Kiki y Bouba

Kiki y Bouba

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Juama Garrido

¿Qué es la sinestesia? ¿Las cosas suenan de una forma?

¿Qué es la sinestesia? ¿Las cosas suenan de una forma?

Kiki y Bouba

Hay pocas expresiones más subestimadas que ‘Vos no tenés cara de Nicolás’. Porque, claro, no puede existir concepto tal como el de ‘Cara de Nicolás’, ¿no?

Ahondar en la posibilidad de que los Nicolases puedan sonar de acuerdo a cómo lucen te lleva a preguntar por qué las manzanas se llaman así y no ‘chancletas’, o a asumir que existe algún tipo de conexión entre el lucir y el sonar de los objetos.

Esto requiere investigar si hay una sonoridad en las imágenes, y buscar una conexión implica remontarse a ese momento de la historia del humano en el que pudimos empezar a generar sonidos que identificaran los objetos que teníamos alrededor, y los primeros bautismos que hicimos sobre el entorno para poder compartirlo entre nosotros.

En 1929, Köhler le tiró a la arbitrariedad entre lucir y sonar presentándoles a voluntarios dos figuras, una de bordes afilados y una redondeada, y preguntándoles cuál pensaba que era takete y cual baluba, idea que Ramachandran volvió a atacar en el experimento que se volvió meme y vio nacer el ‘Efecto Kiki y Bouba’. Esta vez, le preguntó a angloparlantes y a tamirparlantes (?), y en ambos grupos más del 90% coincidieron en que Kiki era la de bordes afilados y, Bouba, la redondeada.

La interpretación que hacen le adjudica una parte del fenómeno a la posición de nuestra boca al sonarlos, en la forma de la redondez que nos provoca hablar de Bouba (experimento que sugiero hacer frente a un espejo, dada la cantidad de caras afines a Forrest Gump que éste te va a devolver’) y a la tensión de la lengua que termina en lo afilado del sonido de ‘Kiki’.

O sea que, de alguna manera, las cosas suenan como lucen, el primer puntapié para el lenguaje termina teniendo gusto a sinestesia y Nicolás, aunque sea un poquito, tiene el nombre en conflicto con la cara.

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Lo que se desprende de acá es la posibilidad de jugar y ver hasta dónde podemos sonar a Kiki, a pesar de que esté atravesada por un filtro más. En este caso, nuestro filtro es un experimento nuevo.

Hacer Gato implicó que los que salíamos de un laboratorio empezáramos a tomar contacto con el diseño, y darnos cuenta de que existía la posibilidad de usarlo como herramienta de comunicación para hablar de ciencia. Y acá aparece el problema de usar una herramienta que no entendés y que nunca exploraste. ¿Podemos intentar hacer con el diseño lo que nos encanta intentar con ciencia? No tenemos idea. Pero sí podemos hacer una nota sobre diseño que habla de diseño hablando de ciencia. O algo así.

Aquí están, estos son, los Kiki y Bouba que, aún masticados y vomitados por diferentes vanguardias, siguen teniendo cara de Nicolás.

 

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Dadá

Dadá es un nombre que no significa nada, de una vanguardia artística que tampoco quería significar nada. Y eso significó un montón. Allá por 1916, con la Primera Guerra Mundial en curso, un grupo de muchachos se reunían en el sótano del Cabaret Voltaire (sí) en Zurich -en Suiza, el único país europeo neutral en el conflicto- a consumir estupefacientes (sí) y a echarle la culpa de todos los males a los intereses nacionalistas y colonialistas de la burguesía (feeling zurdo, punk?). Cuando terminaban de sacarse las cacerolas de las cabezas, los dadaístas resumían su idea central en una cosa medio así: la guerra es lo peor que nos pudo pasar, y si toda la historia del arte llevó a la guerra, vayamos en contra de toda la historia del arte; nosotros hacemos anti-arte. *MIC DROP*.

Pero anti-arte posta: capítulos de libros enteros usando sólo la vocal e, poesías cortando palabras del diario y sacándolas de un sombrero, esculturas con basura que encontraban en la calle y una lista tan rara a la que no le corresponde ningún etcétera.

Cáctus.

 

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Constructivismo

Es imposible entender una pieza sin entender su contexto, por eso es imposible hablar de arte sin hablar de historia.

La Revolución de Octubre no sólo nos dejó uno de los discos más importantes del rock nacional, sino que trajo al mundo a la máquina de ganar medallas olímpicas: la famosísima (si naciste antes de 1990) Unión Soviética. El 7 de noviembre de 1917 (sí, datazo, la revolución de Octubre fue en Noviembre. Qué sé yo. Cactus), el pueblo derrocó al Zar y le dio el poder al partido Bolchevique, pasando de la versión rusa de la monarquía a la versión rusa del comunismo.

Como los muchachos de la época no aceptaban el arte despegado de su rol social, cada pieza estaba pensada para que el espectador tomara un rol activo, como si cada geometría no fuera una abstracción sino una figura real, tangible, en tres dimensiones que el usuario debía tomar con sus manos para la construcción de un objeto. Pero al mismo tiempo, el constructivismo era un sistema cerrado donde el rojo era bolchevique. No era metáfora, no sugería, no nada. Pintar algo de rojo buscaba expresar su bolcheviquismo, no su color.

