Asumimos que vemos la misma tele que el amigo que se sienta al lado, que escuchamos el mismo recital o que analizamos el mismo discurso político. Pero la realidad es medio una ilusión. Editamos y construimos esa realidad, recortamos pedacitos, deformamos otros, ajustamos lo que conocemos o esperamos; todo en un ejercicio cognitivo delicado, constante e innato.
Por suerte, a veces podemos parar y mirarnos a nosotros mismos. Tratar de entender nuestro rol como arquitectos de nuestra percepción y, con eso, intentar gobernarla. Tratamos de pensar mejor, observando cómo pensamos, capacidad a la que llamamos introspección.
Eso deja un bache pequeño pero infinito. ¿Quién observa nuestra forma de observar? ¿Cómo sabemos si nuestra propia capacidad introspectiva no necesita un alguien que la vigile y la mejore? Un observador de la observación, uno que abre la posibilidad no sólo de trascender nuestras limitaciones como observadores, sino como observadores de nuestra propia observación. A esa capacidad la denominamos metaintrospección. Esta capacidad, entre otras cosas, nos permite detectar si estamos tomando decisiones libres o si nuestras decisiones están siendo empujadas desde afuera.
Todo esto queda absolutamente claro cuando vemos trabajar a un mago, ese estafador honesto que manipula nuestras decisiones. Ese que hace que elijamos la carta que él quiere, y no sólo eso, que lo hagamos con una sonrisa, porque asumimos esa decisión como propia y libre. Ese truco que termina en asombro, aplauso y la seguridad de que alguien nos engañó, pero bien.
Acá es donde entra nuestro experimento y una serie de magos con intenciones tal vez un cachito menos claras: los políticos (y sus asesores, coaches, gurúes, ejércitos de bots, periodistas, famosos y tuiteros entrenados para la evangelización).
Este es un experimento sobre cómo votamos, por qué y cuán manipulables somos a la hora de tomar una decisión, así como sobre el riesgo de justificar como propia una decisión ajena. Algo que, claro, jamás nos pasaría eligiendo un presidente, ¿no?
Pongámonos políticos
En los últimos 12 años la política Argentina se polarizó tanto que si toca un picaporte de bronce la patea (elemento cuya construcción no vamos a analizar, sino a tomar como dato de partida). Las personas tienen (tenemos) apasionada claridad sobre lo que queremos, al punto que elegimos noticias y canales que satisfacen nuestras expectativas (Crtl + Alt + Sesgo de Confirmación).
Ahora, si la polarización es tal, ¿por qué cambian los patrones de votos? ¿Cómo decidimos los electores? ¿La decisión del voto es producto de un juicio meditado y personal, una evaluación racional sobre evidencias que ponderamos y que nos permiten construir una elección libre o, en cambio, somos volubles y manipulables, como parados frente a un ilusionista?
Sospechar que nuestra construcción del voto es mucho menos racional y libre de lo que pensamos implica para nosotros, científicos curiosos, una oportunidad y un problema, y ambas son lo mismo: ¿cómo diseñamos un experimento que mida libertad en la construcción y experiencia del voto?
Hace no muchos años, la ciencia política comenzó a usar diseños experimentales para explicar los determinantes de las decisiones de voto. A vuelo de pájaro las teorías se dividen entre las que sostienen que el votante es racional vs la que es medio gil. Votantes que la tienen clara, eligen porque tienen ganas de expresar su ideología y lo que saben, eligen solo cuando piensan que su voto es decisivo para el resultado (y si no ni se molestan) o incluso son racionales cuando votan a quien les dice el puntero pero sólo cuando creen que el candidato les conviene.
El tema es que a las teorías, hay que medirlas.
Ahora, ¿y si el votante no fuera ni un tonto ni un genio? ¿Y si hubieran algunas situaciones donde sencillamente el tipo desconecta su decisión de su intención? ¿Y si los procesos gracias a los cuales tomamos y justificamos decisiones no fueran tan transparentes?
