Ni siquiera el propio Darwin vivió para entender el monstruo perfecto que había creado. Cambio seguido de selección. Competencia por recursos limitados y aislamientos reproductivos que derivan en múltiples especies a partir de un solo antecesor común.
Una idea tan sintética que excedía a la biología al punto en que hoy hablamos de evolución y selección de memes: ideas pequeñas que compiten por una atención limitada. Ideas que están tan vivas como el concepto arbitrario de vivir lo permite.
Ideas que, a veces, no tienen absolutamente nada que ver con la verdad.
Resulta que los pinzones de Darwin son una de esas construcciones hermosas y altamente reproductivas, aunque falsas. Todo parece indicar que este ejemplo paradigmático, este cuento para nenes inquietos, este Darwin que observó picos diferentes y les adjudicó una historia de especiación basada en la alimentación, es fruta. O por lo menos es históricamente inexacta, a pesar de su potencial infinito como herramienta pedagógica.
Darwin vio los pinzones, hizo un par de notas en su diario, y medio que hasta ahí, porque la explicación completa, la torta marubotácea perfectamente decorada, la perfecta fábula evolutiva, no existió. Por lo menos, para él.
Pinzones que son un ejemplo perfecto de una teoría maravillosa. Ejemplo tan fértil, tan apto, que superó su propia historia y se coló en los libros como la estafa pedagógica más hermosa que Darwin jamás creó.