Esto es más claro si notamos que las imágenes que se nos vienen a la cabeza cuando pensamos en esta vanguardia no son pinturas sino afiches. No sólo afiches, afiches políticos y propaganda. Y donde nosotros vemos un inocente kiki rojo arriba de un bouba blanco, sus diseñadores comunicaban con intención unívoca al Ejército Rojo aplastando a los anti-comunistas. Camarada Kiki.

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Wassily Kandinsky

Kandinsky fue uno de los primeros artistas en profundizar en la relación entre sonido, color y forma. En 1912 publicaba De lo Espiritual en el Arte, un librito hermoso en el que cuenta sus experiencias sinestésicas en forma de postulados muy precisos. ‘Los colores agudos poseerán una mayor resonancia cualitativa en formas agudas (por ejemplo, el amarillo en un triángulo)’. Sin evidencia evidente pero con muy buen ojoído, postuló los principios del color y la forma en el plano que, cambios más – cambios menos, seguimos usando hasta hoy. Como un Albert sin ecuaciones pero con un montón de acuarela.

Si bien fue parte de otros movimientos, los trabajos más recordados de este querido ruso son aquellos que hizo en Alemania durante su estadía como profesor de la Bauhaus, una de las escuelas de diseño más importantes de todos los tiempos.

 

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Roy Lichtenstein

El gran problema para entender el pop es cuán fácil puede confundirse con el pop. Y es que usamos tanto la palabra pop que el concepto nos quedó bastante flojo de popeles.

Los popes del pop —la vanguardia— cuestionaban la definición de arte impuesta por los museos usando para sus obras elementos de la cultura masiva: publicidad, objetos cotidianos, kitsch, cómics, marcas. Las imágenes de lo que hoy llamamos cultura-pop. Pero la GRAN diferencia es que los artistas de la vanguardia las utilizaban en collages, pinturas y esculturas, dotándolas del status de arte en un gesto irónico. En acaso la actitud hipster más importante de la historia, inventaron el pop produciendo irónicamente antes de que existiera el consumo irónico.

Andy Warhol clonó Marilyns y pintó sopas. Roy Lichtenstein hizo del cómic una pieza de galería mediante el uso de paneles enormes con trazos gruesos, colores de cartel y recursos propios de la historieta. Recursos narrativos como el globo de texto y hasta ‘errores’: esos famosos puntitos que vemos en sus obras no son distintos del glitch tan de moda en estos días; un ‘defecto’ que convertimos en recurso para decir algo.

 

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Estilo Suizo

A riesgo de establecer una correlación entre arte y conflicto, el estilo suizo surge recién terminada la Segunda Guerra Mundial. El caos post-bomba nuclear despertó un sentido de responsabilidad social muy grande en la comunidad de diseñadores gráficos de Europa.

Sin dudas, un nuevo estilo visual era necesario. Pero como estos muchachos eran mucho menos intensos que los dadaístas, en vez de negar todo, buscaron en la historia del arte los recursos necesarios para lograr una comunicación limpia, racional, legible, más democrática y objetiva.

El Estilo Tipográfico Internacional (su nombre original antes de ponerse de moda en Suiza) es la respuesta modernista a los problemas de comunicación a los que se enfrentaba el nuevo mundo de postguerra. Un lenguaje que sirve para contar los avances de la ciencia, para la educación, para la propaganda o para vender productos a gran escala, que se volvió el dominante del diseño gráfico hasta el día de hoy. Todo muy, pero muy Federer.

Menos es más, no me voy a morir por saber usar grillas matemáticas, luchemos contra lo feo y one typography to rule them all.

 

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Emigre

El punk de Sex Pistols nació como respuesta a la complejidad musical y visual de las bandas rock de los 70s. El grunge de Nirvana aparece como respuesta al glam de los 80s y al ‘rock MTV’, de la misma forma que Tan Biónica nació como una respuesta a la música.

En la historia del arte (también), cada acción tiene su reacción y toda idea pasa por el proceso de confrontar su némesis y obtener un resultado (Hegel, bocha más elegante, diría tesis, antítesis y síntesis).

Cada tanto aparece un Radiohead, una de esas bandas que hacen todo bien, tomando los mejores elementos de todas las ideas previas y generando un producto que cambia la forma de entender una época.

Emigre -que pronunciamos Emigré aunque no tenga tilde- vendría a ser el Radiohead de los diseñadores gráficos. Plantada de lleno en los 90s, esta dupla (y, anecdóticamente, matrimonio) diseñaba sus propias tipografías, publicaba su propia revista, se cagaba en las reglas de legibilidad de la escuela Suiza pero le escapaba al grunge tipográfico más extremo de moda en esa época (sí, el grunge tipográfico es una cosa, incluso tenemos nuestro propio Kurt Cobain: David Carson).

Experimental, revolucionario y comercial en su medida justa, amado y odiado por igual (exacto, Radiohead), Emigre hizo la suya durante 20 años y nos abrió la puerta para ir a jugar a todos los diseñadores. <3