Un equipo de la universidad de Lund, en Suecia, probó esta hipótesis en experimentos donde la gente elegía diferentes cosas: mermeladas, la chica que gustaba o decisiones morales, pero a la hora de justificar las elecciones, ellos manipulaban esas elecciones, devolviéndoles otras. O sea que, de golpe, estabas justificando por qué la mermelada, chica o partido político que no elegiste es rico, atractiva o competente respectivamente. O sea que tenemos antecedentes de situaciones en las que podemos cambiar las decisiones ajenas y hacerlas pasar por propias al punto que el otro justifica y elabora sobre esas decisiones manipuladas. Podemos hacer tropezar nuestra observación de nosotros mismos y seguir para adelante sin notar el engaño. Nada que ver con la política, claro.
Cuestión que, para las elecciones de 2013, en Suecia hicieron un estudio en el que se les hacían diferentes preguntas a los votantes y se les pedía fijar sus posiciones sobre 12 temas relevantes. Al terminar, se les informaba qué partido político deberían votar dependiendo de esas afinidades (algo así, pero muchísimo, muchísimo más acotado). Inmediatamente después, se manipulaban sus respuestas, a veces al punto de cambiar el partido político que representaba las decisiones originales del votante, y luego se les pedía que justifiquen sus decisiones.
Llamativamente, muchos no solo justificaban sus respuestas manipuladas, sino que también cambiaban su intención de voto. Este estudio implicó la construcción de un puente genial entre los estudios de formación de opinión de la politología y aquellos que indagan los mecanismos más profundos de la toma de decisiones.
Pero estos eran suecos (altos, rubios, zapatitos de madera, toda la pelota), y nosotros queríamos saber cómo es el proceso escondido en la elección política argentina; entender cómo nuestras limitaciones y nuestra vulnerabilidad a ser engañados podía (puede) llevarnos a tomar decisiones y saber si hay algo que la ciencia le pueda aportar a una discusión que suele tener más elementos de discurso que de experimentación rigurosa. Ahí empieza nuestro intento.
Este experimento tiene dos versiones, una versión analógica (re parecida a la de los zapatitos de madera) y otra digital. El sondeo comenzó antes de la primera vuelta electoral de la elección presidencial argentina del 25 de octubre y ahora estamos en proceso de análisis, pero los primeros datos indican que, a grandes rasgos, los resultados fueron similares a los del proyecto digital.
¿Por qué elegimos ahondar en el digital? Porque lo que te vamos a contar acá lo obtuvimos de analizar datos sobre unas 7.000 personas que respondieron a esta versión del experimento entre el viernes 13 de noviembre (o sea, ‘el viernes pasado’) y el domingo 15 de noviembre, antes del debate presidencial televisado esa noche (los datos finales completos son menos por bocha de circunstancias, desde gente que cierra la ventana a datos que no entraron en el análisis porque tuvimos que cortar la toma para poder analizarla, así que este primer recontraborrador usa arriba de 3500 experimentos completos).
Claro que tuvimos que hacer algunos ajustes para replicar el experimento. A diferencia de otros países de Europa, e incluso de América Latina, en Argentina los partidos no se posicionan en el espectro ideológico de izquierda a derecha sino que contienen a ambos en su interior (la Unión Cívica Radical, por ejemplo, ha pertenecido a la Internacional Socialista y a la Internacional Liberal, y el partido peronista fue el mismo que dio derechos a los trabajadores y el que motorizó políticas pro libre mercado en los 90’). El desafío era reproducir el experimento sin sobresimplificar en un eje ‘izquierda – derecha’. Tampoco podíamos ubicarnos tan claramente en la idea de oficialismo y oposición, porque los candidatos diferían en algunas propuestas pero en otras se parecían (particularmente en el discurso, que se puso sorprendentemente solapado al acercarse la elección). Por último, no podíamos apelar al “peronismo/anti-peronismo” porque antes de la primera vuelta electoral había un candidato con chances, Sergio Massa, que surgió de ese partido.
