Fósforo

ELEMENTO 15

Fósforo

15

2min

La luz al final del túnel.

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Por las calles de la Hamburgo de mediados de 1600, era común ver a un hombre mayor llevando baldes llenos de orina humana. Hennig Brand, alquimista y vidriero, insistía en ser llamado Herr Doktor Brand. No está claro si este reclamo lo hacía incluso cuando acarreaba por la ciudad sus hediondos baldes, pero por lo que se sabe de él, podríamos apostar que durante estos paseos mantenía su semblante con la más férrea arrogancia.

Como todo alquimista, sus experimentos tenían como objetivo la obtención de oro a partir de elementos más mundanos: Brand intentaba volverse rico con orina humana. En el sótano de su casa, experimentaba toda clase de procesos. Un día dejó un balde reposar al sol, después lo calentó hasta que hirvió, separó la parte líquida de los residuos sólidos, mezcló el sólido con arena y calentó la mezcla a temperaturas muy altas, quizás aprovechando sus herramientas de vidriero, y recolectó el humo que, una vez enfriado, le dejó un líquido verduzco y de apariencia inútil.

Esa noche, cabizbajo y pensativo, algo cansado, comenzó a cuestionarse la utilidad de sus experimentos. No había oro, no había plata. Con ese ánimo apagó la última vela del sótano antes de irse a dormir. Pero entre las tinieblas, vio un leve destello verde sobre su mesada. Se acercó lentamente, inseguro, hipnotizado por el verdor, y exclamó “¡Lucifer!”.

No podemos saber si los eventos transcurrieron exactamente así —probablemente esa noche nunca pasó—, pero quién sabe qué vio en aquella sustancia mágica. El brillo verduzco en medio de la negrura quizá le recordó al Lucero del alba. Tal vez pensó en el mismo demonio al ver una luz resaltar en las tinieblas. Lucero, Lucifer, en latín significa “portador de luz”. Lux y feros, luz y llevar. El “portador de luz” en griego se dice fósforo.

Brand trabajó en secreto con este elemento para producir oro, su verdadero objetivo. La luminosidad del elemento le hacía creer que estaba cerca e hizo todo lo que se le ocurrió, pero pronto se quedó sin dinero. Ya sin más ideas, reveló la existencia del polvo lumínico a sus amigos y vecinos, y no tardó en hacerse famoso.

La fama le duró algunos años, pero pronto dejó de rendirle. Por más mágico que fuera, su fósforo no lo acercaba al oro. Hoy sabemos que era una esperanza vana, pero el material luminiscente que había encontrado serviría en los próximos siglos para enriquecer a algunos y para crear una miseria incalculable para muchos más. No se sabe cuándo murió Brand, ni si llegó a enterarse de los usos que se iban proponiendo y planeando para su fósforo. Algunos pensaban aprovecharlo para medicina, otros para plaguicidas y venenos neurotóxicos.

De seguro que Brand no llegó a saber que doscientos años más tarde de su gran descubrimiento, ese fósforo trajo oro a un empresario que produjo los fósforos de mesa que hoy conocemos, ni que los vendió bajo el nombre de ‘Lucifer’. Pero, sobretodo, Brand nunca supo que la ciudad que celebró el descubrimiento del polvo mágico, Hamburgo, caería durante la segunda guerra mundial ante el fulguroso poder de una bomba incendiaria de fósforo.

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