Son las dos de la mañana y el volcán Kawah Ijen en Indonesia ya tiene la máxima concurrencia que recibirá en el día. Se agolpan los grupos de turistas que escuchan con atención las indicaciones de sus guías antes de disponerse a enfrentar el empinado ascenso al volcán, esperando ver en su cráter las llamas de fuego azul que surgen de la combustión del azufre y son visibles sólo de noche. Les explican que el tiempo de ascenso dependerá del ritmo que se le imponga pero será de aproximadamente dos horas y que, si quieren tener la experiencia completa descendiendo al cráter, es prudente que antes se pongan las máscaras de gas porque los vapores cargados de compuestos de azufre son altamente irritantes para los ojos y las vías aéreas.
Independientemente de si tuvieron la suerte de ver las llamas azules o no, el amanecer desde la cima del volcán es un atractivo turístico en sí mismo. Se aprecia la gran laguna azul turquesa que descansa en el cráter, una enorme masa de agua extremadamente ácida y cargada de metales disueltos que le dan su color característico. Entre selfies y toses, la gente captura imágenes de un paisaje que probablemente no vuelvan a ver nunca en sus vidas y que, al recuperar la conexión a internet, será una lluvia de likes asegurada.
Las vistas son increíbles, pero el paisaje se transforma. Poco a poco aparece una multitud de mineros, de espaldas encorvadas y rodillas flacas, que entran al volcán con sus cestas vacías, un pañuelo mojado cubriendo nariz y boca a modo de protección contra los gases nocivos. Un poco después, salen cargando a cuestas alrededor de 80 kg de azufre sólido cada uno. La mayoría llega bien temprano a la madrugada, de modo tal de poder hacer dos viajes antes de que el calor del mediodía se vuelva insostenible y obtener sus 10 dólares del día. Los turistas que van de excursión pagan 50.
La intervención de las empresas mineras en el volcán es casi mínima: se reduce al diseño de un sistema de tuberías que permite que el azufre se enfríe y solidifique para que los mineros lo puedan extraer. Esta actividad minera es de las pocas que se sigue haciendo tan a mano y les cuesta a los mineros una reducción de casi veinte años en su esperanza de vida respecto a la de sus compatriotas. En las poblaciones cercanas a Ijen, al azufre se lo conoce como el “oro del diablo”.
El azufre es un elemento indispensable para el desarrollo de los seres vivos. En otras tierras, lejos de Ijen, goza de otro prestigio. De hecho, en 1939, Gerhard Domagk fue reconocido con el premio Nobel por descubrir el efecto de un derivado de la sulfonamida en el tratamiento de infecciones bacterianas a partir del cual se desarrollaron posteriormente una gran cantidad de medicamentos. Pero alrededor del volcán, todavía el hombre mata y la tierra quema.