Para resolver este embrollo elegimos (al igual que los suecos) afirmaciones sobre medidas de gobierno, especialmente las que estaban más presentes en la agenda pública. Elegimos el eje ‘continuidad vs. cambio’ y elaboramos afirmaciones que pueden ser normativas, no falsables o incluso contener “saltos lógicos”. Es necesario en este punto aclarar que, con ellas, más que consistencia o precisión, se buscó capturar la forma en la que se construye discurso político y mediático en relación a estos temas.
Lo más importante en la construcción de las afirmaciones era desambiguarlas, es decir, lograr tener claro cuáles afirmaciones eran ‘pro oficialismo’ y cuáles eran más ‘pro oposición’. Con el objetivo de ser lo más parejos y consistentes posibles en la toma de datos, armamos 6 afirmaciones que esperábamos representasen al votante del lado sciolista del espectro, y otras 6 del lado macrista.
A continuación mostramos algunas cosas de la primerísima edición de este experimento, porque sí, porque no podemos más, porque queremos compartirlos, porque tuvimos que tomar la decisión de esperar un par de meses e ir directo por el paper o mostrar resultados que, aunque preliminares, nos sorprendieron. Resultados que entendemos que es importante estén en el dominio público, más hoy, con una elección presidencial en días.
Experimentos que muestran lo vulnerables que podemos ser (TODOS) ante la manipulación.
Cabe destacar que el partir de sujetos auto seleccionados, así como el hecho de que el núcleo inicial de amplificación es una comunidad que creció alrededor de un proyecto de comunicación pública de ciencia (o sea, ustedes, Gatos), puede sesgar los resultados en el sentido de que no puede ser considerada una muestra representativa del universo de los habilitados para votar en la Argentina (aunque ya checkeamos que estamos balanceados de sexo, y en el futuro vamos a hacer ensayos ajustando cuotas de edad y educación de los respondentes).
Lo que importa es que los datos sí son ilustrativos de los mecanismos de ceguera y autoconfabulación en los procesos de toma de decisiones políticas del votante argentino de cara al proceso electoral de 2015.
Nuestro experimento constaba de varias partes. Al principio, tratamos de establecer el voto pasado y le pedíamos al sujeto que se ubicara en una línea contínua entre Daniel Scioli, que compite por el oficialismo, y Mauricio Macri, candidato de la oposición en el ballotage del 22 de noviembre. De esta manera, podíamos tener acceso a una gran calidad de información sobre la distribución de votantes, así como sobre la intensidad con la que se definían a sí mismos.
Si bien se observan más votantes sciolistas, esto no es una encuesta de proyección de voto sino un experimento, estos datos pueden verse sólo dentro de las limitaciones experimentales, y lo vamos a aclarar las veces que sea necesario para que no queden vacíos de interpretación y porque tomar encuestas de tuiter como representativas es lo que hacen los medios tradicionales, que medio que ya no saben qué publicar.
Es interesante notar que, cuando se busca un índice de fundamentalismo (o sea, cuando buscamos a los extremistas que se definieron en el 5% más convencido dentro de cada grupo), ambos candidatos presentan proporciones similares de votantes extremos en relación a su espectro total de votantes (Scioli presenta 56% de votantes extremos dentro de su distribución, mientras que Macri presenta 53%).
Una parte, tal vez la más interesante del estudio, suponía repreguntarle al entrevistado sobre una de sus elecciones anteriores, particularmente saber si estaba seguro y, además, si quería cambiar alguna de sus respuestas. Esto no era trivial, ya que de las 4 repreguntas que se le hacían, 2 habían sido manipuladas por nosotros de manera que cualquier valor que hubiesen declarado en la primera elección fuese reemplazado por un valor leve, pero del lado opuesto del espectro, y 2 eran de control (por lo cual el valor era el que el sujeto había declarado). Finalmente, a uno de los grupos tratados (respuestas manipuladas) se les presentó además un gráfico que arrojaba resultados de un supuesto análisis que había sido realizo por un algoritmo de nombre compilado e inexistente, con objetivo de estudiar si el hecho de presentar un gráfico elegante tenía alguna influencia en la confianza en el resultado del algoritmo (no lo vamos analizar ahora, pero en principio el gráfico no habría generado grandes cambios).
