedí a una licencia por maternidad sin problemas. Y también tuve a mi vieja que me ayudó en todo momento. La primera vez que viajé por trabajo fue difícil, mi nena cumplía los tres años y me quería quedar. Me sentía totalmente indispensable; después fui aflojando. No eran épocas de celulares y no había la comunicación que hay ahora; entonces trataba de llamarla varias veces al día pero poco tiempo porque salía caro. Me quedaba triste, con mucha culpa. Además, cuando volvía las otras madres me miraban feo porque creían que estaba desempeñando tareas que estaban destinadas a los varones. 

Las reuniones de padres…

Las reuniones de padres que en realidad eran de madres porque siempre asistíamos nosotras. El colegio las ponía en un horario imposible; no sé cómo es ahora pero espero que haya cambiado un poco. Para colmo, llegaba y me hacían cantar “La Farolera”. Me agarraban unas ganas irresistibles de acogotar a la maestra… 

De manera reciente, para el Día Internacional de la Mujer, twitteaste: “No nos olvidemos que no hay doctorado que nos salve del patriarcado”.

Sí, lo escuché en la presentación de una investigadora mexicana y me pareció muy preciso. Me encantó. En Conicet existe una oficina de acoso laboral y género que actualmente recibe muchas denuncias; antes no había con quien reclamar nuestros derechos. Ello demuestra el avance de la presencia del movimiento feminista en la agenda, pero falta mucho. Hace poco me contaban de una estudiante que se había sentido acosada y, tras la denuncia, las autoridades universitarias habían resuelto que no rindiese el final de la materia con ese profesor. No alcanza, tenemos que apuntar un poco más alto. Ese docente no puede seguir dando clases. En todas las universidades se han confeccionado protocolos, hemos avanzado muchísimo pero insisto: falta. Además del acoso hay menosprecios inconscientes. 

¿Por ejemplo?

En los encuentros nos destinan la tarea de tomar notas, nos dicen que somos mejores “naturalmente” para las tareas administrativas, más prolijas. En general servimos el café y ni siquiera nos damos cuenta. Las reuniones importantes y las grandes decisiones se cocinan en momentos en que las mujeres no estamos. No es menor: cuando los hombres van a tomar algo o se juntan a jugar el partido de la semana es cuando conversan, a menudo, los temas laborales más importantes. Lugares aún vedados para nosotras. Suelen decirnos: “No entiendo por qué hacen huelga”. Y nosotras respondemos: “Justamente porque no entendés”

¿Cuáles son los desafíos que hoy enfrenta el Conicet?

Me encontré con un Conicet desfinanciado y con gente que recibió muchísimo destrato. Tenemos ganas de trabajar; ya hemos logrado algunas de las cosas que nos propusimos. El aumento de los estipendios de las becas y del número de ingresantes a Carrera eran prioridades que ya se cumplieron. Falta mucho, por ejemplo, el incremento de los salarios para los investigadores, reemplazar el equipamiento obsoleto y terminar de construir institutos que quedaron a medias. Son temas sobre los que estamos encima. Queremos mejorar las condiciones de articulación y promover una ciencia más federal. Respetamos profundamente a la investigación básica que ha llevado a nuestro país a lugares de liderazgo y al mismo tiempo buscamos una práctica científica más ligada al territorio, preocupada por resolver problemáticas sociales básicas. Queremos que la gente que la pasa mal viva un poco mejor. La juventud es la que empuja y la que nos va a ayudar a cumplir el objetivo, no tengo dudas.

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