Y acá vienen 2 hechos:
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- El interesante: menos del 50% de las personas pidió cambiar las preguntas manipuladas; son quienes advirtieron que esa respuesta no reflejaba sus posiciones.
- El REQUETE interesante: más del 50% de las personas NO pidieron cambiar las respuestas manipuladas, respondiendo sobre ellas como si fuesen propias y correctas, AÚN CUANDO NO REFLEJABAN SUS CONVICCIONES DECLARADAS PREVIAMENTE. O sea, estaban elaborando y justificando como propias aseveraciones que habíamos manipulado nosotros. Incluso analizamos si había diferente tasa de engaño cuando comparábamos fundamentalistas con no fundamentalistas, y todos tuvieron tasas de engaño muy similares, o sea que estar más convencido de tu voto no te hace ni más ni menos engañable.
Y acá viene el resultado basado en la orientación ideológica, que es medio el que todos estamos esperando. Cuando segregamos los resultados por posición previa, aproximadamente 50% de los sujetos que se declaraban del lado sciolista del espectro identificaron las respuestas manipuladas y declararon el error, mientras que eso fue así sólo para el 40% de los declarados en el espectro macrista.
Ahora, este análisis se pone mucho más jugoso cuando vamos pregunta por pregunta y encontramos algunos patrones interesantes:
En general, los votantes del espectro sciolista son más sensibles a que se manipulen preguntas que tienen relación con aspectos percibidos como positivos para la gestión actual de gobierno (Ley de Medios, Planes Sociales, Fondos Buitre), mientras que los del espectro macrista identifican más fácilmente la manipulación cuando lo que modificamos son respuestas a preguntas que tienen que ver con la crítica a la gestión actual (autonomía del INDEC y medición de la pobreza).
Un dato particularmente relevante surge de analizar las respuestas de diferentes preguntas y ver que, para la mayoría, la polarización fue la esperada, generando posturas antipódicas entre el votante del espectro sciolista y el del espectro macrista (Liberación del tipo de Cambio, Distancia diplomática para con Irán, uso del ANSES para la financiación del gasto público, el Pago a los Fondos Buitres, el plan PRO.CRE.AR vs. los créditos hipotecarios), mientras que otras fueron sorprendentemente unánimes, tanto para votantes siolistas como macristas (el mantenimiento de los subsidios, la necesidad de mejorar la autonomía del INDEC, la implementación de la Ley de Medios, la difusión de índices de pobreza).
Estas distribuciones nos permitieron, por un lado, confirmar que las preguntas que habíamos armado efectívamente polarizaban. Por otro lado, que ese gradiente de respuestas se hiciera menos polarizado para algunas preguntas evidencia las situaciones críticas que cualquiera de los candidatos que resulte electo va a tener que atender, ya que la población mantiene una postura unificada al respecto. Un detalle no menor es que tres de esas preguntas apuntan a la transparencia y a la multiplicidad de canales para la búsqueda, circulación y correcto análisis de la información, lo que puede ser interpretado como un electorado con voluntad de ir hacia mayor claridad en el intercambio de información y la construcción social basada en más datos que discurso, pero esa interpretación claramente puede estar sesgada por nuestras propias ganas de que eso suceda.
Les pedimos a los sujetos que, finalizado el experimento, se definieran nuevamente en un punto del espacio. Con esto, podemos generar un gráfico que muestra la relación entre disposiciones previas y posteriores. Si los sujetos no cambiaron de ninguna manera su postura, los resultados deberían mostrar una línea diagonal perfecta. O sea que alguien que estaba cerca de Scioli se vuelve a plantear en ese punto exacto y alguien que estaba la misma situación pero del lado macrista repite exactamente esa misma conducta.
Los resultados son sorprendentes y diferentes a la experiencia sueca. Existe una relación casi perfecta entre la posición anterior y la posterior, mostrando un comportamiento muy estable, cosa que también puede ser leída como falta de flexibilidad para cambiar su postura por parte de los votantes para la gran mayoría de los casos. ESTA ES MI DECISIÓN Y LA VOY A MANTENER.
En un último experimento decidimos explorar la posibilidad de que la noción de propiedad fuese diferente para los diferentes votantes, y que esto se viese de alguna manera reflejado en su elección. Para esto, los expusimos a un dilema moral en dos partes (tomado de “La idea de la justicia“, de Sen):
Tres chicos (Pedro, Luis y Jorge) discuten acerca de quién tiene que quedarse una flauta.
Jorge trabajó durante dos meses para construir la flauta y cree que es injusto que ahora que la terminó los otros dos chicos, que no hicieron nada, se la saquen.
Pedro es el único de los tres que sabe tocar la flauta y, encima, toca increíblemente bien. Él cree que sería injusto no darle la flauta al único que puede tocarla.
Luis es el único de los tres que no tiene ningún juguete y cree que sería injusto darle la flauta a los que ya tienen muchos otros juguetes para divertirse.
¿Quién tiene que quedarse con la flauta?
Ahora misma situación, salvo que son adultos.
Jorge compró un coche, Luis es el único que no tiene aún ningún coche y Pedro el único que sabe manejar. ¿Quién debería quedarse con el coche?
Este experimento nos parece particularmente interesante porque explora una de las discusiones más recurrentes durante la campaña: la atribución de un perfil liberal para la propuesta macrista.
La noción de a quién le corresponde la propiedad de algo varía muy significativamente a medida que nos desplazamos en el espectro que va de Scioli a Macri (en particular, la noción de que la propiedad representada en la idea del niño que fabrica la flauta empieza por debajo del 30% en el espectro más sciolista y progresa hasta arriba del 60% en el macrista).
Es así que va apareciendo una representatividad cada vez mayor de esta forma de entender la propiedad a medida que nos desplazamos hacia el espectro macrista.
Vale aclarar que esta noción diferencial entre los grupos se va diluyendo cuando la pregunta se hace sobre individuos imaginarios adultos, donde también se ve un incremento a medida que nos desplazamos en el eje Scioli – Macri, pero este es mucho menos marcado.
Conclusiones
Este estudio nos permitió comprender mejor el proceso de toma de decisión en un escenario tan particular como es el argentino. De esta manera, pudimos confirmar, por sobre todas las cosas, que existe una distancia entre la racionalidad del voto y su ejercicio, entendiendo que hay variables muy pesadas que no dependen de la información en sí, sino del candidato que las empuja, al punto que la información puede ser manipulada sin que el sujeto lo advierta.
En primer lugar, pudimos observar que la mayoría de las preguntas son polarizantes, confirmando que el eje ‘oficialismo – oposición’ con el que armamos las preguntas resultó apropiado a los fines del estudio.
Al mismo tiempo, hubo un núcleo de preguntas en torno de las cuales los votantes convergieron, como las necesidades de autonomía del INDEC, de medir pobreza y de mantener la ayuda social.
Respecto de los tratamientos, lo interesante fue poder observar cómo diferentes votantes son manipulables de diferentes maneras, siendo particularmente sensibles los votantes del espectro sciolista a la manipulación de logros de gestión del gobierno actual y los del espectro macristas a que se les manipulen afirmaciones que representan críticas al mismo.
Pudimos observar además una distribución poblacional donde ambos partidos contienen votantes de alta convicción y votantes con menos fuerza (siendo aproximadamente el 50% de los que apoya a cada uno). Mal y pronto, si dos votantes del mismo partido se toman un café, la mitad de las veces uno habrá votado convencidísimo, y el otro con muchas más dudas.
Por último, tener los datos a una semana de la elección nos puso frente a una discusión muy difícil, que tiene que ver con la razón por la cual hacemos ciencia; si nos vamos a limitar a analizar procesos o si queremos compartir los métodos para convertirla en una herramienta de transformación social. Este estudio de ninguna manera indica a quién es conveniente o no votar, pero sí expone la fragilidad que todos tenemos ante la manipulación de la información. La metaintrospección es el mecanismo que la evolución seleccionó por la ventaja que constituye ser más conscientes de nuestras propias limitaciones, y así, al conocerlas, ser capaces de trascenderlas.
Entender esas limitaciones, esos sesgos, los puntos ciegos que todos tenemos a la hora de votar, implica poder trascenderlos, empezar a exigir una política basada en la evidencia en lugar del discurso e intentar construir un suelo firme para tomar las mejores decisiones posibles.
Los que lo hicimos
Este trabajo nace una noche de pizza y vino de tres Gatos (Facu Alvarez, Juama Garrido y Pablo González) en la casa de Andrés Rieznik (quien, claro, también estaba , no es que le tomamos la casa, y quien ya se convirtió en Jefe de Investigaciones del Gato). Pero, claramente, de la idea al experimento hay un montón de trabajo y de gente que se fue sumando. Lorena Moscovich nos explicó cómo hacer un experimento de política, y Julieta Figini y Alan Frieiro remaron el vivo, el analógico, el cara a cara. Fueron a plazas, shoppings y muchísima calle a hacer la etapa presencial de este experimento (que complementa al digital).
Ahora, para que la idea del digital dejara de ser sólo una idea, necesitábamos a alguien que la ejecute. Rodrigo Catalano fue quien desarrolló todo el código necesario para que la herramienta de toma de datos funcionase perfecto. Lo hizo contra reloj, con lluvia, ninjas y con un ejército de hinchapelotas (el resto de nosotros) pidiéndole cosas y tratando de entender algo de sus poderes.
Pero el digital siguió creciendo, apareció Mariano Sigman con cambios en el diseño experimental, preguntas nuevas y bocha de mails de ‘estoy viendo cosas en Matlab, es sábado y Andrés y yo estamos teniendo una loca loca noche de rock y análisis de datos, ahora nos vamos a la creamfields’.
Vino la versión beta, la probamos en Intragato (gracias), volvimos más loco a Rodrigo con cambios, y volvimos a salir (desde Mendoza), pero esta vez con el experimento completo, que se compartió un montón y nos permitió tener pila de datos.
Después tocó el armado de las figuras, el diseño, la escritura, el análisis, el recontra análisis y todo lo que nos llevó hasta esta publicación informal pero seria, y la académica que se viene.
Contamos esto principalmente porque rescatamos el laburo interdisciplinario, el laburo a contrarreloj para tratar de aportar, desde nuestro lugar, elementos ricos para el debate y para la construcción de una sociedad cada vez mejor. Conocer nuestras limitaciones nos acerca a trascenderlas. Estas son las que encontramos esta vez. Hagamos algo con eso.
Sobre las limitaciones de la muestra (gracias Sol Minoldo)
Al ser una encuesta en la que participan todos los que se enteran y quieren, no todos van a tener la misma probabilidad de ser encuestados. Entonces la muestra, o sea el conjunto de personas que participaron en el experimento, puede no concordar con la composición del universo que observamos (que son el total de los potenciales electores en Argentina).
Si comparamos la muestra con la realidad para reconocer algunos de sus sesgos, vamos a tener una idea más clara de quiénes están más representados por estos resultados.
Y resulta que, si miramos la composición por sexo, se adecua mucho a la composición real de la población en nuestro país (considerando el grupo de 18 a 65 años). O sea que sabemos que nuestra muestra no tiene un sesgo de sexo (no hay un sexo más representado que otro).
En cambio, un sesgo super obvio que nos esperábamos era el de la representación por edad, teniendo en cuenta que el experimento se dio a conocer en nuestra plataforma de facebook. Lo cierto es que nuestros conejitos de indias están sobre representados en el grupo de 20 a 35 años, y sobre todo en el de 25 a 30. En las demás edades, están sub representados. Quiere decir que los resultados, entonces, nos hablan sobre todo de gente de esas edades.
EL PAPER! http://journals.plos.org/plosone/article?id=10.1371%2Fjournal.pone.0171108